Capítulo VII: 'El crimen de una noche de verano'
Era verano, aunque los veranos de entonces eran bastante distintos a los de ahora. El turismo no estaba al alcance de casi nadie y pasar, por ejemplo, un domingo en la playa, era una odisea para la inmensa mayoría de familias granadinas. La guerra civil había terminado hacía un lustro y sus consecuencias seguían condicionando la vida diaria de los españoles con menos recursos.
La noche de autos, el martes 1 de agosto de 1944, sobre las 22:00 horas, Piojito salió del cementerio de San José, encaminándose a pie hacia su casa. Llevaba trabajando en el camposanto municipal desde 1938, primero como conductor de cadáveres interino, y desde 1942, con la plaza en propiedad
La noche de autos, el martes 1 de agosto de 1944, sobre las 22:00 horas, Piojito salió del cementerio de San José, encaminándose a pie hacia su casa. Llevaba trabajando en el camposanto municipal desde 1938, primero como conductor de cadáveres interino, y desde 1942, con la plaza en propiedad. Su oficio no era el de enterrador, pero, en alguna ocasión, había tenido que ayudar a sus compañeros a sepultar en la fosa común a las numerosas víctimas de los fusilamientos franquistas, regresando a su domicilio completamente empapado en la sangre de aquellos desgraciados.
José Antonio, que así era el nombre de pila de Piojito, no vivía lejos del cementerio. Habitaba en la segunda cueva del Monte Sedeño, un paraje muy especial para mí, del que ya hablé largo y tendido en Entre paratas y chumberas.
Esa noche veraniega, la última noche de su aún joven biografía, en el trayecto de vuelta al hogar se encontró con Angelote, un viejo amigo del Barranco del Abogado, que le propuso tomar unos vinos en la taberna de María de la Paz, un local cercano al barrio, ubicado en la mítica Cremallera del tranvía (clausurada justo en junio del 44), concretamente en la calle Antequeruela Baja, a poca distancia del hotel Alhambra Palace y del Carmen de don Manuel de Falla. Piojito estaba cansado, después de concluir una dura jornada laboral, por lo que al principio intentó escabullirse de la invitación de su compadre, accediendo a acompañarlo tras insistir este varias veces.
A la misma hora en la que los dos amigos se dirigían a la tasca de la Antequeruela, en otro bar de las inmediaciones, el quiosco de la Mimbre, situado a la vera de la Alhambra (donde muere la cuesta de los Chinos), un tercer personaje entraba en acción. Gato Rubio, también conocido como Gatico Rubio, regentaba la taberna contigua al puente del Barranco. En esa época su negocio andaba de capa caída, quizás porque el ambiente se había enrarecido mucho. La barriada era “territorio comanche”, escenario habitual de las batidas de la Guardia Civil en busca de las partidas de maquis que se escondían por la zona.
Gato Rubio bebió demasiado en la Mimbre y se enzarzó en una discusión con otro parroquiano, abandonando el establecimiento antes de que la bronca pasara a mayores. El tabernero pelirrojo (de ahí le venía el apodo) continuaba con ganas de jarana, por lo que, en lugar de irse a casa a dormir la mona, decidió seguir con la juerga en el local de María de la Paz
Gato Rubio bebió demasiado en la Mimbre y se enzarzó en una discusión con otro parroquiano, abandonando el establecimiento antes de que la bronca pasara a mayores. El tabernero pelirrojo (de ahí le venía el apodo) continuaba con ganas de jarana, por lo que, en lugar de irse a casa a dormir la mona, decidió seguir con la juerga en el local de María de la Paz.
Al llegar a la taberna de la Cremallera y ver allí a Angelote y a Piojito, Gatico entró en cólera, entablando una nueva polémica con el segundo, al que acusaba, desde hacía tiempo, de deberle una botella de tinto (de cuando aquel era cliente suyo en el tugurio del puente del Barranco del Abogado).
Tras salir los tres de la tasca, a petición de su dueña, la riña llegó pronto a las manos, a la altura del cruce entre la calle Antequeruela Baja, el Camino Nuevo del Cementerio, la cuesta del Caidero y el carril de San Cecilio. Piojito ganó la pelea con facilidad. Era un hombre alto y fuerte, pese a su delgadez (“parece un piojito y mira la fuerza que tiene el tío”, cuentan que dijo el que le encasquetó el mote en su juventud).
El vencido, humillado en su orgullo, cambió de estrategia: siendo consciente de que, en el cuerpo a cuerpo, era inferior al vencedor, optó por fingir un falso arrepentimiento, simulando que deseaba hacer las paces. Piojito se confió, dejando que Gato Rubio se acercara a él, abrazándolo entre risas. El abrazo se disolvió en el aire instantes después. El pelirrojo aprovechó el descuido para sacar su navaja y apuñalar al trabajador municipal en el cuello.
El pelirrojo aprovechó el descuido para sacar su navaja y apuñalar al trabajador municipal en el cuello
Notando cómo la existencia se le escapaba a borbotones, Piojito tomó una decisión desesperada: como fuera, tenía que llegar al Hospital Militar, que se encontraba apenas a unos cientos de metros de allí, en el Campo del Príncipe. Acompañado de Angelote e intentando contener la hemorragia, echó a correr cuesta abajo, mientras el agresor huía a toda prisa en dirección a su casa.
A las once y media de aquella noche de agosto de 1944, la Parca se citó con Piojito en el carril de San Cecilio, parando para siempre el reloj de su porvenir. José Antonio Martín López (1902-1944) expiró en brazos de su compadre Angelote. Piojito era el hermano pequeño de mi bisabuela Angustias (1891-1969), uno de los tíos carnales de mi abuela materna, Josefa Archilla Martín (1922-2005).
La noticia corrió como la pólvora por el Barranco y sus alrededores, indignando profundamente al vecindario. La víctima era muy querida en el barrio, por su sencillez y gran corazón (José Antonio también era amigo de los héroes del arrabal, los hermanos Quero
La noticia corrió como la pólvora por el Barranco y sus alrededores, indignando profundamente al vecindario. La víctima era muy querida en el barrio, por su sencillez y gran corazón (José Antonio también era amigo de los héroes del arrabal, los hermanos Quero, legendaria saga de guerrilleros antifascistas, criados en la Venta de la Lata, al lado de las tapias del camposanto).
Al enterarse de lo sucedido, dos de los sobrinos más jóvenes de Piojito, mis tíos abuelos Paco (1925-2015) y Vicente Archilla Martín (1927-2012), que contaban entonces 19 y 16 (casi 17) años, se lanzaron a la calle en busca del asesino, que se había refugiado en la cueva en la que residía (sita encima de su propia taberna, en las proximidades del Camino Nuevo del Cementerio), entrando en la misma por la chimenea, a fin de que nadie supiera dónde estaba. Por fortuna, los muchachos no pudieron localizar a Gatico y las fuerzas del orden se les adelantaron, deteniéndolo tras asaltar la vivienda.
¿Qué ocurrió a partir de ese momento? Las distintas versiones, coincidentes hasta este punto, difieren con el destino de Gato Rubio tras ser capturado. Se supone que fue encarcelado, enjuiciado y condenado, pasando una buena temporada a la sombra. En los 60, al salir de prisión, volvió al Barranco del Abogado, permaneciendo poco tiempo en el barrio. Algunos relatan que falleció de viejo en Argentina. Otros dicen que murió en Madrid. El crimen se llevó por delante la vida de Piojito y el rastro de Gatico (a día de hoy, todavía no sabemos cómo se llamaba en realidad).
¿Qué ocurrió a partir de ese momento? Las distintas versiones, coincidentes hasta este punto, difieren con el destino de Gato Rubio tras ser capturado. Se supone que fue encarcelado, enjuiciado y condenado, pasando una buena temporada a la sombra. En los 60, al salir de prisión, volvió al Barranco del Abogado, permaneciendo poco tiempo en el barrio
No hemos podido hallar ninguna referencia del suceso en la prensa escrita de la época, Patria e Ideal. Tampoco en los diferentes archivos en los que se ha indagado. Sin la filiación del procesado, dar con la documentación judicial es misión imposible.
Pensamos que el asesinato, un delito común cometido en un entorno hostil al régimen, fue ocultado a propósito por las autoridades franquistas (la censura previa existió hasta la aprobación de la Ley Fraga, en 1966). El papel de periódico escaseaba y las novedades de la II Guerra Mundial ocupaban las principales páginas de los diarios. Una pelea de bar, de dos vecinos de una zona rebelde, por mucho que sus resultados hubiesen sido tan trágicos, tenía que ser obviada para el gran público, no habiendo existido nunca para el resto de granadinos, extramuros del Barranco y del Realejo.
El entierro de mi tío bisabuelo reunió a muchísimos habitantes del “territorio comanche”, convirtiéndose en una enorme manifestación de duelo popular, siendo asimismo ignorado en los medios de comunicación (seguro que el “Séptimo de Caballería” sí que vigiló con lupa semejante concentración de “indios”).
A pesar del olvido oficial, los “barranqueños” supervivientes, después de tres cuartos de siglo, recuerdan el crimen de la Cremallera. Además, los veteranos del lugar rememoran lo orgulloso que se sentía Piojito de su puesto de conductor de cadáveres, refiriendo lo que aconteció en una ocasión, cuando respondió con guasa a las bromas de otro paisano sobre su profesión, mientras se comía tranquilamente un bocadillo, apoyado en el carro de los difuntos.
La mejor cronista del drama, una niña de diez años cuando ocurrieron los hechos, cumplirá 87 el próximo mes de enero. Francisca Martín Reyes (1934), nuestra querida Paquita, la única hija viva de José Antonio, prima hermana de mi abuela Pepa, sigue empeñada en arrojar luz al destino de Gato Rubio, el tipo que le arrebató a su padre. Sus ojos se iluminan cada vez que habla de Piojito o de su madre, María Reyes Muñoz (1898-1980), que se quedó viuda antes de los cincuenta, viéndose obligada a bordar en la Alhambra para mantener a Paquita y a sus otros retoños, Pepe, Antonio, Ángel y Gabriel.
Coda: el tío bisabuelo no fue la única víctima de la puñalada de Gatico. Al cabo del tiempo, su fiel Angelote terminó suicidándose, abrumado por la culpa de la invitación que acabó en tragedia.
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Con dichos datos pude localizar el expediente judicial del suceso, confirmando la inmensa mayoría del relato anterior, elaborado en base a testimonios orales. La única diferencia significativa es la siguiente: según la sentencia, eran Angelote y Gatico los que bebían juntos en la taberna de María de la Paz cuando Piojito entró en el local y se sumó a la tertulia.
Además, en la documentación se especifica que el agresor, condenado por homicidio a 14 años de cárcel, fue puesto en libertad condicional en 1951, tras la aplicación de un indulto por buena conducta, falleciendo en Madrid al cabo de una década.