Entrevista al juez Miguel Ángel del Arco

“Cogí la toga, la tiré a un contenedor y me quedé tan satisfecho”

Ciudadanía - Alejandro V. García - Lunes, 26 de Octubre de 2015
Por primera vez desde su reciente jubilación, el juez Miguel Ángel del Arco se sincera con un periodista, Alejandro V García. El juez 'estrella' de Granada, a su pesar, ante el que han desfilado políticos, empresarios, poderosos e influyentes en los casos que han marcado la agenda judicial de Granada, responde sin reservas ni disimulo a otro tipo de interrogatorio, el periodístico.
El juez Miguel Ángel del Arco.
Miguel Rodriguez
El juez Miguel Ángel del Arco.
Un extraordinario y enorme cuadro de Farreras, cuyas veladuras recuerdan los matices sobrios de las pinturas de Zurbarán; un Rivera infinito que repite su juego cinético desde todas las posiciones, y un Guerrero gigantesco y feliz, vigilan al juez y al periodista mientras hablan en una funcional mesa de acero y cristal. La gravedad muda de las obras induce a moderar la voz, igual que en los museos o en las catedrales. Uno y otro se conocen desde hace más de treinta años. Esa amistad, como ambos saben, lejos de ser una ventaja, es un inconveniente para establecer una conversación fluida. Pero el empeño es un reto gratificante. Así que, burla burlando, aquí están, hombre con hombre, en una nueva edición de ese rito -la entrevista- que es, a a la vez, confesión y apariencia.  

Después de más de cuatro décadas de trabajo, el juez Miguel Ángel del Arco dejó, el pasado mes de septiembre, el juzgado de instrucción número seis, uno de los más citados en las crónicas periodísticas, uno de los más temidos y también de los más deseados. Hubo un tiempo en que la gente amenazaba a otra con denunciarla a Del Arco, y en que una citación a declarar del número seis multiplicaba la desazón entre políticos, constructores, notarios, registradores y personas poderosas e influyentes.

Del Arco -editor, coleccionista de arte, aficionado a los perros- ha sido durante años y años una especie de conciencia alerta contra el delito. Primero en Plaza Nueva y después en la Caleta. Sus instrucciones son un resumen de la historia de la moralidad de Granada: la estafa del Plan de Empleo Rural, la irregular compraventa del viejo estadio de Los Cármenes, el asalto al Carmen de los Mínimos o la apertura del centro Nevada son algunos de los casos instruidos por Del Arco que, a la vez, constituyen pequeños tratados de la historia subterránea de una ciudad donde la densidad de abogados por metro cuadrado es casi asfixiante y donde el peso de la magistratura es intolerable. Del Arco, que prepara el segundo tomo de sus memorias (el primero, La Audiencia va de caza, apareció hace un año en su propia casa editorial, Comares) es un pozo sin fondo donde están depositados toda clase de secretos, complicidades prohibidas e iniquidades de las que ha sido testigo desde su juzgado.

¿Le ha costado mucho colgar la toga?

Tanto yo como mi familia estábamos preocupados por si, después de 43 años, me iba a entrar una depresión tras dejar el juzgado. Pero la verdad es que, y me da vergüenza decirlo, a las pocas horas de dejar el juzgado me sentí totalmente liberado. De pronto fui consciente de que esa tarde no tenía que ir. Porque yo iba casi todas las tardes. A veces en tres ocasiones y por descontado sábados y domingo.

¿Cómo se explica ese horario? ¿Amor al trabajo, vocación, al servicio al prójimo?

La clave está en una educación religiosa entre comillas, en el concepto del deber, de creerte (equivocadamente, por supuesto) que sin ti no hay salvación. Ahora pienso que, después de haber sido misteriosamente feliz en un juzgado, esa saturación puede ser empobrecedora. Y no sé cómo he aguantado 43 años allí dentro.

¿Qué deja en el juzgado?

-Creo que nada. Conforme llegaba la hora de dejarlo sentía mucha pena, cada día más. Creía que no iba a ser capaz de despedirme de la gente. El final fue propio de una novela. No lo he contado a nadie. Cuando me llevé los libros y los cuadros del despacho sentí una liberación. Pero el último acto fue cuando tuve que decidir qué hacer con la toga. Pensé: “Si se la dejo a mis hijos se convertirá en un mochuelo. ¡Si todavía no sé qué hacer con los carnés de identidad de mis padres!”. Pues cogí la toga, la tiré a un contenedor y me quedé tan satisfecho.

Pero ese se puede interpretar de muchas maneras...

Pero yo, como dijo el político aquel, lo hice sin acritud. Un movimiento instintivo y... Pero ojo, no la tiré en un contenedor de basura sino en uno de ropa usada.

Para que alguien la reciclara...

Bueno, lo mismo acaba en una tienda de disfraces.

¿Qué echa de menos de aquella etapa, además de la toga, claro?

Echo y no echo nada. Yo creía que me iba a liberar del juzgado y del derecho, pero ahora resulta que casi todos los días tengo que abrir una especie de consultorio sentimental. Cada día me llama alguien, nos tomamos un café y me consulta asuntos judiciales. Por lo visto no debía hacerlo muy mal...

¿Se siente querido y respetado por los compañeros de judicatura?

Nadie puede discutir que he sido un trabajador o que sé mucho de derecho, pero también es indiscutible que he sido tremendamente discutido. Pero no, nunca me he sentido querido.

¿Controvertido, sí?

Es natural que uno sea controvertido, pero querido, desde luego, no.

Lo que está claro es que ante muchas de sus sentencias y decisiones judiciales era imposible permanecer impasible. Había que tomar partido.

Yo he hecho siempre, ¡siempre!, lo que tenía que hacer, pero las dudas siempre me han acompañado. No me arrepiento casi de ninguna cosa, pero las dudas han estado conmigo. Ahora, con los medios informáticos, hay algo que antes no existía. Ves publicada una sentencia tuya y es impresionante leer los comentarios de la gente, que son más aleccionadores que las propias resoluciones judiciales. Hay opiniones que te ponen a parir o te hacen pensar. Hoy es muy difícil mantener un criterio ante la diversidad de opiniones. Esa profusión de pareceres es enriquecedora pero al mismo tiempo te llevan a dudar de casi todo.

Su carrera judicial de tantos años se puede seguir perfectamente en las hemerotecas, una circunstancia que no es normal. Alguien ha podido pensar que ha sido un juez mediático. Cómo lo explica.

Creo que en eso hay una coherencia. Malo sería si las noticias judiciales no fueran a los periódicos. Siempre hay un 50 por ciento como mínimo contrario a lo que tú dices. Siempre he creído en la prensa por la sencilla razón de que hay determinados supuestos judiciales se deben compartir con la sociedad. Hay que cotejarlos. Yo he tenido un ánimo divulgador, nunca de ascender políticamente ni de usar a la prensa como apoyo o trampolín para lograr otros objetivos. Por eso creo que me he llevado tan bien con los periodistas.

Y ha recibido de los periódicos un buen trato.

Porque los periodistas sabían que yo no los utilizaba y que les daba facilidades. Se dan muchas noticias a la prensa pero casi siempre desde un punto de vista interesado, pretendiendo que los periódicos repitan un determinado titular y no otro.

¿Se ha sentido un ser superior cuando ha llamado a declarar a un político, un notario, un constructor o cualquier otro personaje público?

Superior nunca, porque hay que estar loco para creer que imputar a alguien, traerlo a declarar y meterle los dedos es una satisfacción. Eso es algo terrible. Normalmente la noche antes de una declaración uno no duerme, lo pasa mal. Es como el torero que tiene miedo al ridículo. En el juzgado he hecho lo que debía pero lo he pasado muy mal. Me he creado muchos enemigos e incluso a veces pienso si puede haber algunas venganzas respecto a mis hijos. A mí me ha costado el dinero estar en el juzgado y hacer determinadas cosas...

¿En qué sentido?

He tenido otras actividades y tengo una editorial. Si me hubiera dejado querer por alguna gente sin duda la editorial habría ido mucho mejor. En el plano empresarial, dejarse querer políticamente -algo monstruoso con el cargo que yo tenía- habría tenido unos beneficios mercantiles claros.

Pero no ha habido coacción directa...

No, no. Me he perjudicado y he perjudicado a mis hijos con algunas posturas que he adoptado.

Cuando ha tenido sentado en su despacho a alguno de esos personajes poderosos de la ciudad ¿qué actitud mantenían? ¿Soberbia, orgullo, aceptación?

Ha habido de todo. Creo que llegaban con la idea de que yo era una persona dictadora, capaz de cometer cualquier atropello. Pero las reacciones con todos esos personajes han sido otra cosa. He intentado darle cariño a ciertos imputados... Luego he tenido relaciones curiosísimas porque, fuera de los papeles, los he dejado hablar, he tratado de tirar del hilo para saber con quién estaba hablando o quién estaba detrás de él.

Tendrá muchas anécdotas.

Uno me decía: “Yo no tengo nada contra ti porque nos traes a unos y a otros, pero conmigo tú pierdes el tiempo, no te creas que vas a conseguir algo”. Con algunos he tenido amistad. Ellos saben que tienes tanto poder que están en tus manos. Y ha habido imputados de una soberbia espantosa. Hubo, por ejemplo, uno que casi me tiró los papeles a la cara. No diré quién es. He pasado momentos muy difíciles porque me encontraba en esa declaraciones solo, no estaban el secretario ni el fiscal. Recuerdo una declaración que se juntaron el personaje que me tiró los papeles a la cara y cinco abogados de los más granados de la ciudad. Cuando ya se fueron, a las cinco de la tarde, se me saltaron las lágrimas de impotencia. Esa es la verdad. Y los dejé ir porque cuanto más poder ejercites de forma arbitraria e irracional, como dice la película, más dura será tu caída.

¿Se ha refrenado alguna vez?

Nunca, nunca me he reprimido de hacer lo que yo creía que era mi deber, aunque estuviese equivocado. Eso sí, muchas veces sabía que no conseguiría nada.

Ser juez de Granada ¿es más complicado que serlo de otra ciudad de características similares?

Soy contrario a los razonamientos generalistas del tipo “en esta ciudad tal...”. Yo quisiera creer que aquello que dijo Lorca de que en Granada reside la peor burguesía de España no es cierto. Prefiero recurrir al refrán de que en todos los sitios cuecen habas. Y tampoco hay que acudir a las ciudades literarias creadas para poner de manifiesto la hipocresía provinciana, esos lugares prisioneros en parte de convenciones podridas y sentimientos anquilosados, angustiosos, donde se producen coacciones por las relaciones, el dinero, los amigos, el interés y el clan, como Vetusta, Orbajosa, Castro Duro, Regium y Villahorrenda. Lo que sí es cierto es que en esta ciudad nunca hubiera podido salir el tema de los ERE ni la operación de Marbella.

¿Es verdad que existe un búnker judicial en Plaza Nueva?

¿Cómo voy a decir que existe un búnker judicial? Si yo defiendo mi autonomía, mi discrecionalidad en el enjuiciamiento, tengo que defender la discrecionalidad de los demás. No puedo ser tan torpe de creer que yo estoy en la verdad y los demás en la equivocación. Tengo que defender mi postura y aceptar la de los demás. Sin embargo, creo que es muy fácil eso de decir que los jueces aplican el derecho o que el fiscal representa la legalidad. Todo eso son doctrinas. El derecho es lo que el último juez quiere que sea con arreglo a la ley. No es tan simple. Quienes aplican el derecho son seres que, valga la expresión, lo hacen por el mismo sitio que todos, somos seres humanos. Lo que sí es importante es lo que la sociedad piensa de todos nosotros. La mejor decisión judicial debe estar expuesta a la crítica de los demás. La sociedad se echa a temblar cuando un juez dice blanco, otro negro y el tercero gris.

Justicia y política. ¿Poderes dependientes o independientes?

Hay que distinguir entre los jueces y los fiscales de a pie y los jueces y fiscales que dependen de una nombramiento político. Es distinto y eso la sociedad lo sabe.

Hay razones jerárquicas evidentes...

El poder político sabe a quién nombra; y el que sale nombrado sabe qué debe hacer para salir elegido. Un ejemplo: ¿es posible que un alto cargo judicial sea independiente y objetivo en una decisión política cuando la prórroga de su nombramiento está supeditada a la sentencia que ponga? Las tentaciones que puede tener una persona son inimaginables. La mayor satisfacción que tengo es que mi hijo no hizo Derecho y mi hija lo estudió pero me hizo el gran favor de irse de Granada a ejercer. Es decir, me quitó todas las tentaciones en que podía caer.

Cuando usted decide publicar sus memorias, de las que han aparecido el primer tomo, ¿qué pretende salvar? ¿Su vida, su memoria, sus convicciones éticas?

Andrés Trapiello me dijo un día que mi vida era de novela. No le hice mucho caso pero creí que si daba el paso adelante tenía la obligación moral de relatar lo que había vivido, la verdad. He contado algo que nadie se ha atrevido, y desde  luego pienso para ante alguna gente no he quedado bien parado. Y me quedan por lo menos dos tomos pendientes.

Las memorias de un juez ¿son algo así como una sentencia larga que no concluye en condena?

En parte sí, y que luego cada uno juzgue pero también expongo mis dudas, las veces que me he equivocado. Tienen ironía pero también amargura porque he sufrido bastante en el juzgado.

Pero el juzgado también le habrá dado lecciones de humanidad ¿no?

Me ha dado inmensas alegrías, lo que pasa es que son alegrías que no se reflejan en el contenido de una sentencia. El trato con la gente ha sido lo más satisfactorio. Lo que pasa es que he sido una persona que nunca se sintió satisfecha con lo que conseguía, y después de resolver un caso ya estaba pensando en otro. He sido un eterno insatisfecho.

¿Qué idea se lleva de la gente común que acude al juzgado buscando amparo?

La gente, sí, busca un amparo pero otras veces tratan de utilizarte, e incluso te utilizan, porque te engañan. Lo que más te impresiona es la gente que viene a contarte un problema y desde que empiezan a hablar comprendes que no puedes solucionar nada. Que no hay medios, que el sistema no sirve ni la ley existe para abordar esos problemas. Entonces comprendo que la única salida es escuchar.

¿El monstruo de la burocracia es invencible?

No es invencible, te lo saltas, prescindes de él, suprimes formas y esquemas, pero lo que es insuperable es la falta de medios. O cuando tienes que luchar contra el monstruo del Estado o del gobierno que está en el poder. Eso es una batalla perdida. Tampoco puedes luchar contra los lobbies económicos ni otras jerarquías con una concepción distinta de la tuya. En la justicia está casi todo por hacer. Lo que hace falta ahora en la sociedad son movimientos ciudadanos, un partido formado por personas que no sean políticos.

¿El trato con los funcionarios?

Con los de mi juzgado me he llevado de maravilla. Con algunos he estado veinte años. No creo que yo haya tenido problemas con los funcionarios.

¿Cómo aborda su futuro inmediato?

Ahora tengo menos tiempo que cuando estaba en el juzgado. Oigo menos música, leo menos... Antes tenía el orden que me trazaba el horario del juzgado. Tengo muchos planes, mucha ilusión y me sigue faltando tiempo.

Y del resto de facetas personales (juez, editor, coleccionista de arte) ¿en cuál se ha sentido más realizado?

Han sido complementarias. Estaban influenciadas. El arte o la literatura me daban, entre comillas, una creatividad, una sensibilidad y una ilusión  que introducía en el juzgado. Y el juzgado me daba una visión de la vida que la adobaba con el arte. Había días que llegaba tan agotado del juzgado que tenía que ponerme a tocar un cuadro, poner la música que pensaba que me iba a levantar o tomar el libro que me daba fuerzas. Las facetas de la vida de una persona son vasos comunicantes.