Los 'nudos' de 'La Cuerda' que llevaron la Alhambra y el jamón de Trevélez a Rusia
-
El famoso arquitecto Pablo el Ruso estuvo más de una década haciendo vaciados y adquiriendo copias de yeso para la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo y palacios de la nobleza de su país
Por eso envió a infinidad de arquitectos, pintores, escritores, médicos, científicos, etc. a que recolectasen para su país lo mejor del resto de las ciencias y las artes europeas
En 1850 estaba en plena fundación la ciudad rusa de San Petersburgo. El zar Nicolás I se había casado con la alemana Carlota de Prusia, nieta de Isabel I de Inglaterra, y convertida en zarina con el nombre Alejandra Fiodorovna. El emperador admiraba las culturas occidentales e intentaba imitarlas para modernizar sus artes. Por eso envió a infinidad de arquitectos, pintores, escritores, médicos, científicos, etc. a que recolectasen para su país lo mejor del resto de las ciencias y las artes europeas.
Se imbricaron tanto en la sociedad granadina de entonces que llegaron a ser de los principales agitadores y financiadores de la famosa tertulia literaria-festiva La Cuerda.
Dos de los que vinieron a España pagados por instituciones rusas acabaron recalando en Granada. Llegaron para un breve tiempo con la intención de dibujar, pintar y copiar lo mejor del arte granadino. Los dos jóvenes artistas acabaron enamorándose de la ciudad; uno se quedó nada menos que once años, el otro sólo tres. Se llamaron Pablo Notbeck y Eduardo Sorokin. Se imbricaron tanto en la sociedad granadina de entonces que llegaron a ser de los principales agitadores y financiadores de la famosa tertulia literaria-festiva La Cuerda.
Así fue cómo empezó el gusto de la aristocracia rusa por adornar sus palacios con reproducciones alhambreñas a gran escala y colgar paneles de yeso con la firma de la Casa Contreras
El objetivo que traían los rusos a Granada se cumplió con creces, sobre todo en el caso de Pablo Notbeck, centrado en llevarse copias a escala y tamaño natural de los rincones de la Alhambra. Las clases pudientes rusas estaban fascinadas por lo oriental, y en ese aspecto también encuadraban al Sur de España. Conocieron el esplendoroso pasado nazarí gracias a las maquetas y reproducciones; supieron por Notbeck la existencia de una ciudad musulmana en los confines de la Península ibérica, lindando con el África bereber. Así fue cómo empezó el gusto de la aristocracia rusa por adornar sus palacios con reproducciones alhambreñas a gran escala y colgar paneles de yeso con la firma de la Casa Contreras. De paso, empezaron a enviarnos sus primeros turistas de alto postín.
Aparición estelar de dos rusos
La llegada de los rusos Pablo Notbeck y Eduardo Sorokin a Granada no pudo ser más espectacular. Aparecieron en pleno carnaval de 1852. Un fiestón por entonces en la ciudad, con bailes y máscaras por todos sitios. El baile de disfraces era una ocasión en que desenfadadamente había ocasión de buscar pareja, o al menos intentarlo.
Por allí aparecieron dos extraños jóvenes, de entre 28 y 31 años, que resultaban a todas luces extranjeros. Se abrían paso entre los grupos de jóvenes granadinas y sus correspondientes “carabinas”
Por allí aparecieron dos extraños jóvenes, de entre 28 y 31 años, que resultaban a todas luces extranjeros. Se abrían paso entre los grupos de jóvenes granadinas y sus correspondientes “carabinas”. Llamaban la atención por su indumentaria elegante y quizás llegados de tierras muy lejanas. Hablaban un idioma extraño, no inglés ni francés del que había muchos vecinos en Granada, sino de más allá del Danubio, de tierras bárbaras. Pronto se convirtieron en la atracción del baile.
“Soy un correo que acaba de llegar de parte del Zar de Rusia. Y traigo esta carta para usted”. Les iba entregando un sobre a todas las mujeres, especialmente las jóvenes. Cada sobre contenía un “vale” que podían canjear en las tiendas más acreditadas por valiosos regalos, cajas de dulces, bombones, libros y alguna pequeña joya
El más alto y elegante de los dos vestía al estilo postillón veneciano, hecho un figurín en vivos colores. También resultó el más osado. De su cuello colgaba una cartera roja con grandes letras doradas. Era Pablo. Su amigo Sorokin iba vestido de cazador real, con una corneta en bandolera. ¿Quiénes eran aquellos tipos tan estrafalarios? El numeroso plantel de muchachas casaderas y sus madres guardianas de su virtud salieron pronto de dudas, en cuanto Pablo se les iba acercando a saludarlas cortésmente. En un castellano más o menos aprendido a la carrera les iba diciendo: “Soy un correo que acaba de llegar de parte del Zar de Rusia. Y traigo esta carta para usted”. Les iba entregando un sobre a todas las mujeres, especialmente las jóvenes. Cada sobre contenía un “vale” que podían canjear en las tiendas más acreditadas por valiosos regalos, cajas de dulces, bombones, libros y alguna pequeña joya.
Él y su amigo Sorokin se hicieron famosos en cuestión de horas. Por su atrevimiento, su simpatía y el aura de generosidad principesca
Pablo el Ruso entró por el arco del triunfo a Granada. Él y su amigo Sorokin se hicieron famosos en cuestión de horas. Por su atrevimiento, su simpatía y el aura de generosidad principesca. Todo el mundo se los disputaba a partir de entonces. Aunque serían los miembros de la cofradía La Cuerda quienes se hicieron con su inquebrantable amistad, su alegría y sus bolsas de rublos. En el caso de Pablo, para el resto de su vida; en el de Sorokin, para los tres siguientes años.
Las copias alhambreñas de Pablo el Ruso
A Pavel Karlovich Notbeck también se le conoció en España como Pablo Notbeck, aunque algunas veces aparece como Paul Nottbeck, Paolo Notbeg (1824-1877) y alguna que otra variante. Nació en San Petersburgo en 1824. Estudió en la Escuela Imperial de Artes; tras una graduación muy brillante, la Academia lo envió a España a imitar a los arquitectos ingleses Owen Jones y Jules Goury, que había estado dibujando la Alhambra y sacando medidas que después sirvieron para una colección de láminas y para construir la réplica de la Alhambra en el Cristal Palace (exposición universal de Londres 1851).
También alquiló al Patronato Real la vivienda situada encima de la Puerta de la Justicia, donde montó su taller de trabajo y almacén del material que iría remitiendo a Rusia.
Por eso, nada más llegar a Granada se procuró la amistad del arquitecto de la Alhambra, Rafael Contreras, miembro de la cofradía La Cuerda. A partir de su llegada a principios de 1852, el simpático y rico extranjero Pavel pasó a ser Pablo el Ruso para todo el mundo. Se buscó hospedaje en la fonda San Francisco, donde la mayor parte del tiempo fue su único inquilino. También alquiló al Patronato Real la vivienda situada encima de la Puerta de la Justicia, donde montó su taller de trabajo y almacén del material que iría remitiendo a Rusia.
La estrecha amistad con los tres hermanos Contreras era imprescindible para él. Con Rafael por ser el responsable del monumento; con sus dos hermanos, para codearse con ellos en el taller de réplicas que tenían montado dentro de la Alhambra. Hacer réplicas en escayola mediante vaciados de paredes y mocárabes fue una práctica que empezó a ponerse de moda a partir de la guerra de la Independencia, tras ser descubierta la Alhambra por los primeros viajeros ingleses, norteamericanos y centroeuropeos. Todo el mundo quería llevarse como recuerdo una de aquellas placas de pequeño o mediano tamaño. Aunque los más poderosos reclamaron copias enteras de salas o templetes de las torres más representativas del monumento.
A eso precisamente se dedicó Pablo el Ruso durante la década larga que permaneció en Granada: a comprar reproducciones de los Contreras, a adquirir capiteles, columnas, fuentes, etc. y a ayudar a hacer los dibujos y vaciados de mocárabes que más le interesaban
A eso precisamente se dedicó Pablo el Ruso durante la década larga que permaneció en Granada: a comprar reproducciones de los Contreras, a adquirir capiteles, columnas, fuentes, etc. y a ayudar a hacer los dibujos y vaciados de mocárabes que más le interesaban.
El resultado de esa primera década de trabajo fue el envío de más de 280 reproducciones de la Alhambra a San Petersburgo. Unas son de pequeño tamaño, como las que continuaron vendiéndose hasta las primeras décadas del siglo XX; pero otras copias que sacó Pablo el Ruso son de gran tamaño; se trató de reducciones a 1/8 ó 1/12 de las medidas reales. Las mayores son enormes reproducciones de salas enteras para ser colocadas en grandes palacios de San Petersburgo.
Pablo el Ruso estuvo enviando cajas con réplicas y moldes a Rusia entre los años 1853 y 1863
Pablo el Ruso estuvo enviando cajas con réplicas y moldes a Rusia entre los años 1853 y 1863. No obstante, se sabe que en esa larga década hizo al menos dos viajes a San Petersburgo para acompañar sus envíos. Nuevamente, en 1869 volvió a regresar a Granada a trabajar junto a Rafael Contreras en vaciados con silicona con destino a diversos palacios de la aristocracia rusa.
De las enviadas por Pablo el Ruso, hoy se pueden ver en el Museo de la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo y los palacios Yusupov y Vladimir. Son interesantes las reproducciones completas de salas en este último palacio, aunque un tanto idealizadas de orientalismo
Las numerosas revoluciones y guerras que se han sucedido en Rusia desde finales del siglo XIX hasta la invasión alemana en la II Guerra Mundial han ocasionado pérdidas y daños a las colecciones que empezó a enviar Pablo el Ruso y que otros arquitectos continuaron todavía unas décadas más. Algunos de aquellos vaciados en el taller de los Contreras son únicos, personalizados por la mano de Pablo; otros, en cambio, son muy similares a los que perviven en colecciones, aunque varían en el coloreado final. Téngase en cuenta que de los dos talleres que regentó la familia Contreras (dentro de la Alhambra y más tarde en la Cuesta Gomérez) salieron muchos miles de copias que están repartidas por todo el mundo, tanto en museos como en colecciones particulares.
En lo referente a San Petersburgo, de las enviadas por Pablo el Ruso, hoy se pueden ver en el Museo de la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo y los palacios Yusupov y Vladimir. Son interesantes las reproducciones completas de salas en este último palacio, aunque un tanto idealizadas de orientalismo. Se sabe que Rafael Contreras y varios miembros más de La Cuerda fueron invitados a viajar a San Petersburgo para colaborar en el ensamblaje de varias reproducciones de la Alhambra.
Sorokin, el pintor de gitanos
Edvgraf Semyonovich Sorokin (1821-1892) fue españolizado como Eduardo Sorokin, aunque para los miembros de La Cuerda pasó a ser el nudo “Qué importa”. No era tan efusivo ni con una bolsa de monedas tan generosa como su compañero Pablo. También tenía más problemas de comunicación porque llegó sin saber ni una sola palabra de castellano. Pronto aprendió la expresión “Qué importa”, que repetía constantemente a todo cuanto se le preguntaba. Así se ganó el apodo.
Pero su atención la fijó más en el colorido mundo de los gitanos del Sacromonte, escenas de mercados, los toros, los pedigüeños callejeros y las procesiones
Sorokin era pintor. Había recorrido varios países de Europa tomando apuntes de su pintura, sobre todo religiosa y costumbrista. Aquellos bocetos y láminas se los llevó a Rusia y estuvo inspirándose durante el resto de su vida. De Granada le entusiasmaron las escenas religiosas de los grandes cuadros de las iglesias. Pero su atención la fijó más en el colorido mundo de los gitanos del Sacromonte, escenas de mercados, los toros, los pedigüeños callejeros y las procesiones.
En España no dejó nada importante de las obras que pintó en Granada durante los tres años que permaneció aquí (1852-4). Sí hay varias escenas de gran formato que están tomadas directamente de escenarios naturales de un ambiente familiar del Sacromonte o Vereda de Enmedio, o composiciones en las que mezcla fachadas de la calle Reyes Católicos, con pináculos de la Catedral y una niña pidiendo limosna a la puerta de una iglesia.
Embajadores del jamón de Trevélez
Los nudos de La Cuerda rusos descubrieron muy pronto lo que era un buen jamón de Trevélez. Por entonces procedían en su mayoría de cerdos de pata negra. No existía una crianza y salado de jamones alpujarreños en términos industriales; al contrario, la producción se limitaba al ámbito de lo doméstico. Pero conocida la calidad de aquellos cerdos criados en altura y perniles curados en el frío de Sierra Nevada, los jamones de esta tierra eran muy demandados en tiendas de Granada y por las familias adineradas de Madrid. Recordemos que, en 1862, tras degustarlo en su visita a Granada, la Casa Real concedió un sello para distinguirlos por su calidad de entre otras muchas carnes saladas que se repartían por toda España. Por mediados del siglo XIX ya empezaron tímidas exportaciones de patas negras a los mejores restaurantes, aunque se les solían llamar jamón al estilo de Granada o a la granadina. También hay referencias a exportaciones no muy cuantiosas de jamones alpujarreños a través de los varaderos de Adra y Motril.
Notbeck y Sorikin no sólo se enamoraron de los mocárabes de la Alhambra y el colorido del Sacromonte. También se convirtieron en empedernidos degustadores de jamón
Notbeck y Sorikin no sólo se enamoraron de los mocárabes de la Alhambra y el colorido del Sacromonte. También se convirtieron en empedernidos degustadores de jamón. Las clases pudientes granadinas accedían a la adquisición de jamones de Trevélez en el siglo XIX mediante dos sistemas: adquiriéndolos a familias que los curaban y destinaban para pagar impuestos, medicinas o deudas; y porque solían encargar su curación a conocidos y familiares que residían en la Alpujarra. En la vertiente Sur de la Sierra se decía hace siglo y medio que el que criaba un cerdo lo más que conseguía era comerse las paletillas.
En las cajas que preparaba Pablo el Ruso no sólo envió yesos y escayolas. También empezó enviando jamones de muestra para la nobleza rusa y a sus protectores de la Academia de San Petersburgo, y acabó convirtiéndose en corresponsal del jamón de Trevélez.
En las cajas que preparaba Pablo el Ruso no sólo envió yesos y escayolas. También empezó enviando jamones de muestra para la nobleza rusa y a sus protectores de la Academia de San Petersburgo, y acabó convirtiéndose en corresponsal del jamón de Trevélez. Así solía llamarlo el Duque de Osuna, que le conoció y también se convirtió en embajador de otros productos gastronómicos españoles en San Petersburgo; Osuna estuvo varios años de embajador en la corte imperial zarista.
Mientras de las actividades oficiales de Notbeck y Sorokin (copiadores de la Alhambra y cuadros) han pervivido bastantes muestras en museos y palacios de San Petersburgo, y por extensión en Rusia, de aquellas patas negras de Trevélez decimonónicas no han quedado ni unos huesos de muestra. Al menos, contribuyeron a abrir un mercado, el del jamón alpujarreño, que se mantiene pujante en la actualidad entre la Alpujarra y el país de los putines.
Aventuras y desventuras de dos rusos en La Cuerda
La Cuerda fue una cofradía bastante numerosa, formada por mayoría de miembros estables en Granada y algunos incondicionales que ya empezaban a viajar y trabajar fuera. No todos eran de Granada, en buena parte coincidieron en la ciudad por motivos de trabajo. Pero plenamente integrados en el bullicio cultural y festivo de un periodo en mitad de siglo que gozó de un paréntesis sin guerras carlistas. De todos los estables, existían los incondicionales, aquellos sin obligaciones familiares, que no se perdían una salida, juerga, concierto, excursión o comida. Otros iban y venían.
Y así lo hicieron todos los miembros de 'La Cuerda', con su humor característico por delante. Se fueron a una cerámica de Fajalauza, cogieron un ladrillo de barro, pidieron que los cocieran con una lechada vidriosa blanca al estilo de los tradicionales azulejos
Por eso Pablo el Ruso, convertido muy pronto en imprescindible y mano derecha del presidente, Giorgio Ronconi, pidió que cada uno de los miembros le entregase una tarjeta de visita para poder conocer a tantos cofrades; él escribiría rasgos destacados o caricaturescos sobre los papeles que le dieran. Y así lo hicieron todos los miembros de La Cuerda, con su humor característico por delante. Se fueron a una cerámica de Fajalauza, cogieron un ladrillo de barro, pidieron que los cocieran con una lechada vidriosa blanca al estilo de los tradicionales azulejos. Y sobre ellos escribieron con el tradicional azul Fajalauza los nombres de cada uno de los miembros de La Cuerda. Contrataron a un arriero con su burro y aguaderas, se presentaron en la fonda San Francisco de la Alhambra y se los fueron entregando a Pablo el Ruso para que guardase en su cartera las tarjetas, corrijo, los ladrillos de visita.
'La Cuerda' fue la tertulia más famosa y menos longeva de mediado el siglo XIX. Surgió en 1850 cuando un grupo de amigos empezaron a ir juntos a todos sitios. Una noche entraron al Teatro Cervantes a ver una obra, pero llegaron tarde y estaba oscuro. Iban cogidos de la mano, como una cuerda de presos galeotes
La Cuerda fue la tertulia más famosa y menos longeva de mediado el siglo XIX. Surgió en 1850 cuando un grupo de amigos empezaron a ir juntos a todos sitios. Una noche entraron al Teatro Cervantes a ver una obra, pero llegaron tarde y estaba oscuro. Iban cogidos de la mano, como una cuerda de presos galeotes. La voz de una dama anónima salió de uno de los palcos: “Ahí va la cuerda”. Y con La Cuerda se quedó el grupo a partir de entonces y hasta 1854 en que se disolvió por incomparecencia, es decir, porque la mayoría se fueron a trabajos y responsabilidades en otras ciudades y países. No obstante, fue la más famosa de todas las granadinas de ese siglo debido a que muchos de ellos fueron literatos y periodistas; dejaron infinidad de rastros escritos sobre sus aventuras y hazañas en sus obras.
Los principales nudos, miembros de La Cuerda granadina, con sus respectivos nombres de guerra y sus procedencias fueron:
NOMBRE |
APODO |
PROCEDENCIA/MOTIVO |
Giorgio Ronconi |
Ropones |
Venecia |
Pablo Notbeck |
El Ruso/Brisque |
San Petersburgo |
José Vázquez |
Sidonia |
|
José Moreno Nieto |
El Maestrico |
Extremadura |
José Joaquín Soler |
El Abate |
|
Juan Arambide |
Maese Juan el Espadero |
|
José Casielles |
Maestro Tecla |
Fabricaba pianos |
Manuel Moreno González |
Bizot |
|
José Esteban |
El Archivero |
|
Eduardo Sorikin |
Qué importa |
Moscú/Única expresión que aprendió en castellano |
Julio Dutel |
Agosto |
Rusia/Porque llegaba un mes tarde |
José González Bande |
El Pintaor |
Desarrapado, como un gitano de ese apodo |
Mariano Vázquez |
Puerta |
|
José Fernández Jiménez |
Ivón el Enterrador |
Por la obra que escribió con ese título |
José Castro y Serrano |
Novedades |
Siempre daba noticias |
Pedro Antonio de Alarcón |
Alcofre |
Guadix |
José Salvador de Salvador |
La Polisada |
|
Juan Facundo Riaño |
London |
Por sus viajes a Londres, donde se casó |
Manuel Fernández y González |
El Poetilla |
Sevillano/Novelista |
Rafael Contreras |
Mojama |
|
Francisco Rodríguez Murciano |
Malpieri |
Por haber cantado en una ópera ese personaje |
Antonio de la Cruz |
El Nevado |
|
Antonio Marín Torres |
Gabia |
|
Gaspar Méndez |
Ocasión |
Por su gran calva… la ocasión la pintaban calva |
Leandro Pérez Cossío |
Doctor Malatesta |
Cartagena |
Eduardo García Guerra |
Barcas |
Por sus enormes pies, como barcas |
Pablo Jiménez |
Velones |
Por dos enormes que tenía en su botica |
Miguel de Pineda |
Vilches |
|
Manuel Fuentes |
Quebraor |
Por su mal manejo de cosas quebradizas |
José Luque |
Pipelet |
|
Además de los mencionados anteriormente, varias decenas más de jóvenes de la vanguardia cultural granadina de mediados del XIX frecuentaron La Cuerda, entre ellos Bonifacio Riaño (hermano de Juan), Emilio Estrada, el jienense José Jiménez Serrano, Ramón Entrala, Francisco Lozano, Enrique León, Antonio Gómez Matute, Francisco Javier Cobos, Manuel Góngora, Talens, Antelo, Andreu, Zabala, Bedmar, Paso, Zorrilla, Peralta, Eguilaz Yanguas, Mikailoff, Afán de Rivera, Burgos, Aureliano Fernández Guerra, Cueto, Castro y Orozco, Infante, Lafuente Alcántara, Manuel del Palacio, Méndez Vellido, etc.
Sus lugares habituales de reunión fueron un local en la calle Recogidas, frente a la iglesia de San Antón, el Carmen de Buenavista (de Ronconi) y la fonda San Francisco. Sus lugares preferidos de correrías, comidas y bailes estuvieron en el entorno de la Alhambra
Sus lugares habituales de reunión fueron un local en la calle Recogidas, frente a la iglesia de San Antón, el Carmen de Buenavista (de Ronconi) y la fonda San Francisco. Sus lugares preferidos de correrías, comidas y bailes estuvieron en el entorno de la Alhambra.
Impresionantes nevadas y trineos en la Alhambra
El año 1854 comenzó en Granada con una intensísima nevada que cubrió la Alhambra y el entorno donde se movía Pablo el Ruso con más de un metro de nieve. La perspectiva de toda la Vega debió ser muy parecida a las estepas de su Rusia natal. Así lo dejó dibujado a carboncillo en un esbozo que hizo del patio de los Aljibes.
Para entonces su reputación y exquisitez estaban fuera de toda duda, de manera que acudieron presurosas varias decenas de las hijas de mayor alcurnia de Granada. La nevada vino acompañada de un frío de los demonios
El día de la Toma El Ruso organizó una fiesta en la Alhambra a la que invitó a las jóvenes casaderas más sobresalientes de la sociedad granadina. Para entonces su reputación y exquisitez estaban fuera de toda duda, de manera que acudieron presurosas varias decenas de las hijas de mayor alcurnia de Granada. La nevada vino acompañada de un frío de los demonios. Todo el grupo vio el atardecer nevado desde los altos de los Mártires, con El Ruso explicando el parecido que había con la zona de San Petersburgo, pero así durante más de medio año. Agasajó a la concurrencia con abundante merienda y baile.
Pero cuando llegó la hora de regresar, todo seguía nevado y los coches de caballos de las damas apenas conseguían acceder hasta la Puerta de las Granadas. Además, todo el bosque carecía de iluminación artificial para poder guiarse. Pero aquellos imponderables ya habían sido previstos por El Ruso. En primer lugar, había contratado a varios jóvenes que, provistos de hachones encendidos, bordeaban las cuestas del bosque entre el final de la calle Gomérez y la explanada de los Aljibes.
En cuanto al sistema de transporte también tenía solución esteparia. ¡A unos rusos los iba a dejar aislados una nevada!
En cuanto al sistema de transporte también tenía solución esteparia. ¡A unos rusos los iba a dejar aislados una nevada! Desde días antes, cuando empezó a nevar, Eduardo Sorokin había dirigido la construcción de media docena de trineos como los que utilizan los niños para jugar, pero de hasta cuatro o cinco plazas. En aquellos trineos, conducidos por El Ruso, Sorokin y cuatro miembros más de La Cuerda, subieron las damas. Se deslizaron con suavidad y control zigzagueante por las pronunciadas pendientes. Todos llegaron ilesos, bajo la luz de los hachones, hasta los coches de caballos en la puerta de las Granadas… excepto el trineo que conducía El Ruso. No se supo si por su impericia o porque lo hizo a propósito, pero dio un revolcón en la nieve a las damas que transportaba a su grupa. En aquel revolcón, el arquitecto perdió algo que guardaba en un bolsillo de su abrigo. Lo tomó rápidamente y volvió a esconderlo.
Pablo 'el Ruso' decía que estaba enamorado de un pie y una dama tras conocer su zapato
Resultó que el misterioso objeto era un zapato. Los miembros de La Cuerda no consiguieron averiguar a qué dama pertenecía, pero concluyeron que su titular debía ser poseedora de un pie y un cuerpo demasiado hermoso. Pablo el Ruso decía que estaba enamorado de un pie y una dama tras conocer su zapato. Lo guardó durante meses con la intención de buscar “la horma de su zapato”. No debió encontrarla, ya que regresó a Rusia tan soltero como había venido.
Como se ve, las aviesas intenciones de los jóvenes solteros atados por La Cuerda pasaban por disfrutar de buenos ratos y, a poder ser, de ligar con jóvenes de buena sociedad. Y de mucho magreo con los perniles de Trevélez. Un día de primavera organizaron un festín en los jardines de San Francisco. Pero estaban hartos de que las muchachas acudieran siempre acompañadas de una caterva de moscones pretendientes, primos y admiradores; en las invitaciones indicaron que deberían ir solas. Pero no ocurrió así, todas llegaron con carabina.
Ordenó a los camareros que no sacaran ninguna bandeja con la abundante comida que había preparado. Unas señoritas se percataron de que en la cocina había un repleto ágape que no les ofrecían, ni tan siquiera agua. Empezó a correr el rumor del desaire, los cuchicheos se hicieron notar
Pablo el Ruso, encumbrado ya como jefe de La Cuerda, pagador del evento, y muy cabreado por tanto arrimado, sometió a invitados e invitadas a bailes, cantos y recitales poéticos. Ordenó a los camareros que no sacaran ninguna bandeja con la abundante comida que había preparado. Unas señoritas se percataron de que en la cocina había un repleto ágape que no les ofrecían, ni tan siquiera agua. Empezó a correr el rumor del desaire, los cuchicheos se hicieron notar.
Entonces Pablo el Ruso le dijo a su camarero que anunciase que la sopa se había pasado, no la podría servir. Pablo pidió que preparasen una paella. Una hora más tarde, el camarero volvió a informar que la paella va pasada. Pablo ordenó que hiciesen fritos. Pero el camarero, al rato, volvió a decir que la fritura no estaba para ser servida. Así varias veces más, hasta que las señoritas y sus acompañantes empezaron a pedir abrigos y sombreros para marcharse. Muy ofendidos por el desplante, los autoinvitados del gañote se marcharon de la fonda de San Francisco exclamando “¡La comida, la comida!”. Al instante entró un ladrillo por una ventana; rompió varios platos de los que habían preparados y no servidos.
El dueño de la fonda vio desde un balcón correr a un conocido gitano. Cuando fue preguntado por la autoría del ladrillazo, respondió que unos señoritos cabreados le habían pagado un duro por apedrear la cocina. Los moscones les habían fastidiado la fiesta; los miembros de La Cuerda comieron solos hasta dónde y cuánto pudieron.
He extraído datos e ilustraciones de dos tesis doctorales muy interesantes: “Maquetas de la Alhambra en el siglo XIX. Una fuente de difusión y de información acerca del conjunto nazarí” (2017), de Asunción González Pérez; y “Arquitectura y restauración arquitectónica en la Granada del siglo XIX. La familia Contreras.” (2014), de Francisco Serrano Espinosa.
Para conocer la historia del jamón de la Alpujarra hay que recurrir por obligación al libro “El jamón de Trevélez…” (2016) de Juan González Blasco.