Granada homenajea a Miguel Giménez Yanguas
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Organiza el colectivo de Ingenieros, pero el homenaje se ha extendido a instancias culturales y universitarias de toda Granada
“Al mismo tiempo –añade la invitación–, somos conscientes de que la valía y estima pública a que se ha hecho acreedor trasciende el ámbito de la ingeniería, siendo como es una persona muy estimada en muy diversas instancias culturales y universitarias de Granada. Por esa razón no hemos querido organizar un acto exclusivamente colegial, sino hacerlo extensivo a todas aquellas instituciones y personas que han estado estrechamente ligadas a las muy diversas iniciativas que ha protagonizado". El homenaje tendrá lugar esta noche, a las 20,30 h., en el Hotel Luna de Granada.
Con este motivo, recuperamos la semblanza que publicó nuestro colaborador en la revista cultural ALHÓNDIGA recientemente.
Escribir una semblanza sobre Miguel Giménez Yanguas es como pedirme que redacte una biografía de Leonardo Da Vinci. Con el agravante de que es amigo mío y está escrito casi todo sobre él
Escribir una semblanza sobre Miguel Giménez Yanguas es como pedirme que redacte una biografía de Leonardo Da Vinci. Con el agravante de que es amigo mío y está escrito casi todo sobre él. Tampoco le gusta ponerse en primer plano de los focos, lo suyo es estar presto para ayudar a todo el que se lo pide, en segundo plano. Le ha costado aceptar este homenaje de sus colegas ingenieros y que, además, estemos presentes sus infinitos amigos. Miguel es como la Wikipedia de Granada, no escrita, a la que todos acudimos a buscar datos. Porque Miguel es la suma de su predisposición, su impresionante archivo, su no menos imponente museo de aparatos y, sobre todo, su prodigiosa memoria de todo lo ocurrido en Granada en las últimas décadas, o siglos. Vayamos por partes.
La familia. Francisco Giménez Arévalo, el abuelo de Miguel, perteneció a una familia que en el siglo XIX ya tenía inquietudes industriales. Estudió Maestría de Obras en Madrid (posterior Arquitectura), de manera que a partir de 1870 empiezan a verse infinidad de edificios, fábricas y canales salidos de su estudio. En número bastante superior a 150. Giménez Arévalo se liga muy pronto, en 1882, al novedoso negocio del azúcar de remolacha. Dos años después, en 1884, levantó la primera fábrica de alcohol de melaza de remolacha de Granada, en la Huerta de los Arcos, en la carretera de Armilla. En 1895 va a ser también el arquitecto Giménez Arévalo quien trace la Gran Vía de Granada y se encargue durante muchos años de supervisar su ejecución.
Giménez Arévalo fue padre de ocho hijos, entre ellos Felipe y Miguel Giménez Lacal. El primero es sobradamente conocido por ser el arquitecto que protagonizó la construcción de importantes edificaciones en Granada hasta su muerte (1937), especialmente el Carmen Blanco de los Rodríguez Acosta, el desaparecido palacete de Fermín Garrido y Quinta Alegre
Giménez Arévalo fue padre de ocho hijos, entre ellos Felipe y Miguel Giménez Lacal. El primero es sobradamente conocido por ser el arquitecto que protagonizó la construcción de importantes edificaciones en Granada hasta su muerte (1937), especialmente el Carmen Blanco de los Rodríguez Acosta, el desaparecido palacete de Fermín Garrido y Quinta Alegre. Miguel, en cambio, encaminó su vida profesional a la ingeniería industrial. Fue director de la Fábrica de Azúcar de San Isidro hasta inicios de 1936; entre 1937 y 1943 fue contratado por el Marqués de Larios para hacerse cargo de sus tres ingenios azucareros repartidos por la provincia de Málaga.
En la vecina ciudad costera vino al mundo nuestro biografiado Miguel Giménez Yanguas, el 22 de noviembre de 1939. Entre el bagazo de las factorías malagueñas empezó a jugar de muy niño y a empaparse del trapicheo de maquinaria. Pero fue en San Isidro de Granada donde se le despertó el deseo de ser ingeniero, como su padre, ya que la familia había regresado para dirigir San Isidro por segunda vez, hasta 1952. De 1955 a 1960, Miguel acompañó infinidad de veces a su padre a su nuevo destino en la azucarera de Benalúa de Guadix. Por entonces decidió marchar a Madrid a estudiar Ingeniería Industrial. Quería ser director de fábricas azucareras. Pero la muerte sorprendió a su padre en 1964, cuando Miguel todavía no había acabado los estudios superiores.
La Universidad. Cuando Miguel Giménez Yanguas se licenció, en 1969, era evidente que la industria azucarera granadina empezaba a entonar el canto del cisne. La crisis hacia aparición y se hablaba más de cierres y reconversión que de impulso y nuevas aperturas. Su deseo de ejercer como director de factoría se frustró, debió encaminar su vida a la enseñanza. Se inició como becario de investigación en el Departamento de Física; de ahí pasó a dar clases a Arquitectura Técnica, compatibilizándolas como profesor de dibujo técnico en la Base Aérea de Armilla. La creación de la Escuela de Arquitectura Técnica le reportó un contrato como profesor titular; allí permaneció durante 43 años. En la Universidad ha desarrollado uno de los currículos más sobresalientes, repleto de investigaciones, publicaciones, reconocimientos, premios, etc. Se rodeó de un nutrido grupo de personas con las que promovió y dinamizó la Asociación Universitaria de Arqueología Industrial de Andalucía; en aquel proceso lo acompañaron Miguel Ángel Rubio Gandía, José Miguel Reyes, Javier Píñar, Gregorio Núñez, Vicente González Barberán, Agustín Castillo, Francisco Navarrete Pezzi, Manuel Gómez Cruz, Juan Vera Cuevas, Luis Curiel… Durante tres décadas, a partir de los años 80, documentaron numerosas infraestructuras industriales y debatieron acciones para su defensa, salvaguarda y difusión del Patrimonio Industrial de Granada. La industria de Granada se moría a rajas por aquellos años. El grupo de amigos continúa reuniéndose en una tertulia semanal cada jueves. El resultado de aquellas iniciativas han sido infinidad de publicaciones; durante casi veinte años íbamos dando cuenta de todo ello a través de las páginas del suplemento de Economía del periódico Ideal, coordinado por quien esto escribe y pagado por iniciativa de los presidentes, por entonces, de CajaGranada (Manuel Martín Rodríguez) y Caja Rural de Granada (Segismundo Nogueras).
Hasta que un día, cuando era profesor colaborador extraordinario de la UGR, ya con 73 años, Miguel Giménez Yanguas decidió dejar paso a savia nueva y abandonó la enseñanza activa.
Taller-museo-archivo en su casa. Su abuelo Giménez Arévalo adquirió un solar en la acera del Banco del Salón, en 1895. Allí levantó un palacete y tres casas iguales para su familia. Todas ellas han sido sustituidas ya por bloques de ocho pisos… excepto la suya. Es la única que queda encajonada en esa acera, y permanecerá mientras él viva. Es el lugar donde ha concentrado uno de los mejores archivos y colección de aparatos. También su taller de restauración, tras el desaparecido en la Universidad. Su archivo concentra valiosos planos, revistas, documentos y fotografías procedentes del intenso trabajo desarrollado por su abuelo y por su tío Felipe. Aquí hay planos para entender la construcción y reforma de la ciudad de Granada desde mediados del XIX. Pero también aquí han ido a parar los principales archivos de todas las fábricas que han ido desapareciendo de Granada desde los años setenta. De las fábricas textiles, molinos y del Tranvía de la Sierra. Es tal el valor de sus documentos que han servido para realizar cinco tesis doctorales. El chorreo de investigadores que acude en busca de documentación es continuo. Miguel siempre tiene su puerta abierta para quien busque un dato que le pueda interesar; incluso se compró una fotocopiadora para dar copias a quien encuentre algo. Si se trata de planos grandes o libros enteros, no tiene inconveniente en ir a una tienda y hacérselas al investigador. Es generoso, pero temeroso de que se pueda perder algún documento.
Recorrer los cuartos de la casa de Miguel es como visitar un abigarrado museo de máquinas de vapor, la historia de la telefonía, de la topografía, de la óptica, de cualquier aparato que haya participado en el avance social y científico de Granada desde el siglo XIX
Esta casa del número 10 del Paseo del Salón tiene todas sus estancias repletas de aparatos y piezas. Con el permiso, colaboración y paciencia de Carmen, su mujer, “que me ha tolerado que le llene la casa de trastos”. Sin ella, hubiese sido imposible. Recorrer los cuartos de la casa de Miguel es como visitar un abigarrado museo de máquinas de vapor, la historia de la telefonía, de la topografía, de la óptica, de cualquier aparato que haya participado en el avance social y científico de Granada desde el siglo XIX.
En lo que fue despacho, hoy hay un taller de restauración. En él pasa cientos de horas restaurando sus últimas adquisiciones. Suelen ser aparatos que ha comprado en El Rastro de Madrid o en cualquier desguace de Granada; o se lo han regalado como chatarra. Pero él lo desmonta, le quita la roña, le fabrica las piezas deterioradas y lo devuelve a la vida. Como si fuera nuevo. Y otro instrumento más que pasa a engrosar la colección. No sólo la que tiene en casa, también las que tiene distribuidas en el Parque de las Ciencias o en préstamo en la Alhambra, por ejemplo.
En el Taller de Restauración MGY que hubo en la Universidad y por el de su casa recalaron infinidad de máquinas de vapor que hoy se pueden ver colocadas en La Caleta, en la Facultad de Ciencias, en Paseo de la Bomba, en la Depuradora de la Lancha del Genil, en el Instituto Cervantes de Granada; también en el Paseo de la Alameda y en Torre del Mar, en Málaga. Con dirección a Madrid recuperó las máquinas de San Isidro, La Vega de Atarfe y San José de Antequera. Y un puñado más. Mucho de aquel valioso patrimonio industrial lo salvó con su propio dinero, otro a base de presionar (como ocurrió con el Pilar de Motril) y varias donaciones que él extraía embutido en un mono azul y con las manos manchadas de grasa.
Buena parte de la memoria industrial y arquitectónica de Granada hoy no existirían de no haber sido por la afición al coleccionismo que desarrolla Miguel desde prácticamente su etapa estudiantil
Buena parte de la memoria industrial y arquitectónica de Granada hoy no existirían de no haber sido por la afición al coleccionismo que desarrolla Miguel desde prácticamente su etapa estudiantil.
Por amor al patrimonio, por diversión. Dice Vicente González Barberán de Miguel que gracias a su tesón y a sus conocimientos se consiguieron salvar los antiguos puentes del ferrocarril que hay repartidos por Granada. Miguel le replica que fue al revés. De una u otro modo, estos dos personajes (Vicente desde el Ministerio de Cultura, Miguel desde su taller de la Universidad) consiguieron que pervivan todavía vestigios del glorioso patrimonio industrial granadino. Fueron tiempos en que contaron con el apoyo y compromiso del rector Gallego Morell para hacer un museo de la ciencia en la Universidad; acopiaron gran cantidad de aparatos. El destino de aquella loable idea fue que los siguientes rectores universitarios no secundaron el compromiso y buena parte acabó en la chatarra. O relegado en patios universitarios.
Hace más de medio siglo que mantiene contactos con chatarreros, chamarileros y anticuarios; le avisan cuando les llega alguna pieza o se enteran de que van a desguazar alguna antigua fábrica
Cuando se le pregunta a Miguel por qué dedica tantísimos esfuerzos a localizar, reparar y ofrecer las viejas máquinas industriales, su respuesta es muy directa: “Me divierte restaurar, es amor lo que siendo por las máquinas”. Hace más de medio siglo que mantiene contactos con chatarreros, chamarileros y anticuarios; le avisan cuando les llega alguna pieza o se enteran de que van a desguazar alguna antigua fábrica. Miguel corre entonces a llevarse lo que puede. Unas veces gratis, otras a precio de chatarra y las más a costa de su bolsillo. ¿Cuánto ha gastado de su fortuna en adquirir estas reliquias? Responde: “Es mi único vicio, creo que he gastado el equivalente a cualquier fumador que compre dos paquetes diarios de tabaco rubio”.
La memoria vida de Granada. A sus ochenta y dos años y medio mantiene una vitalidad física envidiable. Sus paseos diarios por Granada (o en la primavera-verano por Almuñécar) no se los quita nadie. Sube y baja las tres plantas de empinados escalones de su casa como un veinteañero. Sus pasiones son su hermano, al que visita todos los días al atardecer, su mujer, su única hija y sus nietos a quien visita asiduamente en Madrid... y de paso se va al Rastro. Conduce el mismo coche hace más de 25 años; resulta inverosímil ver cómo lo encaja en su garaje, repleto de “chatarra” que espera turno para que la vara mágica de Miguel la devuelva a la vida. Entrar en cualquier estancia de su casa-museo es la forma más directa de transportarnos a otro tiempo.
Pero me sorprendo aún más cada vez que le llamo en busca de un dato o de una aclaración, por muy peregrina que sea. Suelo hacerlo un par de veces por semana, antes incluso de acudir a archivos a buscar pistas para mis investigaciones. Muchas veces me ha evitado viajes con sólo una conversación de cinco minutos
Confieso que salgo alucinado cada vez que me explica qué era, cómo llegó a su casa, los cientos de horas que ha dedicado y cómo ha quedado cada una de las piezas que le quitan espacio por rincones y pasillos. Pero me sorprendo aún más cada vez que le llamo en busca de un dato o de una aclaración, por muy peregrina que sea. Suelo hacerlo un par de veces por semana, antes incluso de acudir a archivos a buscar pistas para mis investigaciones. Muchas veces me ha evitado viajes con sólo una conversación de cinco minutos. Y me ha sorprendido. No sólo de arqueología industrial, también de urbanismo, acequias, costumbres y otros asuntos de Granada. Recuerdo dos anécdotas sobre su prodigiosa memoria: la primera se refiere al antiguo edificio de Correos, en la calle Reyes Católicos; me explicó con pelos y señales adónde habían ido a parar los objetos del desmonte de la casona. Concretamente, me indicó que fuese a la sala de pulpas de la Azucarera de San Isidro y allí vería las columnas de hierro del patio. Efectivamente, allí las colocaron en una reforma de los años sesenta. La segunda fue hablando de la urbanización de la Cuesta Escoriaza; me apuntó una portada en uno de los primeros palacetes según se sube; era la entrada de la Huerta de San Antón, del siglo XVII, desmontada por Matías Fernández-Figares y trasladada a aquel lugar para preservarla de la nueva barriada moderna en los años treinta junto a la calle San Antón.
Esa memoria prodigiosa ha orientado a cualquier persona que se lo ha solicitado. Porque esa retentiva de Miguel es como la Wikipedia, ilimitada, generosa y facilísima de consultar. Recuerdo que ya Juan Bustos me comentaba con asiduidad que a él le resultaba muy fácil documentar sus artículos y libros; tan sólo bastaban con preguntar a Miguel o con pedirle papeles y fotografías.
Esa generosidad para dar lo que tiene en sus archivos y su memoria llevó en 2015 a un grupo de amigos a organizarle una exposición-homenaje con motivo del Año Europeo del Patrimonio Industrial y Técnico
Esa generosidad para dar lo que tiene en sus archivos y su memoria llevó en 2015 a un grupo de amigos a organizarle una exposición-homenaje con motivo del Año Europeo del Patrimonio Industrial y Técnico. Fue en la Fundación CajaGranada, una de las últimas actividades de peso cuando ya daba sus bocanadas en Puerta Real. Expusieron una selección de los aparatos más representativos que conforman su colección, de pequeño tamaño. Pero, para mí, lo más importante de aquel homenaje fueron los escritos que le dedicaron el grupo de profesores, verdaderos y sinceros retratos que dibujan la personalidad sencilla, humilde y a la vez poliédrica de quien Andrés Cárdenas calificó tan acertadamente como “El chatarrero ilustrado”. Ese librito y exposición se tituló “EL PODER DEL INGENIO.: Hitos en el desarrollo tecnológico contemporáneo a través de la colección de Miguel Giménez Yanguas. Si me hubiesen dejado poner el título, yo no hubiera dudado en intitularlo: “El poder de un genio” o “El Da Vinci de Granada”. Ya lo había valorado en este sentido el Consejo Superior de Colegios de Ingenieros Industriales al concederle, en 2008, el Premio Nacional de Ingeniería Industrial. Distinción que no es moco de pavo. También ha sido galardonado por la Junta de Andalucía con el Premio Andrés de Vandelvira por defensa del patrimonio industrial.
El color del futuro. Granada le debe tanto a Miguel Giménez Yanguas que pocos lo imaginan. Los ambientes ilustrados y universitarios sí lo saben. Los políticos lo ignoran por completo. Hablar del futuro de tan importantes tesoros como guarda en su archivo documental y en sus colecciones es complicado. En estos momentos de tanta desidia e ignorancia por parte de los administradores de lo público no está claro si cabe hablar de futuro en color, en blanco y negro, o simplemente negro total. Porque la colección de Miguel no sólo está contenida en su casa del Salón, también hay repartidos “trastos” en almacenes y otros locales. Él lleva años lanzando la idea a algunas administraciones, además de oír propuestas más o menos serias. Hace tiempo que ofreció donar una casa de tres plantas en el barrio de las Angustias con la condición de que la convirtieran en museo de todos estos aparatos. Ha caído en saco roto. La Alhambra le propuso hace tres años dedicar el Hotel Reúma a una especie de museo de los aparatos relacionados con el monumento. Retuvo parte de los aparatos, pero nada más se ha vuelto a saber de ello.
Ha sido la Fundación de Patrimonio Industrial de Andalucía (FUPIA), del Colegio de Ingenieros Industriales de Sevilla, la que ha dado el primer paso y ha comenzado a catalogar los miles de aparatos que componen sus colecciones
Ha sido la Fundación de Patrimonio Industrial de Andalucía (FUPIA), del Colegio de Ingenieros Industriales de Sevilla, la que ha dado el primer paso y ha comenzado a catalogar los miles de aparatos que componen sus colecciones. Va a llevar todo el año 2022. Miguel tiene el catálogo en su cabeza, pero prefiere que quede reflejado en papel y fotografías para cuando la memoria falle.
Es una incógnita lo que va a pasar en el futuro con esa colección familiar acumulada desde 1870 hasta la actualidad. Miguel desea que quede asegurado antes de que a él le falten las fuerzas. Conozco desde hace muchos años sus deseos de que todo su esfuerzo y su inversión queden en manos de Granada, de una institución que muestre verdadero interés por ponerla en valor. Pero eso no se ha producido hasta ahora. Es lamentable que el único acercamiento en ese sentido haya llegado desde Málaga. Si no hay otra opción, acabará recalando en la Costa del Sol. O quizás en Sevilla.
Hace muy pocos días, cuando me disponía a escribir esta semblanza, volví a preguntarle directamente que expresara su deseo sobre el futuro de sus colecciones: “Que este patrimonio se conserve, tenga una proyección social y didáctica. Preferentemente en Granada”.
Las instituciones granadinas (Ayuntamiento, Junta, Diputación, Universidad, colegios profesionales, etc.,) tienen contraída una importante deuda con Miguel Giménez Yanguas a cuenta de haber preservado una parte de su historia
Nada de quedárselo por compromiso, almacenarlo en una nave industrial y que el siguiente administrador de la donación la regale a un chatarrero. Las instituciones granadinas (Ayuntamiento, Junta, Diputación, Universidad, colegios profesionales, etc.,) tienen contraída una importante deuda con Miguel Giménez Yanguas a cuenta de haber preservado una parte de su historia. Porque Miguel ha sido, y es, una de las voces más autorizadas que han levantado la voz contra los desdenes industriales o meteduras de pata urbanísticos, quien ha orientado o advertido a la hora de corregir proyectos errados. Siempre ha colaborado desde posiciones de interés social, sin anteponer lo personal; es un intelectual nunca cuestionado, que no ha levantado la más mínima queja de quienes lo han tratado, porque sus razones han ido por delante de la política partidista.
Si Granada continúa mirando para otro lado al no valorar la colección-archivo Miguel Giménez Yanguas, está perdiendo una oportunidad que algún día lamentaremos. Como ha ocurrido infinidad de ocasiones.