Cuando Granada 'mandó a la porra' a la regente María Cristina y al gobierno de Cánovas, en 1892
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La negativa de la reina a venir a inaugurar el monumento Colón provocó una revuelta en la ciudad que acabó con incendios, tumultos y barricadas
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El Ayuntamiento, que estaba arruinado, apenas colaboró en organizar eventos de peso en el IV Centenario; un enorme arco de triunfo no llegó a hacerse por falta de dinero
Ahora que se cumplen 25 años del V Centenario del Descubrimiento de América y tantos balances se hacen de lo mucho que se benefició Sevilla y su contorno, quizás también sea hora de recordar lo que se ha favorecido la zona del oriente andaluz de las cinco celebraciones anteriores. Lo primero que hay que recordar es que todo partió de una reunión entre el almirante Cristóbal Colón y los Reyes Católicos en Santa Fe, es decir, en Granada allá por 1492. A pesar de ese hecho incontestable, el balance de los cinco centenarios que van hasta ahora es paupérrimo; no sólo hay que culpar a los foráneos de ese pobre bagaje para Granada, primero, hay que empezar por mirar a las caras de los inanes granadinos que nos han precedido (y quizás también a los que nos presiden en estos momentos).
El Consistorio granadino, consciente de que no tenía un duro, pronto llamó a la aldaba del Gobierno a solicitarle ayuda. La petición consistió en levantar un arco de triunfo similar al que Barcelona había levantado en su Exposición Universal de 1888 o como el que pretendía levantar de nuevo en 1892 por suscripción popular. Pero el alcalde granadino no se quedó corto y planteó un arco de triunfo casi del tamaño del de París
Mal empezaron las cosas cuando en 1890 comenzaron los primeros movimientos de ciudades y países para ver qué podían hacer de cara a conmemorar tan magno acontecimiento. Por vez primera todas las colonias españolas americanas (excepto Cuba y Puerto Rico) se habían convertido en independientes. El que más y el que menos promovió los actos, monumentos, ferias, etc. que consideró más adecuadas.
Huelva, la más activa; toda Andalucía implicada
En el caso de Andalucía, desde el principio tomó ventaja la provincia de Huelva (a Barcelona no la incluimos, no ya porque no es provincia andaluza, obviamente, sino porque siempre fue por delante). Sus regidores elaboraron un completo programa de actividades centradas en el imprescindible papel que jugó el Monasterio de la Rábida para ayudar a Colón en la organización de su expedición hacia la mar océana. Corrieron a solicitar miles de pesetas para rehabilitar el monasterio, el antiguo muelle de partida y erigir un monumento a Colón.
Todo lo presidiría la Casa Real, con la regente María Cristina a la cabeza y el rey-niño Alfonso XIII a su lado. El gobierno conservador de Cánovas del Castillo apoyó el proyecto onubense sin ninguna fisura de su gobierno. La sociedad de aquella parte de Andalucía también se volcó. No sólo Cánovas, el gobierno entendió que también deberían participar en el evento el resto de provincias de Andalucía, especialmente, Granada, que tanto había tenido que ver: porque en 1892 se celebraba el IV Centenario de la conquista de la ciudad y porque había sido en Santa Fe donde los monarcas y Colón firmaron y financiaron el acuerdo para realizar la aventura. De paso, también se incluiría una visitilla por Jaén, un día en la Málaga de nacimiento de Cánovas y, por supuesto, Sevilla como principal puerto de Indias y Cádiz como segundón. La programación estaría algo más repartida entre todas las provincias implicadas.
También fue creada otra comisión nacional, coordinada por el Círculo de Bellas Artes, que se encargaría del programa cultural paralelo. Los representantes granadinos en dicha comisión fueron el arzobispo José Moreno Mazón y el rector Eduardo García Sola. Si repasamos las actas de sus reuniones, comprobamos con pesar que fueron de los pocos que no abrieron la boca, ni para bien ni para mal. También jugó un papelón la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Granada: su propuesta de colaboración fue convocar un concurso para hacer un busto de Colón, en barro o yeso, de medio metro de altura.
Ruina en el Ayuntamiento de Granada
El Consistorio granadino, consciente de que no tenía un duro, pronto llamó a la aldaba del Gobierno a solicitarle ayuda. La petición consistió en levantar un arco de triunfo similar al que Barcelona había levantado en su Exposición Universal de 1888 o como el que pretendía levantar de nuevo en 1892 por suscripción popular. Pero el alcalde granadino no se quedó corto y planteó un arco de triunfo casi del tamaño del de París. Los concejales de entonces peleaban por su futura ubicación; ganaban quienes deseaban ubicarlo más o menos a la altura de la Cruz Blanca. Sería la gran puerta de Granada, donde confluirían las carreteras de Madrid, Córdoba, Sevilla y Málaga.
Arco triunfal propuesto por Justo de Gandarías, de casi cincuenta metros de altura, como elemento conmemorativo para Granada. La mayoría de concejales propusieron levantarlo en lo que hoy es Avenida de la Constitución, como la gran puerta de Granada. No fue aceptado por el gobierno como primera propuesta porque con las 200.000 pesetas que destinarían al IV Centenario en Granada no había ni para levantar una cuarta parte del mamotreto.
El alcalde Tejeiro solicitó la misma cantidad que para la Rábida, 200.000 pesetas. Era una cifra a todas luces insuficiente para el mamotreto arcado. Alguien de Madrid incluso encargó un boceto, que conocemos gracias a una reproducción publicada en la Ilustración Española y Americana en abril de 1892. Era obra del escultor Justo de Gandarías y lo había presentado anteriormente a la Sociedad Iberoamericana. Estaba inspirado en un grabado del arco de Septimio Severo, en Roma, de Giovanni Bellori (1673), de tres puertas con mezcla de estilos europeos y aztecas, coronado de un carro tirado por seis caballos. La altura del arco central sería de 30 metros y el fondo de 15, mientras que las dos arcadas laterales serían exactamente la mitad. Estaría hueco para subir a la terraza. Los bajorrelieves que lo adornarían iban a narrar toda la historia de los Reyes Católicos, Colón y las culturas americanas. Los caballos de bronce se elevarían unos cuatro metros, más otros dos el auriga. En suma: el arco iba a rondar los cincuenta metros. Una verdadera mole que competiría en volumen con el edificio más alto de Granada hasta entonces, la Catedral. La única pega eran las 200.000 pesetas que el gobierno estaba dispuesto a dedicar a Granada, a todas luces insuficientes. Esa escasez presupuestaria evitó que hoy Granada tenga un arco de triunfo exagerado en la Avenida de la Constitución.
El monumento de Mariano Benlliure
Mientras tanto, el gobierno de Madrid había tomado conciencia de que tomaba una decisión para Granada o nadie por aquí haría nada (excepto el busto de escayola o barro de medio metro). Convocó un concurso para hacer un grupo escultórico a Colón, pero de dimensiones más acordes a las 200.000 pesetas de que disponía. A la convocatoria se presentaron los escultores nacionales y españoles más afamados. Entre ellos había un joven (tenía 30 años) llamado Mariano Benlliure que ya estaba destacando en Roma. Todo el proceso de convocatoria y selección fue confiado a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Entonces Cánovas tiró por la calle de en medio, llamó a Mariano Benlliure a primeros de enero de 1892 y le encargó directamente la escultura, quizás por haber sido el proyecto que más se ajustaba a la idea gubernamental. Tres días después, Benlliure se reunió con el consejo de ministros: aprobaron el boceto, aunque le hicieron algunas sugerencias (y le rebajaron un poco las 200.000 pesetas)
No sabemos la causa, pero lo cierto es que declararon desierto aquel concurso. Faltaba un año escaso para el IV Centenario y el monumento granadino estaba en el aire. Ni existía encargo ni contrato a poco menos de dos años vista. La Academia volvió a convocar el concurso, pero no se presentó nadie. Entonces Cánovas tiró por la calle de en medio, llamó a Mariano Benlliure a primeros de enero de 1892 y le encargó directamente la escultura, quizás por haber sido el proyecto que más se ajustaba a la idea gubernamental. Tres días después, Benlliure se reunió con el consejo de ministros: aprobaron el boceto, aunque le hicieron algunas sugerencias (y le rebajaron un poco las 200.000 pesetas).
El escultor tenía que regresar a Roma y sólo disponía de nueve meses para modelar todo el bronce, fundirlo y enviarlo por barco. En Granada dejó a un cantero-escultor (Arévalo) encargado de la parte marmórea.
El Ayuntamiento de Granada seguía sin blanca y parece ser que también sin ideas. La única decisión de calado que tomó fue ubicar el monumento de Benlliure al comienzo del Paseo del Salón, con Colón e Isabel de perfil para que se les viese en esa posición desde la Carrera de la Virgen.
Lo inaugurarían la Regente y Alfonso XIII
Para el verano de 1892 ya se conocía un avance de la programación de actos que tendría el IV Centenario en Andalucía y concretamente en Granada. Las visitas a Jaén y Málaga habían sido suprimidas de un plumazo, incluso Cádiz quedaría sólo como una pequeña escala de barcos. Por el Defensor de Granada de 29 de julio de 1892 sabemos tres cosas importantes sobre la situación de Granada: la primera, que el Ayuntamiento estaba en la más absoluta ruina, no podría competir con Huelva, Madrid o Barcelona; la segunda, que no se le autorizaba emplear la Alhambra para unos actos moriscos; y la tercera, cómo sería el programa oficial de la visita real a Granada.
De la noticia de prensa se deduce que el entusiasmo en Granada no había sido exagerado en los meses anteriores. Se decía que las celebraciones durarían cuatro días, pero no se podrían fijar hasta que la Casa Real no informase de cuáles. La programación de actos previstos para aquellos cuatro días fue: primer día, misas, pasacalles de la banda municipal, exposición de labores propias de mujeres y velada literaria; segundo día, descubrimiento del monumento del Nuevo Mundo (así se le llamaba) por la Reina, inauguración de un congreso de africanistas, exposición morisca en el Palacio de Carlos V (que luego no se hizo); tercer día, clausura de la exposición morisca y visita a Santa Fe; y cuarto día, procesión cívico-religiosa.
Dos grabados de los tondos laterales del monumento. Uno representa la jornada de Vélez del rey Fernando y la otra la firma de las Capitulaciones en el campamento de Santa Fe. También fueron dadas a conocer por la revista la Ilustración Española. Debajo se pueden ver tres grabados de calles y puertas originarias de Santa Fe en 1892, que iban a ser visitadas por la comisión regia en el mes de octubre de aquel año.
Para contribuir a la grandeza y esplendor, el alcalde Tejeiro pidió a los comerciantes y vecinos que adornasen balcones, montasen carrozas y levantasen arcos de triunfo por el lugar donde discurriese la comitiva regia y gubernamental. Pero sin poder precisarles la fecha todavía.
Este arco de triunfo efímero fue montado en la Carrera de la Virgen, un poco por debajo de la actual Fuente de las Batallas. Por él debería haber pasado la comitiva real, pero el pueblo le prendió fuego (al igual que a otros cuantos) la tarde del 2 de noviembre de 1892, cuando se conoció el rechazo de María Cristina a venir a Granada.
Monumento conocido por una revista
En septiembre de 1892, el Paseo del Salón se convirtió en el principal punto de atracción de Granada. Habían llegado unas cajas enormes conteniendo los bronces del conjunto escultórico. También estaban por allí los bloques de mármol de Sierra Elvira para el basamento. Los montadores trataban de hacer su trabajo ocultando lo mejor posible las figuras y los frisos, para que la sorpresa fuese mayúscula el día que la regente María Cristina tirase de la tela.
Todo el mundo pensaba que eso ocurriría en torno al 12-14 de octubre. Pero no imaginaban que eso no iba a ser así. El monumento permanecía liado en tela en espera de la llegada de María Cristina y el niño-rey Alfonso XIII. Y seguían sin venir.
La Ilustración Española y Americana había preparado unas páginas especiales dedicadas al monumento a Colón en Granada; también a Santa Fe. Suponían en la revista que para el 22 de octubre el monumento ya estaría inaugurado, no descubrirían ningún secreto y podrían enseñarlo a toda España. El periódico le dedicó su portada y algunas ilustraciones en su interior, además de unos textos. Toda Granada conoció el monumento a Colón e Isabel la Católica el 22 de octubre de 1892 gracias a la portada de la revista y no personalmente, porque el conjunto seguía tapado en espera de que la señora regente se dignara venir a inaugurarlo. ¿Por qué se aproximaba finales de octubre y todavía no había venido la reina?
Portada de la Ilustración Española de 22 de octubre de 1892 dedicada al monumento a Colón e Isabel en Granada. Se suponía que para esa fecha el monumento ya habría sido inaugurado por la reina María Cristina, pero el conjunto seguía sin destapar cuando la revista salió a la calle. Toda Granada conoció la obra de Benlliure por este grabado.
Entretenida en Sevilla
Finalmente, y tras descansar todo el verano en San Sebastián, la regente y el niño-rey zancajearían por Andalucía durante la primera quincena de octubre: Sevilla, Cádiz, Huelva y Granada, para continuar con los actos de Madrid y Barcelona.
Sin embargo, la regente se pasó por las entretelas el programa nacional del Centenario y se presentó en Sevilla el 7 de octubre. El 8 se dirigió a la catedral de Cádiz, donde asistió a un acto religioso. De madrugada, embarcó en el crucero Conde de Venadito con destino a Huelva. Se organizó una comitiva de veleros de doce países (ofrecemos un dibujo tomado de la Ilustración). En Huelva, la familia real clausuró el Congreso Americanista e inauguro el gran monumento levantado en la explanada del Monasterio de la Rábida (con las 200.000 pesetas que les dio el gobierno y algo que añadieron los onubenses), además de ver la restauración del complejo monástico.
La Ilustración Española y Americana estuvo publicando grabados (hechos a partir de fotos) de las actividades que hicieron la regente y el rey-niño en Sevilla, Cádiz y Huelva (la Rábida) durante el mes de octubre de 1892.
El 13 de octubre regresaron a Sevilla. Se suponía que el 14 ó 15 partirían para Granada a concluir los actos andaluces del IV Centenario. El vagón del tren estaba preparado. Pero no fue así. Empezaron a correr rumores de que el niño-rey Alfonso XIII había caído malito y no se podían mover de Sevilla en tanto no se le pasara el mal; los médicos granadinos decían que aquí se curaría antes porque los aires son más sanos. La regente María Cristina debía estar muy preocupada por la salud de su hijo, pues no dejó de buscarle remedios visitando un día tras otro los monumentos, las fiestas y eventos de Sevilla y sus contornos: la Giralda, la Fábrica de Tabacos, Itálica, hospitales de huérfanos, hipódromo, etc., etc.
Y en Granada seguía todo el programa en el aire, esperando noticias de sus reales majestades. Hasta que el día 1 de noviembre de 1892 Cánovas del Castillo, el presidente del Gobierno, comunicó al gobernador civil que la regente y el rey-niño ya no vendrían a Granada a presidir los actos locales del IV Centenario. Se irían directamente a Madrid (regresaron en 4 de noviembre).
'Que no vengan'
La ciudad de Granada se despertó el día 2 de noviembre con un cabreo monumental, arengado por la prensa local, sobre todo por El Defensor, de marcado cariz liberal y republicano. Se decía que en sustitución de la regente y su hijo, vendrían tres ministros. “QUE NO VENGAN” fue el duro editorial del periódico. Ponía a bajar de un burro a todos los implicados en tamaño desaire de la casa real para con esta provincia. Ya no se quería ver a nadie del gobierno por aquí. “Que se vayan a la porra”, era uno de los gritos de guerra por las calles.
Páginas de El Defensor de Granada de 29 de julio de 1892 y 2 de noviembre de ese mismo año. En el primero se comenta la ruina en que está el Ayuntamiento de Granada y no hay dinero para nada; en la segunda, un duro editorial “Que no vengan” critica el feo detalle de la casa real y del gobierno por despreciar a Granada en los actos del IV Centenario.
Con los ánimos revueltos, se organizaron manifestaciones espontáneas (y no tan espontáneas, capitaneadas por partidarios del liberal Sagasta y partidos republicanos). La multitud enardeció y comenzó a prender fuego a los arcos preparados para agasajar a la comitiva desde hacía casi un mes; la vegetación estaba reseca, las flores marchitas. De paso, apedrearon la casa del gobernador, incendiaron los fielatos y cometieron alguna que otra barbaridad que nada tenía que ver con el Centenario.
El pueblo corrió al Paseo del Salón, destapó el monumento a Colón e Isabel y lo inauguró. De paso, incendiaron las tribunas de madera preparadas para los reyes y su gobierno. Ya no habría forma de que ningún ministro se subiera a ellas, después de tanto desprecio mostrado con esta ciudad. El alcalde Tejeiro tuvo lo que hay que tener en estos casos y presentó la dimisión a quien le había nombrado, Cánovas del Castillo. También hubo algunas dimisiones más y celebraciones en los palacios de la aristocracia local partidaria de Sagasta.
La regente María Cristina jamás pidió disculpas por el desprecio mostrado con Granada. Su hijo Alfonso XIII tardó doce años en venir, ya como rey, a esta ciudad (1904). Luego le tomó el gustillo a la caza y se prodigó al menos otra decena de veces a las fincas de sus amigos en la Vega de Granada. Para entonces, Granada se había olvidado del desprecio de su madre y recibía al joven rey de manera alborozada cada vez que pasaba por aquí. Pero a la regente jamás se lo perdonaron mientras vivió. Quizás ésa sea la causa de que es una reina (regente desde 1885 a 1902) que no tiene ningún monumento, busto, calle o recuerdo en Granada.
En estas dos fotos (una de Rafael Garzón), hechas a principios del siglo XX, se ven dos perspectivas del monumento a Colón cuando estaba en el Paseo del Salón. Ya se ve colocada la verja que diseñó Benlliure y que fundió un herrero local a partir de sus dibujos.
En la prensa de la época se organizó un gran revuelo por los acontecimientos ocurridos en Granada. Los progubernamentales justificaron los desaires de la regente por la supuesta enfermedad del niño-rey; pero los antigubernamentales cargaron duramente contra la falta de tacto de la reina madre y contra Cánovas del Castillo por secundarla. Aquellos momentos de debilidad provocados por el IV Centenario fueron aprovechados por los nacionalistas vascos y catalanes como inicio de sus operaciones.
El balance de gastos del IV Centenario en Andalucía fue muy dispar: en Sevilla, que no tenía nada especial previsto, destinaron 350.000 pesetas a adornos y agasajos; en Huelva, las 200.000 que les dio el gobierno y otras 125.000 que pusieron sus vecinos; en Granada, las menos de 200.000 del monumento que pagó el gobierno central, más lo poco que costasen los arcos y la tribuna. Al menos quedó en pie el monumento, ya que su solidez evitó los intentos de unos desalmados que quisieron también envolverlo en llamas.
Unos años después, el monumento fue rodeado de una verja para evitar que los niños se encaramasen en él, como solía ser habitual. En 1960 fue desmontado y llevado a su actual emplazamiento de la Plaza Isabel la Católica, al inicio de la Gran Vía.
A pesar del disgusto ocasionado por el desprecio real de 1892, quizás el IV Centenario haya sido el que mayor recuerdo haya dejado en Granada. Del último, el del la Expo sevillana, quizás todavía no sea momento de entrar en valoraciones. Una parte de Andalucía se benefició, y mucho, mientras las otras partes todavía esperamos que llegue el mismo tren.
Durante el primer Centenario (1592) no había conciencia del hecho ocurrido un siglo antes. Colón había caído en el olvido y su gesta también; España seguía empeñada en llamar Indias Occientales a los territorios americanos, sin casi aceptar que era un continente nuevo. El debate estaba centrado en Américo Vespucio, quien, muy apoyado por Francia, defendía que era un continente nuevo y que de descubrimiento no se podía hablar, porque allí había mucha gente viviendo, si bien a espaldas de los europeos. Y no fue un descubrimiento en sentido puro ya que lo conocían los vikingos, siberianos y posiblemente algunos pescadores vascos ya frecuentaran aquellas tierras en tiempos remotos. La mayor parte de Europa consideraba a Américo Vespucio como el verdadero descubridor y concienciador de la nueva tierra. Y no a Colón. El italiano se salió con la suya de llamar América al nuevo continente, casi dos siglos antes de que lo hiciésemos los españoles.
Los hechos más importantes ocurridos en 1592 fueron la edición de las Crónicas de Indias y la Historia General de las Indias de Bartolomé de las Casas. Si bien todo lo que eran aquellas lejanas tierras se quedó para conocimiento de reducidos círculos religiosos y culturales de las universidades españolas.
En el segundo Centenario, 1692, casi todo centro-suramérica era una colonia española bajo la férrea mano de virreyes y administradores despóticos. El oro y la plata era lo único que interesaba, amén de algunas instituciones religiosas que evangelizaban y ayudaron extender la cultura europea. Fue el centenario con menor repercusión. Ninguna.
En el tercero, 1792, Norteamérica y Europa estaban sumidas en procesos revolucionarios. El primero por su independencia, la segunda por sacudirse los regímenes feudales. También comenzaban los conatos de insurgencia en las colonias españolas. Colón fue tomado como un símbolo de rebeldía frente a la corona medieval española. Los americanos lo presentan como un navegante rebelde, que no recibe apoyo de sus reyes pero se empeña en un viaje a lo desconocido. Por ese enfrentamiento a sus monarcas acabó en la cárcel y olvidado por la historia oficial de los Reyes Católicos. Era evidente la manipulación que hicieron de su figura los intelectuales americanos, sobre todo los del norte. Fue un centenario en el que tampoco hubo actos a título nacional ni internacional.