El arzobispo de Granada, “capitán de Trento”, al que Felipe II dejó con el culo al aire
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El Rey le boicoteó el Concilio provincial de 1565 cuando intentaba encajar a los moriscos en la normativa contrarreformista y propició la guerra de las Alpujarras y su expulsión
Pedro Guerrero Fernández fue un riojano de pura cepa. Hijo de una familia de agricultores propietarios de tierras. Único varón de una familia de cuatro hermanos. Sus padres, cristianos muy viejos, decidieron encaminar su futuro a las letras y al servicio de Dios. Nació en Leza de Río Leza, actual comunidad de La Rioja, el 11 de diciembre de 1501, justo cuando en Granada se estaba registrando el primer levantamiento de la abundante población morisca, que tantos quebraderos de cabeza le iban a dar a lo largo de su vida futura como arzobispo.
Se le empezaba a conocer por el apodo de 'Doctor Logroño', seguramente por su inteligencia, su biblioteca y sus trabajos
Su pueblo de la comarca de Cameros tenía un cura y un maestro que le enseñaron las primeras letras. El niño prometía y sus padres decidieron enviarlo a estudiar Gramática a Sigüenza, donde tenía un tío monje de la orden jerónima. A los quince años pasó a estudiar Filosofía en la Universidad de Alcalá de Henares. Aquí coincidió en el aula con un joven llamado Juan de Ávila (futuro santo), íntimos amigos para el resto de sus vidas. Una vez titulado en Filosofía, regresó a Sigüenza como profesor y cuidador de ancianos. Prosiguió estudios hasta hacerse doctor en Teología, Filosofía y Artes. Ya casi con treinta años se trasladó a Salamanca como colegial en San Bartolomé y alumno de su universidad. Allí acabó por conseguir plaza de profesor de la Cátedra Prima. Se ordenó subdiácono. Fue ascendiendo posteriormente los grados eclesiásticos hasta alcanzar una canonjía magistral en Sigüenza. En este oficio permaneció entre 1535 y 1546; viajaba asiduamente a su pueblo de Leza a ver a sus padres y a sus tres hermanas. Se le empezaba a conocer por el apodo de Doctor Logroño, seguramente por su inteligencia, su biblioteca y sus trabajos.
En 1546, cuando tenía 45 años, fue requerido a presencia del Emperador Carlos V. No se imaginaba para qué tal alto honor se le reservaba: ser arzobispo de Granada
En 1546, cuando tenía 45 años, fue requerido a presencia del Emperador Carlos V. No se imaginaba para qué tal alto honor se le reservaba: ser arzobispo de Granada. En la Corte nadie conocía al presbítero y teólogo Pedro Guerrero, pero sí se acordó de él su amigo y compañero Juan de Ávila. Carlos V le había propuesto al predicador de Almodóvar ocupar la silla vacante de Granada, pero el abulense no se sintió preparado para administrar esta diócesis; en cambio, recomendó a su amigo Pedro Guerrero. Y el Emperador propuso su nombramiento al Papa. Así de rocambolesco fue el nombramiento de un riojano casi desconocido en los ambientes del poder, sin los habituales apoyos nobiliarios y con poca fortuna. Inició su mandato en Granada en 1546, con su compromiso de absoluta dedicación a su demarcación y, lo más importante, con residencia en Granada. Por entonces solían abundar los obispos que tenían nombramiento, pero apenas residían en sus ciudades, siempre estaban en la Corte, en Roma o en otros asuntos.
Viajó varias veces a Madrid a despachar con Carlos V y con Felipe II. En 1549 negoció con el Emperador la conversión de la Catedral de Granada en panteón real
Viajó varias veces a Madrid a despachar con Carlos V y con Felipe II. En 1549 negoció con el Emperador la conversión de la Catedral de Granada en panteón real. Trajo a enterrar a la Capilla Real (de manera provisional) los cadáveres de la primera esposa del Príncipe Felipe (María de Portugal, fallecida en 1545), y de los infantes Hernando y Juan, hijos de Carlos V. La emperatriz Isabel de Portugal ya esperaba en la Capilla Real desde su fallecimiento en 1539.
En el viaje a Madrid de 1559, Guerrero asistió a la entronización de Felipe II y al nombramiento del infante Carlos como Príncipe de Asturias, y a convencer a Felipe II de que no dejara el cadáver de su padre en Yuste, donde había fallecido, sino que lo trajera a enterrar a Granada como era su deseo. De paso, también medió para apoyar la expansión de la Compañía de Jesús por España; la congregación de San Ignacio no pasaba por su mejor momento.
Al menos, Felipe II respetó los deseos de sus abuelos y bisabuelos de descansar para siempre en la Capilla Real de Granada
Felipe II hizo caso omiso a los deseos de su padre de que Granada fuese el panteón real a partir de entonces. Como lo habían decidido ya sus padres, sus abuelos y sus bisabuelos. Debía rumiar la idea de levantar El Escorial o algo similar, porque no accedió. Es más, en 1574, cuando se habían enrarecido las relaciones entre el Rey y el Arzobispo, inició el traslado de los primeros cadáveres depositados en Granada en dirección a Madrid. Se llevó a su madre, su primera esposa y sus hermanos a una cripta que todavía estaba en obras en la sierra madrileña. Al menos, Felipe II respetó los deseos de sus abuelos y bisabuelos de descansar para siempre en la Capilla Real de Granada.
La diócesis menos cristiana de la cristiandad
Don Pedro decidió casarse con la Iglesia y sociedad de Granada cuando recibió la mitra arzobispal. Hasta el punto de cambiar su nombre por el de Petrus Granatensis (Pedro de Granada o el Granadino) y adoptar el obligatorio escudo arzobispal solamente con dos campos de gules, verticales: el de la parte izquierda con las cuatro barras del apellido de los Guerrero de Castilla, y la parte derecha con el fruto del granado. Fue el único de los arzobispos de Granada que colocó una granada en su escudo (Solamente en el siglo XX, los obispos Rafael García y García de Castro, y José Méndez Asensio también incluyeron una granada, más pequeñita, en sus escudos).
Cuando llegó a Granada en 1546 se encontró un Reino en situación muy complicada, totalmente diferente a la Castilla de cristianos viejos de la que procedía
Cuando llegó a Granada en 1546 se encontró un Reino en situación muy complicada, totalmente diferente a la Castilla de cristianos viejos de la que procedía. Era una ciudad en construcción, renacentista, con infinidad de órdenes de monjas y frailes estableciéndose e intentando levantar sus conventos y monasterios; una aristocracia conquistadora que se afanaba también por construir casas solariegas, porque todavía se pensaba que Granada iba a ser capital de los reinos peninsulares y el Emperador ocuparía el palacio que se le construía en el corazón de la Alhambra. Una imponente catedral en cimientos, con sólo la Capilla Mayor a medio hacer bajo la dirección del maestro Diego de Siloé. Era un Reino en el que ya se llevaba bastantes años arrinconando a los moriscos originarios e incumpliendo flagrantemente las Capitulaciones firmadas por los Reyes Católicos en 1491. Los problemas sociales habituales, con mucha población de aluvión, se centraban en conseguir el pan de cada día por las calles; por ellas pululaban infinidad de pobres y menesterosos que trataban de ser atendidos por un portugués llamado Juan Ciudad (futuro San Juan de Dios). Y Juan de Ávila acudía de vez en cuando a predicar por la que fue última ciudad musulmana.
De ahí que a Pedro Guerrero se le calificara en Madrid, Roma y Trento como el pastor de la diócesis menos cristiana de toda la cristiandad. Era absolutamente verdad, el Reino de Granada tenía mayoría de población morisca, que se resistía a perder su identidad musulmana, practicaba falsas conversiones, continuaban siendo criptomusulmanes, aunque ya a su manera por haber perdido a sus imanes, los guías espirituales. El colectivo morisco vivía con las costumbres de sus antepasados, mantenía su lengua de algarabía, su vestuario y sus oficios. Previo pago de más impuestos al Emperador. La imposición y aculturación a que los sometían los cristianos conquistadores todavía no se había desplegado del todo. Los abusos de seglares y religiosos sobre la población morisca eran constantes; eran considerados fuerza de trabajo y ciudadanos de segunda clase. Objeto de continua explotación económica.
También se afanó por controlar al abundante número de presbíteros que ejercían sin tener la más mínima formación, casados, amancebados y con la única preocupación de vivir de la religión católica
El arzobispo Pedro Guerrero se dio cuenta de ello muy pronto. Siguió la línea de asimilación de su antecesor Hernando de Talavera, mediante la atracción de los niños a colegios para formarlos en la nueva fe y costumbres castellanas y del catolicismo. Había que apartarlos de sus familias lo antes posible, romper con su pasado familiar. Incluso se practicaba la educación de moriscos espabilados como futuros sacerdotes cristianos. Para ello agrandó el colegio de San Miguel y estableció otro de Moriscos en el Albayzín (1559, dirigido por el jesuita morisco Juan Albotodo). También se afanó por controlar al abundante número de presbíteros que ejercían sin tener la más mínima formación, casados, amancebados y con la única preocupación de vivir de la religión católica. Por eso reforzó el seminario de San Cecilio, para dar una mínima formación a los sacerdotes.
Pedro Guerrero se desposó con la iglesia de Granada hasta extremos inimaginables. Su afán formador y reformador primó sobre todos los demás aspectos. Ayudó a instalarse a la Compañía de Jesús en Granada, les apoyó primero y se apoyó en ellos para conseguir los fines formativos del clero que tanto anhelaba.
Fue el primer arzobispo que decidió conocer personalmente cada una de las parroquias del extenso territorio de su obispado. Incluso también de su arzobispado, que entonces abarcaba las provincias eclesiásticas de Almería y Guadix
Fue el primer arzobispo que decidió conocer personalmente cada una de las parroquias del extenso territorio de su obispado. Incluso también de su arzobispado, que entonces abarcaba las provincias eclesiásticas de Almería y Guadix. Fue una etapa en la que los municipios estaban levantando lentamente iglesias de culto, muchas de ellas sobre fábricas o solares de mezquitas musulmanas.
El periodo de su mandato (1546-76) fue muy fecundo en erección de edificios eclesiales; de ahí que haya bastantes iglesias del obispado de Granada que lucen en sus portadas el escudo del arzobispo que gobernaba en el momento de su inauguración. El escudo de Pedro Guerrero con el sombrero arzobispal, sus dos filas de borlas y el tablero con las barras y la granada en rama se repite en iglesias tan dispares como San Miguel Bajo, San Ildefonso y Santiago en la capital; por la provincia, en Montejícar, Colomera, Guadahortuna, Montefrío, Íllora, Alhama, etc.
El “capitán de Trento” y el Concilio de Granada
El Concilio de Trento se desarrolló entre 1545 y 1563, en tres etapas bien diferenciadas. Su objetivo principal era acometer una profunda reforma de la Iglesia para frenar el impulso que estaba cogiendo el protestantismo en Europa. Pedro Guerrero no asistió a la primera fase, la de 1545-46 porque por entonces todavía era un simple profesor. Pero sí marchó a Italia para participar en las sesiones de 1551-52 y 1562-63. Viajó a Trento siendo el único español con categoría de arzobispo, aunque no coordinaba ninguna legación oficial; cada diócesis participante envió a su obispo, teólogos, abogados, etc.
El arzobispo granadino demostró muy pronto que no había ido a hacer turismo. Acudió con dos memorándums que había preparado junto a su amigo Juan de Ávila, con las ideas muy claras respecto a lo que debía ser la Iglesia del futuro y las profundas reformas que necesitaba
El arzobispo granadino demostró muy pronto que no había ido a hacer turismo. Acudió con dos memorándums que había preparado junto a su amigo Juan de Ávila, con las ideas muy claras respecto a lo que debía ser la Iglesia del futuro y las profundas reformas que necesitaba. Guerrero se fue erigiendo poco a poco en uno de los líderes intelectuales del concilio por la profundidad, claridad y compromiso de sus postulados. Conocía sobradamente que la iglesia española -especialmente la recién establecida en Granada- había incurrido en desidia, corruptelas, falta de fe, con infinidad de presbíteros casados, curas que parecían señores feudales, conventos llenos de holganza, etc., etc.
La catarsis que experimentó la Iglesia de Roma a partir de Trento contó con muchos conceptos aportados por el arzobispo granadino. No se consiguió la reunificación de todas las iglesias protestantes que se habían extendido por Europa a partir del levantamiento de Lutero, pero al menos unificó doctrina bajo la tutela del Papa, eliminó infinidad de localismos, ritos ancestrales, desviaciones y amaneramientos. Y desde el punto de vista doctrinal hubo un antes y un después de Trento. Por fin se iba a conseguir una estructura clerical más moral y formada, amén de fortificar la jerarquía eclesial, con el Papa como cabeza visible y los obispos sus delegados en los territorios.
Por Europa se decía que se autonombró el segundo papa de la Cristiandad, con sede en Madrid. El papa negro, por el color de sus vestimentas a partir de entonces
Pedro Guerrero fue el encargado de pasarse por la Corte de Madrid, a su regreso de Trento, para explicar a Felipe II las conclusiones de la Contrarreforma que se deseaba poner en marcha desde el papado. También le entregó la copia de las actas con las decisiones tomadas. El Rey español se transformó a partir de aquel momento en el monarca europeo más comprometido en cumplir y hacer cumplir todo lo emanado de Trento. Felipe II se erigió en el guarda de la Contrarreforma. Por Europa se decía que se autonombró el segundo papa de la Cristiandad, con sede en Madrid. El papa negro, por el color de sus vestimentas a partir de entonces. (Moda que fue secundada por la mayoría de españoles a partir de entonces).
Felipe II se implicó tanto en la aplicación de la Contrarreforma que asumió la convocatoria de los concilios provinciales o de diócesis para dar a conocer, aplicar y publicar las disposiciones de Trento en tierras de su imperio. Convocó personalmente concilios en los arzobispados en el año 1565. La mayoría se desarrollaron ese año sin mayores problemas, incluso con sesiones rápidas. Cada arzobispo publicó sus constituciones (compendio de normativas tridentinas) para ponerlas en marcha.
Trento se olvidó por completo de dar solución religiosa y social a la situación de los moriscos españoles, casi todos viviendo en Granada y Levante
Pero el caso de Granada fue muy distinto y complejo. Avanzo que fue la única archidiócesis en la que fracasó el concilio provincial tridentino de 1565; las Constituciones Granatensis nunca se pudieron publicar como resultado de un concilio fallido, quedó inconcluso. El Reino de Granada era, como queda dicho, el arzobispado menos cristiano de toda la cristiandad. Trento se preocupó mucho por estudiar disidencias luteranas y calvinistas centroeuropeas, pero se soslayó que en el Sur de España había un importante reducto de población musulmana o criptomusulmana. Con sus peculiaridades y resistencias a la asimilación católica. Trento se olvidó por completo de dar solución religiosa y social a la situación de los moriscos españoles, casi todos viviendo en Granada y Levante.
El concilio de Granada de 1565 empezó a finales de septiembre. Lo presidía el arzobispo de Granada, con participación de los obispos de Almería y Guadix; alrededor de ellos, un equipo de presbíteros, teólogos, vicarios… más el cabildo de la catedral de Granada. Al lado de la silla arzobispal, el Rey sentó a un delegado suyo con el fin de que le mantuviera informado a diario y vetara acuerdos cuestionados por la Corona. Felipe II mantenía la idea de que cualquier acuerdo o decisión debía contar previamente con su aprobación. Eran tiempos en los que no había separación entre los conceptos Iglesia-Estado.
En contra de la tesis de paciencia con los moriscos que predicaba el arzobispo pesaba mucho la continua amenaza de piratas berberiscos asaltando las costas mediterráneas españolas y la colaboración de moriscos granadinos y levantinos con el imperio turco, la verdadera amenaza para el orbe mediterráneo cristiano
El arzobispo Pedro Guerrero debió condescender, y claudicar, primero ante las presiones del Rey. Y dentro de Granada, con los intereses del cabildo catedralicio y la cohorte de beneficiados que veían peligrar sus privilegios. Poco a poco se fue complicando el Concilio, alargándose durante meses y meses, sin que se llegase a finalizar el texto último. Las delegaciones de Almería y Guadix tuvieron que regresar sin poder firmar las actas, ya que el Rey las tenía bloqueadas y sin dar su visto bueno en Madrid. Felipe II nunca comprendió que el Reino de Granada no era tierra de temerosos y beatos cristianos viejos, sino una compleja sociedad dual repleta de moriscos y musulmanes. Pedro Guerrero se había mostrado partidario de la aculturación progresiva de moriscos, pero en otras ocasiones se exacerbó, se contradijo y habló directamente de expulsar a los rebeldes e irreductibles.
En contra de la tesis de paciencia con los moriscos que predicaba el arzobispo pesaba mucho la continua amenaza de piratas berberiscos asaltando las costas mediterráneas españolas y la colaboración de moriscos granadinos y levantinos con el imperio turco, la verdadera amenaza para el orbe mediterráneo cristiano.
La paciencia de Felipe II y del Consejo de Castilla con los moriscos granadinos se acabó en enero de 1567, justo cuando ya debería estar más que acabado el concilio de 1565 y haber dado solución específica a la población granadina no cristiana vieja. Pero la Junta de Madrid se arrogó la ejecución de Trento en lo relativo al Arzobispado de Granada. El resultado fue la dura Pragmática Sanción de 1567 por la que todos los moriscos granadinos debían renunciar a lengua, tradiciones, costumbres, vestimenta, etc., eliminar todo lo que oliese a su pasado musulmán. El Rey dejó al arzobispo Pedro Guerrero con el culo al aire, Felipe II le desautorizó ante su feligresía.
La Pragmática provocó primero reacción de moriscos ilustrados y más o menos integrados en la vida castellana, para después comenzar con pequeños levantamientos, huidas al monte, aparición de monfíes… hasta acabar en el levantamiento masivo morisco de la Navidad de 1568 y la consiguiente y cruenta Guerra de las Alpujarras (1568-71)
La consecuencia para el prelado fue la pérdida de credibilidad ante la mitad de sus ovejas, reticentes y alejadas de la fe católica, pero miembros y contribuyentes del colectivo social. La Pragmática provocó primero reacción de moriscos ilustrados y más o menos integrados en la vida castellana, para después comenzar con pequeños levantamientos, huidas al monte, aparición de monfíes… hasta acabar en el levantamiento masivo morisco de la Navidad de 1568 y la consiguiente y cruenta Guerra de las Alpujarras (1568-71). La sociedad granadina había saltado por los aires sin que Pedro Guerrero pudiese hacer nada por evitarlo. Enfrente tenía a Pedro de Deza, como virrey del Reino y presidente de la Chancillería. La política blanda de asimilación de moriscos quedó en un completo fracaso por la impaciencia de Felipe II y la Junta de Madrid. Felipe II le ofreció quitarse de en medio y le propuso su traslado como arzobispo a Sevilla en 1569, en plena guerra morisca. Pero no lo aceptó y dejó el puesto a Gaspar de Zúñiga. En cambio, su discípulo Juan Albotodo se marchó a Córdoba tras el levantamiento del Albayzín y cierre de su colegio de moriscos.
El arzobispo comprobó en 1572 cómo le habían expulsado a una parte importante de sus actuales y futuros feligreses del Reino de Granada. Fue la primera expulsión de moriscos hacia tierras de otros reinos. Después llegaría la definitiva expatriación de España en 1609.
Pasaba a ser miembro de la “secta de Mahoma” y, por tanto, objeto de persecución, auto de fe y pena de cárcel
Pedro Guerrero tenía la espina clavada del concilio no acabado de 1565, todavía sin publicar las Constituciones que aplicarían Trento a Granada. En 1572 decidió organizar un sínodo, reunión de tono menor que ya no necesitaba el visto bueno de Felipe II, y aprobó las Constituciones dejadas a medio un lustro antes. Pero ya era tarde, el daño para la población morisca estaba hecho. La sociedad granadina se consideraba a partir de entonces completamente cristiana, nada permisiva ni dual con cristianos viejos y nuevos conviviendo en las instituciones. A partir de entonces, ser morisco se consideraba una herejía, un delito; quien fue musulmán, mudéjar y morisco desde muchos siglos atrás, dejaba de ser un granadino más. Pasaba a ser miembro de la “secta de Mahoma” y, por tanto, objeto de persecución, auto de fe y pena de cárcel.
Nunca se olvidó de los suyos
Pedro Guerrero se dedicó a recomponer su obispado de los efectos de la guerra de los moriscos. Buena parte de la diócesis había quedado destrozada; viajó a los pueblos para rehacer iglesias y recomponer feligresías. Retomó la construcción de la catedral, cuyas obras habían quedado suspendidas por la guerra y, lo más importante, iba a costar seguir el mismo ritmo por falta de los ingresos procedentes de los moriscos expulsados. También abrió una causa sobre los mártires cristianos caídos durante la guerra.
No sólo sería un enterramiento para Guerrero, también para los siguientes arzobispos. Se llamaría capilla de los arzobispos y estaría ubicada en la flamante capilla de Santa Ana, junto a la puerta de acceso por entonces (puerta de Siloé)
En los treinta años que estuvo de arzobispo en Granada jamás se olvidó de su pueblo, Leza de Río Leza, y de los suyos. Sólo volvió por allí en 1551 y 1563, al regreso de sus dos viajes a Trento. Pero toda su vida mantuvo una intensa correspondencia con sus familiares, vecinos y autoridades, de Leza y pueblecitos de su comarca. Enviaba regularmente dinero para atender a los pobres, pagarles dotes para que se pudieran casar. Incluso financió la construcción de obras y de un puente para acceder al pueblo (todavía en pie).
A finales de marzo de 1576, Pedro Guerrero estaba enfermo. El cabildo catedralicio decidió construir una cripta para enterrar al primer arzobispo que moría con la Capilla Mayor ya en uso, en tanto avanzaban las obras de las cinco naves y la torre izquierda. No sólo sería un enterramiento para Guerrero, también para los siguientes arzobispos. Se llamaría capilla de los arzobispos y estaría ubicada en la flamante capilla de Santa Ana, junto a la puerta de acceso por entonces (puerta de Siloé).
Pedro Guerrero falleció el 3 de abril de 1576 sin que la cripta estuviese construida. El cuerpo del riojano fue sepultado provisionalmente. Pero llegó febrero de 1577 y nada se había hecho de la obra; su sobrino Marcos de Álava Guerrero, pidió al cabildo permiso para construir a su costa un arcosolio al estilo gótico castellano dentro de la capilla de Santa Ana. Ahí debería reposar su tío. No le concedieron ese deseo por no hacer distinciones con otros prelados. Por fin fue abierta la cripta en 1579 y bajado el cadáver como primer arzobispo enterrado en la catedral. Las crónicas denotan una ausencia de actos en su homenaje, quizás por rivalidad del cabildo al que había pretendido reformar y rebajar de privilegios. Un cabildo que incluso le había llevado a los tribunales por el tema de las Constituciones.
No existe ninguna referencia externa que indique que allí yacen los restos del arzobispo que tan alto papel jugó en Trento, “capitán de la contrarreforma” y el que intentó por todos los medios asimilar lentamente a la irreductible población musulmana que fue fundadora de la ciudad y Reino de Granada desde siglos atrás
Esa cripta donde enterraron a Guerrero consta que tiempo después fue utilizada como aljibe de la Catedral. No existe ninguna referencia externa que indique que allí yacen los restos del arzobispo que tan alto papel jugó en Trento, “capitán de la contrarreforma” y el que intentó por todos los medios asimilar lentamente a la irreductible población musulmana que fue fundadora de la ciudad y Reino de Granada desde siglos atrás.
Por Granada se comentaba a finales del XVI que de Pedro Guerrero sólo se acordaban Juan Ciudad y Juan de Ávila desde el cielo (sus íntimos amigos, que acabaron canonizados); los miles de moriscos expatriados por Castilla; y los centenares de pobres que pululaban por las calles de Granada. Las limosnas de la jerarquía eclesiástica disminuyeron estrepitosamente tras su muerte.
Siempre tuvo presentes a sus tres hermanas, a sus cuñados y a sus sobrinos. De hecho, a dos de ellos, Pedro y Marcos, se los trajo con él a Granada. Su sobrino Pedro de Álava Guerrero llegó a ser tesorero de la Catedral de Granada. En 1580, ya muerto el arzobispo, compró el Señorío de Leza y Ribafrecha. Mandó construir una capilla en Leza, en recuerdo de su tío, donde colocó sus emblemas, un retrato que le hicieron en Granada antes de morir (en 1573, atribuido a Pantoja de la Cruz). Su sobrino Marcos alcanzó el grado de catedrático de cánones en la Universidad de Granada y oidor de la Chancillería; en 1590, Felipe II lo envío como fiscal a la Audiencia de México.
Los descendientes de una de sus hermanas llegaron incluso a mezclarse con la nobleza castellana en el siglo XVII. Otros descendientes de parientes suyos continúan repartidos por la comarca riojana de Río Leza, donde pervive el apellido Guerrero.