EN EL 200º ANIVERSARIO DEL CUERPO DE ZAPADORES

Cuando los granadinos llamaban a tiros a los bomberos

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 18 de Septiembre de 2022
Un homenaje al bicentenario Cuerpo de Bomberos de Granada el que nos ofrece Gabriel Pozo Felguera con este extraordinario reportaje que rescata del olvido parte de la historia del heroico grupo de extinción de incendios de la capital y recuerda los incendios más graves del siglo pasado, entre ellos, el de la Calderería, con seis personas fallecidas, en enero de 1933.
Los cadáveres de la madre y los cinco niños en el depósito forense en espera de la autopsia del doctor Julio Olóriz.
HENARES/MUNDO GRÁFICO
Los cadáveres de la madre y los cinco niños en el depósito forense en espera de la autopsia del doctor Julio Olóriz.
  • El Ayuntamiento republicano eliminó el toque de campana tradicional para avisar del fuego, lo sustituyó por una molesta sirena y al poco instauró los disparos al aire

  • Granada ha sido muy pródiga en devastadores incendios que se llevaron manzanas enteras de casas durante la primera mitad del siglo XX

  • El incendio más trágico se cobró la vida de una madre y cinco niños en la Calderería; el banderillero Galadí se erigió como héroe del frustrado rescate

El vetusto casco antiguo de Granada no ha ardido entero en los últimos siglos porque Dios no ha querido. Han sido varios los incendios de gravedad que se han llevado por delante manzanas enteras de edificios. Los ha habido muy sonados, como el de la Alcaicería, el barrio del Boquerón y los de las Alhóndigas. Pero ninguno tan mortífero como el que se cobró la vida de una mujer y cinco niños pequeños en una ratonera de la Calderería (sin que al banderillero Galadí le dejaran colaborar). Granada empezó a tener bomberos zapadores voluntarios ya en 1821; siempre faltos de medios y de personal, hacían lo que podían. Sin el necesario apoyo político en cada momento. La situación del cuerpo, ya profesionalizado, empezó a cambiar hace ahora justo un siglo. La falta de agua, la angostura de la trama urbana, la abundante madera de los edificios y las tardanzas fueron objeto histórico de críticas de la prensa y la ciudadanía. En una ocasión incluso tuvieron que venir bomberos desde Málaga.

Hasta los años cuarenta del siglo pasado, los bomberos de Granada tenían fama de llegar tarde a los incendios. Y eso que su cuartelillo estaba ubicado en la parte trasera del Ayuntamiento, a menos de un kilómetro de las casas más alejadas por entonces. El problema más sobresaliente era una absoluta falta de medios materiales para acometer las llamas; la ciudad empezó a tener algunas tuberías de agua para incendios en la década de los años treinta, pero sólo por el centro. Lo peor de todo era el más que deficiente sistema de aviso a los bomberos para que acudieran a pertrecharse al cuartelillo, recoger material y correr al lugar del siniestro.

El alcalde y los concejales resultantes de las elecciones del 14 de abril de 1931 entendieron que la campana de la Catedral no debía tener protagonismo en la alerta de incendios

Desde finales del siglo XVI se había establecido en la ciudad un sistema de aviso de incendio mediante la campana La Gótica de la Catedral. Un repique a rebato ponía en guardia del peligro al vecindario; toda la gente salía a la calle, mientras los bomberos corrían a su cuartelillo. Así fue hasta que llegó la II República y se acentuaron las tensiones entre los ediles izquierdistas -anticlericales- y el clero. El alcalde y los concejales resultantes de las elecciones del 14 de abril de 1931 entendieron que la campana de la Catedral no debía tener protagonismo en la alerta de incendios. Las campanas de las iglesias regían prácticamente las actividades diarias: marcaban las horas de entrada y salida al trabajo, de comer, de recogerse, etc. Más de una vez había habido discusiones entre los políticos y el campanero de la Catedral acerca de a quién correspondía dar la orden de tocar a rebato; fue el caso de un incendio en agosto de 1929, cuando el campanero se negó a recibir órdenes de un concejal y no tocó hasta que la orden vino del gobernador civil. Para cuando lo hizo, un edificio de la calle Reyes Católicos ya había ardido.

En julio de aquel año ya empezó a funcionar la molesta sirena; pero la realidad demostró que no era todo lo efectiva que se pensó al principio

El gobierno municipal de izquierdas decidió, en mayo de 1932, que a partir de entonces se prescindía de la campaña de la Catedral para avisar de los incendios. Adquirieron una sirena estruendosa que colocaron en el tejado del Ayuntamiento; hicieron pruebas para verificar si era cierto lo que decía el fabricante: su pitido se oía en un radio de cinco kilómetros. En julio de aquel año ya empezó a funcionar la molesta sirena; pero la realidad demostró que no era todo lo efectiva que se pensó al principio. A los vecinos de la zona llana cercana les perforaba los tímpanos, mientras que, en el valle del Darro, San Ildefonso y Cuesta de la Alhacaba no se oía. Todo un despropósito que hubo que desmontar pocos meses más tarde; el 1 de octubre de 1932 fue bajada del tejado consistorial.

Una de las bombas con motor de gasoil que utilizaron los bomberos en los años veinte y treinta del siglo pasado. Está expuesta en el Parque de las Ciencias. JAVIER ALGARRA

La medida resultó efectiva al principio, sobre todo cuando los disparos se producían en el silencio de la noche

El gobierno municipal no dio su brazo a torcer y no quiso retomar el tañido de la campana como alerta de incendios. Aunque sí se permitía que se utilizara la campana de la Vela para los turnos de riego, por entender que ésa era una campana “civil”. La solución que se les ocurrió para alertar a la población y a los bomberos de un incendio fue permitir a los guardias y somatenes nocturnos que efectuaran varios disparos al aire en cuanto apareciese humo. Así fue como se estuvo alertando de los incendios desde finales de 1932 hasta julio de 1936. La medida resultó efectiva al principio, sobre todo cuando los disparos se producían en el silencio de la noche. El problema se fue complicando poco a poco por dos causas: la primera, porque los disparos de aviso de los guardias de zona eran repetidos por los de otros barrios, con lo cual se ponía en guardia a toda la ciudad sin que se supiera exactamente dónde estaba el foco del fuego. Después, con la proliferación del pistolerismo de aquellos años, rara era la semana en que no había tiroteo político, atraco o asesinato que se confundía con un incendio.

El trágico incendio de la Calderería

El guardia de seguridad que vigilaba en Plaza Nueva la madrugada del 21 de enero de 1933, sábado, efectuó los disparos de rigor en cuanto oyó varias voces de ¡fuego, fuego! de los vecinos de la Calderería Vieja. Hacia mitad de la subida existía la Calleja del Señor, un vericueto sin salida al que daban varios edificios de la manzana (hoy cerrado con unas verjas). Al fondo de aquella ratonera, en el bajo del número 15, había un obrador de pastelería de la familia Melgarejo y un almacén de productos de droguería. El resto de los edificios que daban a la callejuela estaban habitados por varias familias con muchos niños, que vivían hacinados en espacios estrechos. También residían algunos ancianos y había habitaciones de alquiler.

El círculo rojo marca la ubicación del incendio, al final de la Calleja del Señor. PLANO DE 1909.
Entrada a la Calleja del Señor, en la Calderería Vieja, hoy cerrada con verjas particulares.

El joven matrimonio formado por Eloy Fuentes Zurita y María Luisa Sampedro Blanca, de unos treinta años, se habían trasladado a vivir allí desde Albolote, en el piso superior del obrador de pastelería de su pariente Melgarejo. Tenían cuatro niñas de entre dos y ocho años. Vivían de prestado en una mísera vivienda de sólo dos cuartos, con la simple ventilación de un patio interior. Eloy había conseguido encontrar trabajo como panadero en la zona de San Juan de Dios. Y a su trabajo se dirigía, por mitad de la Gran Vía, a eso de la 1.40 horas del 21 de enero; iba con un compañero cuando oyeron los disparos de Plaza Nueva. Pronto supieron que se había declarado algún incendio en la ciudad y estaban alertando al vecindario y a los bomberos. Ellos continuaron hacia su trabajo sin imaginarse que era en la casa de Eloy.

Aquel grupo de jóvenes anarquistas fue el primero en llegar al lugar de la humareda. Eran las 1,40 horas de la madrugada. Ayudaron a los vecinos a evacuar sus pertenencias y a ponerse a salvo calle abajo

Al principio de la calle Elvira, en un café, se encontraba un grupo de jóvenes rematando sus bebidas. Eran obreros sin trabajo, en su mayoría albañiles, plomeros y jornaleros del campo. Casi todos pertenecían al sindicato anarquista CNT. Entre ellos sobresalía la figura de Francisco Galadí Melgar, muy popular por actuar con frecuencia como novillero y banderillero en las plazas de toros de Granada. También por su actividad sindical de lucha contra los empresarios que negaban los derechos a los trabajadores.

Aquel grupo de jóvenes anarquistas fue el primero en llegar al lugar de la humareda. Eran las 1,40 horas de la madrugada. Ayudaron a los vecinos a evacuar sus pertenencias y a ponerse a salvo calle abajo. El gentío empezó a agolparse sin tener muy clara la situación. A una anciana la trasladaron al Hospicio, una joven corrió despavorida y semidesnuda, la localizaron en Fajalauza. Empezaron a hacer recuento de vecinos, que los había en gran número en todas las estancias de las casas afectadas (la número 15 principalmente). Pronto se echó en falta a la familia de María Luisa Sampedro Blanca y a sus cuatro hijos.

Iban sin máscaras antigás, sin escalera, con escaso material y mangueras cortas. Para empeorar la situación, en la Calderería no había toma de agua a presión

Por fin, a las 2.15 horas se presentó la primera brigada de bomberos, compuesta por el capataz Sagrado y ocho agentes. Iban sin máscaras antigás, sin escalera, con escaso material y mangueras cortas. Para empeorar la situación, en la Calderería no había toma de agua a presión. Hubo que meter las mangueras en la acequia de San Juan que atravesaba la calle Elvira.

La tragedia se mascaba porque de fondo, sin saber exactamente dónde, se oían gritos y golpes de personas. Pronto se echó de menos a la familia de Eloy Fuentes. Alguien dijo que estaba trabajando en una panadería; se acercaron a buscarlo con un taxi.

Mientras tanto, los jóvenes anarquistas insistían en entrar ellos a las viviendas a revisar si quedaba alguien dentro. Los gritos desgarradores continuaban oyéndose en el fondo de las llamas y tras el denso humo que surgía del almacén de drogas. Francisco Galadí tuvo algo más que palabras con el capataz de bomberos; hasta que consiguió hacerse con un pico e introducirse en la casa a derribar tabiques en dirección a la gente que gritaba.

Poco después llegó Eloy, el panadero, que confirmó que dentro se habían quedado durmiendo su mujer, sus cuatro hijas y un sobrino suyo. Y no los veía a salvo por ningún sitio de la calle. A las 3,30 llegaron el alcalde José Palanco y el arquitecto municipal. También el médico Julio Olóriz. Éste tuvo otro enfrentamiento con el sargento de bomberos, al que acusó de inoperante e inepto. Aquello debió ser un despropósito en cuanto a desorganización.

Al final se decidió acceder por los tejados de la calle Calderería Nueva, por la parte trasera, y comenzar a romper tabiques entre la humareda procedente del azufre en combustión de la droguería

Al final se decidió acceder por los tejados de la calle Calderería Nueva, por la parte trasera, y comenzar a romper tabiques entre la humareda procedente del azufre en combustión de la droguería. Ya sobre las cuatro de la madrugada se confirmaron los peores temores: en un rincón de la habitación donde vivía la familia de Eloy Fuentes Zurita se encontraron los seis cadáveres de su familia. Todos habían muerto por asfixia y algunas quemaduras en piernas y brazos. María Luisa, la esposa, tenía los nudillos y las uñas destrozados de haber estado intentando derribar un tabique para huir hacia la vivienda colindante. También destrozó alguna silla dando golpes con la misma intención.

El médico Julio Olóriz estuvo practicando maniobras de respiración boca a boca a los niños, pero sin ningún resultado. Sobre el patio de la casa número 11 de la Calderería quedaron tendidos los seis cadáveres

El médico Julio Olóriz estuvo practicando maniobras de respiración boca a boca a los niños, pero sin ningún resultado. Sobre el patio de la casa número 11 de la Calderería quedaron tendidos los seis cadáveres. La autopsia confirmó que los seis habían muerto por asfixia muy lentamente; quizás estuvieron con vida durante bastante tiempo antes de tener tan horrible final.

El incendio de la Calderería fue el más trágico de los sufridos en Granada durante la primera mitad del siglo XX. Al menos si atendemos a los daños personales. En aquel recoveco de patios y pasillos de la Calleja del Señor dejaron sus vidas María Luis Sampedro Blanca, sus cuatro hijas María Luisa, Aurora, Ángeles y Presentación Fuentes Sampedro. Más su sobrino Manuel Melgarejo Sampedro que se había quedado a dormir con los primos. Precisamente aquel día pensaban ir a ver una vivienda un poco más confortable, ya que el padre había cobrado en su nuevo trabajo de la panadería. Pero no tuvieron la oportunidad de ver la luz de un nuevo día.

Portada de Ideal del 22 de enero de 1933 con toda la Gran Vía repleta de asistentes al entierro de la madre y los cinco niños muertos en el incendio.

Toda la ciudad quedó paralizada y asistió a los entierros al día siguiente

Toda la ciudad quedó paralizada y asistió a los entierros al día siguiente. El Ayuntamiento y pompas Moral sufragaron los gastos fúnebres y donaron las sepulturas; el gremio de panaderos y pasteleros hizo una colecta para alojar en un edificio cercano a la infinidad de vecinos que perdieron sus viviendas. Hasta que el Ayuntamiento los realojó en la Casa de los Luises (en la Gran Vía). A partir de aquel terrible suceso se acrecentó la polémica sobre la escasa importancia que se le prestaba en el Ayuntamiento de Granada a su servicio de zapadores y bomberos; se le dotaba de pocos medios y no se podía decir que estuviesen muy profesionalizados.

Polémica azuzada por Galadí y sus amigos

La prensa local crítica con el gobierno municipal de izquierdas (sobre todo el católico Ideal) desnudó ciertas actuaciones del vecindario y destacó la loable actitud del banderillero Francisco Galadí tratando de ser más efectivo que los bomberos. Decía este periódico que algunos vecinos se preocuparon antes por salvar sus enseres de valor que por asegurarse si quedaba alguien dentro del edificio. Todos destacaron “la eficaz actuación de Galadí que, desde el comienzo del incendio, se impuso ante los bomberos para poner a salvo a las personas que hubieran dentro del edificio”. Y volvía a recalcarlo: “Galadí pretendió, repetidas veces, subir hasta los pisos de la casa, y siempre se le hizo desistir, unas veces con términos violentos y otras diciéndole que ya no había vecinos en ninguna de las habitaciones que eran pasto de las llamas; no obstante esto, Galadí logró arrebatar un pico a uno de los zapadores y comenzó a destrozar una pared con ánimo de penetrar en el obrador del confitero”.

Retrato coloreado de Francisco Galadí Melgar. Y párrafo en el que se describía su valiente acción para salvar a los que pedían auxilio.

Galadí y los once obreros que le acompañaban aquella noche no permanecieron callados. Redactaron un escrito y lo repartieron entre el gentío que se congregó en el entierro por las calles de Granada, desde el depósito del Hospital de San Juan de Dios, hasta la iglesia de Santa Ana

Galadí y los once obreros que le acompañaban aquella noche no permanecieron callados. Redactaron un escrito y lo repartieron entre el gentío que se congregó en el entierro por las calles de Granada, desde el depósito del Hospital de San Juan de Dios, hasta la iglesia de Santa Ana. El pasquín lo conocemos completo porque Ideal lo reprodujo. Los obreros denunciaban la falta los medios más elementales para acometer la salvación de personas; criticaron la tardanza y lentitud de los bomberos: los disparos de aviso sonaron a la 1,40; los doce obreros se presentaron al instante a ayudar a los vecinos; los bomberos llegaron a las 2,15, a pesar de que su sede la tenían a doscientos metros; “vienen sin caretas de gases, ni linternas ni hachones de brea para iluminarse”; “el capataz Sagrado no hizo nada para entrar al edificio, sino que se opuso y coaccionó a los obreros que querían entrar a derribar tabiques  y buscar a la gente” que se oía dentro; “dijo que ya había entrado él y no había nadie (a las 2.30 horas)”;  “seguramente a esa hora todavía estaban vivos, según la autopsia”; los cadáveres no fueron encontrados hasta las 4 de la madrugada; antes, a las 3.00, el médico Julio Olóriz gritaba que se entrara, pero el capataz le insultó; no había agua ni mangas suficientemente largas para llegar a la base de las llamas y el humo; el arquitecto municipal, Sr. Rodríguez Bolívar, se presentó dos horas más tarde de comenzar el incendio. “Los que cobran por esto han dado ejemplo de negligencia y falta de valor”, “si hubieran dejado a los obreros voluntarios no hubiera ocurrido esta catástrofe”. La carta la firmaron los doce obreros.

El más conocido y destacado de ellos, Francisco Galadí Melgar, se hizo tristemente famoso tres años más tarde. La madrugada del 18 de agosto de 1936 fue asesinado junto a Federico García Lorca en la carretera de Víznar a Alfacar. Allí debe estar su cadáver, en espera de que un proyecto de excavación arqueológica lo desentierre el año próximo.

Otros incendios sonados en Granada

El caserío de la ciudad de Granada ha sufrido infinidad de incendios en los doscientos años en que ya se contaba con zapadores voluntarios, primero, y poco a poco bomberos cada vez más profesionales. No fue hasta prácticamente mediado el siglo XX cuando se tomó conciencia de que era un servicio al que había que prestar mayor importancia; el motivo obvio era el rápido crecimiento de la ciudad y la aparición de edificios mucho más altos. Ya no bastaban las bombas manuales y las escaleras para colgarse de los balcones; hacían falta escalas para llegar a los pisos altos y motobombas con mucha potencia. También contribuyó a la mejora del servicio de extinción la terminación de la red de agua potable y abundancia de bocas de riego por todos los rincones.

Pero hasta que esto ocurrió, hubo que lamentar incendios de importancia que no acabaron con barrios enteros porque la Providencia no lo quiso

Pero hasta que esto ocurrió, hubo que lamentar incendios de importancia que no acabaron con barrios enteros porque la Providencia no lo quiso. Las construcciones antiguas estaban repletas de maderas en sus estructuras, forjados y cubiertas. Además, el vericueto de callejuelas impedía acceder con cubas o carros grandes. Los incendios se acometían a base de cubos y picos.

Sin duda que en el siglo XIX fue el incendio de la Alcaicería (1843) el que mayor daño y repercusión económica y social tuvo. Las llamas se llevaron por delante unas construcciones que databan de época nazarí. El fuego de 1843 dio la puntilla al mercado de seda tradicional, que ya para entonces estaba en decadencia. El hecho de ser un recinto comercial cerrado por la noche y prácticamente deshabitado evitó que se registrasen pérdidas de vidas humanas.

Junto al viejo edificio comercial también ardieron el resto de casas cercanas, de manera que en los años siguientes se levantó toda la manzana comprendida entre el principio de las calles Alhóndiga y Mesones

En noviembre de 1856 tocó el turno a la Alhóndiga Zaida. Era el mercado principal de ultramarinos desde principios del siglo XVI; estaba situado al comienzo de la calle Mesones, con fachada a Puerta Real y lindera por detrás con el matadero viejo. Concentraba la venta de aceite, bacalao, especias, incluso tenía dentro el almacén de nieve de la Sierra. Junto al viejo edificio comercial también ardieron el resto de casas cercanas, de manera que en los años siguientes se levantó toda la manzana comprendida entre el principio de las calles Alhóndiga y Mesones.

En esta foto de Puerta Real, anterior a 1856, se ve el comienzo de la calle Mesones, con las casillas que había pegadas a la Alhóndiga Zaida antes de arder. COL. CARLOS SÁNCHEZ.

La zona próxima de Bibarrambla ha sido visitada por importantes incendios devastadores

La zona próxima de Bibarrambla ha sido visitada por importantes incendios devastadores. El más sonado fue el ocurrido el 31 de diciembre de 1880; destruyó la Casa de los Miradores y parte de los edificios laterales. Estaba situada en el rincón suroriental, era originaria del siglo XVI y hacía las veces de casa consistorial; disponía de una serie de balconadas o miradores desde los que las autoridades asistían a las representaciones sociales (autos sacramentales, toros, teatros, Corpus, ejecuciones). La reconstrucción de la zona dio origen a la actual calle de las Cucharas (hasta entonces era un pasaje porticado bajo este edificio).

Dibujo publicado por la Ilustración Española con la casa de los Miradores ardiendo. Sólo se salvó la fachada.

En el ángulo opuesto, el de la Curia y el Palacio Arzobispal, también un 31 de diciembre se declaró un fuego, pero en el año 1982. Una chispa provocada por una caseta pegada a la fachada destruyó las techumbres y parte del archivo diocesano. El resto del edificio se salvó en un milagro más.

Tampoco los zapadores de la ciudad pudieron hacer nada por salvar de la quema la Sala de la Barca de la Alhambra que ardió en 1890.

Portada que le dedicó la Ilustración al incendio de la Sala de la Barca en 1890.

Los primeros años del siglo XX hubo dos incendios bastantes sonados en Granada. El primero ocurrió el 19 de diciembre de 1915, en la calle Corral del Paso del Realejo. Ardieron nada menos que quince edificios situados entre las calles Santiago y Molinos. Varios de los edificios eran del tipo corrala (similares a la única que queda en la zona). Estaban a rebosar de inquilinos, llenas de grano, paja y materiales inflamables. Tuvieron que acudir militares de los cuarteles de la ciudad para apagar el incendio, ya que la precariedad del cuerpo de zapadores era manifiesta. Unas 80 familias se quedaron en la calle.

La sociedad y la prensa cargaron contra el Ayuntamiento y la falta de medios que dedicaba el alcalde La Chica a atajar los incendios. Se intentó acometer una reforma y mejora de material

La sociedad y la prensa cargaron contra el Ayuntamiento y la falta de medios que dedicaba el alcalde La Chica a atajar los incendios. Se intentó acometer una reforma y mejora de material. Pero, una vez más, la inoperante maquinaria municipal fue sorprendida por el aparatoso incendio del camarín de la Basílica de las Angustias (julio de 1916). En algunas fotos de la época se ve la nueva bomba manual y las mangueras recién estrenadas para la ocasión.

No obstante, los dos incendios que mayores destrozos causaron en edificios ocurrieron en la primera mitad del siglo XX. A pesar de su aparatosidad, en ninguno de los dos se registró víctima humana alguna. Pero ambos se llevaron por delante las dos manzanas de casas donde surgieron.

Por la mañana, ya apagadas las llamas, las fotos que se conservan dan idea del tamaño del desastre. Fueron 22 las casas que ardieron y hubo que reconstruirlas en los años siguientes

El primero de ellos ocurrió la madrugada del 15 de julio de 1925 en el barrio del Boquerón. Las llamas prácticamente dejaron reducida a escombros la manzana delimitada por las calles Corazones, Boquerón, Darro Cubierto del Boquerón, Lavadero de Zafra y Placeta del Azúcar. El conato surgió en un almacén de madera que tenía Miguel Botella Ruzafa en el número 5 de Lavadero de Zafra. Los bomberos pudieron acceder bien con las dos autobombas que tenían con motor de gasolina; pero la abundancia de madera en los corralones hizo que las llamas se propagasen al resto de casas. Los vecinos consiguieron salvar algunos muebles y ropas, pocos en proporción a lo que dejaron dentro. Por la mañana, ya apagadas las llamas, las fotos que se conservan dan idea del tamaño del desastre. Fueron 22 las casas que ardieron y hubo que reconstruirlas en los años siguientes. El banquero/empresario Gustavo Gallardo era propietario de tres casas quemadas; estaba adquiriendo edificios para derribarlos y construir una galería comercial cubierta que tendría fachada principal a la Gran Vía. Pero por desavenencias con el arquitecto municipal Modesto Cendoya, aquel proyecto cayó en saco roto y resultó el actual edificio número 47 de Gran Vía.

La revista Granada Gráfica mostró el barrio del Boquerón derruido por dentro y las calles convertidas en un vertedero de escombros y muebles dañados.

La campana de la Catedral volvió a ser utilizada para avisar de incendios a partir del 20 de julio de 1936. El empleo de este sistema se prolongó hasta mediado el siglo XX, cuando fue sustituida por el uso del teléfono; aunque todavía perduraba la costumbre de utilizar disparos y silbatos. La madrugada del 5 de septiembre de 1945, el sereno José Ortiz vio humo en la calle Mesones; empezó a efectuar disparos y corrió a avisar al campanero de la Catedral: había empezado a arder el flamante edificio de la Compañía Granadina de Industria y Comercio, situado en la Placeta de la Alhóndiga, precisamente sobre parte del solar que ocupó la histórica Alhóndiga del Trigo hasta principios del siglo XX.

Hubo que echar mano a los bomberos de la Fábrica de Pólvoras de El Fargue, después a los de la Bases Aérea de Armilla. Y, más tarde, cuando no se conseguía dominar el desastre, hubo que llamar a las modernas dotaciones de bomberos de Málaga

Las llamas surgidas en las cuadras o pajar del Parador de la Granada, en la calle Mesones, se propagó pronto a los bajos comerciales de la Compañía y desde aquí empezaron a arder los edificios colindantes. El incendio se inició poco después de la media noche, pero una vez más se echó en falta la presión del agua y las dotaciones y medios de los bomberos locales no fueron suficientes. Hubo que echar mano a los bomberos de la Fábrica de Pólvoras de El Fargue, después a los de la Bases Aérea de Armilla. Y, más tarde, cuando no se conseguía dominar el desastre, hubo que llamar a las modernas dotaciones de bomberos de Málaga para que viniesen a echar una mano. Cuando llegaron los malagueños, a media mañana, ya estaba bastante controlado. El resultado fue la quema de las partes interiores delimitadas por las calles Alhóndiga, Hileras, Mesones y Jáudenes. Las pérdidas económicas se cuantificaron en algo más de diez millones de pesetas de entonces; se quemaron prácticamente todos los negocios de la manzana y fueron desalojadas casi todas las familias. Afortunadamente, también en este caso no se registró ninguna desgracia humana.

El diario Patria sacó una edición especial a mediodía del 5 de septiembre con amplia cobertura gráfica.
Ilustración de cómo era el edificio de la Compañía antes de ser afectado por el incendio. Fue rehecho en buena parte y el tramo de la derecha reconvertido en un bloque alto de viviendas. (En la actualidad está siendo habilitado para hostel/coworking).

Como último apunte en este recordatorio sobre incendios destacados, no quiero pasar por alto las pérdidas de vidas humanas de bomberos que ha habido en Granada. El accidente más lamentable no ocurrió apagando un fuego en edificios, sino en una zona forestal del bosque de la Alhambra. El 2 de septiembre de 1964 un terrible incendio declarado en la ladera de la Silla del Moro terminó con la vida de dos bomberos, Manuel Martín Rodríguez y Ramón Ureña Bonet.  

NOTA: Actualmente hay abierta una entretenida exposición sobre el Bicentenario de los Bomberos de Granada en el Parque de las Ciencias. Hay expuesto un muestrario del curioso material que han utilizado durante su existencia.

Los autores del montaje de la muestra han sido Miguel Giménez Yanguas y Javier Píñar Samos. El Ayuntamiento ha editado un lujoso libro, escrito por estos autores, con el título “Bomberos de Granada. Entre la filantropía y la municipalización (1821-1939).

Otros reportaje de Gabriel Pozo Felguera, para volver a disfrutarlos o descubrirlos: