Cuando los trenes paraban en todas las estaciones (Versátiles Editorial, 2019), es la última propuesta poética de José Pastor González. El también poeta José Luis Martínez Clares nos ofrece una crítica de altura.
Hubo un tiempo en que las salas de espera de las estaciones de tren eran un buen refugio para poetas provincianos y faunos erráticos, un tiempo en que algunos habitantes del páramo, intuyendo cercano su final, decidieron erigirse en el páramo mismo con el único objetivo de prolongar su agonía. "Soy el páramo" fue su grito de entonces, el mismo que ahora aúllan, sin más lirismo que el del silencio, los versos de José Pastor González, versos vaciados de cualquier artificio que laten siguiendo la melodía de un pueblo abandonado.
José Pastor González (Barcelona, 1967). Autor de libros de poesía
Cuidado con el perro (Ediciones RaRo, 2009),
El ruido de los cuerpos al caer (Editorial Groenlandia, 2012),
Alguien tiene que limpiar la mierda (Ediciones RaRo, 2013) y
Cuaderno de veredas (Piedra Papel Libros, 2016). Sus textos aparecen en numerosas revistas y fanzines literarios. Su blog es
http//librosyaguardientes.blogspot.com
Algunos lugares no tienen pasado sino mitología. Sé de lo que hablo: ¿dónde están los veranos de mi juventud? / ¿dónde los viajes a cualquier sitio? / ¿dónde las bicicletas las risas la rebeldía? Por eso, mientras leo a José Pastor, preferiría no acordarme del fin del mundo conocido. Del fin del mundo que habité. De un mundo que alguna vez fue el mío. O el tuyo. Me refiero, por ejemplo, al mundo en que la Polla Records entonaba su Nosomosnada, un mundo de carreteras comarcales que nos regalaban la soledad de un árbol en medio de la llanura o la promesa de un hotel-restaurante construido a espaldas de la opulencia o el aroma de una cantina que parecía sacada de La Isla del Tesoro en cuyas paredes colgaban fotografías en blanco y negro y un gran póster de Camarón, un mundo en el que se podía viajar con los bolsillos vacíos y la cabeza llena de dudas si todavía no habías perdido el último tren de una vía férrea desmantelada. Lo dicho. Preferiría no acordarme. Pero la memoria es una mosca cojonera y Pastor, que no frecuenta la nostalgia por respeto a lo que nunca fuimos, escribe con esa memoria colectiva agarrada al presente. Se diría que lo que cuenta en sus versos, de alguna manera, sigue sucediendo ahora aunque yo me empeñe en leerlo con mis ojos de entonces.
Un poeta que madruga y que siente frío y que se sube a furgonetas que le llevan al curro; un poeta que se gana el pan agarrado a una tierra que no le pertenece y que, de vuelta a casa, cuando el sol apenas guarda memoria de haberlo sido, escribe versos a la sombra de un buen tinto
Tiene gracia. Con mis ojos de entonces. Así lo leo. Aunque siga habiendo campo y siga habiendo pueblos y más allá sólo esté el mar. Aunque allí, aturdidos por el silencio, de amanecida, camino de la tasca o de los bancales, los pocos tipos que persisten tengan que partirse el lomo para ganarse la vida igual que se parte un verso inacabado buscando la belleza. Sé por sus poemas que, entre otras muchas cosas, José Pastor ha sido camarero pinche de cocina feriante, pero ahora no es más que un poeta que trabaja con sus manos. Con sus manos de poeta quiero decir. Un poeta que madruga y que siente frío y que se sube a furgonetas que le llevan al curro; un poeta que se gana el pan agarrado a una tierra que no le pertenece y que, de vuelta a casa, cuando el sol apenas guarda memoria de haberlo sido, escribe versos a la sombra de un buen tinto; un poeta al que no le quedan fuerzas ni ganas de soñar, pero que siente que la oscuridad es acogedora; un poeta que, pese a todo, nunca daría un paso atrás ni regresaría a O.K. Corral ni te confesaría su actual paradero para que vinieses a rescatarle; un poeta que hoy, una vez más, al caer rendido en la cama para velarte junto al insomnio, se preguntará, gracias a uno de esos pocos resquicios que los verdaderos poemas conceden a los versos de amor, para qué sobrevivir sin ti.
Tal vez consiga dormir dos horas de un tirón. Seguro que con eso le basta para plantarle cara a su dolor. Porque él es el páramo. Y los demás pronto seremos piedra y olvido
Tal vez consiga dormir dos horas de un tirón. Seguro que con eso le basta para plantarle cara a su dolor. Porque él es el páramo. Y los demás pronto seremos piedra y olvido. Y, cuando eso suceda, nadie querrá acordarse de que hubo un tiempo en que los trenes paraban en todas las estaciones, un tiempo al que José Pastor González le dedica este libro que presentó hace unos días en el mesón La Fabriquilla de Lobras. Allí, entre poetas provincianos y faunos erráticos, recitaron Arantxa Casado y Miriam Gámez bajo el auspicio de Chiara Calegari. Y Lou Reed y Jack Nicholson invitaron a tequilas. Y rasgaron sus guitarras los Cicatriz. Me rebosa la tinta de emociones al escribir su nombre. El nombre de un libro. Porque puede que en el fondo no seamos nada, que ya no tengamos pasado sino mitología, pero yo daría lo que fuera porque hubiese más poetas como José Pastor, poetas sin remilgos ni sutilezas ni estupideces que simplemente olviden sobre el papel aquellas viejas consignas de los lobos extinguidos.
Descripción de un día luminoso de diciembre desde la terraza
ha florecido el clavel de monte
entre los árboles desnudos
hacen su vida
unas currucas unas lavanderas y una pareja de mirlos
la vecina tiende la colada de ropa blanca
sábanas calcetines braguitas camisetas
por el camino del río
marchan
como un ejército en retirada
el pastor el rebaño de ovejas y los perros
todavía hay escarcha y jirones de niebla
en los rincones
la gente está a sus quehaceres
en la aceituna
o quemando ramas
o de compras
o preparando la comida
o bebiendo en los bares
hacen su vida
como los pájaros entre los árboles
o como un ejército en retirada
fumo un cigarro
miro a los ojos al sol
y el culo de la vecina
huelo el viento como un lobo
como un animal salvaje
cuento colores
escribo palabras
leo a Iván Rojo
en el cielo las nubes se van asentando
en la tierra la niebla se va posando
sin prisas
a pesar del sol
es un día de invierno
fumo un cigarro
no tengo ninguna prisa
he aprendido a no esperar nada
como los pájaros entre los árboles
o como un ejército en retirada.
José Pastor González
José Luis Martínez Clares (Gor, 1972) ha publicado los poemarios
Palabras efímeras (2010),
Vísperas de casi nada (2011),
Lo que mirarán tus ojos (2016) y
Doctorado en vientos (2018), y el libro de crónicas
Versos para descreídos (2013). También podemos encontrar algunos de sus poemas en antologías de diversa índole, destacando entre las mismas
Todo es poesía en Granada (2015),
Ciudad celeste (2016),
Lift off Especial Bowie (2016) y
Antología de poesía iberoamericana actual (2018). Además, por su obra poética ha obtenido varios premios literarios, como el Águila de Poesía y el Federico Muelas.
Maestro de profesión, Martínez Clares fue director durante una década (2004-2015) de la revista
Puerta de la Villa y, en la actualidad, es miembro del Departamento de Arte y Literatura del Instituto de Estudios Almerienses y colabora en diversos medios digitales y en revistas literarias.
Más información en:
http://martinezclares.blogspot.com.es