“Al Capone me llamó para que tocara, pero me negué”

Murió el mismo fin de semana que Greta Garbo, también en Nueva York. Dos días después salía en España su último disco grabado al alimón con Enrique Morente. La muerte le impidió cumplir una gira europea en mayo. Sabicas fue el número uno con la guitarra hasta el último día.
En 1990 produje esta grabación. Para la historia del flamenco, BMG-Ariola lo lanzó como el ultimo disco en formato vinilo y el primero en formato digital, en CD. Todos los cantes se grabaron en una única toma, no se repitieron.
Portadas de 'Morente-Sabicas', en vinilo y cd. Paco Espínola.
La entrevista se publicó el 30 de abril de 1990 en la revista Tiempo.
PREGUNTA.- ¿Sigue algún método en las grabaciones?
RESPUESTA.- Para grabar no hacen falta ensayos, yo por lo menos siempre lo he hecho así. Hay que improvisar. Entre otras razones porque no puedo repetir la misma cosa, no me sale igual.
P.- ¿Cuáles son sus preferencias?
R.- Menos la petenera, que dicen que es gafe, yo toco de todo y todo mezclado. Ya he dicho varias veces que eso no pueden hacerlo los jóvenes porque han vivido en un ambiente donde ya no se llevan esos toques.
P.- ¿El conocimiento del flamenco tiene un límite?
R.- Un hombre no conoce el flamenco ni durante toda su vida. Hay dos clases de cantaores: el que canta bien y el que sabe cantar; pero en la guitarra flamenca hay tres carreras en una: la de acompañar al cante, la de acompañar al baile y la del solista. Son aprendizajes diferentes y hay que equilibrar los tres.
P.- ¿Ha cambiado la forma de tocar?
R.- Lo que antes hacían cuatro, ahora lo hacen doscientos. Además tocan muy rápido, confunden la emoción con la velocidad. En el flamenco es muy difícil hacer algo nuevo, y más si la juventud está centrada en lo que más gusta, en la rumba y en la bulería.
P.- En su pasaporte dice: «Agustín Castellón Campos. Nacido en Pamplona (Zaragoza)»
R.- Ja, ja, ja. Se habrán confundido. Bueno, la verdad es que mi familia es castellana y yo nací en Pamplona como de cas alidad. Digo de casualidad porque éramos tan pobres que cuando nací no tenía quien me sacara de pila. Mi padre fue al barrio de los gitanos a ver quién quería. Me bautizó un gitano que era muy bueno, un santo. Me regaló un libro.
P.- ¿Había tradición flamenca en su familia?
R.- Poca, mi padre tocaba algunas cosas de afición. Yo cogí la guitarra con cinco años, todo lo que sé lo aprendí por mi cuenta. Debuté como concertista a los ocho años y a los doce me dieron mi primer premio. Ramón Montoya me tenía celos porque yo era un niño y ya me pagaban veinticinco duros.
Morente y Sabicas durante la grabación del preciado disco. Paco Espínola.
P.- Empezó acompañando a las grandes figuras, entre ellas a la Niña de los Peines, ¿qué recuerdos tiene?
R.- Era una gran señora y una mujer muy buena. Una vez fuimos a actuar a Pamplona, estaba cantando muy bien y cuando más a gusto estábamos le pidieron una jota navarra. Yo pasé mucha vergüenza, pero a ella no le importó nada, hizo una jota y luego siguió cantando con el mismo sentimiento. ¡En cada ciudad tendrían que ponerle una estatua!
P.- En 1937 usted era pobre, pero no tenía el hábito de la guerra. ¿Se fue a Estados Unidos por sus ideas?
R.- Los gitanos nunca hemos entendido de política. A mí me quería todo el mundo, pero claro, en aquellos tiempos... Yo sólo quería trabajar y tener para comer. Si no, yo no salgo en mi vida de mi tierra. Ese año me contrataron para ir a Buenos Aires con Carmen Amaya: estuvimos cinco años y medio viajando por toda América. En México estuve diez meses, cuando Carmen y su compañía ya se habían venido a Europa. Volví a Estados Unidos Y m e instalé definitivamente en Nueva York en 1955.
P.-¿Carmen Amaya y usted eran novios?
R.- Sí, durante nueve años. En México nos separamos.
P.- ¿Tuvo problemas para trabajar como solista?
R.- Ninguno. Hacía giras, daba conciertos y mis músicas las compraba la Metro Goldwyn Mayer, que es la mejor casa del mundo. Además he trabajado en varias películas como guitarrista. Los artistas tienen que estar donde se les paga. Todos los gui tarristas deberían irse a Nueva York. Hace cuarenta años me llegaron a pagar treinta mil dólares por tocar durante dos minutos y medio. ¡Y yo tocando por alegrías con las manos como bacalaos!
P.- ¿Se relacionaba con músicos no flamencos?
R.- Con Rubistein y con Andrés Segovia. Rubinstein decía que la única música interesante era el flamenco. Andrés Segovia era muy divo y muy soberbio, al presentármelo me resultó desagradable. Pero llegamos a ser amigos. Aunque desdeñaba el flamenco, cuando yo utilizaba el pulgar se picaba conmigo. Menos Rubinstein, todos le tenían miedo. Un día que Segovia estaba tocando a Bach orgulloso como un pavo real, a mitad de una pieza Rubinstein lo paró y le dijo: <«Sí, muy bien, está claro que Bach sólo se puede tocar al piano ».
P.-¿Qué fue lo que más le sorprendió de Estados Unidos?
R.- ¡Allí leían música a primera vista!
P.- ¿Se ha sentido muy alejado de España?
R.- Durante mucho tiempo mi trabajo se reconoció en todas partes menos aquí. Cuando volví en 1967, después de treinta años, fue para recibir la medalla de oro a la guitarra en Málaga. A partir de ahí todo han sido homenajes.
P.- ¿Usted fue la primera guitarra solista?
R.- Sí, y también el primero en hacer innovaciones y crear técnicas que antes no se conocían. Todo el mecanismo de guitarra que se hace hoy lo incorporé yo hace muchísimos años. Además, yo he paseado la guitarra por todo el mundo.
P.- ¿Cuál de sus discos le gusta más?
R.- He grabado cincuenta y cuatro discos grandes. Diez de ellos los hice en una semana, como si fuesen aspirinas. De todo sólo me gusta el que hice con el guitarrista Mario Escudero. A pesar de eso cuando oigo cualquiera de ellos me pongo a llorar ¡y no me gusta ninguno!
P.- Con el músico Joe Beck grabó Encuentro con el rock, el primer disco de fusión.
R.- Mira, a mí no me gusta ni el rock ni el jazz. Lo hice porque mi Hermano Diego quería que abarcase otros campos por vender más.
P.- ¿Qué hace usted en su tiempo libre?
R.- No me gusta beber y ya no fumo -antes me fumaba hasta tres paquetes diarios. Mi único hobby es salir de compras. Tanto que tengo más de mil corbatas y más de cien camisas sin estrenar. También tengo doce guitarras, pero siempre toco con la. misma.
P.- ¿El diamante que lleva en el dedo le ha crecido de forma natural?
R.- Gracias por el piropo, pero ese anillo vale seis millones de pesetas y el pisacorbatas me costó cuatro millones. Son caprichos, pues me encantan las joyas.
P.- ¿Le siguen gustando a usted los toros?
R.- ¡Por supuesto! Pero me da la impresión de que la gente cada vez entiende menos. Para entender hay que ir durante cincuenta años a diario.
P.- ¿Qué opina de las mujeres que torean?
R.- Hombre, tiene gracia. Para mí la mejor fue Conchita Cintrón. Cómo sería que Belmonte se suicidó porque no podía cumplir con ella.
P.- ¿Cuál es su máxima ilusión ahora?
R.- Volver a España y vivir en Madrid. A ser posible en una casa que estuviese dentro de una plaza de toros. ¡No volvía a tocar la guitarra! Me levanto, almuerzo y... a los toros. Todo el día viendo torear.
P.- ¿Qué actividad realiza en Nueva York?·
R.- Vivo con mi hermano en un apartamento muy cómodo del centro. Hago una vida muy sencillita: me levanto, encargo una comida. Hay que darle propina a la gente para que esté contenta. Me dicen: «Tenquiu verimach, mister Sabicos». Yo les digo: «No, hombre, no me llames mister».
P.- ¿Cuándo llegó a Estados Unidos tuvo que poner anuncios para conseguir amigos?
R.- En absoluto. En Hollywood me acogieron muy bien, hice amistad con Xavier Cugat y Clark Gable. Yo estaba con él cuando le dijeron que su mujer, Carole Lombard, había muerto en un accidente de aviación… se pasó llorando toda la noche.
También estuve muy relacionado con Diana Durbin, Groucho Marx y Humphrey Bogart. El presidente Roosevelt nos invitaba a Carmen y a mí para que actuásemos en la Casa Blanca, incluso Al Capone me mandó llamar para que le tocase.
P.- ¿Le costó decidirse entre una y otra invitación?
R.- Bueno, me excusé educadamente con Al Capone y envié a otro guitarrista. Para llegar a la casa le vendaron los ojos y le dijeron que no tuviese miedo, que lo hacían por seguridad y que le pagarían el doble. El pobrecito no pegó ojo en una semana del miedo que pasó.
P.- A propósito, ¿usted habla inglés?
R.- ¿Yo?, ¡ni Dios quiera, hijo!


























