Los tumbos de Mariana de Pineda
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El cadáver de la joven ajusticiada fue sacado en procesión callejera durante dos décadas (1836-56), hasta reposar en la cripta de la Catedral
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La placa que la recordaba en el Congreso de los Diputados permaneció instalada desde 1838 hasta 1973; hoy está perdida y solicitan reponerla
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Granada tardó 37 años en erigir la estatua en la plaza que hoy lleva el nombre de la heroína liberal
La Década Ominosa (1823-33) fue un periodo de los más oscuros de la historia contemporánea española. El rey absoluto Fernando VII suprimió la Constitución de 1812 y se dedicó a perseguir cualquier atisbo de libertad, democracia y progreso. Sembró un sistema de terror que llenó los cementerios de ahorcados y ejecutados mediante garrote. El delito –si es que lo había- era lo de menos; el pretexto de sus agentes repartidos por España fue nimio en la mayoría de los casos: por reclamar un derecho, escribir y pensar libremente, ordenar el bordado de una bandera… Este fue el caso de Mariana de Pineda. Cualquier salida de tono te llevaba a la horca.
Los libros de difuntos de la Parroquia de San Ildefonso están hinchados de hombres que fueron asesinados por el absolutismo en Granada; esta iglesia era la del distrito del Triunfo donde colgaban a los reos o les aplicaban la argolla del cadalso
Durante la Década Ominosa, el rey y sus comisarios tuvieron una especial fijación por los levantiscos andaluces. Estaba aterrado ante una probable invasión o levantamiento liberal que empezaría por Gibraltar, seguiría por Granada y acabaría por llegar a Madrid. Ese fue el motivo de que, en 1825, llegase a Granada el sanguinario juez-comisario Ramón de Pedrosa. Durante los ocho años que permaneció en Granada se llevó por delante al menos a cuatro docenas de personas bajo la acusación de ser un peligro para el Reino. Entre ellos tuvo la desgracia de encontrarse la primera mujer ajusticiada en España tan sólo por el hecho de haber ordenado bordar una bandera liberal y negarse a delatar a otros granadinos que pensaban como ella.
Los libros de difuntos de la Parroquia de San Ildefonso están hinchados de hombres que fueron asesinados por el absolutismo en Granada; esta iglesia era la del distrito del Triunfo donde colgaban a los reos o les aplicaban la argolla del cadalso. El lugar de enterramiento de la mayoría de ellos fue el cementerio del Armengol (también Armengón); se trataba de uno de los cuatro descampados abiertos poco tiempo antes como camposantos. El que nos interesa estuvo en la zona que después ocupó la cárcel provincial.
La tumba olvidada y 20 años por las calles
El 26 de mayo de 1831 había sido ajusticiada en el Campo de Triunfo la joven Mariana de Pineda, sin haber cumplido 27 años. Inmediatamente, casi en medio del secretismo, su cadáver fue enterrado en el descampado el Armengol, junto al río Beiro. Se trató de una fosa de aproximadamente un metro de profundidad, con la cabeza reposando en un cojín que ella eligió, y con el vestido también elegido por ella. A las tumbas de los ajusticiados no se les solían poner nombres por orden gubernativa; no obstante, alguien colocó una piedra con las iniciales de Mariana y una pequeña cruz de palo.
Aquel cementerio del Armengol era sólo un descampado de cien por cien varas, al que iban a parar los cadáveres de las parroquias próximas
Aquel cementerio del Armengol era sólo un descampado de cien por cien varas, al que iban a parar los cadáveres de las parroquias próximas. No tenía muros ni protección alguna, además de tratarse de enterramientos muy superficiales. De ahí que las crónicas literarias refieran la abundancia de perros escarbando por las inmediaciones.
El 13 de mayo de 1836, la situación política de España había dado un enorme giro. Lo propició la muerte de Fernando VII y la llegada de la Regencia de su viuda. Se respiraban aires de cierta libertad. La idea de recuperar el cadáver y la figura de Mariana de Pineda para la historia local partió del síndico municipal Mariano Granja; se atrevió a proponer una función cívico-religiosa y a tratar a Mariana como heroína de la libertad.
En la Plataforma de Dalmau actualizada en 1831 se ubicaba la casería Puente del Beiro, donde guardaron el cadáver una semana (2). En el círculo negro (1), lugar aproximado donde estuvo el cementerio Armengol. En el recuadro verde se indica el actual hospital de Trauma/Rehabilitación.
Plano de Granada de 1910, donde se ve que todavía existía la Casería y el puente sobre el Beiro en la carretera de Jaén. La cárcel aún no estaba construida.
No resultó muy difícil averiguar el lugar donde estaba “perdido” el esqueleto de Mariana de Pineda. Todavía estaba reciente aquel hecho en la memoria de los Hermanos de la Caridad que actuaban de fossores. El 17 de mayo de 1836 se desplazó una comisión ciudadana, acompañada de un piquete militar, para proceder a la exhumación. No había duda de que el esqueleto hallado pertenecía a Mariana: había restos de la ropa que vestía, unos zapatos de seda negros, un rosario… y un esqueleto de mujer, con pelo rubio pegado a la almohada. A la mandíbula le faltaba el diente incisivo del que careció en vida. Y lo más importante: tres vértebras cervicales se hallaban rotas por la fuerza que ejerció la argolla aplicada por el verdugo (Todos estos datos están contenidos en el legajo 1.922 del AHMG).
No había duda de que el esqueleto hallado pertenecía a Mariana: había restos de la ropa que vestía, unos zapatos de seda negros, un rosario… y un esqueleto de mujer, con pelo rubio pegado a la almohada
Todos los huesos –excepto algunos pequeños mezclados con la tierra- fueron envueltos en una sábana de Holanda y depositados en la Casería del Puente del Beiro, situada justo enfrente del cementerio Armengol. Era un pago propiedad de Francisco de Paula Méndez, conocido como Acequia de Aguas del Chorro (abarcaba la actual zona de Traumatología, cárcel vieja y bloques altos junto a la Carretera de Jaén).
En esta quintería permanecieron los huesos de Mariana de Pineda, custodiados por un grupo de soldados, hasta el día 24 de mayo en que la comisión ciudadana acudió a recogerlos. Lo hicieron provistos de una artística caja de madera de nogal que había sido labrada y regalada por un ebanista. La comitiva, flanqueada de un impresionante silencio, se dirigió a la iglesia de San Ildefonso, donde precisamente le habían dicho la última misa. Allí estuvieron rezándole hasta el día siguiente, 25, en que fueron a recoger la urna con una carreta.
El siguiente destino fue un catafalco levantado en la nave central de la Catedral. La muchedumbre atestaba las calles en silencio. El día 26, cinco años justos de su asesinato, volvió a celebrarse misa solemne por todo el clero metropolitano. Y la urna fue entregada por el Arzobispo a los representantes del Ayuntamiento. Todas las autoridades estuvieron presentes en aquel acto.
El Ayuntamiento decidió entregar la urna con los huesos de Mariana de Pineda a la Parroquia de la Virgen de las Angustias, donde debía ser custodiada en el futuro. Precisamente allí porque era párroco José Garzón, el último confesor y compañía de la finada en sus últimos momentos.
Pero los huesos de Mariana todavía no habían encontrado su descanso definitivo. Tan sólo un año y medio después, en diciembre de 1837, la urna fue requerida por el Ayuntamiento para depositarla en la Casa Consistorial (entonces todavía en La Madraza), ya que no estaba conservada de modo seguro y digno.
El Ayuntamiento decidió entregar la urna con los huesos de Mariana de Pineda a la Parroquia de la Virgen de las Angustias, donde debía ser custodiada en el futuro. Precisamente allí porque era párroco José Garzón, el último confesor y compañía de la finada en sus últimos momentos.
A partir de aquel momento, la figura –y la urna- de Mariana de Pineda fue utilizada y entronizada por los políticos liberales cuando les tocó regir los destinos de los granadinos y españoles. Y relegada al olvido momentáneo cuando mandaron los conservadores
Entre 1844 y 1854, el turno en el gobierno pasó a manos del partido moderado (Con nuestro paisano Narváez, (a) Espadón de Loja, presidiendo el gobierno del país). Estos decidieron suspender la fiesta de la Mariana y dejar sus huesos en paz. Los extrajeron de la caja de nogal y los metieron en una de mármol; el nuevo destino fue la cripta del Sagrario, convertida en un simple almacén de esta parroquia.
Nuevamente en 1854, con el inicio del Bienio Progresista, los huesos volvieron a la caja de madera, se sacaban en procesión y eran expuestos en el Ayuntamiento. Allí estuvieron los dos años siguientes hasta que, en 1856, regresaron a la caja de mármol y acabaron en la cripta de la Catedral. Allí reposan desde hace más de siglo medio y tras veinte años de trasiego por calles y edificios de Granada.
[La urna de nogal fue guardada en la Alcaldía de Granada. En la década de los sesenta del siglo pasado, la gente creía que dentro aún se guardaban los huesos de Mariana de Pineda. En una ocasión, una personalidad norteamericana que visitaba al alcalde sintió curiosidad por ver aquellos huesos de la heroína. ¡Cuál sería la sorpresa del alcalde y del hispanista cuando la abrieron y comprobaron que allí no había hueso alguno, sino la escoba y el recogedor de la limpiadora!]
Rehabilitada y al Congreso de los Diputados
Ya conocemos que la figura de Mariana de Pineda había salido del anonimato y de reducidos círculos clandestinos y románticos locales a partir de 1836, tan sólo cinco años después de su ejecución. Para entonces ya había muerto Fernando VII y ocupaba la regencia su reina viuda. Esperaban a que Isabel II se hiciera mayor de edad y ocupara el trono. En medio se había partido la sociedad española entre absolutistas (carlistas por preferir al hermano del rey, Carlos María, como sucesor) y liberales (por alinearse a favor de la princesa niña).
Mariana de Pineda y muchos de los considerados héroes caídos durante el absolutismo fueron recuperados por el bando de quienes luchaban por los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Había que dignificar sus figuras y ayudar a sus descendientes. En el caso de Mariana de Pineda se acordó otorgar una pensión a su hijo y (en1868) darle empleo en un Ministerio.
El comienzo de la recuperación de su nombre y su figura ocurrió también en 1836, a partir de dos hechos importantes. El primero de ellos consistió en la publicación de un libro sobre Mariana de Pineda; lo escribió José de la Peña y Aguayo, un hombre que la conoció bien por haber sido amante suyo (Doña Mariana de Pineda. Narración de su vida, de la causa criminal en la que fue condenada al último suplicio y descripción de su ajusticiamiento. Publicado en Madrid, 1836).
El segundo hecho importante consistió en colocar una placa con el nombre de Mariana de Pineda en el hemiciclo de las Cortes. La propuesta fue formulada el 30 de noviembre de 1836 por el diputado José María Escalante Ruiz-Dávalos, electo por las provincias de Sevilla y Málaga (legislatura octubre de 1836-noviembre de 1837).
Propuesta del diputado sevillano pidiendo rehabilitar la memoria de Mariana de Pineda (1836).
Esta propuesta fue debatida por la Comisión de Premios y Recompensas Nacionales durante todo un año, de manera que cuando fue aprobada (28 de octubre de 1837) ya había dejado de ser diputado quien había efectuado la proposición. Y continuó el debate sobre la concesión de pensión al hijo de Mariana hasta nada menos que el año 1856.
El marmolista la colocó en el hemiciclo de las Cortes a principios del año 1838, en plena efervescencia liberal. La inscripción recogía los nombres de varias personas consideradas héroes nacionales de comienzos del siglo XIX: general Manzanares, Antonio Miyar, Torrijos, Mariana Pineda y Espoz y Mina
En lo referido a la placa, el marmolista la colocó en el hemiciclo de las Cortes a principios del año 1838, en plena efervescencia liberal. La inscripción recogía los nombres de varias personas consideradas héroes nacionales de comienzos del siglo XIX: general Manzanares, Antonio Miyar, Torrijos, Mariana Pineda y Espoz y Mina. Estuvo colocada sobre la puerta de acceso a la bancada izquierda. En la puerta de enfrente había otra similar con otras personalidades
Los diputados liberales o progresistas decimonónicos señalaban continuamente aquellos nombres como las víctimas de la represión organizada por el padre de Isabel II (y así continuó haciéndolo Emilio Castelar hasta el 20 de abril de 1871, según recoge el Diario de las Cortes).
Ilustración de la proclamación de la I República (febrero de 1873) en la que se aprecia la placa en su lugar original. FUENTE: LA VANGUARDIA.
En esta fotografía de ABC, publicada en 1970 con motivo de un debate sobre enseñanza, se ve que la placa estaba todavía sobre la puerta de entrada al hemiciclo.
Congreso de los Diputados en época de Zapatero. Se ve cómo el lugar de la placa ha sido tapado por tres filas de asientos para sus señorías.
La placa con el nombre de la heroína Mariana de Pineda permaneció colocada en el Congreso entre 1838 en que fue instalada y una fecha imprecisa de 1973. La inscripción atravesó el convulso periodo político español del XIX, el primer tercio del XX y casi toda la etapa franquista. Debió ser durante las obras de reforma de las Cortes de 1973 cuando alguien quitó la placa para ampliar el graderío. Y ya no fue repuesta en otro lugar visible. El mármol de Mariana de Pineda pasó al almacén y allí se le perdió la pista. Otras placas similares, que fueron desmontadas, han vuelto a ser recuperadas con posterioridad.
Recientemente, el diputado Ricardo Sixto (En Comú-Podem, por Valencia) ha planteado recuperar aquella vieja placa y volver a colocarla en sitio destacado, donde estuvo durante casi un siglo y medio.
La heroicidad de Mariana de Pineda ha suscitado grandes admiraciones tanto dentro como fuera de Granada, con altibajos. Por otra parte, el Congreso adquirió un cuadro sobre la heroína que actualmente está colocado en la sala donde se reúne la Junta de Portavoces. Fue pintado por Juan Antonio Vera y Calvo, lleva por título Mariana Pineda en capilla (1862). El lienzo fue ofrecido a patrimonio nacional tras obtener una mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes. Pero los continuos vaivenes políticos retrasaron su adquisición hasta julio de 1890. Nada menos que siete debates durante tres décadas se sucedieron en las Cortes para alcanzar el acuerdo final de compra del cuadro en recuerdo de Mariana.
Menos problemas tuvo la propuesta de emitir un sello conmemorativo en recuerdo de Mariana de Pineda. Partió de la diputada Clara Campoamor (22 de agosto de 1932). La II República mostró especial predilección por la figura de Mariana de Pineda; el 26 de mayo de 1931, centenario de su ajusticiamiento, se dio una de las mayores manifestaciones ciudadanas acaecidas en Granada.
Las eternas obras del monumento
Hasta llegar a lo que hoy es el monumento a Mariana de Pineda (en la plaza que también adquirió el mismo nombre) hubieron de transcurrir más de tres décadas de ideas y proyectos dando tumbos por los despachos del Ayuntamiento. Y no sólo de la Casa Consistorial, también del Congreso de los Diputados.
Hasta llegar a lo que hoy es el monumento a Mariana de Pineda (en la plaza que también adquirió el mismo nombre) hubieron de transcurrir más de tres décadas de ideas y proyectos dando tumbos por los despachos del Ayuntamiento. Y no sólo de la Casa Consistorial, también del Congreso de los Diputados
La Plaza Mariana de Pineda se llamaba por entonces Plaza de Bailén. En principio (1836), este espacio no despertó el interés de Mariano Granja y la comisión creada para desagraviar a la heroína. Se estuvo barajando Bibarrambla (por entonces Plaza de la Constitución) para erigir una columna en su memoria. La Plaza de Bailén era preferida por los aficionados al teatro, por estar al lado del Teatro Principal (posterior Cervantes); en ella promovían instalar la columna en memoria del actor Isidoro Máiquez (después llevada al cementerio y actualmente en la Plaza del Padre Suárez).
En 1839 ya estaba casi olvidado el monumento a Mariana, por lo que los aficionados al teatro iniciaron los trámites para Máiquez. Entonces Mariano Granja cambió de opinión y se fijó en la Plaza de Bailén. Se recibieron ideas de arquitectos y artistas para erigir una estatua colosal, rodeada de un pequeño jardín rematado por una verja de forja. Fue colocada la primera piedra de la escalinata y se buscó financiación entre las raquíticas rentas municipales.
Los arquitectos José Contreras, Pugnaire y Baltasar Romero coincidieron en que la columna debía alzarse sobre un pedestal macizo, preferentemente de piedra de Quéntar. Pero la realidad fue que se utilizó piedra de varios conventos desamortizados y en fase de demolición (Capuchinas, Trinitarios descalzos, Mártires, San Felipe, San Antón, Magdalena, etc.) Para mayo de 1840 ya habían comenzado las obras de la base. Contreras era el responsable del diseño definitivo y dirección de la obra.
La estatua de bronce iba a correr peor suerte. Fue encargada al escultor local Manuel González Santos en 1839. Sería una especie de mezcla matrona romana/Marianne francesa, con la bandera tricolor a su lado, sobre columna truncada. El escultor se demoraba en la ejecución del encargo; después pidió más dinero
Encima del pedestal se pensaba colocar la estatua, hecha de bronce fundido, al igual que el resto de letras y cenefas de adorno (hoy desaparecidos en su mayoría). Allí no sólo se homenajearía a Mariana de Pineda, sino a otras muchas víctimas de la lucha contra los franceses y Fernando VII (casi los mismos nombres de las placas del Congreso). En 1842 se consiguió acabar el pedestal.
La estatua de bronce iba a correr peor suerte. Fue encargada al escultor local Manuel González Santos en 1839. Sería una especie de mezcla matrona romana/Marianne francesa, con la bandera tricolor a su lado, sobre columna truncada. El escultor se demoraba en la ejecución del encargo; después pidió más dinero. Hasta que los promotores comprendieron su ineficacia a la hora de acometer la fundición a la cera perdida. Y, sobre todo, el exorbitado precio que acabó pidiendo. En 1840 sólo había conseguido moldear una cabeza en yeso.
En 1843 surgió otro proyecto, el de José de Tomás Genovés, que debía entregar antes de que finalizase aquel año. Pero nuevamente surgieron discrepancias al aducir el escultor que no sabía que ya hubiesen hecho el basamento sobre el que colocar su pieza de nueve pies de alta. En ésas estaban cuando entró a gobernar el partido moderado y la iniciativa quedó nuevamente suspendida.
El Ayuntamiento y sus regidores continuaron mareando la perdiz durante varios años más sin tomar una decisión definitiva
El Bienio Progresista volvió a desempolvar el proyecto de monumento, en 1855. Ya no sólo se barajaba el bronce, también se habló de hierro colado y de mármol. Se decidió convocar concurso público, al que se presentaron cuatro escultores locales. Había dos jurados para valorar las propuestas, que fallaron de modo diferente. Los preferidos fueron dos bocetos de Miguel y Antonio Marín Torres.
El Ayuntamiento y sus regidores continuaron mareando la perdiz durante varios años más sin tomar una decisión definitiva. Diez años después del concurso, el ganador –Miguel Marín Torres- amenazó con llevar el tema a los tribunales. El Ayuntamiento decidió hacer la estatua, pero abandonando la idea del metal y encaminándose al mármol de Macael. Entre las decenas de bocetos barajados hasta entonces, el elegido fue la figura de la heroína apoyada en la columna. Su figura fue representada como recordaban que iba vestida el día de su ajusticiamiento, con sayón sobre túnica, cruz al cuello y pelo trenzado.
Bocetos finales. Acabó imponiéndose el de Miguel Marín (dcha.), que es el que se hizo finalmente.
Hubo un sinfín de retrasos y contratiempos. Miguel Marín trasladó su taller a una caseta en la misma Plaza de Bailén, al lado del pedestal, donde estuvo esculpiendo el mármol. Finalmente, y tras muchas amenazas entre contratista y contratado, el 22 de mayo de 1873 fue subida la estatua de mármol al lugar donde está desde entonces. Granada había tardado nada menos que 37 años en erigir la estatua a su heroína más renombrada.
Plaza Bailén, hacia 1895, con la estatua colocada en el centro y renombrada como Plaza de la Mariana.
- Libro “Mariana de Pineda”, de Antonina Rodrigo (Esfera de los Libros)
- Artículo “El monumento a Mariana Pineda o el culto civil a la revolución moderna”, de Ana María Gómez Román y José Manuel Rodríguez Domingo (Cuadernos del Arte, páginas 93-112).
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