'Razones para asistir a la manifestación y actos de la 3ª Marcha Mundial por la Paz y la No violencia el día 23 en Granada'
El panorama actual de guerras, genocidios, destrucción y muerte es desolador. Los intereses económicos y geopolíticos de las elites han conseguido que el régimen de guerra y la lógica militarista se imponga en los países occidentales y potencias nucleares: se incrementa el gasto militar y el complejo militar industrial impulsa el comercio y venta de armas alimentando países y fuerzas enfrentadas. Pero el desprecio a la vida humana no sólo está presente en esos países que entran en guerra, sino también en aquellos países, gobiernos y factores que los apoyan económica y militarmente. Los argumentos que utilizan para justificar la participación y colaboración en las guerras son simples y antiguos, derivaciones del que sintetiza el aforismo romano “si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra) y que funciona como un principio estratégico, tanto en períodos de ausencia de guerra como en los que esta ya se ha producido.
Uno de esos argumentos es que quien no quiere la paz es el que en ese momento se contempla como hipotético enemigo, potencial amenaza en consecuencia, ante el que habría que estar preparado a fin de derrotarlo militarmente
Uno de esos argumentos es que quien no quiere la paz es el que en ese momento se contempla como hipotético enemigo, potencial amenaza en consecuencia, ante el que habría que estar preparado a fin de derrotarlo militarmente. Con ese argumento, los países, alianzas militares, grupos sociales o étnicos que están en disputa entre sí por cualquier objetivo, real o imaginario, se mantienen en una continua escalada armamentística que en el caso de los países occidentales es cada vez más sofisticada y destructiva.
El argumento utilizado una vez se produce la guerra abierta es el de culpar al contrario del inicio de las hostilidades, de la agresión y, entonces, se reclama el derecho a la defensa. Este inicio puede ser un hecho reciente, o que se remonte en el tiempo y que se actualice por algún acontecimiento. Y ambas partes se acusarán mutuamente de haber infringido algún acuerdo previo y/o de haber sido el que la ha iniciado.
Mientras se esté preso de esa lógica militarista, la vida humana sólo será un daño colateral, incluso hasta el precio de que todos los seres humanos seamos desprendidos de lo que nos caracteriza: la humanidad y dignidad inherente a ella para cosificarnos como meros daños colaterales
Con esa lógica disparatada, el mundo no podrá entrar en un proceso de construcción pacífica y justa, en lo que se ha denominado sentido positivo de la paz. Todo lo más, podrá haber períodos de paz en sentido negativo (ausencia de guerra) que sean sostenidos por miedos a la propia destrucción. Si en los países occidentales (no en el resto del mundo) se pudo tener un período de paz (en sentido negativo) tras la 2ª Guerra Mundial, fue precisamente porque funcionó, con fragilidad si se quiere, la doctrina de la mutua muerte asegurada entre los bloques militares, OTAN y Pacto de Varsovia. Tan frágil era la situación, que en varios momentos se estuvo a punto del estallido nuclear (crisis de los misiles en Cuba, crisis de los euromisiles, etc.). Y es que mientras se esté preso de esa lógica militarista, la vida humana sólo será un daño colateral, incluso hasta el precio de que todos los seres humanos seamos desprendidos de lo que nos caracteriza: la humanidad y dignidad inherente a ella para cosificarnos como meros daños colaterales. Esos viejos demonios vuelven a estar presentes con la guerra entre Ucrania, con apoyo de la OTAN, y Rusia, con el genocidio palestino o las guerras en África.
Un viejo y milenario anhelo de paz, sin embargo, ha pretendido enfrentar los conflictos con otra lógica, con una lógica donde la vida y la dignidad humana son inalienables y universales y en la que, por tanto, no cabe la cosificación, degradación o muerte y del adversario. Así lo entendieron algunas tradiciones religiosas y filosóficas hasta las propuestas de pensadores ilustrados que son precedentes de los derechos humanos y de la solución pacífica de conflictos.
Construir la paz en sentido positivo, significa no solo acabar con la violencia directa, con las guerras, sino con la violencia estructural, con aquella que permite que grupos humanos permanezcan en situación de vulnerabilidad y sin satisfacer las necesidades básicas
Construir la paz en sentido positivo, significa no solo acabar con la violencia directa, con las guerras, sino con la violencia estructural, con aquella que permite que grupos humanos permanezcan en situación de vulnerabilidad y sin satisfacer las necesidades básicas. Así lo entendió el filósofo I. Kant, planteando el respeto a la dignidad humana y los mecanismos para la solución pacífica de los conflictos a finales del siglo XVIII, adelantándose con sus propuestas a la creación de la ONU y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Reflexionado sobre la guerra y el nazismo B. Bretch escribió en los años 30 el poema “la guerra que vendrá”, en el que decía: El tanque es un vehículo poderoso… pero tiene un defecto: necesita un conductor. En efecto, es el pensamiento humano y la reflexión ética quien puede impulsar y decidir la participación y apoyo al militarismo y la guerra o se opone negándose a contribuir al mal moral. Gandhi impulsaría la paz y la acción no violenta mostrando que, además de la superioridad moral, desde el punto de vista pragmático, de la utilidad, se pueden conseguir objetivos políticos, como fue la independencia de la India. Rebatió el aforismo romano defendiendo que no podía producirse la separación entre medios y fines, de manera que “el fin se proyecta en los medios como el árbol en la semilla”. Una paz justa nunca podrá alcanzarse con medios injustos y la violentos.
Somos toda la ciudadanía corresponsable, pues son nuestros representantes quienes lo permiten; lo hacen en nuestro nombre
Aunque han sido varias las guerras y conflictos sociales que han finalizado debido en parte a la acción no violenta, como el abandono de los soldados de sus frentes de guerra durante la 1ª Guerra Mundial, facilitando que se pusiera fin a ella; o la instauración pacífica de la democracia en Portugal durante la Revolución de los claveles, y algunos casos más, la lógica militarista ha sido la dominante durante el siglo XX y en este primer cuarto del XXI. Es cierto que si EE.UU o Israel, sus gobernantes, quieren, se pondría fin al genocidio que nos horroriza a diario. Pero lo que parecen señalar es que la única paz que pretenden es la paz de los cementerios, el silencio de los muertos palestinos. Y desde España se continúa facilitando que tal cosa ocurra. Con el Estado genocida de Israel se mantienen relaciones comerciales y diplomáticas y se permite el comercio y tránsito de armas desde nuestro territorio. Somos toda la ciudadanía corresponsable, pues son nuestros representantes quienes lo permiten; lo hacen en nuestro nombre.
En nuestro nombre, el Gobierno tendría que utilizar todos los recursos diplomáticos para impulsar negociaciones entre Rusia y Ucrania, como las que se emprendieron en Turquía, con propuestas sensatas de mediación y respeto de los derechos humanos, incluida la consulta a población del Dombás sobre su propio estatus político
En Ucrania y en Rusia se están produciendo continuas deserciones en los ejércitos y ambos países tiene dificultades para mantener en activo los frentes de guerra por la negativa de cada vez más gente joven a enrolarse y participar en la guerra. Pero las tecnologías actuales, como el uso de drones o misiles, permiten suplir en parte esas carencias. Los cientos de miles de muertos también llevan nuestro sello: España sigue proporcionando armamento a Ucrania en un absurdo ejercicio por prolongar la guerra sin ningún objetivo claro más allá de la destrucción y muerte. En nuestro nombre, el Gobierno tendría que utilizar todos los recursos diplomáticos para impulsar negociaciones entre Rusia y Ucrania, como las que se emprendieron en Turquía, con propuestas sensatas de mediación y respeto de los derechos humanos, incluida la consulta a población del Dombás sobre su propio estatus político.
Y lamentablemente la ineficacia de Naciones Unidas para cumplir los fines a los que debe su existencia, como es la Carta de Naciones Unidas, se hace patente en todos los conflictos: ni se persona en las guerras que en África producen miles de muertos y millones de desplazados por guerras internas apoyadas por terceros países, ni es capaz de imponer a Israel el alto al fuego, con el pueblo palestino o con la invasión en Líbano, ni de impedir que la guerra de Ucrania y Rusia se incremente en capacidad destructiva y suba peldaños hacia la guerra nuclear, más cerca ahora que Ucrania cuenta con permiso para el uso de misiles de largo alcance en territorio ruso y de que Rusia, a su vez, tenga tropas de Corea del Norte dispuestas a combatir. Si no se democratiza este organismo, si no pierden la capacidad de veto las potencias permanentes del Consejo de Seguridad, si no tiene capacidad ejecutiva para que sus decisiones sean de obligado cumplimiento, habremos construido un organismo inservible para construir o avanzar (invirtiendo el título del opúsculo kantiano) perpetuamente hacia la paz.