La plaza de toros de la Carrera de la Virgen y las terribles disputas protocolarias
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Granada dispuso durante cuarenta años de una plaza de toros de madera, rectangular y desmontable, por debajo de la iglesia de las Angustias
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Fue promovida por la Real Maestranza y gestionada alternativamente por el Ayuntamiento; las disputas entre ambos llevó a los maestrantes a construir otra en el Triunfo
Conocemos la gran afición que hubo en Granada por los juegos de cañas, los quites de varilargos y el primitivo toreo a pie. Bibarrambla fue el principal coso taurino, quizás ya desde época nazarí, hasta 1730 en que se tiene noticia de la última corrida. La Plaza Mayor no fue único espacio donde ejercitaron juegos con el toro como protagonista: también se utilizó la explanada del Triunfo, los Tristes, el Campillo, el Campo de los Mártires, la explanada de los Aljibes en la Alhambra, incluso el corralón del Rastro.
La plaza de toros de la Carrera granadina también fue rectangular, ubicada longitudinalmente a continuación de la calle y con la presidencia en la cara más cercana a la iglesia de las Angustias
La potente y numerosa nobleza granadina de principios del siglo XVIII tomó la decisión de construir una plaza estable de toros en Granada. Fue a raíz de una Cédula Real de 19 de febrero de 1739, que también afectaba a las otras tres maestranzas españolas. El monarca les concedió la facultad de construir un recinto cerrado donde celebrar sus espectáculos taurinos, preferentemente en otoño.
El lugar elegido para la construcción de la primera plaza de toros de Granada fue la Carrera de la Virgen, a continuación del oratorio de San Sebastián que remataba la calle. En aquellos inicios del toreo la mayoría de plazas de España eran cuadradas o rectangulares. La plaza de toros de la Carrera granadina también fue rectangular, ubicada longitudinalmente a continuación de la calle y con la presidencia en la cara más cercana a la iglesia de las Angustias.
La concesión real incluyó el permiso para que los maestrantes granadinos talasen la madera necesaria de los tupidos bosques del Soto de Roma, por entonces todavía propiedad de la Corona. La condición impuesta por el Ayuntamiento fue que aquella plaza rectangular de madera fuese desmontada cada año al terminar la temporada taurina.
Los caballeros maestrantes ya no salían a caballo por parejas a alancear toros, como había venido ocurriendo en siglos anteriores. A principios del XVIII la costumbre era contratar varilargos (picadores) y toreros a pie. Ambos representaban a la Maestranza ataviados con la librea que les distinguía.
Desacuerdos en el protocolo
El Archivo General de Simancas guarda abundante documentación sobre las primeras plazas de toros de la Maestranza en Granada (la de la Carrera y la posterior del Triunfo). La causa es el continuo cruce de denuncias entre la Maestranza, el Concejo y la Real Chancillería. El motivo se reducía a desacuerdos en el protocolo, es decir, el lugar dónde debía sentarse cada uno a la hora de asistir a los toros. La documentación nos dibuja las rancias oligarquías que se pavoneaban por la Granada del siglo XVIII; eran capaces de morir y matar con tal de estar situados unos delante de los otros o más o menos cerca del retrato del Príncipe de Asturias que solía presidir las corridas. En varias ocasiones tuvo que mediar el Consejo de Castilla para poner paz entre ellos; incluso se elaboró un detallado ceremonial a seguir.
El motivo de las disputadas se reducía a desacuerdos en el protocolo, es decir, el lugar dónde debía sentarse cada uno a la hora de asistir a los toros. La documentación nos dibuja las rancias oligarquías que se pavoneaban por la Granada del siglo XVIII; eran capaces de morir y matar con tal de estar situados unos delante de los otros o más o menos cerca del retrato del Príncipe de Asturias que solía presidir las corridas
Ya desde un primer momento del inicio de las corridas de toros en la plaza de la Carrera se trasluce una corriente no taurina (por no calificarla de antitaurina), cobijada principalmente en el alto clero y el sector ilustrado de oidores de la Real Chancillería. Los primeros no aceptaron ningún tipo de privilegio a la hora de figurar en los balconcillos de autoridades, procuraban no asistir; los jueces participaron más bien poco en los festejos como colectivo, incluso obstaculizaron su desarrollo todo lo que pudieron. No obstante, la nobleza agrupada en torno a la Maestranza casi siempre salió victoriosa en sus pretensiones por el especial apoyo que recibían del Consejo de Guerra (que tenía las competencias sobre las fiestas de toros).
La paz a la hora de organizar las corridas en la plaza de la Carrera duró muy poco entre Real Maestranza y Concejo (Ayuntamiento). En 1742 se denunciaron ambas partes ante el Consejo de Castilla (equivalente al Consejo de Ministros actual); el Ayuntamiento hizo un amago de corrida en la plaza de Bibarrambla e intentó prohibir los festejos de la Maestranza en la Carrera, aduciendo que la plaza era ilegal por no estar fuera del casco urbano.
En 1743, ciudad y maestrantes alcanzaron una concordia mediante la cual cada uno de ellos organizaría las corridas en años alternos. Pero las tensiones no acabaron, sino que sólo habían comenzado. La nobleza tenía un poder exagerado en aquella sociedad ochocentista, de manera que no respetaba nada más que su fuero. Se enfrentó repetidamente a disposiciones de la Real Chancillería. Así lo puso de manifiesto a partir de 1745, cuando el propio Consejo de Castilla legisló que las corridas deberían ser presididas por el Corregidor (el Alcalde). La reacción de los maestrantes fue montar el balconcillo presidencial mucho más pequeño que el de la Real Maestranza. El fin no era otro que empequeñecer la presencia de concejales. En los dos croquis de la plaza de la Carrera que nos han llegado se ve cómo los balconcillos variaban de tamaño de un año a otro, según estuviese el pulso que mantenían las dos corporaciones.
Las relaciones entre caballeros XXIV (concejales) y maestrantes se enrarecieron notablemente a partir de 1747 con motivo de las corridas para celebrar la subida al trono de Fernando VI. La Real Maestranza consideró indigno el protocolo adoptado en aquella ocasión y casi rompió relaciones con el Ayuntamiento. A partir de entonces, ambas partes procuraron ningunear a la otra no asistiendo a los festejos que organizaban. Incluso solían planificar corridas el mismo día, a la misma hora y en la misma plaza.
La paz obligada llegó entre 1754 y 1759 cuando Fernando VI prohibió las corridas de toros. A pesar de ello, el Ayuntamiento montó la plaza de la Carrera en 1757 para celebrar dos corridas destinadas a recaudar fondos para continuar las obras de la Iglesia de las Angustias.
La paz obligada llegó entre 1754 y 1759 cuando Fernando VI prohibió las corridas de toros. A pesar de ello, el Ayuntamiento montó la plaza de la Carrera en 1757 para celebrar dos corridas destinadas a recaudar fondos para continuar las obras de la Iglesia de las Angustias
Para 1760 se levantó la prohibición de celebrar corridas de toros en España. El pretexto fue la subida de Carlos III al trono. El Concejo engalanó Bibarrambla para celebraciones diversas y volvió a montar la plaza de madera en la Carrera, ya sin contar para nada con la Maestranza, que era la “propietaria” de la madera del coso. Este hecho fue el detonante para que la nobleza maestrante tomara la decisión de construir una plaza exclusivamente de su propiedad en otro lugar extramuros de la ciudad. El sitio elegido fue la explanada del Triunfo.
La plaza de la Carrera continuó siendo montada cada año por el Concejo, ya en este caso en solitario. Perduró todavía unos cuantos años más, hasta 1779 en que fue desmontada definitivamente. Un año antes habían vuelto a ser prohibidos los toros en España. Entre 1768, en que estuvo disponible la plaza redonda de la Maestranza en el Triunfo y 1778, el Ayuntamiento y la Maestranza continuaron compitiendo con sus corridas: la ciudad las organizaba en la plaza rectangular de la Carrera y la Maestranza en su flamante plaza redonda del Triunfo.
La Maestranza se va al Triunfo
El Campo del Triunfo era un ejido formado a partir del cementerio musulmán de Ben Malik. Fue un lugar de esparcimiento ciudadano en el que celebraban ferias de ganado, mercado de cerdos, asambleas de la Mesta… y los tradicionales torneos caballerescos organizados por la Real Maestranza de Caballería. Era un terreno público con la columna de la Inmaculada en el centro.
La Maestranza eligió este lugar para levantar su futura plaza de toros, en el año 1763. La autorización real le impuso tres condiciones: que se celebrasen cuatro corridas al año, que la construcción del coso no superase los 200.000 reales de gasto y que las obras se sacaran a subasta de contratistas. La cimentación de la nueva plaza sería de obra y el resto de madera, pues ya no sería desmontable cada año como ocurría con la de la Carrera de la Virgen.
Finalmente, prosperaron las presiones ciudadanas y la plaza de la Maestranza se ubicó en mitad del camino de Santa Fe. Empero, los años siguientes continuaron las denuncias y quejas en tanto se abrían cimientos, se avanzaba en las obras, se paraban y volvían a retomarse
Los maestrantes eligieron para su ubicación una de las esquinas del ejido del Triunfo, el lugar más llano, más próximo a las casas y el que se interponía en la calle que iba a San Lázaro y el camino de Santa Fe. La apropiación del inmenso solar público se hizo con la aquiescencia del Corregidor y la Secretaría de Guerra (recordemos que era la gran protectora de los privilegios de las maestranzas). Esta ubicación provocó innumerables quejas en la ciudad por parte de varios sectores y vecinos de los alrededores, que pretendieron trasladarla a las Eras de Cristo o ermita de San Isidro. Incluso la Real Chancillería se pronunció en contra por entender que el coso no estaba fuera del casco urbano de Granada, tal como especificaba el permiso real. Finalmente, no prosperaron las presiones ciudadanas y la plaza de la Maestranza se ubicó en mitad del camino de Santa Fe. Empero, los años siguientes continuaron las denuncias y quejas en tanto se abrían cimientos, se avanzaba en las obras, se paraban y volvían a retomarse.
¿Cuadrada o redonda?
Los maestrantes promotores de su plaza en el Triunfo no tuvieron muy claro al principio qué modelo de edificio construir, si cuadrado o redondo. Hasta entonces la mayoría de plazas de toros habían sido cuadradas o rectangulares, precisamente porque tenían esa forma las plazas mayores de las ciudades donde se celebran los espectáculos taurinos. Pero ya empezaban a ponerse de moda las plazas redondas profesionalizadas, se vislumbraba el toreo moderno a pie. Sevilla, Ronda y Madrid ya apuntaban a cosos redondos.
La Real Maestranza tomó la decisión de solicitar proyectos a varios maestros de obras.
La Real Maestranza tomó la decisión de solicitar proyectos a varios maestros de obras. En marzo de 1763 tenían sobre la mesa los dibujos de los arquitectos Nicolás Agustín de Moya, Diego Sánchez de Sarabia y Vicente Sánchez. Todos ellos aportaron propuestas en formato cuadrilongo y circular, de diversos diámetros, longitudes y alzados. La cimentación sería en obra y el resto en madera.
A continuación comento los croquis que se conservan de aquellos proyectos presentados a la Maestranza en 1763:
Elección del proyecto de Arias
Después de estar barajando los anteriores proyectos de 1763, la decisión final se decantó por el modelo de plaza redonda. Pero no fue elegido ninguno de los tres autores mencionados, sino que apareció un cuarto proyecto del constructor Ambrosio Antonio de Arias, en 1768
Después de estar barajando los anteriores proyectos de 1763, la decisión final se decantó por el modelo de plaza redonda. Pero no fue elegido ninguno de los tres autores mencionados, sino que apareció un cuarto proyecto del constructor Ambrosio Antonio de Arias, en 1768, que fue el que se construyó a marchas forzadas para que se pudiera inaugurar (sin terminar) en el otoño de aquel año. La adjudicación tuvo lugar en marzo, por 156.000 reales, y se instó a montarla a toda marcha. Es bastante probable que el proyecto de Arias retomase obras ya iniciadas por alguno de sus predecesores.
Las causas de que se prescindiera de los anteriores arquitectos no las conocemos. Mas el nuevo contratista no iba a encontrar un camino de rosas; para empezar, los maestrantes no adelantaban el dinero según lo convenido, con lo cual surgieron problemas con los proveedores de maderas. La plaza del Triunfo se pudo utilizar sin acabar en 1768, aunque con el maestro de obras encarcelado por las deudas contraídas.
Lo importante es que este coso se fue rematando en los años siguientes hasta quedar completamente acabado en 1778. Precisamente el año de la prohibición de corridas por iniciativa de Carlos III. Estuvo cerrada a las corridas más de una década, con los consiguientes daños por falta de uso. El coste real de la plaza del Triunfo nunca se supo, pero las cuentas de la Real Maestranza hacen pensar que la inversión en su construcción se disparó a más de doble.
Las tensiones entre el Ayuntamiento y Chancillería, de una parte, y la Real Maestranza prosiguieron durante muchos años. Siempre se acusó a la propietaria de la plaza de estar ocupando ilegalmente un solar que era público y por el que jamás pagó impuesto alguno. Las tensiones con el protocolo continuaron existiendo
Las tensiones entre el Ayuntamiento y Chancillería, de una parte, y la Real Maestranza prosiguieron durante muchos años. Siempre se acusó a la propietaria de la plaza de estar ocupando ilegalmente un solar que era público y por el que jamás pagó impuesto alguno. Las tensiones con el protocolo continuaron existiendo, de manera que los oidores se negaron a asistir oficialmente a las corridas e hicieron todo lo posible por zancadillearlas.
La plaza de toros del Triunfo se quedó como único coso de la ciudad a partir de 1805, cuando fue desmontada la plaza rectangular de la Alhambra (útil entre 1800 y 1805). A partir de 1816 inició su momento de esplendor, que se prolongó durante el resto de su vida. El coso granadino fue testigo de triunfos y desdichas de los toreros más famosos del siglo XIX. Hubo años en que se llegaron a celebrar un centenar de espectáculos de todo tipo, relacionados con toros y caballos.
Hasta que un incendio la dejó reducida a cenizas en 1876. Sus restos arqueológicos, de poca enjundia, aparecieron al construir el aparcamiento subterráneo del Triunfo, en mitad de la Avenida de la Constitución.
El relevo lo tomó la plaza del Triunfo, situada un poco más arriba, a partir de 1880.
Agradecimientos:
A Rafael Villanueva Camacho.
Al Archivo General de Simancas.
Para ampliar información sobre la Real Maestranza de Caballería sobre este tema y todo lo que afecta a esta institución se puede consultar el interesante libro de la historia de esta corporación, de Inmaculada Arias de Saavedra.
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