El cronista oficial de los 25.000 mendigos expulsados, del hambre y el estraperlo
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La publicación de su “Crónica de Granada” sólo duró entre 1937 y 1940; fue suprimida porque el cuarto tomo (1940) dibujaba una ciudad inundada de pobres, miseria y pedigüeños
En el siglo XIX los ayuntamientos importantes pusieron de moda el nombramiento de cronistas. Unos considerados oficiales y otros tácitos. Los oficiales solían ser gente de la nobleza aficionados a juntar letras, rapsodas rancios o asiduos de los juegos florales. Luego estaban los cronistas reales, en su mayoría periodistas o escritores que ejercían a diario y solían escribir sobre temas históricos o contemporáneos. Lo habitual era que después, a final de año, sus diarios publicasen una especie de resumen o crónica de lo más importante. Se trata de textos muy interesantes que dan pistas sobre hechos ocurridos aquellos años. En este campo destacaron desde el principio los hermanos Paco y Luis Seco de Lucena; a través de su periódico, El Defensor, iban cumpliendo con esa labor de cómo evolucionaban la ciudad y provincia de Granada. Los hermanos Seco de Lucena publicaron la que se puede considerar primera crónica de Granada entre los años 1880 y 1892, al cumplirse el primer docenario de vida de su periódico.
Paula Valladar entendía que su crónica de Granada era la que él y sus colaboradores iban dejando plasmadas de manera quincenal en esta publicación
Paralelamente a estos periodistas/cronistas había sido nombrada de manera oficial, como cronista de la ciudad de Granada, Enriqueta Lozano Vílchez (1829-1895), que murió sin tomar posesión. Esta escritora no elaboró ninguna crónica de Granada entre los muchos escritos que nos ha legado. En el año 1903 fue nombrado cronista oficial Francisco de Paula Valladar; huelga insistir en la gran labor que hizo como investigador, historiador, presidente del Patronato de la Alhambra y periodista en infinidad de medios. El más importante de ellos fue La Alhambra, la revista granadina de más larga trayectoria hasta ahora. Paula Valladar entendía que su crónica de Granada era la que él y sus colaboradores iban dejando plasmadas de manera quincenal en esta publicación. (Después solían encuadernarla en tomos anuales). En La Alhambra se publicaron las investigaciones y las actividades culturales del largo periodo que duró su existencia (1898-1924).
Hasta que en los años ochenta tocó el turno a Juan Bustos Rodríguez (fallecido en 2005); éste realizó una gran labor divulgadora de temas históricos, sociales y artísticos en prensa y recopilados en varios libros, pero siempre se negó a efectuar un relato anual de todo lo acontecido en la ciudad; no estaba dispuesto a hacerlo para loar la labor del político que lo había nombrado
Tras la desaparición de Paula Valladar, el cronista tácito y respetado de Granada fue Luis Seco de Lucena, ya relevado como director de El Defensor y dedicado a investigaciones y publicaciones históricas, sobre todo relativas al periodo andalusí. Su principal obra como cronista ciudadano se publicó con el título de Mis Memorias (1941). Después llegarían los militares golpistas y nombrarían con toda pompa a Cándido García Ortiz de Villajos; tras él también ejerció un tiempo Narciso de la Fuente. Hasta que en los años ochenta tocó el turno a Juan Bustos Rodríguez (fallecido en 2005); éste realizó una gran labor divulgadora de temas históricos, sociales y artísticos en prensa y recopilados en varios libros, pero siempre se negó a efectuar un relato anual de todo lo acontecido en la ciudad; no estaba dispuesto a hacerlo para loar la labor del político que lo había nombrado. Bustos sostuvo la opinión de que la crónica diaria ya se ocupaban de hacerla los periódicos locales de manera más profunda, unas veces más servil y otras más independientes. Tico Medina también ostentó este cargo honorífico en la recta final de su vida, sin aportar prácticamente nada para la crónica de la ciudad de Granada.
Buen cronista para un mal momento
Cándido García Ortiz de Villajos nació en Toledo el 28 de noviembre de 1899. Cursó los estudios de Magisterio y opositó como funcionario de Hacienda. Su afición a escribir la inició colaborando en periódicos manchegos (El Toledano, El Castellano, El Zoco, El Sol, La Voz, etc.) En 1923 consiguió plaza en la delegación de Hacienda de Granada, desde donde colaboraba con ABC y Blanco y Negro. También desplegó su faceta investigadora en temas históricos provinciales. Hombre de convicciones católicas y de derechas, en julio de 1934 ingresó en la redacción del joven diario católico Ideal. Poco tiempo antes formó parte de la Comisión de Monumentos.
En septiembre de 1936 estaba plenamente alineado con los militares golpistas. Buena parte de los periodistas granadinos de izquierdas habían sido fusilados, represaliados o habían huido. Las nuevas autoridades militares y la Comisión de Monumentos entendieron que Cándido G. Ortiz de Villajos era la persona más indicada para ser nombrado cronista de una ciudad en guerra; su nombramiento por el alcalde, el coronel Miguel del Campo, tuvo lugar el 18 de septiembre de 1936. Se encargaría de poner negro sobre blanco el desarrollo de una guerra civil que se preveía corta. Daba la impresión de que los militares necesitaban de alguien que cantara sus hazañas, como Hernando del Pulgar lo hizo con la Toma de Granada (1482-92) o Hurtado de Mendoza con la Guerra de las Alpujarras (1569-71). Cándido fue considerado también, aunque sin nombramiento, cronista oficial de la provincia.
El toledano-granadino fue un gran cronista de Granada y su provincia durante los más de veinticinco años que ejerció como tal desde las páginas de Ideal, donde desarrolló su trabajo como redactor jefe entre 1938 y 1963. Sus artículos y reportajes sobre la actualidad local, su cultura y su historia se consideraban atinados y enjundiosos; contribuyó a desempolvar temas que permanecían olvidados. Dedicó especial atención a estudiar la historia de Santa Fe, Almuñécar y el pueblo gitano. Siempre lo hizo con elegancia, buena pluma y sin extralimitarse con su pronombre personal.
Una guerra civil como la que sufrió España en 1936-39 no fue el tema más apropiado para redactar una crónica ciudadana mínimamente objetiva. A pesar de ello, Cándido G. Ortiz de Villajos lo intentó. Al menos dejó tres tomos de lo vivido en Granada aquellos años… aunque sólo lo hizo desde la óptica de uno de los bandos
Una guerra civil como la que sufrió España en 1936-39 no fue el tema más apropiado para redactar una crónica ciudadana mínimamente objetiva. A pesar de ello, Cándido G. Ortiz de Villajos lo intentó. Al menos dejó tres tomos de lo vivido en Granada aquellos años… aunque sólo lo hizo desde la óptica de uno de los bandos. Las crónicas correspondientes a los años 1936-7, 1938 y 1939 están llenas de euforia y triunfalismo de los golpistas. También de silencios, muchísimos vacíos. La parte valorativa no merece apenas crédito, pero sí la relación de hechos y fechas porque dan pistas para ahondar a otros investigadores. Hay que reconocer que Granada capital no sufrió demasiado la falta de suministros durante la contienda; la vida para los no perseguidos políticamente discurrió con cierta normalidad. Hubo carencias, pero no excesivas. Lo peor estaba por llegar.
Fue Antonio Gallego Burín el alcalde que se encargó de autorizar la edición de aquellos cuatro años de crónica de Granada. Y también el que prohibió que continuaran publicándose a partir de 1941, tras su regreso a la Alcaldía después de haber ocupado un año el Gobierno Civil. Los tres tomos de crónicas de los años de guerra (1936-7, 1938 y 1939) fueron del gusto de las autoridades fascistas. Pero no ocurrió lo mismo con la crónica que redactó Cándido G. Ortiz de Villajos correspondiente al año 1940: en este caso, los ardores guerreros habían desaparecido, había empezado la cruda realidad de un país destrozado en el que las carencias empezaban a ser mucho mayores que en los tres años de guerra.
El Ayuntamiento de Granada solía editar unos cientos de ejemplares, que repartía gratuitamente entre los afines. El aplauso fue generalizado sobre los tres primeros tomos. Pero algo debió ir mal ya durante el año 1941, cuando el cronista entregó al alcalde accidental (José Méndez Rodíguez-Acosta) la prueba de la crónica de la ciudad correspondiente a 1940. Este alcalde tan efímero no respetó la decisión de continuar su publicación. Tuvo que ser Antonio Gallego Burín quien decidiera continuar publicando la crónica anual de Granada tras su regreso a la alcaldía el 15 de noviembre de 1941. No obstante, todavía se tardaron casi dos años más en su impresión en los talleres de Urania. Ese enorme retraso no había ocurrido con los tres primeros tomos, impresos puntualmente.
Nada más comenzar el reparto por las casas, empezó el runrún de que, tras su lectura, quedaba un regusto de ciudad pobre, cochambrosa, hambrienta, llena de delincuentes, con estraperlistas en todas las esquinas… Y lo que era peor, Granada expulsaba mensualmente a 2.025 mendigos y pordioseros que deambulaban por sus calles
En círculos falangistas granadinos no cayó nada bien la crónica de la ciudad redactada para el año 1940. Nada más comenzar el reparto por las casas, empezó el runrún de que, tras su lectura, quedaba un regusto de ciudad pobre, cochambrosa, hambrienta, llena de delincuentes, con estraperlistas en todas las esquinas… Y lo que era peor, Granada expulsaba mensualmente a 2.025 mendigos y pordioseros que deambulaban por sus calles. ¡Era inadmisible que España supiera que sólo en 1940 se habían echado a unos 25.000 pobres de Granada! E inconcebible que esas cifras figurasen en una publicación oficial patrocinada y promovida por el alcalde Gallego Burín. Es más, también se dedicaban unas cuantas páginas (entre la 86 y 94) a narrar con todo lujo de detalles los datos de la Beneficencia Municipal, donde figuraban cifras sanitarias en general, pero también los centenares de huérfanos acogidos en orfelinatos, los miles de litros de leche repartidos entre pobres, el centenar de indigentes acogidos en el Asilo Nocturno, la veintena de pobres desahuciados de sus casas, etc.
La nueva sociedad que se estaba conformando en Granada prefería centrarse en la limpieza de centenares de prostitutas de la Manigua, el embovedado de lo que quedaba del Darro, el regreso triunfal de juegos florales del Corpus, las carreras del Hipódromo, los desfiles de alféreces ante las Angustias y la Semana Santa en plenitud. Así es que la crónica del cronista oficial levantó más quejas que felicitaciones, tanto al autor como al alcalde. Y Gallego Burín decidió eliminarla en adelante. Ahí murió el intento de la Crónica de Granada anual para la posteridad. Los jóvenes falangistas corrieron a recoger la Crónica de 1940 de casa en casa; este es el motivo por el cual sobreviven muy pocos ejemplares.
1940, el inicio del hambre
La censura previa en prensa no había engrasado sus mecanismos a pleno rendimiento en 1940. Todavía el nuevo Estado salido de la guerra estaba en fase de formación. Las autoridades confiaban plenamente en la autocensura que imponían los directores de los dos únicos diarios que se publicaban en Granada (el católico Ideal y el falangista Patria). Sus plantillas estaban repletas de gente comprometida políticamente con el franquismo. En 1940 apenas fue preciso eliminar noticias, no aparecen fresados espacios en las tejas de impresión (cosa que ocurre con mucha frecuencia en años siguientes). Los directores conocían perfectamente que no se debía publicar nada relativo a campos de concentración, juicios sumarísimos, encarcelamiento, fusilamientos, temas de guerra, maquis… Había que desviar la mirada del pueblo, dedicar mucho espacio a la II Guerra Mundial, especialmente a ensalzar los triunfos del eje nazi.
Por eso extraña que en febrero de 1940 se permitiera a la prensa provincial narrar con todo detalle la muerte de 23 personas en un deslizamiento de terrenos en Fuentes de Cesna
La censura franquista todavía no se había preocupado por mutilar o maquillar noticias sobre grandes accidentes de ferrocarril, inundaciones, malas cosechas o desastres naturales. Esto llegaría más tarde. Por eso extraña que en febrero de 1940 se permitiera a la prensa provincial narrar con todo detalle la muerte de 23 personas en un deslizamiento de terrenos en Fuentes de Cesna. Al fin y al cabo, ése había sido el designio divino.
La prensa de 1940 está repleta de noticias relativas a los bandos de Gallego Burín ordenando la expulsión de mendigos y la prohibición de pedir por las calles de la ciudad. El primer bando del alcalde prohibiendo la mendicidad callejera fue colgado en las esquinas y pregonado por las calles el 14 de febrero de 1940.
Eran recursos que se detraían de las atenciones de los granadinos. Con estas publicaciones se trataba de poner en contra de los mendigos a los ciudadanos
Granada se había convertido durante la guerra y los meses siguientes en el polo de atracción de gentes sin recursos de zona republicana y pueblos de la provincia donde no había nada que comer. Cada día llegaban decenas de pordioseros, llamando de puerta en puerta y apostándose en los atrios de las iglesias. Periódicamente, la prensa publicaba noticias sobre el número de pobres que eran expulsados mensualmente de la ciudad de Granada; se consignaba con todo detalle el enorme coste para el Ayuntamiento por el pago de billetes de autobús o tren para devolverlos a sus lugares de origen. Eran recursos que se detraían de las atenciones de los granadinos. Con estas publicaciones se trataba de poner en contra de los mendigos a los ciudadanos.
La media de mendigos expulsados de Granada sólo durante los meses del año 1940 fue de 2.025/mes (aproximadamente unos 25.000 durante ese primer año completo). A partir del año 1941 ya no aparecen noticias en prensa sobre el número de pobres que seguían siendo expulsados de la ciudad; tampoco sabemos si Cándido G. Ortiz de Villajos lo llegó a escribir en su crónica inédita de 1942. Es de suponer que tan elevada cantidad de mendigos contabilizase varias veces a los mismos, que regresaban una y otra vez a la capital.
Se empezó también a multar a los establecimientos que permaneciesen abiertos a partir de las diez de la noche y dispensaran licores y comida; cada día se publicaban en la prensa las relaciones de tenderos o mesoneros sancionados
Granada comenzó a primeros de marzo a repartir las cartillas de racionamiento entre sus habitantes. La expulsión de pobres extraños obedecía, en parte, a depurar a aquellos que se hacían pasar por vecinos de la capital. Se prohibió a los panaderos elaborar todo tipo de bollería, aparte de hogazas y barras de pan, ya que escaseaba la harina. Se empezó también a multar a los establecimientos que permaneciesen abiertos a partir de las diez de la noche y dispensaran licores y comida; cada día se publicaban en la prensa las relaciones de tenderos o mesoneros sancionados.
El gobernador civil y el alcalde de Granada pidieron a la población que se sumara al día del plato único con el fin de ahorrar alimentos. Al principio fue un tanto voluntario, pero a partir de 1940 se estableció de manera obligatoria que los bares, restaurante, mesones y hostelería en general debían servir un plato único a los clientes los días 1 y 15 de cada mes, pero se cobraría el menú completo. La demasía cobrada debían ingresarla en las cuentas de la beneficencia municipal para poder alimentar a necesitados. A las familias pudientes se les hacía adquirir unos bonos en el Gobierno Civil. Quienes tenían medios colaboraban con dinero, pero seguían comiendo lo que podían.
El BOE recordaba a los españoles la obligación de observar con orgullo y satisfacción aquel ayuno obligatorio “con fines altamente patrióticos”
Como la situación empeoraba, el Gobierno decidió que el día del plato único no tuviera lugar sólo dos veces al mes; a partir de mayo de 1940, todos los lunes serían día de plato único. El BOE recordaba a los españoles la obligación de observar con orgullo y satisfacción aquel ayuno obligatorio “con fines altamente patrióticos”. La realidad es que a la inmensa mayoría de granadinos no había que pedirles colaboración en el ayuno, ya lo hacían por necesidad todos los días de la semana.
Ante tanta carencia de alimentos se recrudeció el “straperlo” aparecido en la II República. La palabra tenía su origen en los economistas Strauss y Perlowitz que lo definieron. Estraperlar significaba comerciar ilegalmente con productos intervenidos por el Estado o sujetos a una tasa. Y quienes podían traficar eran precisamente aquellos que tenían acceso a esos productos controlados por el Estado, en su mayoría políticos, militares y allegados al régimen franquista. Del estraperlo de aquellos años nacieron bastantes fortunas de familias influyentes granadinas. Mientras tanto, quienes necesitaban esos géneros tenían que pagar cantidades desorbitadas en el mercado negro. En el verano de 1940, el estraperlo había llegado a ser tan escandaloso en España que Franco decidió perseguirlo con dureza. Fueron multados infinidad de pequeños estraperlistas, pero las investigaciones nunca llegaron a las cúpulas del poder (copadas incluso por ministros, aristócratas y generales del ejército).
Granada vivía a finales de 1940 una situación dual: infinidad de gente humilde pasando necesidad, miles de pobres expulsados; en tanto que una minoría pudiente continuaba con un nivel de vida que se puede calificar de derrochador
Granada vivía a finales de 1940 una situación dual: infinidad de gente humilde pasando necesidad, miles de pobres expulsados; en tanto que una minoría pudiente continuaba con un nivel de vida que se puede calificar de derrochador. Eran los que habían ganado la guerra y tenían el control de los abastecimientos. Nada más tomar posesión de su nuevo cargo como gobernador civil de la provincia, Antonio Gallego Burín adoptó una decisión que no sentó nada bien a las clases privilegiadas granadinas: prohibió la celebración de banquetes, vinos de honor y ágapes institucionales. No tenía justificación que la inmensa mayoría de granadinos viviese entre la hambruna, mientras una minoría se encerraba en cármenes, ventorros y palacetes a hartarse de comer y beber (Y de alguna cosa más a cambio de comida). Publicó un bando el 5 de noviembre de 1940 con estas prohibiciones, además de instar a que fuesen denunciados si se organizaban en secreto.
Unos días más tarde, el 20 de noviembre, el flamante gobernador dio una vuelta de tuerca más al reparto del hambre: fijó la ración diaria de pan por persona en sólo 200 gramos. Los panes se debían fabricar en piezas de 1.000 y 400 gramos. Algunas familias no tenían medios ni para conseguir la pieza pequeña. Esta medida fue acompañada de duras restricciones para el acceso al arroz, azúcar y aceite en la capital; en los pueblos resultaba algo más fácil conseguir aceite, ya que quien tenía olivos se lo autoprensaba. Granada tenía un superávit de producción de azúcar por la infinidad de fábricas de remolacha, pero fueron intervenidas y los sacos salían con destino a otros lugares. La falta de harina hizo que la gente comenzara a elaborar pan mezclado con harina de bellotas y castañas.
A finales de 1940 ya estaba articulado por el Ayuntamiento el mecanismo de reparto y control de cartillas de racionamiento de pan. Cada distrito de la ciudad controlaba a los ciudadanos empadronados en su demarcación para evitar abusos o dobles domiciliaciones; las cartillas había que recogerlas en Auxilio Social de calle de las Tablas, en el Teatro Cervantes, en la Escuela Normal, en la Real Chancillería, en Asilo de San José, en iglesia de Santo Domingo, en la Universidad, en el edificio municipal de calle Pagés, en la Escuela de El Fargue y en la escuela de la calle Molinos.
También –como ahora– escaseaba o era carísimo el combustible, hubo que suspender la Cruz de aquel año por una epidemia de tifus exantemático (que se llevó por delante al alcalde accidental, Acosta Inglot, y a unos 6.000 granadinos)
En fin, todas las calamidades anteriores empezaron a agravarse en Granada en 1940 y se prolongarían todavía durante al menos las dos décadas siguientes. También –como ahora– escaseaba o era carísimo el combustible, hubo que suspender la Cruz de aquel año por una epidemia de tifus exantemático (que se llevó por delante al alcalde accidental, Acosta Inglot, y a unos 6.000 granadinos); y se buscaban alternativas a la gasolina: la prensa dio cuenta de que había llegado un coche con motor de modernísimo gasógeno desde Madrid a Granada en poco más de diez horas; había cubierto los 450 kilómetros de entonces consumiendo “sólo” 20 kilos de leña por cada cien kilómetros.
La mayoría de bandos y edictos de Gallego Burín en su año como gobernador civil seguían vigentes cuando dejó de ser alcalde en 1951. Pero la censura en prensa se endureció y el cronista Cándido García Ortiz de Villajos tuvo que centrarse en cantar las excelencias monumentales, artísticas e históricas de Granada en su periódico. El proyecto iniciado con la Crónica de Granada quedó en aguas de borrajas y los dos periódicos locales ofrecían una visión edulcorada y evadida de la realidad que estaban padeciendo nuestros abuelos en los años del hambre. La Historia de Granada volvía a escribirla el bando ganador (como lo hicieron los cronistas de los Reyes Católicos y Juan de Austria).
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