Los granadinos de Aragón
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Alrededor del 8-10% de los habitantes de Zaragoza descienden de los mozárabes emigrados tras la conquista fallida del Reino de Granada, a principios del siglo XII
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El monarca 'de moda' fue convencido por 12.000 cristianos granadinos para que acudiera a liberarlos de la tiranía de los almorávides
Algunos estudiosos del tema elevan la cifra de granadinos huidos a Aragón tras Alfonso I incluso hasta el doble. Pero eso sería si añadimos los de Murcia y zona levantina que también se sumaron a la Hueste de España a su regreso a Zaragoza. El documento más antiguo que existe en los archivos aragoneses, el Fuero de Mallén (año 1132), hace referencia a los esfuerzos del rey guerrero por repoblar con mozárabes andalusíes los nuevos territorios conquistados a los musulmanes de Saraqusta. La mayoría de granadinos exiliados eran agricultores y artesanos que encajaron perfectamente en unas tierras feraces regadas por el Ebro medio. Se les eximió del pago de impuestos durante las dos primeras décadas.
Los granadinos recibieron tierras, casas y fueros para quedarse a vivir en la zona del valle del Ebro comprendida entre la frontera actual de Navarra y Zaragoza, en municipios de la Encomienda de Mallén (Mallén, Novillas, Gallur… el campo de Borja). Esta comarca había sido arrebatada a los musulmanes en 1119 y quedó muy despoblada.
El censo de lo que entonces era el reino de Aragón (que rebasaba por muy poco el valle del Ebro hacia el Sur-Sureste) apenas superaba los 30.000 fuegos u hogares; a una media de 4-5 almas por hogar, Aragón por entonces rondaría los 130.000 habitantes. Con lo cual, la suma de otros 3.112 fuegos procedentes del Reino de Granada supusieron un aumento de población de entorno al 8-10%. Zaragoza se estaba poblando por entonces con gentes de los condados pirenaicos y francos procedentes de Bearn y Bigorra. Además de los musulmanes, convertidos en mudéjares, que desearon quedarse tras la conquista cristiana del reino hudí.
Los granadinos recibieron tierras, casas y fueros para quedarse a vivir en la zona del valle del Ebro comprendida entre la frontera actual de Navarra y Zaragoza, en municipios de la Encomienda de Mallén (Mallén, Novillas, Gallur… el campo de Borja). Esta comarca había sido arrebatada a los musulmanes en 1119 y quedó muy despoblada. Conocemos las continuas referencias a los granadinos allí asentados por las donaciones que hizo Alfonso el Batallador a las órdenes militares del Temple y San Juan de Jerusalén, bajo cuyos dominios quedaron.
Alfonso I, el emperador de moda
Alfonso I de Aragón, el Batallador, era a principios del siglo XII el rey de moda de los reinos cristianos de la Península. Ostentaba el título de Emperador porque durante unos meses estuvo casado con Urraca de León-Castilla; sus dominios se extendieron desde Galicia hasta los condados catalanes, ya que también Navarra era suya. En muy pocos años, los pequeños condados pirenaicos habían avanzado en la llanura hasta conseguir dominar todo el tramo medio del río Ebro, e incluso sobrepasarlo en algunos casos. Zaragoza fue cristiana a partir de 1118. Alfonso I había sido ayudado en sus conquistas por la nobleza feudal del norte de los Pirineos, con cuyos magnates estaba emparentado. La sociedad zaragozana empezaba a tornarse rápidamente de musulmana a cristiana, con sus consiguientes cambios religiosos y sociales.
Cuadro que representa a Alfonso I de Aragón, el Batallador, en el campo de batalla. Obra de Francisco Pradilla (1879).
Paralelamente, en la zona sur de Al-Andalus (con Granada como capital), se habían establecido las tribus almorávides a partir del año 1090. Estos nuevos conversos africanos llegaron para poner orden al desmán de los reinos taifas; al tiempo que consiguieron la reunificación musulmana por las armas, también habían puesto en práctica un sistema de unidad religiosa: o se era musulmán o había que cargar con mayores impuestos y desigualdades. La situación para los cristianos granadinos (mozárabes que procedían de población hispano-goda) se hizo insostenible a partir de 1099; se les prohibió profesar su religión en público y se les perseguía. La gota que colmó su paciencia fue la destrucción de su principal iglesia, la que existía a poca distancia de la Puerta de Elvira, que fue quemada el 23 de mayo de 1099. Algo parecido les había ocurrido en aquella revuelta a las otras tres grandes iglesias mozárabes procedentes de tiempos godos: la de San Esteban, en el lugar de Natívola (zona de la Alhambra), la de San Vicente Mártir y la de San Juan Bautista. Una referencia indica que los cristianos corrieron a encerrarse en el Castillo Rojo (la parte de la alcazaba de la Alhambra).
La presión de los musulmanes almorávides sobre los cristianos granadinos les abocó a dirigirse al rey Batallador solicitándole ayuda. No ocurrió una vez, sino que fueron enviadas infinidad de cartas desde las principales poblaciones del Reino de Granada. Incluso también lo hizo la comunidad judía de Lucena, su principal refugio desde el pogromo (matanza) de 1066
La presión de los musulmanes almorávides sobre los cristianos granadinos les abocó a dirigirse al rey Batallador solicitándole ayuda. No ocurrió una vez, sino que fueron enviadas infinidad de cartas desde las principales poblaciones del Reino de Granada. Incluso también lo hizo la comunidad judía de Lucena, su principal refugio desde el pogromo (matanza) de 1066. Se desplazó hasta la Aljafería de Zaragoza una delegación cristiana granadina al mando del noble Ibn Qalas, con una relación de doce mil nombres de soldados que estarían dispuestos a pasarse al ejército aragonés, en caso de tomar Granada al asalto.
Para excitar aún más el interés del rey aragonés, los mozárabes granadinos le hablaban en sus cartas de las excelencias que ofrecían las tierras granadinas: su dilatada vega, sus copiosas producciones de cereales, el cultivo del lino en las riveras del Singilis (que significaba cien veces el Nilo), la abundante y mejor seda del mundo; viñas, olivares y todas clase de frutos del paraíso, su abundancia de aguas y nieves, su alcazaba y una ciudad amurallada de más de sesenta mil almas (Saraqusta apenas superaba las 17.000), la belleza de sus mujeres mestizas, sus costas para poder navegar por todo el Mediterráneo, y especialmente para viajar a Tierra Santa… En suma, que Granada era llamada la giba del dromedario, es decir, la mejor parte del reino.
Galería de reyes del Alcázar de Segovia que representan al matrimonio Alfonso I de Aragón y Urraca de León-Castilla.
El rey aragonés estaba eufórico tras sus continuos avances hacia el Sur. Conocía el momento de debilidad que atravesaban los almorávides de Al-Andalus desde 1121, ya que la creciente secta almohace se les había subido a las barbas en África y habían trasladado allí buena parte de sus tropas. Como principal aliado y consejero contaba con Gastón de Bearn, conde franco que le había ayudado a conquistar Zaragoza y convertido en su alcaide; éste había participado en la Cruzada de Jerusalén con gran éxito. Fue el encargado de idear los castillos y torres de asalto a la ciudad santa, y de los primeros en entrar. El modelo caballeresco medieval de Alfonso y Gastón era Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, quien había sido capaz de tomar Valencia al asalto y crear un principado cristiano en medio de Al-Andalus. Así las cosas, ellos no iban a ser menos: organizarían una cruzada para tomar la capital musulmana de Al-Andalus, Granada. Harían un corredor costero entre Aragón y Granada, y desde ahí empezarían a extender su dominio cristiano como una mancha de aceite.
1125-26, la Cruzada de Granada
Los años 1124 y 1125, aprovechando la disminución de tropas almorávides en la Península, el rey de Aragón estuvo preparando su cruzada hasta Granada. Acumuló armas y tropas en Zaragoza, dando a entender que sus planes consistían en la reconquista de Valencia, perdida un cuarto de siglo atrás al morir el Cid. Reunió a su consejo de guerra en Uncastillo en la primavera de 1125 para explicarle los planes. Iban a cercar Valencia, pero no llevarían máquinas de guerra por lo trabajoso que era; las fabricarían durante el sitio. En eso era experto el cruzado templario Gastón de Bearn. Era necesario reunir al menos 4.000 hombres a caballo y el doble de lanceros y arqueros. Además, la nutrida tropa de sirvientes, hombres de oficio, proveedores y sus correspondientes churrianas. Se preveía un asedio largo, por lo cual también habría que asegurar un corredor de suministros entre Aragón y Valencia a través de Teruel. Asimismo, en el invierno de 1124 se había adelantado una avanzadilla hasta el paso de Benicadell (montañas entre Valencia y Alicante) para cortar el acceso a posibles refuerzos desde Granada.
Pero la realidad era otra muy distinta. Lo que se pretendía era pasar de largo por Valencia, atravesar Benicadell y bajar hacia Granada casi bordeando el Mediterráneo. No se deseaba perder fuerzas ni alertar a las principales ciudades y castillos musulmanes. Los cruzados aragoneses partieron del valle del Ebro a primeros de septiembre de 1125 (según la crónica de Orderic Vital) o a principios del 519 de la Hégira (según la crónica de Ibn Assairaf), con lo cual hay pocos días de diferencia entre ambos historiadores. Finalmente, sí entablaron algunas escaramuzas a las afueras de Valencia, donde se les unieron algunos soldados mozárabes. Pasaron al lado de las principales ciudades levantinas.
Mapas de cómo estaba repartido el territorio de la Península a comienzos del siglo XII e itinerario seguido por la Hueste de España. Fuente: Libro El Reino de Cristiania.
La columna del ejército se plantó en el valle del Almanzora, zona de Purchena (Almería), a finales de noviembre. En Tíjola acamparon ocho días para descansar. Pasaron de largo por Baza al ver que la ciudad estaba bien defendida, de manera que se presentaron en Guadix ya entrado diciembre. También intentaron la toma de la ciudad accitana por uno de sus cementerios, pero fueron repelidos. En las proximidades de Guadix decidieron montar un campamento más estable para pasar las Navidades; lo hicieron en un lugar que llamaban Alcázar; allí estuvieron durante un mes comprobando que no aparecía ningún ejército a cortarles el paso y siendo abastecidos por los comerciantes del Reino de Granada.
Los primeros días de enero reemprendieron la marcha hacia Granada. Suponemos que lo harían a través de los llanos de Diezma y el actual Parque de la Sierra de Huétor, para aparecer por el valle del río Bermejo y acampar en las laderas de Nívar. Desde aquí tenían la ciudad de Granada a la vista.
El efecto sorpresa de los cruzados había desaparecido. Era muy fácil adelantar mensajeros ante la llegada de tan colosal columna; además, el propio Alfonso de Aragón había avanzado cartas al gobernador almorávide de Granada durante su estancia en Guadix, llamado Temin Ben Yusuf. Desde Granada habían solicitado ayuda urgente al emir de Marraquech, Yusuf Ibn Tesufín. Los cruzados aragoneses debieron comprender muy pronto que Granada era una ciudad demasiado grande, fuerte y poblada como para ser tomada por asalto. Peor aún si se decidía ponerle cerco: no habría forma de cerrarlo por la zona montañosa y, tarde o temprano, acudirían fuerzas musulmanas desde otros territorios o desde África.
Alfonso I no vio aparecer a los 12.000 guerreros mozárabes de la lista que le fue enviada. El promotor de Ibn Qalas le culpó de haberse demorado mucho y avisar de su llegada con el envío de cartas pidiendo la rendición. El resultado no fue el esperado por la parte cristiana. Los espías y exploradores comprobaron que Granada contaba con una cerca imponente, cerrada casi por completo
Alfonso I no vio aparecer a los 12.000 guerreros mozárabes de la lista que le fue enviada. El promotor de Ibn Qalas le culpó de haberse demorado mucho y avisar de su llegada con el envío de cartas pidiendo la rendición. El resultado no fue el esperado por la parte cristiana. Los espías y exploradores comprobaron que Granada contaba con una cerca imponente, cerrada casi por completo. También disponían de dos castillos a la izquierda del río, el llamado Castillo Rojo (actual Alcazaba de la Alhambra, que era la única parte construida por entonces de la ciudadela) y las Torres Bermejas. También había una alcazaba vieja en la parte alta de la ciudad (actual Albayzín), rodeada de murallas. En el interior se apostaron semanas antes todas las tropas que fue posible acopiar a los almorávides. Dentro de Granada habían comenzado las matanzas y venganzas contra los mozárabes considerados traidores.
Si desde que partieron de Aragón a primeros de septiembre pasado apenas les había llovido, el día 7 de enero de 1126 cayó una tremenda nevada en el campamento de la ladera de Nívar. Alfonso I no se había percatado de que un paño de la muralla de Granada –en la zona del Arenal- se encontraba semiderruido y disimulado con ramaje; lo estaban reconstruyendo a toda prisa tras haber sido derribado por una crecida del Darro tiempo atrás. Entonces cambió de planes; tomó la decisión de organizar una razzia por el Reino de Granada en busca de botín. Levantó el campamento el 22 de enero. Durante el tiempo de estancia ante Granada, se habían ido deslizando de la ciudad varios miles de mozárabes, que se sumaron a la columna cruzada.
El recorrido de los cruzados les encaminó hacia Córdoba, por Maracena, Pinos Puente, Alcalá, Luque, Priego... Pero finalmente dieron la vuelta antes de llegar a Lucena y se volvieron de nuevo a Granada, tras conocer que una columna del ejército almorávide ya venía a su encuentro desde Sevilla. A la altura de Puente Genil, cerca de la torre de Arnisol, entablaron batalla (9 de marzo de 1126), con resultado favorable para la Hueste de España.
El ejército aragonés regresó por Antequera, Loja y la Vega de Granada, pero en vez de volver a Granada y Aragón, tomaron el camino de la Costa a través del Valle de Lecrín. Pasaron por el desfiladero de Benaudalla, visitaron Salobreña, Almuñécar, hasta llegar a la costa de Vélez-Málaga. El rey efectuó la toma simbólica del Mediterráneo, comieron pescado y comenzaron la retirada por donde habían bajado. Nuevamente instalaron sus campamentos en las cercanías de Granada, entre Dílar y Alhendín. Se les seguían sumando mozárabes procedentes de todas las poblaciones ante el temor de ser asesinados.
Torre vigía de Arnisol, cerca de Puente Genil, en cuyas inmediaciones se enfrentaron las tropas cristianas de Aragón y las almorávides de Al-Andalus en marzo de 1126.
A primeros de mayo comprendieron que era imposible la conquista de Granada. Cada vez se iban concentrado más tropas musulmanas venidas de África. Así es que la columna cruzada pasó por las inmediaciones de la muralla granadina y se encaminó de nuevo hacia Guadix. Tras ellos iba una enorme columna de mozárabes, que fue engrosando por donde pasaban. La crónica de Orderic Vital dice que la peste, las enfermedades y el cansancio se cebaron sobre los cruzados y sus seguidores cristianos. Con lo cual cabe pensar que de Granada partieron muchos más de los 12.000 que llegaron. Además, estuvieron continuamente acosados por las guarniciones almorávides que les siguieron hasta rebasar Valencia. La marcha de la Hueste de España acortó distancias por el interior (pasaron cerca de Caravaca). En poco más de mes y medio llegaron a Zaragoza, tras una penosa marcha a pie de 160 leguas.
Graves represalias para los cristianos granadinos
Si ya desde la llegada de los almorávides (en 1090) los mozárabes de Al-Andalus venían sufriendo todo tipo de vejaciones y prohibiciones para practicar su religión, la cruzada de Alfonso el Batallador supuso la práctica desaparición de los cristianos de Granada. Hasta 1090 habían sido respetados por los musulmanes, por eso suponían más de un tercio de la población. Con la marcha de una buena parte a Aragón, los asesinatos masivos y las conversiones forzadas, el cristianismo prácticamente dejó de existir en Granada.
A pesar de las conversiones, los cristianos supervivientes fueron deportados en masa hacia África, donde quedaron repartidos por varias ciudades (muchos en Salé); los jóvenes fueron esclavizados y formaron parte de los ejércitos durante los años siguientes
A pesar de las conversiones, los cristianos supervivientes fueron deportados en masa hacia África, donde quedaron repartidos por varias ciudades (muchos en Salé); los jóvenes fueron esclavizados y formaron parte de los ejércitos durante los años siguientes.
Se abrió un debate jurídico en Granada y Marraquech acerca de qué medidas tomar con los mozárabes y sus propiedades, y la licitud a ojos de la ley musulmana. El tema fue estudiado durante dos años. Finalmente, emitieron dos sentencias condenatorias a mozárabes del reino de Granada, en represalia por la cruzada de Alfonso el Batallador; fueron redactadas por los dos cadíes que gobernaron la ciudad en aquel momento: Abu-l-Qasim Ahmal b. Muhammad Ib Wind (1073-1146) y Abu-l-Fadl Iyad b. Musa b. Yyad al Yuhsubi al-Sabti (1083-1149). En ellas se consideraba lícito apropiarse de sus bienes y enviarlos a la esclavitud por la alta traición cometida.
Como anécdota, recuérdese el terrible final que tuvo el jefe del ejército cruzado aragonés, Gastón IV de Bearn. Este héroe templario de la toma de Jerusalén fue a morir en una escaramuza a las afueras de Valencia, en 1131, sólo cinco años después de haber capitaneado su ejército por el corazón de Granada. Le fue cortada la cabeza, clavada en una pica y enviada al gobernador de Granada. La cabeza de Gastón estuvo expuesta en todos los mercados de Granada y en la Puerta de Elvira, antes de ser remitida al emir almorávide a Marraquech, donde se incorporó a la colección de cráneos de los enemigos vencidos. El cuerpo de Gastón de Bearn fue comprado al alcaide de Valencia a cambio de su mismo peso en oro. Lo enterraron descabezado en la catedral románica de Zaragoza. Pero en las dos reconstrucciones posteriores, hasta acabar en la famosa Basílica del Pilar actual, desapareció el cadáver. Sólo se conserva en el museo catedralicio de Zaragoza el famoso olifante que trajo de Jerusalén, un cuerno para dar órdenes en las batallas.
También acudió a esta cruzada el joven García Ramírez de Pamplona, quien a la muerte de Alfonso I de Aragón (1134) no aceptó su testamento que legaba sus reinos a las órdenes militares y desgajó Navarra para restaurar el reino navarro de sus antepasados.
Olifante de Gastón IV de Bearn, en el museo de la Catedral de Zaragoza. Lo trajo el guerrero de Jerusalén, donde participó en la Primera Cruzada (1099). Con él daba las órdenes en el campo de batalla.