El asesinato del presidente del Gobierno que frustró el indulto de tres condenados a muerte
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El alcalde de Granada encabezó un movimiento para impedir que tres gitanos fuesen ejecutados a garrote, tras haber asesinado a dos guardias civiles
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Las autoridades locales, corporaciones y asociaciones temieron la mala fama de Granada por llevar al cadalso a tres miembros del clan de los Tartajas
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Tres anarquistas catalanes asesinaron al presidente Eduardo Dato el día que iba a estudiar la probable conmutación de las penas de muerte
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El nuevo gobierno, tras el atentado político, no quiso atender las solicitudes de clemencia y aceleró las tres ejecuciones en la antigua cárcel de Granada
El escritor británico Gerald Brenan atravesó el Puerto del Lobo a principios del año 1920, recién llegado a La Alpujarra. Era un camino muy transitado por arrieros y vendedores de pescado que hacían el trayecto entre la Costa y Guadix-El Marquesado. Al inglés le extrañó ver unas cruces en lo alto de aquella divisoria que une el camino entre Válor y Lanteira. Le explicaron que era en recuerdo del asesinato de dos guardias civiles a manos de un clan gitano, ocurrida pocos meses atrás. Le contaron infinidad de bulos y atrocidades en torno a aquellos crímenes, que Brenan recogió sin contrastar lo más mínimo en su libro Al Sur de Granada.
Robaron dos mulos y emprendieron la huida hacia la cara norte de Sierra Nevada. Tras la denuncia, una pareja de guardias de Ugíjar salió en su búsqueda. Eran el guardia Cristóbal Ortega Rojas y el corneta Eugenio Guzmán Gomero. El día 27 de octubre fueron localizados en el cortijo Aravaca, término de Jérez del Marquesado. Uno estaba escondido bajo una cama y los otros en las alamedas de los alrededores
La truculenta historia de aquel delito se circunscribió a la tradicional afición de los gitanos de entonces por apropiarse de caballerías ajenas. Y el papel de los guardias civiles, a perseguirlos y ponerlos a disposición de la justicia. A finales del mes de octubre de 1919, el clan de los Tartajas, procedentes de pueblos de Almería, se presentó en Cojáyar, una aldea próxima a Ugíjar. Robaron dos mulos y emprendieron la huida hacia la cara norte de Sierra Nevada. Tras la denuncia, una pareja de guardias de Ugíjar salió en su búsqueda. Eran el guardia Cristóbal Ortega Rojas y el corneta Eugenio Guzmán Gomero. El día 27 de octubre fueron localizados en el cortijo Aravaca, término de Jérez del Marquesado. Uno estaba escondido bajo una cama y los otros en las alamedas de los alrededores.
La pareja de guardias civiles detuvo a seis hombres y se los llevó al cuartelillo de Alquife. Se trató de Juan Utrera Cortés, el Tartaja, 37 años; Marcos Utrera Cortés, el Greñicas, 26 años; Francisco Utrera Gómez, hijo de Juan, 14 años; José María Fernández Amaya, 22 años; José Carmona Cortés, el Guatero; y Miguel Utrera Molina.
A la puerta del cuartel de Alquife les siguieron las mujeres y niños: Claudia Gómez Cortés, esposa de Juan, con tres niños pequeños (de 7, 5 y 3 años) y embarazada, de 34 años; Sebastiana Ramona Santiago Cortés, 16 años; y Encarnación Isabel Lozano Jiménez, la Morena, de 20 años.
El día 28, bien temprano, los dos guardias civiles emprendieron el regreso a su cuartel de Ugíjar con los cuatreros detenidos y las dos mulas robadas. El comandante del puesto de Alquife ordenó que otros dos guardias suyos –Ricardo Triviño Martínez y Manuel Morales Ruiz– ayudasen a sus compañeros en la marcha. Los hombres iban esposados por parejas y unidos en una cuerda de presos; delante caminaba a pie el guardia más joven y detrás, montado en una de las mulas, el guardia de más edad (padre de seis hijos).
En ese lugar, Encarnación Isabel la Morena cogió por los correajes, por detrás, al guardia Cristóbal que iba sobre la mula y con el gitanillo Francisco (3 años) sentado entre sus piernas. Lo descabalgó y le asestó un golpe en la cabeza con una piedra. Los detenidos se abalanzaron sobre el otro guardia, le desarmaron y, entre pedradas, cuchilladas, golpes de culatas con los fusiles y disparos consiguieron dar muerte a los dos guardias
Al llegar a la Fuente del Piojo, próximos ya a la divisoria del Puerto del Lobo, la pareja de guardias de Ugíjar exhortó a sus dos compañeros de Alquife a que se volvieran, pues ya conocían bien el camino de regreso y creían tener controlada la situación. Tras la cuerda de presos caminaba el grupo de mujeres y de churumbeles del clan de los Tartaja.
En ese lugar, Encarnación Isabel la Morena cogió por los correajes, por detrás, al guardia Cristóbal que iba sobre la mula y con el gitanillo Francisco (3 años) sentado entre sus piernas. Lo descabalgó y le asestó un golpe en la cabeza con una piedra. Los detenidos se abalanzaron sobre el otro guardia, le desarmaron y, entre pedradas, cuchilladas, golpes de culatas con los fusiles y disparos consiguieron dar muerte a los dos guardias. (Los detalles exactos nunca se concretaron, pues en la reconstrucción y posterior consejo de guerra todo fueron contradicciones y acusaciones mutuas).
Abandonaron los cadáveres de Cristóbal y Eugenio en el lugar, despojados de armas y correajes. El clan se encaminó hacia la Alpujarra. A unos centenares de metros se cruzaron con seis arrieros, a quienes amenazaron con los fusiles y les conminaron a guardar silencio; a uno de ellos le quitaron un látigo. El crimen se conoció muy pronto en Válor por boca de los arrieros.
Detención, reconstrucción de hechos y consejo de guerra
Toda la guardia civil de la provincia de Granada se puso en alerta e inició la caza de la familia de gitanos. El grupo se había dispersado por las poblaciones costeras: hubo detenciones en Vélez de Benaudalla, Motril, Almuñécar y Nerja durante la primera semana del mes de noviembre de 1919.
El día 5 de noviembre el clan fue concentrado en el cuartel de Órgiva y allí se organizó una nueva cuerda de presos, esta vez con mayores medidas de seguridad y con las mujeres incluidas. Varios guardias civiles a pie y otros tantos a caballo se fueron relevando en su traslado hasta Granada durante los dos días que duró la marcha. La operación de busca y captura fue una de las noticias más llamativas de aquel año, aunque más aún lo fue la caravana de traslado hasta la capital.
Cientos de curiosos rodeaban a los detenidos. A las afueras de Granada se concentraron varios miles de personas para presenciar el espectáculo. Varios de los reos montaban en sus burros, así como Claudia Gómez, embarazada, con dos de los niños pequeños metidos en el serón de su asno. En las fotografías de la entrada a Granada se ve a doce guardias de caballería y otros tantos a pie intentando contener a la multitud. Los hombres fueron llevados a la cárcel provincial (entonces junto a la Catedral) y las mujeres al arresto de la calle Molinos. Allí, Claudia Gómez dio a luz a su sexto hijo, en enero siguiente.
Del sumario se hizo cargo la justicia militar por tratarse de asesinados de miembros de un cuerpo militarizado. Tanto de la instrucción del caso como de la mayoría de las defensas se hicieron cargo jueces y abogados militares
Del sumario se hizo cargo la justicia militar por tratarse de asesinatos de miembros de un cuerpo militarizado. Tanto de la instrucción del caso como de la mayoría de las defensas se hicieron cargo jueces y abogados militares. El instructor hubo de esperar hasta el mes de julio de 1920 para que se pudiera acceder al Puerto del Lobo a efectuar la reconstrucción de los hechos. Se organizó una comitiva de guardias civiles a caballo y militares; a los prisioneros se les condujo en tren hasta Guadix y, desde allí, andando o en burro hasta coronar el Puerto del Lobo, a más de 2.600 metros de altitud, en Sierra Nevada. A esta reconstrucción hubo que dedicar los días 16, 17 y 18 de julio debido a las dificultades en los traslados.
El consejo de guerra tuvo lugar los días 17 y 18 de septiembre de 1920. Hacía muchísimo tiempo que no había habido un juicio militar en Granada; se habilitó para ello el Cuartel de la Merced, destacamento de Infantería por entonces. Los granadinos vivieron el espectáculo de aquel juicio participando, una vez más, en la cuerda de presos/as entre las cárceles y el cuartel. Abarrotaron la audiencia pública y los alrededores de la Merced. Por allí desfilaron los nueve gitanos adultos procesados, los dos guardias de Alquife, los niños y los seis arrieros.
Pronto se supo que a los nueve participantes adultos les había correspondido distinta suerte en el fallo del tribunal: pena de muerte para tres (Juan Utrera, Marcos Utrera, José María Fernández); cadena perpetua para Encarnación Isabel Lozano; reclusión de 18 años para los participantes menores de edad (Francisco Utrera, de 14, y Sebastiana Ramona, de 16); reclusión temporal para Claudia Gómez, la embarazada; y absolución para José Carmona Cortés y Miguel Utrera Molina por no haber tenido participación directa en los asesinatos
El fallo del jurado militar no se hizo esperar. Pronto se supo que a los nueve participantes adultos les había correspondido distinta suerte en el fallo del tribunal: pena de muerte para tres (Juan Utrera, Marcos Utrera, José María Fernández); cadena perpetua para Encarnación Isabel Lozano; reclusión de 18 años para los participantes menores de edad (Francisco Utrera, de 14, y Sebastiana Ramona, de 16); reclusión temporal para Claudia Gómez, la embarazada; y absolución para José Carmona Cortés y Miguel Utrera Molina por no haber tenido participación directa en los asesinatos.
Granada pide los indultos
Obviamente, los abogados defensores plantearon recursos de alzada ante el Tribunal Supremo militar. Interesaban, sobre todo, las rebajas de las tres penas de muerte y sus permutas por cadenas perpetuas. El recurso fue visto en Madrid justo un mes más tarde, el 16 de octubre de 1920. El capitán general que presidió el tribunal aumentó la condena de Granada al elevar a pena de muerte también a la Morena, y remitió al Consejo Supremo de Guerra y Marina la sentencia para que fuese sancionada. Las cuatro penas de muerte se mantenían sin cambios al salir del Supremo.
Si hasta entonces la ciudad de Granada se había mantenido fría ante la suerte de los gitanos condenados a muerte, a partir de la noticia de la Gaceta se inició un movimiento de solidaridad con los condenados para evitar sus ajusticiamientos a garrote vil
El Consejo Supremo de Guerra estuvo varios meses sin pronunciarse sobre este caso. Hasta que el 16 de febrero del año siguiente dictaminó que se mantenían las tres penas de muerte para los gitanos varones, pero se le conmutaba por cadena perpetua a Encarnación Isabel Lozano, la Morena. Es decir, se dejaba la condena tal como salió de Granada. (No obstante, el fallo no se conoció de manera oficial hasta que lo publicó la Gaceta el día 5 de marzo).
Si hasta entonces la ciudad de Granada se había mantenido fría ante la suerte de los gitanos condenados a muerte, a partir de la noticia de la Gaceta se inició un movimiento de solidaridad con los condenados para evitar sus ajusticiamientos a garrote vil. Bien es cierto que previamente los abogados defensores habían escrito al rey Alfonso XIII, en nombre de las madres de los encausados, solicitándole clemencia.
Pero el mismo día 5 de marzo de 1921 entró en escena el alcalde de Granada. Capitaneó un movimiento para evitar que en Granada fuesen pasadas tres personas por el cadalso. No se podía permitir que la ciudad adquiriese tal fama en el mundo. Se llamaba Germán García Gil de Gibaja, apodado Gegegege; era un abogado de las filas liberal-conservadoras que había sido nombrado primera autoridad local en octubre de 1920 (permaneció en este primer mandato hasta noviembre de 1921). Defendía la abolición de la pena de muerte y la buena imagen de la ciudad. Entre los días 5, 6 y 7 de marzo propició plenos extraordinarios en su Ayuntamiento y la Diputación; implicó a sindicatos, corporaciones y colectivos para que se sumaran a la petición de indultos para los tres gitanos condenados a muerte. Se proponía la misma consideración que para la Morena, es decir, la conmuta por cadena perpetua.
Empezaron a salir telegramas desde Granada hacia Madrid solicitando el perdón para los tres gitanos: los firmaban el alcalde Gil de Gibaja, el presidente de Diputación Rafael Hitos Rodríguez, la Asociación de Funcionarios de Diputación, el Centro Artístico y Literario, la Asociación de la Prensa, el Arzobispado, etc., etc.
Empezaron a salir telegramas desde Granada hacia Madrid solicitando el perdón para los tres gitanos: los firmaban el alcalde Gil de Gibaja, el presidente de Diputación Rafael Hitos Rodríguez, la Asociación de Funcionarios de Diputación, el Centro Artístico y Literario, la Asociación de la Prensa, el Arzobispado, etc., etc.
Los destinatarios de los telegramas eran el Rey, los presidentes del Congreso, del Senado, el Presidente del Gobierno, los diputados y senadores de la provincia… Entre ellos se encontraba Andrés Allendesalazar y Bernar, hijo del anterior Presidente del Gobierno, (y también posterior). Era una persona con muchísima influencia en el entorno de Antonio Maura y del Presidente Eduardo Dato. Se pensaba en Granada que con toda esta presión sería bastante probable que el Consejo de Ministros accediera a la conmutación de penas.
Poca gente para entonces deseaba ver a Granada manchada con tres ajusticiamientos, el mismo día y de la misma familia. La situación política estaba muy revuelta, con alternancia continua entre progresistas y conservadores; con el problema catalán presionando. Y, por qué no decirlo, la imagen de la Guardia Civil había quedado tocada en Granada como consecuencia de las tres muertes que se registraron por disparos suyos durante la manifestación estudiantil del 11 de febrero de 1919. Granada había sido noticia, ¡mala noticia!, a nivel nacional y el alcalde no deseaba que se volviera a repetir el asunto.
Aunque las autoridades de Granada confiaban en la permuta de condenas, no estaban muy convencidas. El día 6 de marzo de 1921 se tuvo conocimiento a través del presidente de la Chancillería que había solicitado urgentemente, a Sevilla y Madrid, que enviasen un verdugo. El titular de Granada había presentado renuncia unos días antes al olerse que le iban a tocar tres ejecuciones en veinte minutos.
El inoportuno asesinato del Presidente del Gobierno
El presidente del Gobierno, Eduardo Dato, tenía sobre su despacho decenas de telegramas de petición de gracia, perdón o conmuta llegados desde Granada los días 6 y 7 de marzo. El alcalde Gil de Gibaja había esgrimido, en el pleno, argumentos como que se aproximaba la Semana Santa y era momento de tener piedad cristiana; recordó la frase de Concepción Arenal oponiéndose a la pena de muerte “A esos reos, a todos los reos, que los mate Dios y que los condene o los absuelva la ley”.
Pero el 8 de marzo, muy temprano, tres anarquistas catalanes tenían en el punto de mira de sus pistolas al Presidente Eduardo Dato. Acabaron a tiros con él en el centro de Madrid, cuando iba a su trabajo. Nunca conoceremos si llegó a despachar los telegramas llegados desde Granada, si barajó con los diputados granadinos o con su gabinete la posibilidad del indulto o si lo iba a tratar en el próximo consejo de ministros
Pero el 8 de marzo, tres anarquistas catalanes tenían en el punto de mira de sus pistolas al Presidente Eduardo Dato. Acabaron a tiros con él en el centro de Madrid, cuando regresaba del Senado. Nunca conoceremos si llegó a despachar los telegramas llegados desde Granada, si barajó con los diputados granadinos o con su gabinete la posibilidad del indulto o si lo iba a tratar en el próximo consejo de ministros.
El hecho cierto es que la situación política se endureció tras el atentado. El nuevo presidente del Gobierno fue el padre del diputado granadino Andrés Allendesalazar; los militares arreciaron su presión por la delicada espiral política en que había entrado España. Manuel Allendesalazar y Muñoz de Salazar se hizo cargo de la Presidencia del Gobierno el 12 de marzo de 1921, con un grupo de ministros del Partido Liberal Conservador (el mismo del alcalde de Granada). No tramitó las peticiones de conmutación de las penas de muerte de los gitanos granadinos. Muy al contrario, instó a que se acelerasen las ejecuciones tres días después de tomar posesión. El día 14 se recibió en la cárcel de Granada la orden de ejecutar a los tres condenados, mientras que a la Morena le llevaron la notificación por la cual se le conmutaba el garrote por cadena perpetua.
Ningún verdugo de Sevilla ni Madrid quiso venir a Granada a encargarse de apretar el tornillo sobre los cuellos de los tres condenados. El día 14 se ordenó a la Guardia Civil de Burgos que desplazase al verdugo castellano en tren hasta Granada. El verdugo vino a la fuerza, se llamaba Gregorio Casimiro Mayoral Rodríguez. La ejecución se había fijado para las seis de la mañana del día 15 de marzo de 1921. Montaron el patíbulo en un rincón del patio de la cárcel, en un lugar al que no pudieran acceder las miradas indiscretas del resto de presos.
Juan Utrera Cortes, Marcos Utrera Cortés y José María Fernández Amaya estuvieron esperando en capilla desde la tarde anterior. Apenas hablaron. No quisieron comer nada. Se confesaron y esperaron confiados a que un telegrama de última hora llegara con su indulto. Poco antes de la hora señalada fue a visitarlos el alcalde Gil de Gibaja, para lamentar lo inútil de su esfuerzo por ayudarles.
A las seis en punto fue colocado el tradicional crespón negro en la puerta de la cárcel. Con intervalos de diez minutos, el garrote del burgalés desnucó a los condenados. Sus cadáveres fueron expuestos en el cementerio de Granada durante unas horas; el espectáculo continuó para el pueblo de Granada, fueron miles los curiosos que subieron a contemplar los cadáveres.
Hace sólo unos días, los guardias caídos en acto de servicio fueron homenajeados en Ugíjar por la Guardia Civil y autoridades, entre ellas la sudelegada del Gobierno, Imaculada López-Calahorro. Fue colocada una placa con la leyenda: “In memorian a los Guardias Civiles D. Cristóbal Ortega Rojas y D. Eugenio Guzmán Gomero. Fallecidos en acto de servicio en Puerto Lobo-Nechite, el día 28 de octubre de 1919. Su entrega, sacrificio y valor han sido ejemplo para la Guardia Civil”. También fue depositado un ramo de flores en su tumba. Allí estuvieron descendientes de Cristóbal Ortega. Ni su familia ni sus compañeros de la Benemérita les han olvidado.
Los cadáveres de los tres gitanos fueron enterrados en una fosa común del cementerio de Granada.
Fue llamado el Abuelo y el Decano de los verdugos. En su currículo se anotó algo más de 60 ejecuciones a garrote. Perfeccionó el sistema de argolla y tornillo de manera que el reo apenas “sufría”. Nunca hasta 1921 había traspasado el Duero en sus ejecuciones, pero a partir de entonces fue llamado a otros lugares cuando fallaba el verdugo titular, especialmente a Barcelona. La primera vez que ejecutó a más de una persona en un día fue en este caso de Granada; posteriormente (9 de mayo de 1922) ejecutó a otros tres reos en la cárcel Modelo de Barcelona. Poco después, a dos en Tarrasa. Fue entrevistado para una revista que fundó Camilo José Cela. Su vida profesional está reflejada en varios libros.