El año que hasta se secaron los olivos
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En 641, tras siete años sin llover, hubo que replantar los olivares de Andalucía con esquejes de Túnez
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La ciudad de Granada tenía por costumbre sacar en procesión a su patrona, la Virgen de la Antigua, para implorar agua
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Desde 1940 ha habido más periodos de sequía grave que de precipitaciones abundantes; y más prolongados
En la época goda se registró un periodo climático suave. Cuentan las crónicas góticas que hacia mitad del reinado de Sisenando (631-6) desaparecieron las nubes sobre la mayor parte de la Península ibérica. Comenzaba un largo periodo sin apenas lluvias que atrajo hambrunas y crisis social. La situación empeoró durante todo el reinado de Chintila (636-9), de manera que morían los animales y los árboles. En 641, ya con Tulga como rey de los godos, la sequía era tan alarmante, tras siete años prácticamente sin llover, que murió la mayor parte de los olivos de la antigua provincia Bética romana. Es decir, desaparecieron por sequía hasta los olivos que alimentaron al imperio romano durante casi siete siglos (el 70% de las ánforas olearias del monte Testaccio llevan sellos béticos). El olivar debía poblar Andalucía en superficie muy similar a la actual.
Aquel gran desastre por sequía culminado en el año 641 debió ser recordado por la población durante los siglos siguientes. La visión de troncos de olivos centenarios (quizás de los traídos por los fenicios dos mil años atrás) perduró durante mucho tiempo
La consecuencia inmediata, además de la hambruna, fue la aparición de una gran epidemia de peste, conflictos sociales y la sustitución del rey Tulga por Chindasvinto. A partir de 642 volvió a llover de nuevo y se recuperaron los campos. Pero buena parte del daño ya estaba hecho: a partir de esa fecha comenzó el declive del reino godo de Toledo y el despoblamiento. Se calcula que la población se redujo a unos 3,5 millones de personas en toda la Península; el estado gótico comenzó a hacer aguas, de forma que la administración estatal no podía controlar y proteger a su gente, para dejar el mando en manos de los terratenientes/magnates de los territorios alejados de Toledo. Comenzaba el proceso de feudalización, el alto medievo.
Aquel gran desastre por sequía culminado en el año 641 debió ser recordado por la población durante los siglos siguientes. La visión de troncos de olivos centenarios (quizás de los traídos por los fenicios dos mil años atrás) perduró durante mucho tiempo. Así lo contaba en el siglo XI el agrónomo musulmán granadino Kitab Zuhrat Al-Bustan en su libro El esplendor del jardín: decía que los extensos olivares, incapaces de aguantar tan prolongada sequía, perecieron. El olivar de Al-Andalus había sido repoblado después con plantas traídas en barcos desde Ifriquilla (actual Túnez). Y así debió ser, porque la genética demuestra que la mayor parte del olivar de Andalucía tiene relaciones con el norteafricano, mientras que los olvidos de la zona levantino-catalana descienden del Mediterráneo oriental.
En esta parte sur de la Península continuó hasta el siglo XIII lo que los expertos denominan óptimo climático medieval, es decir, una época relativamente templada y sin muchas precipitaciones. No hay muchas referencias científicas a la ausencia de lluvias, pero sí pistas de lo poco que llovía contenidas en las crónicas guerreras. Por ejemplo, en tiempos de Alfonso VI y el Cid (siglo XI) los ejércitos cristianos se dedicaban a hacer campañas en invierno y primavera (como ocurrió en 1091 con la acampada cristiana en las faldas de Sierra Elvira para amedrentar a los almorávides recién llegados); algo similar ocurrió unos años después, durante la Cruzada de Alfonso I de Aragón a conquistar el reino de Granada (septiembre de 1125-junio de 1126). En ambos casos los ejércitos se movían con soltura y rapidez por terrenos secos (excepto por una gran nevada que se registró a primeros de enero de 1126).
Pero a partir del siglo XIV, y hasta mediados del siglo XIX, se registró la Pequeña Edad de Hielo. Se registraban entonces otoños, inviernos y primaveras muy lluviosos. Esa era la causa de que las campañas guerreras quedaran en suspenso durante los grandes temporales. Había ocasiones en que estaba lloviendo sin parar durante más de dos meses; así lo cuentan las crónicas del traslado del cadáver de Isabel la Católica en 1504 desde Castilla a Granada: casi un mes con las caballerías hincadas en el barro hasta los corvejones y con dificultades para atravesar arroyos.
Pero a pesar de atravesar durante cinco siglos (del XIV al XIX) una pequeña edad del hielo, eso no impidió que alternaran periodos de sequía tan extremos como el que sufrimos en estos momentos. Recurro a la crónica de Henríquez de la Jorquera correspondiente al medio siglo que vivió, desde finales del siglo XVI hasta casi mediado el XVII. Este cronista granadino fue fino observador de la meteorología y de su influencia en los precios de los alimentos y el hambre de la población. De todas las páginas de sus Anales destaco la gran sequía que padeció Granada en los años 1603-4.
Rogativas y procesiones a la Virgen de la Antigua
Dejó escrito que por “la sementera (otoño de 1603) hubo gran seca en España y en particular en esta ciudad de Granada, que eran ya quince de diciembre y no había caído gota de agua, ni se había sembrado grano de trigo…”. Cuando se llegaba a una situación similar, la solución que se adoptaba era acudir en rogativa a todos los santos del firmamento. El arzobispo comenzaba celebrando un novenario en honor a la patrona de la ciudad, que por entonces era la Virgen de la Antigua; si continuaba sin llover, se organizaba una magna procesión por la ciudad y los campos aledaños.
Granada recurría a su Virgen de la Antigua cada vez que necesitaba de la urgente mediación divina. Se trataba de una imagen de origen flamenco/alemán traída por los Reyes Católicos y donada a la ciudad en 1492; hoy se encuentra en su capilla de la Catedral. La Antigua fue, además de patrona, la que suscitaba mayor devoción a la feligresía. Hasta que el protagonismo patrio lo compartió con San Cecilio, a partir de su invención a finales del XVI y, posteriormente, relegada por la Virgen de las Angustias.
Poco debió influir la Virgen de la Antigua con aquella salida de finales de 1603. La seca continuó flagelando a Granada. El cabildo municipal emitió un bando el 4 de febrero de 1604 mandando a los labradores que no sembrasen nada, excepto trigo en la vega y aquello que tuviese riego asegurado
Continúo con la terrible sequía de 1603: como para el 27 de diciembre de aquel año seguía sin caer una gota, la procesión con la Antigua se dirigió a las cuevas del Sacromonte (la Abadía estaba a media construcción). El séquito fue “… con acompañamiento de todo el estado eclesiástico regular y todas las cofradías y estandartes de oficios, con grandísima devoción, yendo el señor arzobispo en la dicha procesión y ésta es la primera vez que se ha visto sacar esta milagrosa imagen en estos tiempos”.
Así debía ser, la Antigua se reservaba sólo para sacarla en “procesión muy pocas veces y sólo cuando las calamidades y epidemias afligían a Granada” (Así lo narra Francisco de Paula Valladar en su Guía de Granada, 1890).
Poco debió influir la Virgen de la Antigua con aquella salida de finales de 1603. La seca continuó flagelando a Granada. El cabildo municipal emitió un bando el 4 de febrero de 1604 mandando a los labradores que no sembrasen nada, excepto trigo en la vega y aquello que tuviese riego asegurado. El arzobispo extrajo 3.000 fanegas de trigo de sus almacenes para paliar el hambre que azotaba a la ciudad y poder sembrar algo, con la esperanza de que lloviera pronto. Nuevamente, el 6 de febrero volvieron a salir en rogativas. Al día siguiente dijeron siete misas pidiendo lluvia. Por fin, el 8 de febrero comenzó a llover y a nevar abundantemente. Los días siguientes, las misas fueron para dar gracias por la lluvia. Con tres días de ayuno y lluvias moderadas quedó resuelta la sequía.
Pero como en la tierra de Granada los periodos de sequía extrema se repiten en ciclos regulares de 8-12 años, nuevamente leemos en los Anales que la primavera de 1616 volvió a presentarse sin una sola gota de lluvia. Empezó a subir el precio del pan y la consiguiente hambruna entre la población más desfavorecida. El arzobispo ordenó hacer misas, plegarias y rogativas en todas las iglesias de la ciudad; salieron todas las cofradías en procesión, como si se tratara de Semana Santa. Incluso sacaron al Cristo de la Paciencia, que era una cofradía de negros, y hacía mucho tiempo que no salía a la calle.
Nuevamente el ciclo de extrema sequía llegó para la primavera de 1628. Apenas nacía lo que se había sembrado. El precio del trigo casi se duplicó, de 20 reales pasó a 34; el precio de la hogaza se duplicó, si es que alguien era capaz de encontrarlas en los hornos. Entonces la ciudad volvió a dirigirse al arzobispo para que sacase en procesión a la Virgen de la Antigua. La imagen fue sacada en rogativa por las principales iglesias y conventos de la ciudad. Eso ocurrió el 29 de mayo; a partir del 30, comenzó a llover “hartándose la tierra de agua”. Se la hizo un novenario de agradecimiento en la Catedral y se la volvió a sacar de nuevo en procesión una vez acabadas las ceremonias religiosas. Los precios del trigo y del pan bajaron inmediatamente.
Imagen de la Virgen de la Antigua, de la Catedral de Granada. Era sacada en procesión durante los siglos XVII y XVIII para pedirle agua en las duras épocas de sequía. Es una talla de origen flamenco, traída a Granada por los Reyes Católicos.
Conocemos que en repetidas ocasiones de la primera mitad del siglo XVII, el cabildo granadino hubo de recurrir a la importación de trigo de otras regiones para paliar el hambre de la ciudad. Ocurrió en la primavera de 1636, cuando se recurrió a comprar 4.700 fanegas de trigo con que fabricar pan. La cosecha del año anterior había sido muy escasa debido a la sequía. Dos expediciones de caballeros XXIV fueron hacia Sevilla y Jaén, respectivamente, en busca de cereal.
El nuevo ciclo de sequía volvió a presentarse en Granada en 1641. Se había sembrado el trigo en el otoño, pero el invierno y el comienzo de primavera no vieron caer ni una gota. El pan subió de catorce a veinte maravedíes la hogaza; pero como la situación no mejoraba, el 21 de mayo el pan subió hasta 22 maravedíes. Nuevamente se reunieron los cabildos eclesiástico y municipal para organizar un novenario y sacar en procesión a la Virgen de la Antigua. Para finales de junio, cuando comenzó la siega, se vio que no era tan mala la cosecha y empezaron a bajar los precios del pan.
El termómetro del glaciar del Veleta
La falta de más crónicas detalladas no nos permite conocer con más detalle la sucesión de ciclos de sequía en Granada y la consiguiente hambruna de la población. La ausencia de reservas de agua, por inexistencia de pantanos, hacía muy vulnerable la agricultura. Al menos las zonas próximas a las vertientes de Sierra Nevada disponían de cierta cantidad de agua por el deshielo, siempre que el invierno hubiese sido abundante en nevadas. Recordemos que el final de la edad media y el comienzo de la moderna se caracterizaron por la Pequeña Edad de Hielo (PEH) y el ambiente se enfrió unos dos grados de promedio.
Las reservas de hielo en Sierra Nevada eran abundantes. Por ese “embalse montañoso” se han salvado los veneros y acequias de las partes bajas. Las referencias de textos árabes y después cristianos insisten en que las nieves eran perpetuas en las cumbres más altas. Estudios posteriores aseguran que el glaciar del Corral del Veleta fue una realidad, aunque en regresión continua, hasta el siglo XX en que desapareció.
Laguna casi sin agua en la alta montaña de Sierra Nevada, cerca del pico del Caballo, en agosto de 2017. Imagen de archivo de IndeGranada.
Sobre el glaciar del Corral del Veleta nos cuentan las crónicas árabes que era una inmensa mole de hielo que garantizaba una corriente continua de agua durante el verano y el otoño. Por eso la llamaron Yabal-Al-Taly (montaña de la nieve). El viajero Al-Razi (siglo X) escribió que “la nieve la cubre todo el año; cuando una capa desaparece, es reemplazada por otra”. Al Idrisi (s. XII) dijo que “no se ve limpia de nieve ni en verano (…) allí se encuentra la nieve acumulada desde hace muchos años”. Cinco siglos después, la acumulación de hielo y nieve debía ser muy similar en Sulayr, de manera que las prolongadas sequías eran contrarrestadas con las escorrentías de las cumbres. Antonio Ponz (1754) informó al rey que “Sierra Nevada guarda la primera nieve caída después del Diluvio”. Simón de Rojas Clemente (1804) constató que había ventisqueros perpetuos por encima de las 2.800 varas.
En la primera época de los naturalistas científicos ya se veían retroceder los hielos perpetuos del glaciar del Veleta, y de otros más pequeños en la vertiente norte; así, el botánico Boissier (1837) escribió que la lengua de hielo descendía hasta unos 300 pies en verano, con unos 600 de anchura; presentaba unas profundas grietas y se veían sucesivas capas de las nevadas anuales
En la primera época de los naturalistas científicos ya se veían retroceder los hielos perpetuos del glaciar del Veleta, y de otros más pequeños en la vertiente norte; así, el botánico Boissier (1837) escribió que la lengua de hielo descendía hasta unos 300 pies en verano, con unos 600 de anchura; presentaba unas profundas grietas y se veían sucesivas capas de las nevadas anuales. Helmmann (1876) afirmó que este glaciar era una masa de hielo en proceso de retroceso, de unos 250 metros de longitud y 580 metros de ancho. A comienzos del siglo XX todavía existía el glaciar del Corral del Veleta; Quelle realizó un estudio en 1908 y aseguró que todavía tenía 540 metros de anchura y se descolgaba hasta la cota de los 2.835 metros. Lo calificó de masa de hielo procedente del cuaternario.
El glaciar del Veleta ha actuado como la mejor columna de mercurio del termómetro climático de Granada. Ha servido para ir midiendo el progresivo calentamiento de esta tierra desde miles de años atrás. Si bien su derretimiento se aceleró durante el siglo XX hasta su completa desaparición. Hasta hace unos treinta años, casi todos los veranos quedaba algún ventisquero que enlazaba con las primeras nevadas del siguiente otoño; ahora eso ya no suele ocurrir.
Corral del Veleta nevado. Hasta principios del siglo XX conservó su glaciar, cada año más pequeño por aumento de las temperaturas.
Ciclos secos más largos y frecuentes
Por Henríquez de la Jorquera conocemos que en el siglo que le tocó vivir, el XVII, sobrevenían ciclos de sequía extrema. Pero eso ocurría de manera espaciada. Desde comienzos del siglo XX, en la zona de Granada los ciclos secos son más severos y menos espaciados.
Ahora disponemos de información y estudios más científicos para analizar lo que está ocurriendo y quizás predecir lo que va a ocurrir. Uno de los más importantes lo realizó la profesora María Fernanda Pita López, a raíz de la gran sequía de 1986 (Riesgo potencial de sequía en Andalucía, 1987. Revista de Estudios Andaluces). Analizó los periodos de sequía en Andalucía entre 1940 y 1986. Los resultados eran para echarse a temblar: ha habido más periodos de sequía en esos 46 años que de precipitaciones normales. Las secuencias secas de duración superior a un año han sido numerosas: 1942-46; 1948-51; 1953-55; 1956-59; 1964-65; 1966-68; 1970-71; 1973-76: 1980-86. El estudio destaca que las dos últimas fueron severísimas. El triángulo con peores índices pluviométricos es el conformado por Córdoba, Jaén y Granada, precisamente donde nace la mayor parte del sistema fluvial de la región.
El pantano de Canales está ya a sólo el 28% de su capacidad. Las marcas en las rocas y la ladera muestran el nivel que ha perdido. Imagen de archivo de IndeGranada tomada a finales de septiembre de 2017.
En el caso de Granada, la de 1986 fue tan grave que es la única vez que se ha visto seco por completo el embalse del Cubillas; la fuente Aynadamar manaba un hilillo. Las secuencias posteriores han continuado más o menos con la misma frecuencia que el estudio hecho hasta 1986. Recuérdese que el año 1995 fue tan escaso en nevadas y precipitaciones que el Campeonato Mundial de Esquí de Sierra Nevada hubo de trasladarse al año siguiente.
Las nevadas de espesores de más de medio metro eran habituales en poblaciones superiores a los mil metros de altitud. En pueblos como Güéjar Sierra o Huétor Santillán solían caer nevadas en los años cuarenta y cincuenta que superaban los dos metros; eso no ha vuelto a ocurrir en el último medio siglo.
El Boletín de Análisis de la Sequía de la Junta de Andalucía (de febrero 2017), recordaba que en los años 2015 y 2016 la situación era ya grave. Después se ha confirmado que en todo el año 2017 las lluvias han sido escasísimas, sobre todo en las zonas del interior y altas. El panorama meteorológico no anuncia nada bueno para las próximas semanas. Ni siquiera los cabañuelistas se han atrevido este año a dar sus previsiones; y los que lo han hecho, han avanzado malísimas noticias.
El último Boletín de previsiones de la Consejería de Medio Ambiente es muy desalentador para Granada, Jaén, Almería y parte de Málaga. Por lo pronto, el arzobispo de Granada acaba de pedir a los fieles que recemos implorando lluvia. Quizás lleve razón: habrá que ir pensando en sacar en procesión a la Virgen de la Antigua. Nunca se sabe…
Gráficos del Boletín de Sequía de la Junta de Andalucía (Febrero de 2017). Ya para entonces se apreciaban amplias zonas en situación de sequía severa y extraordinaria, que nueve meses después se ha agravado bastante. En el cuatro de abajo se aprecia el déficit hídrico de los años 2015, 16 y comienzos del 17, que también se ha agravado.
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