VIAJE POR LA HISTORIA DE LOS OLORES LOCALES

¿Cómo olía la ciudad del Darro, a qué huele hoy Granada?

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 9 de Junio de 2024
Un viaje fascinante al pasado y al presente de los olores de la ciudad por Gabriel Pozo Felguera, el mejor cronista de Granada, que nos ofrece un espectacular reportaje que recorre fragancias y hedores. ¿Nos acompañas? Y tú, ¿que opinas?
Atasco de caballerías en Puerta Real a finales de la primera década del siglo XX.
AHMGR.
Atasco de caballerías en Puerta Real a finales de la primera década del siglo XX.
  • El aroma de la ciudad de Granada ha evolucionado en los últimos siglos: antes mandaban los ambientes viciados y hediondos; ahora, los perfumes agradables de personas, hogares y jardines

Los actores deseaban ver mucha mierda de caballo a las puertas del teatro; era señal de muchos asistentes de postín a la función. La estampa del reguero de cajoneras por las calles fue el paisaje habitual de Granada hasta bien entrado el siglo XX. De lo que no se hablaba era del tufo que se respiraba en el ambiente. Los olores desagradables relacionados con tanto animal por las calles fue tónica diaria. Primaban los malos olores por falta de aseo, desagües y servicio de recogida de basuras. Los granadinos hacían lo que podían para contrarrestar hedores, a base de especias y plantas aromáticas. Las industrias incipientes sobre acequias contaminadas, los mercados de animales en animada convivencia con las personas y los cadáveres pudriéndose en iglesias añadían sus efluvios a las pituitarias. El último tercio del siglo XX acabó con los vertidos a la gran cloaca que fue el Darro, el agua corriente llegó a todas las casas, se mejoró la recogida de residuos urbanos y el sudor humano empezó a ser controlado. Los animales y sus deposiciones desaparecieron de las calles, los jardines contribuyeron con sus aromas florales, los dentistas nos arreglaron halitosis y las máquinas nos han relevado del sudor de axilas. La hediondez de siglos pasados casi ha desaparecido de Granada. Hoy nos acompañan aromas agradables, si bien la mayoría de procedencia sintética. Aunque todavía sobreviven excepciones en verano.

Se percatarán cada primavera del pestazo que dejan unas cuantas cagadas de los caballos que parten al Rocío. O cuando pasa una carreta por la Gran Vía durante la feria del Corpus. Y eso que suele ir detrás una barredora y una cuadrilla de escobas recogiendo inmediatamente las cajoneras.

Ya no tenemos acostumbradas las pituitarias a esos olores del pasado. Hoy nos molestan una barbaridad, pero nuestros abuelos nacieron con esos aromas en las narices y no les resultaban tan molestos. Todo es cuestión de acostumbrarse

Ya no tenemos acostumbradas las pituitarias a esos olores del pasado. Hoy nos molestan una barbaridad, pero nuestros abuelos nacieron con esos aromas en las narices y no les resultaban tan molestos. Todo es cuestión de acostumbrarse. Quienes fuman no perciben el olor de tabaco; quienes no, lo detectan nada más cruzarse con un fumador que lo lleva impregnado en la ropa. Un gallego dice que su tierra huele a magnolias, un turista ya huele las vacas al atravesar O Cebreiro.

En cuestión de olor, o de olores, Granada ha sido muy parecida a las demás de España en épocas medievales. Con sus aguas fecales discurriendo libremente por el centro de las callejas, con animales domésticos y de labor circulando entre nosotros o estabulados en zahúrdas y cuadras de las casas del casco urbano. Unas basuras que eran sacadas periódicamente y arrojadas a solares de las afueras o aparcadas en las puertas hasta mejor ocasión. La orografía complicada y la actividad laboral de Granada marcaron mucho el aroma ambiental que se respiraba.

El baño y lavado perfumado eran la esencia de la vida y la cripto fe del morisco, en tanto que el vapor fue costumbre poco atractiva para los primeros cristianos del XV

La casa, el jardín, la mezquita y los zocos de época nazarí se cuidaban mucho en aspectos de sanidad y olores. Granada era donde moría la ruta de las especias hasta finales del siglo XV. Las hierbas formaban parte de dietas, jabones y perfumes. El baño y lavado perfumado eran la esencia de la vida y la cripto fe del morisco, en tanto que el vapor fue costumbre poco atractiva para los primeros cristianos del XV. El arzobispo Hernando de Talavera era uno de los hombres más limpios y escrupulosos de Granada, pero confesaba que jamás se había dado un baño completo.

No mejoró mucho la situación hasta que durante el siglo XX se empezaron a introducir las redes de aguas potables y desagües, apareció la electricidad, se prescindió de miles de caballerías defecando por todas las calles

La situación empeoró en el aspecto odorífero a partir de 1567, cuando se prohibieron los baños públicos y decayó la limpieza corporal. Peor aún fue la atmósfera que se respiraba en las iglesias cuando se empezó a enterrar en ellas a los difuntos cristianos. Por lo general, podemos concluir que por todo aquel conjunto de focos de olor de la parte pública de ciudad de Granada olía bastante mal. No mejoró mucho la situación hasta que durante el siglo XX se empezaron a introducir las redes de aguas potables y desagües, apareció la electricidad, se prescindió de miles de caballerías defecando por todas las calles. Las actividades fabriles se alejaron a polígonos industriales y los darros turbios desaparecieron.

Repasemos por encima la evolución de los olores en Granada en los siglos de los que tenemos referencias escritas y orales.

Los aromas en la sociedad nazarí

Lo que conocemos de la sociedad islámica en época nazarí encamina a pensar que seguían la tradición de los pueblos de Oriente en el uso de especias y plantas para combatir los malos olores generados tanto por las personas, los animales y los desperdicios. Había una distinción muy clara entre lo que eran los olores en el ámbito privado y las calles. Utilizaron mucho los hamman, los baños públicos, para la higiene corporal y alejar las enfermedades humanas.

La Granada nazarí fue en los siglos XIII a XV el punto final de la ruta de las especias en el continente europeo. Llegaban por los puertos de Almería y Málaga. Eran productos para mejorar sabores y olores de alimentos, personas y ambientes

La Granada nazarí fue en los siglos XIII a XV el punto final de la ruta de las especias en el continente europeo. Llegaban por los puertos de Almería y Málaga. Eran productos para mejorar sabores y olores de alimentos, personas y ambientes. Se conformó un zoco de las especias que estaba ubicado en el centro de la Medina, en el entorno de la mezquita mayor. Una tradición que, en cierto modo, continúa en nuestros días con infinidad de herbolarios en el casco histórico. Aquel mercado de especias estuvo monopolizado por la sociedad de comerciantes judíos granadinos. Pocas fueron las especias y hierbas de olor autóctonas de Al-Andalus, la mayoría fueron importadas para su plantación y uso desde tierras orientales. Las casas nazaríes dispusieron de un botamen habitual en el que no faltaban la ajedrea, ajo, anís, azafrán, comino, eneldo, espliego, granado, menta, hinojo, juncia, mastuerzo, mostaza, orégano, perejil, alheña, cúrcuma, índigo, incienso, canela, clavo, jengibre, mirra, etc., utilizados para comidas, repostería, limpieza y aseo corporal y de la casa.

El ¡agua va! fue habitual durante toda la edad media, en los reinos cristianos y en el de Granada. El contraste era grande entre el ámbito privado y el público

Los nazaríes cuidaron mucho el perfume de sus viviendas. Fueron pequeños habitáculos por lo general, distribuidos en torno a un patio central en el que se desarrollaba la mayor parte de la vida. La cocina era muy aromática por el uso de tanta especia. Empleaban muchas salsas, vinagres para adobos y zumos de limón. Sus dulces eran muy sabrosos. Empleaban gran variedad de infusiones aromáticas y sabores de frutas. Las viviendas disponían de un pequeño aseo en un rincón escondido, a poder ser, conectado con alguna acequia de desagüe. Pero aquí surgía el problema: mientras las casas y las personas eran muy aseadas, la evacuación de inmundicias solía arrojarse libremente a las calles. El ¡agua va! fue habitual durante toda la edad media, en los reinos cristianos y en el de Granada. El contraste era grande entre el ámbito privado y el público.

Sus jardines/huertos buscaban imitar el Jardín del Paraíso, surcados de arroyos de leche y miel

La casa nazarí granadina solía tener también un patio/huerto repleto de plantas ornamentales, de hierbas de cocina y para combatir los olores. Plantaban tomillo, alhucema, membrillos de olor, laurel, melisa, romero, arrayán, ciprés, naranjos amargos, balausta, rosales, manzanillas, galanes… que creaban microambientes muy diferentes a lo que se respiraba en las calles. Sus jardines/huertos buscaban imitar el Jardín del Paraíso, surcados de arroyos de leche y miel.

El patio andalusí buscaba crear una isla de olor para contrarrestar el mal ambiente de espacios públicos.

Cuidaban mucho los perfumes dentro de mezquitas y gimas. Los pebeteros estaban permanentemente alimentados por la quema de resinas de incienso, mirra y maderas olorosas (sándalo, aloe, ámbar, aceite de olivo en tiempo de Ramadán).

Por supuesto, a nuestros antepasados nazaríes se les puede calificar, en general, de limpios, coquetos y perfumados

Por supuesto, a nuestros antepasados nazaríes se les puede calificar, en general, de limpios, coquetos y perfumados. Además del aseo en casa, era ritual la asistencia a los baños públicos repartidos estratégicamente por la ciudad. Las mujeres acudían por las mañanas y los hombres por las tardes-noches. Se aplicaban baños con jabones aromáticos, aceites perfumados y se teñían el cabello con alheña. Utilizaban perfumes con agua de rosas, almizcle, azafrán y ámbar. Existía incluso cierta sofisticación en cuanto a tipos de perfume según la época: en invierno se aplicaban al cuerpo y a la ropa perfumes cálidos, en tanto que en verano procuraban trasmitir frescor.

Fabricaban dentífricos y se frotaban los dientes a diario, mediante pastas mezcladas con corteza de nogal, sandáraca de la India, clavo y cilantro

La arqueología ha demostrado que los cadáveres nazaritas presentan dentaduras más sanas que los de épocas anteriores y los de cristianos asentados a partir del siglo XVI. Eso se debió a una mayor preocupación por el aseo bucal. Fabricaban dentífricos y se frotaban los dientes a diario, mediante pastas mezcladas con corteza de nogal, sandáraca de la India, clavo y cilantro. Había algunas variantes hechas con cáscara de granada, semillas de mastuerzo, cidra seca, hinojo, clavo y almizcle. El mal aliento lo combatían evitando la ingesta de ajo y cebolla crudos. Además de masticar paloduz, menta y ramas de hinojo.

El Darro, la gran cloaca de la ciudad

Aquel ambiente idílico de la casa, el jardín y la mezquita de época nazarí tenía su contrapunto en la inexistencia de un sistema de evacuación de residuos líquidos y la acumulación de basuras en solares y vertidos próximos a las murallas. Las acequias solían convertirse en desagües para todo tipo de aguas utilizadas en limpieza personal y animal. Y, por la especial orografía de Granada, acababan en el único río que atraviesa la urbe: el Dauro. De ser río de oro pasó a convertirse, ya en el siglo XIV, en la principal cloaca de Granada. Porque al Dauro iban a parar las aguas corrompidas y buena parte de los desechos sólidos.

Se contaba con la lluvia como colaboradora indispensable para la eliminación de olores de la ciudad. Por entonces solía llover más y el mal olor de aguas estancadas no era tan común, pero ya Granada contaba con una población muy importante que generaba mucha agua negra

Se contaba con la lluvia como colaboradora indispensable para la eliminación de olores de la ciudad. Por entonces solía llover más y el mal olor de aguas estancadas no era tan común, pero ya Granada contaba con una población muy importante que generaba mucha agua negra. Aunque no tanta como en la actualidad, pues el consumo medio de agua por persona y día no solía rebasar los 50 litros (en la actualidad se alcanza hasta 350 en verano).

El Dauro acogía, además, en sus riberas una serie de actividades de tipo artesanal e industrial que generaban malos olores. La principal eran los tintes de pieles y tejidos. La actividad se llevaba a cabo en el tramo central de su travesía, entre Plaza Nueva y el puente del Rastro; a esta zona se le llamó barrio del Tinte o de los Tintoreros (con su puente, calle y escalinata de bajada el cauce con ese nombre. Incluso todavía quedan clavados restos de tinajas en el cauce del río embovedado, en el tramo de Plaza Isabel la Católica). También hubo casas de tintes en el Albayzín aprovechando el agua del Aljibe del Rey y en la zona de la Cuesta del Pescado, en el Realejo.

Las partes traseras del Zacatín, de la Acera del Tinte, Mariana Pineda y Cobas tenían salientes a modo de balcón con un agujero; aquellas fueron las primeras tazas de wáter directamente sobre el río

La guinda del maltrato al Darro la ponían los aliviaderos que caían en perpendicular de su cauce procedentes de los edificios que lo encajonaban en el Revés del Darro (actual calle Reyes Católicos). Las partes traseras del Zacatín, de la Acera del Tinte, Mariana Pineda y Cobas tenían salientes a modo de balcón con un agujero; aquellas fueron las primeras tazas de wáter directamente sobre el río. También se arrojaban los desperdicios personales y del hogar desde todas las ventanas. Algo parecido ocurría en la manzana de casas pegada a la sacristía de la Iglesia de San Pedro y por encima de la parroquia de Santa Ana.

Grabado de David Robers (1834) donde se ve el Revés del Zacatín y sus famosos balcones volados que hacían las veces de retrete sobre el cauce.

La consecuencia inmediata fue que el Dauro romano pasó a llamarse Darro por corrupción de lenguaje en época cristiana

La consecuencia inmediata fue que el Dauro romano pasó a llamarse Darro por corrupción de lenguaje en época cristiana. Y Darro es un vocablo de uso exclusivamente granadino que se extiende para referirse a desagüe o cloaca. Estos dos términos llevan aparejados infinidad de sinónimos asociados a malos olores o ambientes contaminados: albañal, alcantarilla atarjea, vertedero, desaguadero, sumidero, sentina, drenaje, etc. Todos ellos pertenecientes al campo de los malos olores.

El único río de Granada que sigue generando malos olores, por estancamiento en verano, es el Genil en el tramo de embalsamiento en la zona del Camino de Ronda para el tomadero de aguas de las acequias frente al hospital La Inmaculada

Hoy, por suerte, el Darro recoge ya poquísimos vertidos de darros. El único río de Granada que sigue generando malos olores, por estancamiento en verano, es el Genil en el tramo de embalsamiento en la zona del Camino de Ronda para el tomadero de aguas de las acequias frente al hospital La Inmaculada. También ha dejado de dar problemas de malos olores esta gran acequia al haber sido entubada por completo en el tramo urbano, desde su entrada por el Paseo de las Palmas hasta su llegada a la Vega.

Época cristiana e industrias en torno a acequias

El periodo final nazarí en la segunda mitad del siglo XV hizo que aumentase la población en la capital como consecuencia de los refugiados por la presión que ejercían los ejércitos cristianos en las fronteras. El aumento de personas llegadas en forma de aluvión conllevó un empeoramiento de las condiciones de vida, la alimentación, la salud y, consecuentemente, el aumento de vertidos y malos olores.

Fábrica de sombreros Miroc cuando estaba en la calle Solares. Con corbata, su fundador Miguel de la Rosa. MIROC.

Tras la llegada de ejércitos cristianos, su asentamiento y la repoblación con castellanos, la ciudad creció, rebasó las murallas e incrementó los problemas de insalubridad que se habían iniciado unas décadas antes. La ciudad se ensanchó para satisfacer las necesidades de la nueva población. Fueron naciendo actividades industriales sobre las acequias para utilizar su agua como fuerza motriz y para limpieza y lavado de manufacturas. Surgieron tenerías, fábricas de paños, fieltros para sombreros, teñido de telas, etc. Estas actividades utilizaban productos que resultaban tóxicos en algunos casos y malolientes en otros.

Y donde hay un matadero hay infinidad de residuos, moscas y malos olores

La sociedad cristiana era más carnívora que la morisca a la hora de alimentarse, con lo cual incrementó la actividad de su matadero y todas las manufacturas relacionadas con las industrias en torno a ellos, sobre todo a la carne de cerdo. Y donde hay un matadero hay infinidad de residuos, moscas y malos olores.

Los cristianos, en principio, tomaron nota de la abundancia de especias, plantas medicinales y odoríferas utilizadas por los musulmanes. Los secundaron en su utilización. Pero progresivamente las dos sociedades surgidas tras la conquista empezaron a distanciarse y recelarse. Los hammanes tan abundantes habían sido copiados y utilizados por los cristianos, hasta que los fueron asociando a lugares de conspiración de los cripto-musulmanes. Las cristianas solían denunciar a las moriscas por lavarse el trasero con agua al modo que lo hacía Mahoma; la forma de lavarse de los musulmanes se convertía en objeto de acusación de practicar rituales islámicos. Así es que muchas personas entendieron que asearse sus partes era práctica peligrosa.

La Pragmática de 1567 prohibiendo el uso de los baños y muchas costumbres asociadas a la limpieza de moriscos supuso un paso adelante en el aumento de suciedad y hediondez en Granada, tanto a nivel privado como público

La Pragmática de 1567 prohibiendo el uso de los baños y muchas costumbres asociadas a la limpieza de moriscos supuso un paso adelante en el aumento de suciedad y hediondez en Granada, tanto a nivel privado como público: la mayoría de baños fueron destruidos, los moriscos redujeron su aseo a la intimidad de sus casas; en tanto que los cristianos hicieron lo propio. Pero algo menos. El resultado fue un aumento de la suciedad personal y de los olores corporales.

Bañuelo a principios de siglo XX, antes de ser adquirido y restaurado por Leopoldo Torres Balbás.

Todo ello sin contar los públicos de la calle Real de la Alhambra y los varios privados que todavía conservan los palacios alhambreños

En Granada existían tres grandes baños públicos e infinidad de secundarios. Todos fueron cerrados en 1567, y la mayoría demolidos. Han quedado solamente restos parciales. Los tres principales fueron el de la calle Agua del Albayzín, el mayor de todos; de la Casa de las Tumbas o Hernando de Zafra, en la calle Elvira; y el del Chauze, del Nogal o Bañuelo, junto al Darro. Además, destacaron el Baño del Mauror o de Gomérez, en las inmediaciones de Torres Bermejas, el Hametix o Tix en la plaza de Cuchilleros (Plaza Nueva), otro a mitad del Zacatín; el Abolaz, anejo a la Mezquita Mayor (por la actual calle de la Cárcel), uno más en la actual Casa de los Toribios (Albayzín). Todo ello sin contar los públicos de la calle Real de la Alhambra y los varios privados que todavía conservan los palacios alhambreños.

Tumba del oidor Hernando Díaz de Valdepeñas, en la iglesia de San José.

El hedor a muerto se disipaba en los cementerios musulmanes extramuros antes de la Toma. Pero a partir de mediados del siglo XVI, los suelos de las iglesias empezaban a convertirse en pudrideros de cadáveres

Para empeorar la situación de malos olores, la ciudad cristiana importó la costumbre de enterrar a sus muertos dentro de recintos cerrados de las iglesias. El hedor a muerto se disipaba en los cementerios musulmanes extramuros antes de la Toma. Pero a partir de mediados del siglo XVI, los suelos de las iglesias empezaban a convertirse en pudrideros de cadáveres. El problema se acrecentó ya a mediados del XVII y todo el XVIII, cuando se colmataron de restos. Entrar a algunas iglesias acarreaba soportar olores casi nauseabundos. Por eso, los fieles utilizaban pañuelos perfumados para taparse la nariz mientras duraban los oficios religiosos. Esta situación se prolongó hasta principios del siglo XIX. Además, casi todas las parroquias tenían cementerios en sus atrios o rodeándolas. El olor a pútrido acompañaba al vecindario permanentemente.

Para combatir los malos olores en las iglesias surgieron las velas de sebo y cera perfumada. También los quemadores de incienso, sobre todo utilizados en concentraciones de personas

Para combatir los malos olores en las iglesias surgieron las velas de sebo y cera perfumada. También los quemadores de incienso, sobre todo utilizados en concentraciones de personas. Siempre había velones encendidos a santos en capillas y altares; eran una ofrenda, pero también un pretexto para alejar los hedores. Tenemos la creencia de que, en las principales procesiones, como la del Corpus, se alfombraban las calles del recorrido con plantas de la Vega como un simple adorno; pero la realidad es que se cubrían con matojos para tapar los residuos de caballos y contrarrestar su mal olor. La fabricación artesanal de velas fue muy importante en Granada hasta que apareció la parafina. Hoy las velas de olor han sido sustituidas por lucecillas. Pocas iglesias utilizan el incienso habitualmente.

Las caballerías, principal foco de olores

Pero fueron sin duda las caballerías y su aumento exponencial a partir del XVI el principal foco de malos olores que envolvió Granada. Un hedor habitual, que llegó a formar parte de la vida cotidiana, hasta su gradual desaparición en el siglo XX. Quienes venían desde el campo, respirando aire limpio, decían que Granada te recibía a las puertas de sus murallas con una bofetada de efluvios de caballo. Era cierto. La traza urbana constreñida, poco aireada y quebrada de tiempo nazarí se fue convirtiendo en recta y más ancha, pero con pocas arterias que concentraban el tráfico de carrocerías; del borriquillo de carga que trepaba por el Albyzín y Antequeruela, se pasó a caballos y mulas tirando de carruajes o infinidad de caballeros sobre sus monturas. La ciudad se llenó de équidos por todos lados: andando, atados a rejas en espera de sus dueños, parados en plazas. Los propietarios de caballo lo sacaban hasta para ir a tomar café. Y todos ellos defecando a su libre albedrío. Por entonces no se había inventado el braguero como los que llevan los caballos sevillanos de landós turísticos.

Tráfico intenso de caballos, carros y burros subiendo por la calle Reyes Católicos, finales del XIX.

Las calles anchas de Granada olían a mierda de caballo. Aunque las pituitarias estaban más o menos acostumbradas desde su nacimiento y no debían notarlo demasiado. Excepto quienes tuviesen la mala suerte de padecer de hiperosmia (gran sensibilidad a los olores); los anósmicos no tenían ningún problema.

Existió un oficio surgido en torno a los desechos de los caballos, el de cajonero. Eran los encargados de ir recogiendo las heces por las calles para su posterior reaprovechamiento

Existió un oficio surgido en torno a los desechos de los caballos, el de cajonero. Eran los encargados de ir recogiendo las heces por las calles para su posterior reaprovechamiento. En unos casos como abono para cultivos, en otros las ponían a secar y se utilizaban como combustible por su alto contenido en paja. También había cajoneros que se acercaban a los lugares donde vendían leche los vaqueros en el Salón o en el Triunfo a ordeñar sus vacas para venderla directamente. Los “pastones” de vaca eran muy apreciados para las estufas.

Vaqueras y vaqueros ordeñan sus animales para la venta pública en las alamedas del Genil.

Granada, aunque población importante, no dejaba de ser como un pueblo donde todo el mundo criaba en casa su cerdo, sus cabras y sus gallinas

Y por si la abundante cabaña de caballos y mulas para transporte fuese poco, pululando constantemente por las calles, había que añadir las vaquerías urbanas y pocilgas que salpicaban prácticamente toda la ciudad. La zona de calle Elvira tenía dos docenas en el vericueto de calles. Granada, aunque población importante, no dejaba de ser como un pueblo donde todo el mundo criaba en casa su cerdo, sus cabras y sus gallinas. Y, para rematar, en torno a los pilones de abrevar animales (Arco de Elvira, del Toro en Calderería) se concentraban por las mañanas y tardes decenas de vacas y burros.

En aquellos famosos baldes se concentraba de todo, desde cáscaras de huevos, huesos de aves, restos de cocina, ceniza y hasta las heces de toda la familia

Fueron tiempos en los que el municipio no disponía todavía de un servicio regular de recogida de residuos. En parte porque la sociedad generaba escasos desperdicios inorgánicos que recoger; los orgánicos iban a parar a los basureros de los corrales, principal alimento de gallinas y pavos; se evacuaban una vez al año a principios del otoño y se utilizaban como abono. Los pisos y casas sin corral ni desagüe, que eran mayoría, acumulaban sus despojos en un cubo de zinc. En aquellos famosos baldes se concentraba de todo, desde cáscaras de huevos, huesos de aves, restos de cocina, ceniza y hasta las heces de toda la familia.

Dos carros de la basura como los de Granada, pero fotografiados en los años cincuenta en Cádiz.

Las familias salían a entregar el cubo de zinc al basurero, que lo vaciaba con encima de los varales. La estampa solía ser bastante desagradable en muchos casos porque las cajas no estaban impermeabilizadas y los vertidos contenían líquidos

Ya a mediados del siglo XIX se puso en marcha en Granada el primer servicio público de recogida de basuras. Hasta entonces se habían utilizado los darros turbios (acequias) para deshacerse de ellos a través de los boquerones (bocas de vertido al final) al campo y/o vertidos en los solares cercanos o las afueras de la ciudad. Incluso se vaciaban en cualquier rincón poco transitado. Los carros de la basura fueron simples vehículos de dos ruedas tirados por una mula; por lo general, procedentes de Armilla. Cada madrugada y cada mediodía se veía una fila con dos docenas de esos carreteros desfilando por el camino arbolado que separaba las dos poblaciones. Las familias salían a entregar el cubo de zinc al basurero, que lo vaciaba con encima de los varales. La estampa solía ser bastante desagradable en muchos casos porque las cajas no estaban impermeabilizadas y los vertidos contenían líquidos. Los carros de la basura iban regando las calles y dejando rastros de malos olores.

La prensa local criticaba en 1970 que los carros de la basura afeaban el Corral de Carbón para asombro del turismo. También escribían que era una “estampa tan anticuada como deprimente”. IDEAL.

Aparecieron los primeros camiones para llevarse las basuras de las calles hasta el vertedero abierto en la carretera de Víznar, en la vertiente de las aguas del río Beiro. Ya no valía salir con el cubo y vaciarlo

Aquella estampa, aunque parezca medieval, duró en Granada hasta finales del año ¡1970!. Hasta entonces se estuvo retirando las basuras mediante varias docenas de carros arrastrados por mulas, y vaciados en el trayecto de vuelta. La imagen resultaba sumamente extraña y fotogénica para los turistas que ya abundaban por las calles. En aquel año 1970, los próceres municipales decidieron retirar los carros chorreando porquería y sus mulas defecando por las calles; nació la primera empresa municipal de recogida de basuras. Se llamó Servicios y Contratas S. A. (Serconsa). Aparecieron los primeros camiones para llevarse las basuras de las calles hasta el vertedero abierto en la carretera de Víznar, en la vertiente de las aguas del río Beiro. Ya no valía salir con el cubo y vaciarlo; los residuos de las casas no eran tan orgánicos, ya llevaban incorporados plásticos, botellas y otros envases fabricados por las modernas industrias alimentarias. Ahora había que depositar los restos dentro de bolsas de plástico, en las aceras. Aquellos inicios propiciaron que apareciesen pirámides de bolsas en esquinas y plazas en espera de que las retirasen de madrugada. La primera consecuencia fue que, sin saber cómo, aparecieron rehalas de perros abriendo bolsas en busca de comida y repartiendo los residuos por todos sitios. Pasar al lado de aquellos jugos era desaconsejable para las pituitarias.

Hasta que el sistema se fue perfeccionando con la introducción de contenedores cerrados, inaccesibles para perros, y con camiones que cada vez van irradiando menos rastros de olores a su paso

Hasta que el sistema se fue perfeccionando con la introducción de contenedores cerrados, inaccesibles para perros, y con camiones que cada vez van irradiando menos rastros de olores a su paso. El único problema del servicio de recogida de basuras es que la limpieza de contenedores se eternice, especialmente en verano, con lo que aumenta su mal olor. Sobre todo, si te ha caído en suerte un grupo de contenedores bajo la ventana de tu bloque. Pero, por lo general, el sistema ha mejorado infinitamente en este medio siglo largo que cumple Granada con el actual servicio de recogida de basuras.

La contrapartida negativa a la desaparición de los caballos por las calles fue su sustitución por los CV de motores, sobre todo los diéseles, con sus humaredas y malas combustiones. Pero como no hay mal que mil años dure, se está consiguiendo expulsar a los vehículos de los centros históricos, al tiempo que los avances tecnológicos nos traen cada día motores menos contaminantes y eléctricos.

Aromas de mercados de animales

Los mercados de animales contribuían a ambientar el aire allá donde se desarrollaban. Conocemos de época nazarí que existieron corrales extramuros de la Puerta de Elvira donde eran alojadas ovejas y cabras. Así aparece representado en el cuadro de la Batalla de la Higueruela (1431). Muy cerca, el solar de la gallinería nazarí empezó a ser Convento de la Merced (1514). Había otra gallinería o mercado de carnes de aves, en este caso ya despedazadas en las callejas próximas al Zacatín, zona a la que se accedía por el puente del mismo nombre que cruzaba el Darro.

Fragmento de la Batalla de la Higueruela, donde aparecen corrales llenos de ovinos junto a la Puerta de Elvira. EL ESCORIAL.

La tradición de acudir con grupos de gallinas, gansos o pavos a venderlos en fechas señaladas a plazas céntricas ha continuado hasta bien entrado el siglo XX. Esta actividad de gallinas, pavos y palomas regando con su palomina y sus gallinazas la Plaza de Bibarrambla y la Acera del Darro nos ha dejado unas cuantas fotografías.

Vendedora de pavos en la plaza de Bibarrambla en 1913. J. MARTÍNEZ RIOBOÓ.

El único inconveniente se presentaba si soplaba la brisa con dirección al cercano Humilladero, donde ya abundaba la población

El mercado más aparatoso, por número de animales y por la cantidad de residuos que dejaban, era sin duda el de caballos, mulos y burros que se organizaba semanalmente en la explanada del Violón. Aquí se daban cita durante toda una mañana los tratantes de prácticamente todos los pueblos de los alrededores que deseaban comprar, vender o cambiar un équido. Se pasaban horas y horas regateando hasta que conseguían un acuerdo satisfactorio. Entre tanto, sus animales permanecían amarrados en los alrededores haciendo sus necesidades con plena libertad. Estaban al lado del camino de Armilla, al menos no había mucho tránsito de ciudadanos, más allá de los que iban y venían por la carretera y los vecinos de quinterías dispersas del pago del Zaidín. El único inconveniente se presentaba si soplaba la brisa con dirección al cercano Humilladero, donde ya abundaba la población.

Feria de ganado equino en la explanada del Violón a principios del siglo XX. AHPGR.

La explanada del Triunfo se convertía cada jueves en un hozadero en el que no crecía brizna vegetal

Pero fue la gran explanada del Triunfo el lugar predilecto para el mayor y más oloroso mercado que surgió en época cristiana: el de cerdos. Muy pronto la carne de porcino se hizo la reina de los pucheros granadinos; más que otros lugares, ya que fue asociada a la aculturación de moriscos. El mercado de cerdos se movió siempre en zonas del entorno de la columna de la Inmaculada del Triunfo. Unas veces más arriba y otras más abajo, según las quejas de los vecinos próximos en la Acera del Triunfo, los de San Ildefonso e incluso los de San Lázaro. Este mercado de cerdos tuvo siempre fijado el jueves como día para acudir a vender y comprar los cerdos. Lo habitual era acarrearlos en piaras andando a pezuña desde sus lugares de cría; el reguero de purines y cacas que dejaba el porquero con sus animales delataba por dónde transitaban. La explanada del Triunfo se convertía cada jueves en un hozadero en el que no crecía brizna vegetal.

Aquel mercado de cerdos en el Triunfo permaneció a plena vitalidad hasta el 12 de noviembre de 1902. Era alcalde Juan Ramón Lachica y Mingo. Emitió un bando prohibiendo la entrada porcina a esta zona, sólo podrían transitar los que salían y entraban a pastar al campo

Aquel mercado de cerdos en el Triunfo permaneció a plena vitalidad hasta el 12 de noviembre de 1902. Era alcalde Juan Ramón Lachica y Mingo. Emitió un bando prohibiendo la entrada porcina a esta zona, sólo podrían transitar los que salían y entraban a pastar al campo. El Ayuntamiento ordenó que a partir de entonces el mercado semanal de cerdos se ubicara en las Eras de Cristo, en las inmediaciones de la Ermita de San Isidro, donde ya todo era campo abierto. En esta parcela, ya cerrada, permaneció el mercado de cochinos hasta el año 1925 en que su propietario, Manuel López Sáez, vendió los terrenos para levantar la fábrica de Cervezas la Alhambra. Lo único que quedó de ese mercado fue el nombre de la calle: Cuesta de los Cerdos, es decir, la actual Avenida de Murcia.

Mercado de Cerdos en Eras de Cristo, hacia 1915. A. GARCÍA NOGUEROL.

No obstante, aquel mercado central no impedía que casi todos los días deambulara alguien de plaza en plaza con un cerdo amarrado de una pata para ofrecerlo en venta. Era muy habitual acudir a la calle Capuchinas a vender primales a buenos precios.

Los porqueros recorrían las calles por las mañanas recogiéndolos por las casas; los llevaban a pastar a las afueras y regresaban por el mismo camino al atardecer

La ciudad de Granada, al igual que la mayoría de los pueblos, contó con su servicio público de pastoreo diario de cerdos. Se llamaba el común de cerda. Los porqueros recorrían las calles por las mañanas recogiéndolos por las casas; los llevaban a pastar a las afueras y regresaban por el mismo camino al atardecer. Solían acercarlos a riachuelos y acequias a pasar la jornada hozando huertos y buscando bellotas.

El Matadero, la Alhóndiga e industrias afines

Los animales eran sacrificados en el Matadero que se habilitó por los cristianos a principios del siglo XVI en las inmediaciones de la Puerta del Rastro. El que se llamó Matadero viejo hasta 1832 estuvo situado en la parte trasera de la Alhóndiga Zaida, entre las calles Mesones y Alhóndiga. Fue colocado en esta manzana para aprovechar el agua que suministraba la acequia Sancti Spíritus, que torcía por Puentezuelas para regar el barrio de la Magdalena. El Matadero dio nombre a la placeta del Matadero (actual Campo Verde).

Téngase en cuenta que buena parte de los despojos quedaban a la intemperie y pudriéndose durante días; alrededor había actividades relacionadas con la sangre, el raspado y curtido de pieles, el lavado de tripas, el preparado de despojos

Las actividades de matanza de animales dieron origen a una serie de actividades secundarias en los alrededores que causaban grandes molestias por olores, moscas y mosquitos a los vecinos en cuanto el barrio se conformó por completo, ya a mediados del XVI, prácticamente extendido hasta la Plaza de Gracia. Aquí hubo una calle llamada de la Sangre y el rincón del Bofe. Téngase en cuenta que buena parte de los despojos quedaban a la intemperie y pudriéndose durante días; alrededor había actividades relacionadas con la sangre, el raspado y curtido de pieles, el lavado de tripas, el preparado de despojos, etc. Para quitar el pelo a las pieles se empleaban albercas repletas de todo tipo de excrementos de aves.

Un templete del Matadero está montado sobre el aparcamiento del Violón y reutilizado como bar.

Los siglos XVII y XVIII acumularon continuas denuncias por malos olores en el barrio de los mesones y las alhóndigas. Hasta que en 1832 fueron adquiridos unos terrenos al lado del río Genil, final de las huertas de San Antón, y trasladadas las instalaciones del Matadero, llamado el Nuevo. La población y la actividad asociada se fueron trasladando a esta zona “industrial”, al apego de la Acequia Gorda y del ramal de Sancti Spíritus que bajaba por San Antón. Surgió la parte baja del barrio de San Antón con todo lo que conllevaba la matanza de carnes, los secados-curtidos de pieles y las pequeñas industrias de guifa. Una de las especialidades más molestas, a efectos odoríficos, era el lavado y salado de tripas para embutidos. Incluso se vendían sazonadas en adobo para comer fritas (los famosos zarajos que hoy son tan buscados en Cuenca y hace tiempo que desaparecieron en Granada). Otras artesanías culinarias que se preparaban en este barrio de San Antón eran las casquerías.

La venta de las carnes estuvo centralizada en la Carnicería de las callejas próximas a las puertas de Bibarrambla y Arco de las Cucharas. También en algunos puestos en la Alhóndiga Zaida

La venta de las carnes estuvo centralizada en la Carnicería de las callejas próximas a las puertas de Bibarrambla y Arco de las Cucharas. También en algunos puestos en la Alhóndiga Zaida. En tanto que la pescadería y sus olores estaban más próximas a la puerta de Capuchinas. Hasta que el incendio de 1856 acabó con la Alhóndiga Zaida y se empezó a habilitar el solar dejado en la Romanilla por el convento capuchino. Las carnes, el pescado, la casquería, la guifa y las verduras -acompañadas de sus respectivos aromas- pasaron a alojarse a partir de 1880 a la Romanilla y a la plaza de la Pescadería, en unas naves construidas por el arquitecto Juan Montserrat. Y aquí permanecieron durante casi cien años. Hasta que en los setenta del siglo pasado fue construido el primer mercado de San Agustín, donde se concentraron actividades, desperdicios y sus aromas respectivos.

Nave de las frutas y verduras en el antiguo mercado de la Romanilla, hacia 1930-36. AHMGR.
Nave del pescado en la Romanilla.

Cocederos de lino y melazas de azúcar

La Granada de los siglos XVIII y XIX aportó dos novedades endógenas al mundo de los aromas: los cocederos de lino y las melazas de remolacha. El cultivo del lino fue muy potente desde que la Vega reveló una de las mejores fibras vegetales para la industria de fabricación de velas para barcos, cordelería y también lino fino para ropa de hogar y vestuario humano. Fue una actividad que, tras su siega, continuaba con el remojado de las fibras de casi dos metros de longitud. En los alrededores de la ciudad, aprovechando el paso de la tupida red de acequias, proliferaron albercas donde se introducía esta planta formando haces. Cocerlo significaba introducirlo dentro del agua hacia el mes de septiembre y mantenerlo húmedo durante todo el invierno.

El lino era un material que, por cierto, cuando pasaba a atarazanas o abundantes cordelerías repartidas por la ciudad, desprendía ya un olor a tierra mojada y a campo bastante agradables

Aquella cocción iba corrompiendo el agua hasta emanar unos olores agrios y muy fuertes. Rara era la huerta de las afueras de Granada que no tenía una alberca ocupada en este menester, con lo cual todos los inviernos olía a huevos podridos, soplara de dónde soplara el viento. En la primavera se sacaba el lino, se vaciaban las albercas y desaparecía el olor. El lino era un material que, por cierto, cuando pasaba a atarazanas o abundantes cordelerías repartidas por la ciudad, desprendía ya un olor a tierra mojada y a campo bastante agradables.

La aparición de las azucareras y alcoholeras a las afueras de Granada a partir de 1882 trajo un olor nuevo y casi desconocido a la urbe: el olor a melaza y vinaza

La aparición de las azucareras y alcoholeras a las afueras de Granada a partir de 1882 trajo un olor nuevo y casi desconocido a la urbe: el olor a melaza y vinaza. Cierto es que ya desde mucho tiempo antes se conocía el empalagoso aroma del azúcar de caña por algunas fabriquillas ubicadas en el casco urbano; quizás la más importante fue la que dio nombre a la Placeta del Azúcar, entre las calles Santos y Laurel del Boquerón. En las obras recientes en ese solar aparecieron, además de un tramo de muralla, restos de las tinajas que se utilizaban en el refinado del azúcar que se traía de la caña de las costas motrileñas. El entorno vecinal gozaba de un ambiente agradable en cuanto a olores.

Sus fermentos evacuaban unos olores terribles. En épocas de molienda era desaconsejable acercarse a la Azucarera San José de la Bomba

Pero, por lo general, las melazas no tuvieron esa cualidad al principio. Las azucareras vertían el extracto exprimido; aunque todavía era una pulpa un tanto húmeda. La compraban para alimentar vacas y cerdos dentro de la ciudad. Su hediondez se volvía insoportable en cuanto pasaban unos días, además de ser un foco de moscas y mosquitos. Algo similar ocurría con las vinazas de las alcoholeras. Sus fermentos evacuaban unos olores terribles. En épocas de molienda era desaconsejable acercarse a la Azucarera San José de la Bomba. El tema se quedó solucionado cuando el Ayuntamiento obligó a deshidratar las melazas; continuó utilizándose para alimentación de ganado, pero dejó de inundar las calles con sus efluvios.

Olor en transporte público y reducción de los malos olores

El siglo XX comenzó en Granada con un aumento subjetivo de los malos olores, sobre todo los de procedencia corporal humana. Hasta entonces las concentraciones de personas se limitaban a espectáculos en teatros, iglesias, procesiones y reuniones sociales. A las que todo el mundo procuraba asistir lo más aseado posible. Aunque la escasez de agua potable por falta de redes de distribución no lo ponían fácil; la gente se lavaba a roales, en palanganas y cubos. En un barreño colectivo para toda la familia en los mejores casos. Pero era pasable su higiene.

El asunto de malos olores fue in crescendo cuando se incorporaron los primeros autobuses urbanos e interurbanos, sobre todo en horas de saturación. Y sin aire acondicionado

Los problemas de olores colectivos aumentaron cuando empezaron a funcionar los transportes públicos con los primeros tranvías, a partir de 1904. La gente que los utilizaba solía subir aseada cuando salía de casa, pero al regreso de duras jornadas de trabajo cambiaba el aspecto; sus alerones y bajeras, tras horas de sudoración, daban muchas pistas de dónde venían. El asunto de malos olores fue in crescendo cuando se incorporaron los primeros autobuses urbanos e interurbanos, sobre todo en horas de saturación. Y sin aire acondicionado.

La mejora de los olores a Granada empezó a notarse, y mucho, a medida en que la electricidad se generalizó y llegó el agua potable a las casas, a partir de la década de los cuarenta

La mejora de los olores en Granada empezó a notarse, y mucho, a medida en que la electricidad se generalizó y llegó el agua potable a las casas, a partir de la década de los cuarenta. Recuérdese que hasta la década de 1980 hubo barrios que todavía carecían de cañerías. Y, sobre todo, se generalizaron las redes de saneamiento. La aparición del imbornal sifónico hizo que desaparecieran también los malos olores de las cloacas, un mal que duró muchos años en Granada (Todavía queda algún mal ejemplo). También desapareció el famoso cagadero bajo el Puente Romano del Genil, utilizado por la gente que iba a la estación de la Alsina. Aunque continuaron proliferando los rincones del centro, cercanos a tascas y lugares de alterne, que aparecían regados cada noche. Cuando no, plantados de pinos. Porque la obligación de que todos los bares tuvieran servicio para sus clientes llegó demasiado tarde.

Un meón se alivia en una calleja de la Alcaicería, en los años cuarenta. En la imagen de la derecha, rincón de basuras en la Manigua. AHMGR.

La imagen, casi medieval, de dientes negros, podridos y llenos de caries casi ha desaparecido. Aunque la halitosis no, todavía se descubren algunos brotes en determinados lugares

Otros elementos que contribuyeron a eliminar olores de procedencia corporal fueron las campañas iniciadas en la II República (y continuadas por la Sección Femenina en el franquismo), a partir de las enseñanzas a las futuras amas de casa, y algunos amos, para fabricarse su propio jabón de sosa cáustica y restos de aceite usado. Quien no se aseaba era porque no quería, pues resultaba fácil y barato disponer de jabón. También la mejoría de la economía hizo que apareciesen con fuerza los dentistas y especialistas en cuidado de la salud bucal. La imagen, casi medieval, de dientes negros, podridos y llenos de caries casi ha desaparecido. Aunque la halitosis no, todavía se descubren algunos brotes en determinados lugares.

El olor de hoy en Granada

Por lo leído hasta ahora, en la historia de los olores de Granada se han llevado el gato al agua los hedores frente a los buenos olores. La situación se ha invertido por completo en la actualidad. La norma es que reine la buena fragancia; la excepción, la pestilencia puntual.

Los viajeros románticos callaron los aspectos negativos y ensalzaron los olores a jazmín que embriagaban las calles albayzineras, o los galanes que emborrachaban el aire de la Alhambra por la noche

En lo que he contado hasta ahora ha primado más en tono desagradable. Pero no olvidemos que también hubo en tiempos pasados espacios para las buenas fragancias. Los viajeros románticos callaron los aspectos negativos y ensalzaron los olores a jazmín que embriagaban las calles albayzineras, o los galanes que emborrachaban el aire de la Alhambra por la noche. Para nada hablaron del Darro convertido en cloaca o de los orines en los rincones de la Alcaicería.

La ciudad empezó ya en el siglo XX a hacer sembrados de naranjos silvestres para que su azahar contrarrestase los malos olores. Plantaciones tímidas, porque Granada no ha sido una ciudad de grandes espacios verdes. Hasta la expansión iniciada a finales del siglo XX, cuando han nacido el parque García Lorca, los jardincillos universitarios, la gran Avenida Federico García Lorca, Avenida de la Constitución, el Triunfo e infinidad de espacios verdes en la periferia. Sin duda muchas zonas verdes, pero aún escasas en comparación con otras ciudades. Los aromas de tilos, azahar y magnolios son una delicia con el frescor de las mañanas y los atardeceres. Especialmente en los jardines de Fuentenueva.

El olor a pan recién cocido ha sido sustituido por la infinidad de dulcerías y despachos de barras que proliferan por todas las calles. También tiendas de caramelos que recuerdan el olor a las barretinas del Corpus

Como en aquellos años del siglo XX también lo fueron la infinidad de panaderías que salpicaron el casco antiguo de Granada, con mañanas llenas de olor a hogaza recién cocida y repartidores de pan dejando rastro por donde iban. Esos obradores de pan que abundaban en el barrio del Boquerón y en la Magdalena hoy están en polígonos industriales, sobre todo de Alfacar. El olor a pan recién cocido ha sido sustituido por la infinidad de dulcerías y despachos de barras que proliferan por todas las calles. También tiendas de caramelos que recuerdan el olor a las barretinas del Corpus.

Dulcería de estilo morisco en la Calderería.

También han dejado de oler los famosos perfumes que inundaron durante décadas el barrio de San Antón, disputándose el aire con los efluvios del matadero. Emanaban de Destilaciones García de la Fuente, ubicadas en la calle San José Baja hasta que se las llevaron a la carretera de Armilla. Hasta allí acudían los alambiqueros con sus esencias destiladas con la alhucema de la Sierra de Húetor. La chimenea de DGF lanzaba al aire cada semana su muestrario de lo mejor que estaba fabricando; era como vivir permanentemente en una tienda de Chanel: los lunes olía a esencia de lavanda, los martes a menta, los miércoles a agua de rosas… Así fue cómo nuestros abuelos y abuelas empezaron a distinguir la gama de perfumes que de mayores pudieron comprarse en las perfumerías. (Por cierto, ¿han notado que los anuncios de perfumes son los que más abundan en televisión?).

Era un placer pasar por el entorno, oliendo a aromas de azúcar y sacarina primero, para más tarde ir añadiendo sabores y olores a naranja, limón, lima y cola

Otro olor inolvidable salía en la primera mitad del siglo XX donde empezaba la calle San Juan de Dios, casi esquina con Acera del Triunfo. Allí estuvo la primera fábrica de gaseosas de Unión Vinícola Industrial (UVI, precursora de Puleva); era un placer pasar por el entorno, oliendo a aromas de azúcar y sacarina primero, para más tarde ir añadiendo sabores y olores a naranja, limón, lima y cola.

También olía excelentemente la fábrica de velas de la calle San Jerónimo y varias repartidas por el Realejo. Igual que la fábrica de moler especias que pusieron Gualda y Prados en la calle Puentezuelas número 22, donde picaban no menos de 120 kilos al día para repartir por los mercados y puestecillos de la ciudad. Siempre pensé que eran los únicos restos del zoco medieval de especias, con su aduana y su fiel al frente, buena señal de la potencia de Granada como mercado especiero en siglos musulmanes. Tienen buena continuación en los mercados de especias y plantas medicinales, tanto fijos como ambulantes, que hay repartidos por el entorno de la Catedral y Zacatín. Visitarlos supone un viaje gratis a los aromas de la ruta de la seda y las especias del lejano Oriente.

Una de las tiendas Medievo de hierbas y especias en el Pasaje Diego de Siloé.
Otro herbolario en el Pie de la Torre.

Primera potencia en cultivo y olor de marihuana

Granada se enorgulleció de ser primera potencia azucarera en otros tiempos. También tiene el monumento más visitado de España. Pero en lo demás, ha ido cayendo en los casi todos rankings hasta situarnos de los últimos en renta, productividad, trenes, inversión pública, oferta cultural, etc., etc.

Lo mismo que existe la ruta del colesterol junto al río Genil, que exhala fragancias a verdor y frescura, Granada cuenta con la 'ruta del hachís'. No hay nada más que pasear por los 1.800 metros que separan el supermercado Alcampo y el Parque Comercial Granaíta y, con un poco de suerte y aire de la Alfaguara, esnifará el paseante unos 'porretes' gratis

Pero no todo está perdido. Encabezamos el pódium en cuanto a producción olorosa de marihuana, sobre todo en recintos cerrados. Un cultivo especialmente concentrado en la zona Norte de la ciudad. Aunque ya se está contagiando a otros barrios y extendiéndose a muchos pueblos. Lo mismo que existe la ruta del colesterol junto al río Genil, que exhala fragancias a verdor y frescura, Granada cuenta con la ruta del hachís. No hay nada más que pasear por los 1.800 metros que separan el supermercado Alcampo y el Parque Comercial Granaíta y, con un poco de suerte y aire de la Alfaguara, esnifará el paseante unos porretes gratis.

Un amigo mío está estudiando el tema, sobre todo la relación que guarda el cultivo de hachís con la disminución de la delincuencia y el consumo de electricidad. La primera conclusión que avanza es que el consumo de electricidad es directamente proporcional a la exportación de hachís; y que la delincuencia en la capital y algunos pueblos del cinturón es inversamente proporcional a la producción de marihuana. Es decir, que la gente está entretenida colocándose con hachís y conectando cables por las noches a la red pública. Por eso hay menos robos por las calles.

En su lugar diría “Algo huele a hachís en Granada”. Y muchísimo

Si Shakespeare estuviera escribiendo en estos tiempos su Hámlet, el personaje no recitaría aquello de “Algo huele a podrido en Dinamarca”. En su lugar diría “Algo huele a hachís en Granada”. Y muchísimo.

Desmantelamiento de un cultivo de hachís enganchado ilegalmente a la red eléctrica.

Hoy, esos buenos olores industriales que caracterizaron Granada están reducidos a los efluvios que nos regalan los cocederos de malta y lúpulo de Cervezas Alhambra. Cada vez en días más espaciados y con menor intensidad. Supongo que por efecto de los avances tecnológicos de sus nuevas calderas y alambiques.

Los principales aromas aéreos embriagan la ciudad actualmente son los del cocedero de malta para Cervezas Alhambra y el cultivo de marihuana para la exportación

La ciudad de Granada, sobre todo su centro comercial, está llena hoy de fragancias que te absorben cuando transitas o entras por las puertas de sus tiendas. Hay una de cafés del mundo al final de San Antón que merece la pena olfatear. Unas son embriagadoras, otras recargadas hasta resultar empalagosas, pero en su mayoría agradables. Muchos establecimientos han incorporado perfumes atractivos como estrategia de ventas; sus dependientas/es son partícipes de la operación “se vende mejor oliendo bien”. La inmensa mayoría del sexo femenino que te cruzas por la calle huele de maravilla. También una parte del masculino. Parece que no sudamos la camiseta como antes. Afortunadamente, son pocos los que huelen a macho, macho.

Por desgracia, los puestos de frutas de los mercados hoy han dejado de oler; los melocotones, los tomates, los pepinos, los membrillos de intensos perfumes, incluso las naranjas, han pasado a ser perfectos en presentación, pero carentes de los aromas de nuestra niñez.

Frutería tradicional en la Pescadería, de las más completas que sobreviven por el centro que concentró los mercados en los siglos XIX y XX.

La educación y la cultura han avanzado, pocos trabajadores manuales llenos de grasa, yeso o porquería se suben a transporte público sin asearse mínimamente o cambiarse de ropa

Subir a un autobús o al metro ya no es peligroso para las pituitarias. Salvo deshonrosas excepciones. La maquinaria ha restado esfuerzos y sudores a los trabajadores manuales; las axilas viajan menos sudadas. La educación y la cultura han avanzado, pocos trabajadores manuales llenos de grasa, yeso o porquería se suben a transporte público sin asearse mínimamente o cambiarse de ropa. En tiempos de nuestros abuelos solían llevar debajo de la ropa de vestir una sudadera de lino, que era la que absorbía el sudor. También el mal olor porque solían lavarla poco. Afortunadamente, son estampas del pasado.

Un poquito de jamón para esa ropa, champú para esas rastas amasadas y desodorante para los alerones harían que Granada no retroceda a la edad media

Nuestras calles granadinas sólo adolecen hoy de algunas excepciones: el bar que fríe con aceitazos y expele fritanga que echa para atrás; el contenedor que Inagra tarda en limpiar; el cerdo humano que deja la bolsa de basura al lado por no levantar la tapa del contenedor; y el/la que es muy naturalista y decide no contaminar el ambiente, pero va contaminado desde los pies a la cabeza. Un poquito de jamón para esa ropa, champú para esas rastas amasadas y desodorante para los alerones harían que Granada no retroceda a la edad media; suele pasar cuando te cruzas con alguno de los especímenes, extranjeros, sobre todo, que cada vez abundan más. También podrían colaborar un poco los jóvenes perroflautas y botelloneros que van regando los rincones oscuros y jardines con las licuaciones de sus riñones e intestinos. Granada olerá mejor aún y todos los que padecemos algo de hiperosmia se lo agradeceríamos una barbaridad.