Sor Cristina de Arteaga, la priora empeñada en llevarse el monasterio de Santa Paula
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El proyecto incluía desmontar el claustro, la portada de la iglesia y los artesonados para volver a armarlos en el Compás de San Jerónimo
El 5 de marzo de 1972 Sor Cristina de la Cruz Arteaga y Sor Cecilia Montlló dirigieron una carta al consejero provincial de Bellas Artes de Granada, José Manuel Pita Andrade. Eran la presidenta nacional de la comunidad de monjas jerónimas y la priora del monasterio de Santa Paula en Granada. Le argumentaban su intención del próximo abandono del edificio situado entre las calles Santa Paula y Gran Vía y trasladarse al de San Jerónimo, una vez acabadas las obras de rehabilitación.
Estaban trabajando en un plan para llevarse con ellas el mobiliario, los huesos de sus hermanas allí enterradas desde el siglo XVII y los elementos móviles más destacable
Estaban trabajando en un plan para llevarse con ellas el mobiliario, los huesos de sus hermanas allí enterradas desde el siglo XVII y los elementos móviles más destacables. El edificio de Santa Paula estaba muy deteriorado, con los tejados cayéndose y algunas zonas apuntaladas. Pero su intención no sólo pasaba por mudar la parte mueble, también querían llevarse el inmueble. Es decir, desmontar lo más artístico y valioso del edificio y volver a montarlo junto al monasterio de San Jerónimo, a poco más de medio kilómetro de distancia. Querían llevarse el claustro con ellas. También la portada de la iglesia y los artesonados.
La segunda parte de aquella magna operación de arquitectura la completarían volviendo a armar el claustro justo donde estuvo el tercer patio del Monasterio de San Jerónimo. Con fachada a la iglesia jerónima y completando el compás por el noroeste, donde hay una nave corrida que sustituye a la antigua Hospedería de los frailes jerónimos.
Lo peor de todo era que habían crecido desorbitadamente las edificaciones a su alrededor y este convento de clausura había perdido toda intimidad; los vecinos las veían desde los pisos altos, no podían desarrollar plenamente su vida contemplativa
Argumentaban que el monasterio de Santa Paula había sido destrozado sin misericordia, partido por la mitad al construir la Gran Vía a finales del siglo XIX. De manera que las obras se llevaron por delante media decenas de casas moriscas que formaron parte del recinto; sólo habían quedado dos completas y una parcial mirando a la calle Portería; su perímetro llegaba originalmente casi hasta la calle Elvira. Se quedaron sin huertas ni las zonas verdes que tuvieron durante tres siglos y medio. Y, para empeorar la situación, su paz y su tranquilidad se las habían robado desde que se incrementó el tráfico en la principal arteria de circulación. Lo peor de todo era que habían crecido desorbitadamente las edificaciones a su alrededor y este convento de clausura había perdido toda intimidad; los vecinos las veían desde los pisos altos, no podían desarrollar plenamente su vida contemplativa.
Conocían perfectamente que Santa Paula no gozaba de ningún tipo de protección histórica ni artística, no estaba catalogado como monumento nacional. Pero ellas le daban mucho valor a su claustro, sus artesonados y la portada de la iglesia
Conocían perfectamente que Santa Paula no gozaba de ningún tipo de protección histórica ni artística, no estaba catalogado como monumento nacional. Pero ellas le daban mucho valor a su claustro, sus artesonados y la portada de la iglesia. “Merecen salvarse y reconstruir el conjunto monumental en San Jerónimo, donde lucirán mejor, serán preservados y estarán más seguros que en el terreno de la Gran Vía, abocado a venderse tarde o temprano”, describían en su carta.
La venta del “solar” resultante de la Gran Vía la tenían pensada para poder acopiar más medios con los que hacer frente a la costosa reconstrucción de San Jerónimo. La reinstalación del claustro la entendían posible puesto que era muy similar en estilo y dimensiones al desaparecido durante la desamortización del siglo XIX. Tenía pilares muy parecidos de piedra de Escúzar. Sería una reproducción “casi exacta de lo que hoy se conserva en Santa Paula, en bien del recuerdo histórico y para las mismas monjas, tan amantes de sus tradiciones, no extrañen el traslado”.
Antecedentes de los conventos jerónimos granadinos
Para entender aquella sorpresiva propuesta hay que remontarse unos cuantos años en la historia de Granada. En 1835 fueron exclaustrados los monjes jerónimos (rama masculina) del Monasterio de San Jerónimo. El enorme complejo pasó a propiedad del Estado y se le dio uso militar, como cuartel de caballería. Muy pronto fue derribado el tercero de los grandes claustros o patios que tenía para formar una explanada y cuadras. En los planos de mediados del siglo XIX ya no aparece en pie.
Se empezó por recuperar el claustro incendiado y entre 1963 y 1971 fue reconstruida la torre que los franceses desmontaron en 1810. Todo con cargo a presupuestos de la Dirección General de Bellas Artes
Los edificios se fueron deteriorando por falta de mantenimiento, un devastador incendio en 1927 y un mal uso. Aun así, el 1931 el gobierno republicano le concedió la categoría de monumento nacional (la parte de la iglesia ya la tenía desde el siglo XIX). Tras el abandono por los militares, en 1958 empezó a ser desescombrado y limpiado con vistas a su restauración. Se empezó por recuperar el claustro incendiado y entre 1963 y 1971 fue reconstruida la torre que los franceses desmontaron en 1810. Todo con cargo a presupuestos de la Dirección General de Bellas Artes.
En cuanto a la rama femenina de la comunidad jerónima, ubicada en Santa Paula, también sufrió con las desamortizaciones del XIX y los incendios/saqueos de la II República. Pero habían conseguido superar los momentos de crisis y permanecieron en su edificio, cada vez más deteriorado.
En este plano de Palomino de 1845 ya se ve eliminado el claustro de la Hospedería y convertida la zona en un solar (marcado por la X roja).
Sor Cristina fue mujer de profundos estudios y cultura, escritora encuadrada en la Generación del 27. Hasta que decidió profesar como monja jerónima
Sor Cristina de la Cruz Arteaga no fue una monja cualquiera. Nació como María Cristina de Arteaga y Falguera (1902-1984), hija del Duque del Infantado, uno de los nobles con mayor número de títulos de España y enorme fortuna. Para empezar, en Granada adquirió el Castillo de la Calahorra (1913) y el Carmen de los Mártires (1929) con la intención de rehabilitarlos y ponerlos en uso. Sor Cristina fue mujer de profundos estudios y cultura, escritora encuadrada en la Generación del 27. Hasta que decidió profesar como monja jerónima. En 1943 ya era priora del monasterio de Santa Paula de Sevilla y, a partir de 1958, presidenta de la Federación de Monasterios de Monjas Jerónimas.
Aquella portentosa mujer −hoy inmersa en un proceso de beatificación− tenía amistad y acceso a altas personalidades del Estado
Aquella portentosa mujer −hoy inmersa en un proceso de beatificación− tenía amistad y acceso a altas personalidades del Estado. En Granada estrechó relaciones con el alcalde Manuel Sola; en 1957 vendió al Ayuntamiento el Carmen de los Mártires por 11 millones de pesetas. Aquel dinero de su herencia personal lo destinó a empezar las obras del Monasterio de San Jerónimo, cuya cesión consiguió del Estado. Ya se veía desde principios de la década de los sesenta que su intención era recuperar San Jerónimo para trasladar allí a sus monjas de la calle Santa Paula. Aunque el proceso de traslado fue lento, ya que hasta 1977 no se cambiaron las madres jerónimas desde la Gran Vía hasta la calle Gran Capitán.
En medio de todo aquel largo proceso, Sor Cristina de la Cruz Arteaga fue nombrada hija adoptiva de la ciudad de Granada y recibió la medalla de oro de la ciudad (1968)
En medio de todo aquel largo proceso, Sor Cristina de la Cruz Arteaga fue nombrada hija adoptiva de la ciudad de Granada y recibió la medalla de oro de la ciudad (1968). Precisamente por haber vendido a la ciudad el Carmen de los Mártires para poder rehabilitar San Jerónimo con su herencia del Infantado.
1972-74: Dos años buscando permiso
Volvamos a la primavera de 1972 en que el consejero Pita Andrade recibió la carta de las monjas jerónimas pidiendo autorización para trasladar el claustro. El catedrático de Historia del Arte no tuvo tiempo de darle vueltas al asunto; el 25 de marzo de 1972 fue llamado a Madrid para ser nombrado director del Museo del Prado. Su cargo se lo traspasaron a Vicente González Barberán, por entonces dedicado a la Gerencia del Polo de Desarrollo de Granada, pero hombre de gran cultura y sensibilidad por el patrimonio.
La Comisión Provincial de Bellas Artes recibió la petición de las monjas y comenzó su tramitación. Crearon un patronato del Monasterio de San Jerónimo que estaba presidido por el director general de Bellas Artes, Florentino Pérez Embid; vicepresidente el rector de la Universidad, Federico Mayor Zaragoza
La Comisión Provincial de Bellas Artes recibió la petición de las monjas y comenzó su tramitación. Crearon un patronato del Monasterio de San Jerónimo que estaba presidido por el director general de Bellas Artes, Florentino Pérez Embid; vicepresidente el rector de la Universidad, Federico Mayor Zaragoza; vocales, el comisario general del Patrimonio Artístico Nacional, Jesús Silva Porto; el exalcalde y procurador en Cortes Manuel Sola; Sor Cristina de la Cruz Arteaga; Antonio Dalmases Megías por el monasterio de San Jerónimo; Emilio Orozco Díaz como experto en arte e historia de Granada; Emilio Muñoz Fernández, catedrático y exrector; y Vicente González Barberán como nuevo consejero provincial de Bellas Artes.
Todos, por unanimidad, debatieron y aprobaron (en sesión del 7 de julio de 1972) el traslado del claustro de Santa Paula hasta el compás de San Jerónimo. Además, el rector informó que ya había dado órdenes a la secretaría de la Universidad que tramitase la cesión del solar donde iría recolocado el nuevo edificio. Aquellos terrenos eran de propiedad universitaria; en parte de ellos fue levantada más tarde la Facultad de Trabajo Social y parte del aparcamiento y plaza de San Jerónimo. (Habían sido barajados para montar allí el Palacio de los Córdova, que finalmente acabaron en la Cuesta del Chapiz).
Para empezar, su envergadura traspasaba los límites provinciales y debía recibir la bendición de la Dirección General de Bellas Artes, en aquel momento en manos del historiador Javier Tusell
Comenzaba a rodar un proyecto de compleja tramitación administrativa. Para empezar, su envergadura traspasaba los límites provinciales y debía recibir la bendición de la Dirección General de Bellas Artes, en aquel momento en manos del historiador Javier Tusell. También debía contarse con autorización del Arzobispado y de la Santa Sede. Sor Cristina ya tenía movidos los hilos necesarios en la parte de la Iglesia, contaba con su aprobación oral previa.
El informe favorable, unánime y casi emocionado, fue enviado a la Dirección General de Bellas Artes de Madrid. El asunto se daba por aprobado, pues desde décadas atrás se venía permitiendo en España el desmontaje y traslado de edificios enteros. Incluso cientos de ellos habían ido a parar a la “exportación”. A nuestro país le sobraban edificios considerados como viejos, no antiguos, para regalar a medio mundo. Incluso España había sido receptora de un templo egipcio, el de Debod, que fue traído desde el Nilo y vuelto a montar en el centro de Madrid. También se estaban desmontando pueblos enteros para librarlos de las aguas de los pantanos que anegaban los valles.
La Comisión granadina no imaginaba que el 20 de septiembre de 1972 la Dirección General de Bellas Artes echaría por tierra su apoyo al traslado del monasterio de Santa Paula
La Comisión granadina no imaginaba que el 20 de septiembre de 1972 la Dirección General de Bellas Artes echaría por tierra su apoyo al traslado del monasterio de Santa Paula. El arquitecto encargado del catálogo de Patrimonio denegó el proyecto de mover de sitio el monasterio basándose en una ley de la II República que todo el mundo daba por suprimida. El párrafo 19 de la ley 13/1933 decía: “Se prohíbe todo intento de reconstrucción de monumentos. Hay que procurar por todos los medios de la técnica su conservación y consolidación, limitándose a restaurar lo que fuere absolutamente indispensable y dejando siempre reconocibles las adiciones”.
Vicente González Barberán, el flamante delegado de Bellas Artes, expresó su extrañeza en una carta al Comisario General del Patronato Histórico-Artísticos, Jesús Silva Pardo, quien precisamente había estado presente en la reunión de Granada y votado favorablemente por el traslado: “Todo esto me llena de confusión y hasta de consternación −escribía el delegado−, ya que se quedó en la reunión del Rectorado en trasladar el claustro de Santa Paula , cuyo viejo edificio está en la Gran Vía, como núcleo del tercer claustro de San Jerónimo, que va a constituir el auténtico convento de las monjas”. Sor Cristina así lo entendió.
Durante los dos años siguientes, entre 1972 y 1975, Sor Cristina continuaba presionando a los implicados de Bellas Artes en Granada. Adoptaron una nueva estrategia, la de eliminar la palabra “traslado” y sustituirla por “salvar”, “proteger”, “recuperar”, “salvaguardar” los elementos más valiosos del claustro
Durante los dos años siguientes, entre 1972 y 1975, Sor Cristina continuaba presionando a los implicados de Bellas Artes en Granada. Adoptaron una nueva estrategia, la de eliminar la palabra “traslado” y sustituirla por “salvar”, “proteger”, “recuperar”, “salvaguardar” los elementos más valiosos del claustro. Se quería conseguir el plácet de Madrid presentando el tema como una pérdida irreparable si no se actuaba a tiempo. Lo habitual por entonces en Granada era que desaparecieran cada día edificios históricos, de importancia mayor o menor, pero en una sucesión imparable. De la misma Gran Vía estaban hundiendo o en proyecto de derribo nueve de los edificios construidos a principios del siglo XX. Y nadie había levantado la voz. Por no hablar de casas moriscas del Albayzín y palacetes renacentistas de los siglos XVI a XVIII repartidos por toda la ciudad.
Cristina de la Cruz movió hilos incluso en el entorno de la Jefatura del Estado. Recurrió al que había sido capitán general de Granada y ahora jefe del cuarto militar del Generalísimo para que le echara una mano.
La Comisión Provincial de Bellas Artes empezó a recular en cuanto conoció la negativa del arquitecto de la Dirección General a autorizar el desmonte y nuevo montaje del edificio. Sus miembros comenzaron a desdecirse y a inhibirse del tema “porque el asunto rebasaba sus atribuciones”, aunque sus opiniones continuaban siendo favorables al traslado “salvador de los elementos más valiosos”.
A finales de 1974 fue el arzobispo quien intervino preguntando si ya podía solicitar autorización al Vaticano, ya que por parte suya no habría problema en la operación
A finales de 1974 fue el arzobispo quien intervino preguntando si ya podía solicitar autorización al Vaticano, ya que por parte suya no habría problema en la operación. Pero Sor Cristina y su asesor personal Antonio Dalmases ya empezaban a concienciarse que era una operación casi imposible. Estaban muy avanzadas las obras de rehabilitación del segundo patio de San Jerónimo, donde iban a residir próximamente las religiosas; incluso se continuaba barajando la posibilidad de incorporar la Casa de la Música, aneja al monasterio, para apartarla de otra amenaza que se cernía sobre ella.
Se decidió retirar simbólicamente la imagen de Santa Paula de la hornacina en la fachada de la Gran Vía y poner en venta el edificio. A los constructores de aquellos años sólo le interesaban solares bien situados donde levantar bloques de viviendas, o quizás hoteles
En diciembre de 1974, en una carta de felicitación del Año Nuevo enviada por Sor Cristina al delegado provincial de Bellas Artes ya trasluce su desánimo y deja ver la falta de futuro para el proyecto: “… a pesar de lo nublado del horizonte”. Se decidió retirar simbólicamente la imagen de Santa Paula de la hornacina en la fachada de la Gran Vía y poner en venta el edificio. A los constructores de aquellos años sólo le interesaban solares bien situados donde levantar bloques de viviendas, o quizás hoteles, pero no acometer costosísimas rehabilitaciones de edificios históricos.
1975: Declararlo monumento para protegerlo
La reacción de Vicente González Barberán a la puesta en venta del edificio por parte de la comunidad jerónima fue incoar expediente de declaración de Santa Paula como monumento histórico-artístico de carácter nacional. Era marzo de 1975. Aunque las monjas todavía lo ocupaban, en cuanto corrió el rumor de la oferta empezaron a preguntar infinidad de interesados en quedarse con tan magnífico edificio. Unos con unas intenciones, otros con otras. Por allí pasaron promotores inmobiliarios, ojeadores de hoteles, un representante del Aga Khan. El consejo de administración de la Caja de Ahorros debatió el tema y se mostró dispuesto a comprar el edificio; presionó Gonzalo Moreno Abril, que era consejero y presidente de la asociación Granada Nuestra.
Quedaba abierta una doble carrera contrarreloj: el delegado de Bellas Artes intentando acelerar el expediente de declaración de monumento nacional para evitar que lo derribaran en cuanto las monjas alcanzaran un acuerdo
Quedaba abierta una doble carrera contrarreloj: el delegado de Bellas Artes intentando acelerar el expediente de declaración de monumento nacional para evitar que lo derribaran en cuanto las monjas alcanzaran un acuerdo satisfactorio con un comprador; por otro lado, la comunidad jerónima acabando las obras para habilitar San Jerónimo y mudarse, pero precisaban vender pronto para coger dinero y poder reinvertirlo en su nueva casa.
Las monjas abandonaron Santa Paula a primeros de julio de 1977. Ya mantenían tratos con varios compradores interesados. Pero no estaban dispuestas a malvender. Esperaron a tener una buena oferta que, por otro lado, ya auguraba el inconveniente de conocerse que se tramitaba su declaración de protección
Las monjas abandonaron Santa Paula a primeros de julio de 1977. Ya mantenían tratos con varios compradores interesados. Pero no estaban dispuestas a malvender. Esperaron a tener una buena oferta que, por otro lado, ya auguraba el inconveniente de conocerse que se tramitaba su declaración de protección. Era más que probable que el nuevo comprador pusiera más cortapisas de las previstas; no valdría derribarlo y levantar un enorme bloque de pisos con fachadas a dos calles en el mejor sitio de Granada. No se podría dar un pelotazo más de los muchos que florecían por Granada.
Corrían los años y el monasterio de Santa Paula seguía deteriorándose y sin vender. Incluso se colaron okupas que destrozaron buena parte de las techumbres de las casas moriscas. El delegado de Bellas Artes apremiaba a Madrid para que acelerase el expediente, porque ni se vendía ni se clarificaba su futuro como monumento protegido. En 1978, González Barberán descubrió que la documentación estaba atascada en el despacho de la directora general de Patrimonio. En 1980, en tal situación de abandono y vandalización, Granada Nuestra se dirigió a Javier Tusell pidiéndole acelerase la declaración, atascada en Madrid, y fuese dedicado el monasterio a uso cultural para la ciudad. La Caja General seguía dispuesta a adquirirlo.
Con el tiempo se sospechó que la mano negra era precisamente del entorno de la comunidad jerónima, que anhelaban que no se aprobaba ninguna figura de protección patrimonial
Al enterarse de la situación de parálisis, Javier Tusell ordenó tajantemente al negociado de inventario de patrimonio del Ministerio de Cultura: “Quiero que cuanto antes se proceda a la declaración del Convento de Santa Paula”. Incluso en enero de 1981 volvió a insistir González Barberán en carta a Tusell: “Hay quienes hablan de mano negra, que mete el expediente en el cajón mientras otros posteriores están ya publicados en el BOE”. Con el tiempo se sospechó que la mano negra era precisamente del entorno de la comunidad jerónima, que anhelaban que no se aprobaba ninguna figura de protección patrimonial. Con ello conseguían, por un lado, llevarse el claustro como si fuera material de derribo; y, por otro, incrementar el valor de la venta del solar porque ya se podría levantar un edificio moderno.
Mientras tanto (julio de 1981), Sor Cristina recurrió a un conocido marqués, que era jefe del cuarto militar del rey Juan Carlos I, para que le agendase una entrevista personal con Javier Tusell y exponerle la situación del convento granadino. Finalmente, en julio de 1982 fue desempolvado el expediente; apremiaron a la Academia de San Fernando que informara de una vez y abrieron trámite de audiencia al Ayuntamiento de Granada.
Por fin, y tras más de ocho años, el 20 de abril de 1983 se publicaba en el BOE el real decreto 1438/83 declarando el monasterio de Santa Paula como monumento histórico artístico de carácter nacional. Lo firmaba el primer ministro de Cultura de la era socialista, Javier Solana
Por fin, y tras más de ocho años, el 20 de abril de 1983 se publicaba en el BOE el real decreto 1438/83 declarando el monasterio de Santa Paula como monumento histórico artístico de carácter nacional. Lo firmaba el primer ministro de Cultura de la era socialista, Javier Solana. Era de esperar que el edificio del siglo XVI no corriera la misma suerte que otros muchos de Granada. Las monjas jerónimas tenían varios sentimientos encontrados: de seguridad porque su patrimonio histórico tenía una protección (la que ellas no consiguieron con su pretendido traslado); y los compradores ya sabían a qué atenerse para negociar su compra. La parte negativa para ellas era que las ofertas serían mucho más bajas como edificio histórico en pie que como solar para levantar pisos.
Fracaso como edificio cultural, destino hostelero
Empezaba otra carrera por ver quién se hacía con el edificio catalogado. Pero en ella ya no iba a participar la mujer que dedicó buena parte de vida y su fortuna personal al empeño; Cristina de la Cruz Arteaga falleció en Sevilla el 13 de julio de 1984.
Se sucedían periódicamente noticias sobre quiénes estaban interesados en la compra; una de las primeras surgió en mayo de 1986, indicando que el Ministerio de Cultura pretendía adquirirlo para trasladar allí el Archivo de la Real Chancillería y el Histórico Provincial. Incluso se habló de destinarlo a museo de la ciudad
Se sucedían periódicamente noticias sobre quiénes estaban interesados en la compra; una de las primeras surgió en mayo de 1986, indicando que el Ministerio de Cultura pretendía adquirirlo para trasladar allí el Archivo de la Real Chancillería y el Histórico Provincial. Incluso se habló de destinarlo a museo de la ciudad. El Estado había iniciado una política de recuperación de edificios históricos. Pero no se puso de acuerdo en el precio que pedían las monjas.
En septiembre de 1986 ya habían sido trasferidas las competencias en materia de Cultura y Patrimonio a la Junta de Andalucía. La consejería del ramo planteó instalar en Santa Paula una serie de escuelas-taller relacionadas con la restauración de edificios, que trabajarían en su recuperación; pero las monjas no se avinieron a ningún convenio, exigieron firmar antes la venta y que la Junta hiciera después lo que quisiera. Hubo dimes y diretes por las dos partes, hasta que se supo que los políticos de la Junta nunca llegaron a hacer una oferta seria de compra. En cambio, la Universidad sí quiso negociar su adquisición, como lo hicieron la Caja General y el Colegio de Arquitectos.
Su intención era rehabilitarlo, incrementar varias plantas sobre la fachada de la Gran Vía y convertirlo en el primer hotel de cinco estrellas de Granada
Por fin, en enero de 1987 la Consejería de Cultura ofreció 95 millones de pesetas en metálico y 55 en obras de rehabilitación. La comunidad jerónima empezó pidiendo 250 y después rebajó la cifra a 217. No hubo acuerdo. Continuó el mareo de la perdiz hasta que en octubre de 1989 apareció la cadena hotelera Elite Investments y se lo quedó por algo más de 300 millones de pesetas. Su intención era rehabilitarlo, incrementar varias plantas sobre la fachada de la Gran Vía y convertirlo en el primer hotel de cinco estrellas de Granada; tendría algo más de un centenar de habitaciones de lujo, salones para congresos y restaurante. La inversión prevista iba a superar los 2.000 millones de pesetas. Todo el mundo respiró contento en Granada. La piqueta no iba a cebarse con un edificio histórico más.
Las cautelas impuestas desde Madrid le obligaban a no sobrepasar los 19 metros de rasante marcada cuando se construyó la Gran Vía; dicha fachada debía armonizar con lo existente
Pero el horizonte no quedó despejado del todo. Problemas empresariales alargaron el comienzo de las obras durante una década. No empezaron hasta 1999. Hubo tiras y aflojas con el Ayuntamiento hasta dar con un proyecto constructivo y de rehabilitación aceptable. La parte interior (claustro, iglesia y casas moriscas) fue un excelente modelo de rehabilitación, de los mejores acometidos en Granada. Pero los rumores apuntaban que tras la lona que cubría la fachada a la Gran Vía iba a aparecer algo que no gustaría a los amantes del patrimonio y la arquitectura tradicional. Se decía que la nueva fachada sería una gran cristalera que dejaría ver el interior del monasterio; recordemos que fue partido por la mitad y tapado con una fachada-forillo modernista del arquitecto Juan Montserrat. Las cautelas impuestas desde Madrid le obligaban a no sobrepasar los 19 metros de rasante marcada cuando se construyó la Gran Vía; dicha fachada debía armonizar con lo existente. En cuanto a las casas moriscas no se permitió ninguna modificación de fondo.
Y así lo entendieron los promotores, pero no la ciudadanía: cuando retiraron los andamios vimos desaparecidos los comercios de los bajos de toda la vida y tres plantas superpuestas sobre las dos existentes. La tercera y cuarta, pasables; el remate superior entablado no encajaba
Y así lo entendieron los promotores, pero no la ciudadanía: cuando retiraron los andamios vimos desaparecidos los comercios de los bajos de toda la vida y tres plantas superpuestas sobre las dos existentes. La tercera y cuarta, pasables; el remate superior entablado no encajaba. Ni ha acabado de encajar en la estética de esta calle de aires modernistas.
La hornacina que antes acogió una copia de Santa Paula, ahora está reconvertida en ventana de una habitación. La fea celosía cegada de telarañas y hollín desapareció para siempre. Pero, en líneas generales, la idea inicial de Sor Cristina de la Cruz de evitar la desaparición de su monasterio se consiguió con sobresaliente. Y su sucesora consiguió más dinero por la venta del que nunca imaginó ella. El monasterio de Santa Paula no fue sumado como tercer claustro a San Jerónimo… Afortunadamente. Y no precisamente gracias a la lucidez mostrada por los miembros de la Comisión Provincial de Bellas Artes tardofranquista. Su pervivencia hay que agradecérsela al desconocido arquitecto que, desde Madrid, dejó cada piedra en el lugar que le correspondía.