'Nuestros mayores también lloran'

Se cuenta que en la ciudad de Úbeda convivían dos nobles familias, los Aranda y los Trapera, ambos habían sido grandes aliados de Alfonso XI contra los invasores musulmanes en la batalla de Algeciras. Como consecuencia de esa ayuda el monarca les otorgó grandes dádivas en forma de influencias territoriales, con ellas llegaron las tensiones entre las familias citadas y una mala noche (de las que tiene cualquiera, como diría un buen paisano) un miembro de los Trapera dejo muy malherido de una certera puñalada a un miembro de los Aranda, este llegó a alcanzar el sagrario de una iglesia cercana donde no podría acceder su agresor con ninguna mala intención, según las normas eclesiásticas y civiles del momento. Pero fue tal la bellaquería de uno de los Trapera que estando el sacerdote consagrando la Eucaristía le asestó una última y letal puñalada. Desde entonces esta acuñada la frase de “puñalada trapera” como una de las acciones más viles y falta de decoro.
Nadie se ha responsabilizado de nuestros mayores que han ido cayendo en las residencias de ancianos absolutamente hacinados, sin personal sanitario cualificado y con tratamientos paliativos tercermundistas
Pues bien, eso es lo que deberán haber sentido nuestros mayores al ver como una sociedad hedonista y envilecida ha puesto en su escala de valores preferencias de supervivencia por edades a la hora de ser tratados por nuestras autoridades sanitarias. Nadie se ha responsabilizado de nuestros mayores que han ido cayendo en las residencias de ancianos absolutamente hacinados, sin personal sanitario cualificado y con tratamientos paliativos tercermundistas. Los han dejado morirse en esas residencias como único remedio para no saturar las camas hospitalarias. Los han tratado todas las autoridades como unos Traperas cualquiera cuando ellos han sido los que han hecho posible esta falsa sociedad del bienestar que se tambalea ante un virus “de pacotilla” según reconocían muchos profesionales del entorno médico.
Solo nos quedará en el recuerdo sus lágrimas recorriendo los surcos de sus castigadas mejillas por los años de entrega, fatiga y generosidad a cambio de nada, y el pensamiento de que en la soledad de sus residencias vieron llegar la guadaña certera de su fin con la tristeza de la sobriedad y soledad, sin un funeral donde el dolor de familiares y amigos alivie su pérdida.
Ciertamente que hay responsabilidades y responsables, como cierto es la obligación moral de exigirlas políticas, económicas y socialmente a nuestros gobernantes cuando corresponda
Ciertamente que hay responsabilidades y responsables, como cierto es la obligación moral de exigirlas políticas, económicas y socialmente a nuestros gobernantes cuando corresponda. El origen y la extensión del brote pudieron ser reducidos con la información que se ha acreditado que ya poseían nuestras autoridades políticas-sanitarias. Por tanto, su tardanza en reconocerlo y tomar las medidas necesarias, que llegaron unos días después, solo obedeció a fines políticos poco claros y lo que supuso de forma constatada la rápida propagación del virus entre miles de ciudadanos que asistieron a esos diversos eventos sociales y muertes innecesarias.
Tenemos la sensación que solo importa el “lucimiento“ del portavoz gubernamental de turno que continuamente nos asalta en los medios de comunicación para explicarnos de forma infantil o bélica la situación del momento, prorrogando una y otra vez un estado de alarma que jurídicamente es cuestionado al limitar derechos fundamentales. Todo ello aderezado con informaciones sobre víctimas cuyo número real se desconoce, con falta de material de protección de nuestros sanitarios o de los necesarios test de detección para todos. Endulzar esta situación con aplausos y sirenas es de agradecer, pero la realidad es triste, es otra muy distinta.