Sierra Nevada, Ahora y siempre.
EMPODERAMIENTO HISTÓRICO DE LA MUJER AL SUR DE GRANADA

La Alpujarra, Reino de las Amazonas

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 11 de Febrero de 2018
Un fascinante reportaje que te sorprenderá: la prevalencia de la mujer y el matriarcado en la Alpujarra. Un empoderamiento histórico que el periodista y escritor Gabriel Pozo Felguera nos revela, fruto de su investigación, en un texto salpicado de curiosidades, en una loa a la mujer alpujarreña, que hace siglos conquistó caminos de igualdad que ahora no paramos de reivindicar.
Grupo de mujeres de Trevélez, retratadas por el Dr. Olóriz en el verano de 1894. Casi ninguna de ellas comía jamón.
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Grupo de mujeres de Trevélez, retratadas por el Dr. Olóriz en el verano de 1894. Casi ninguna de ellas comía jamón.
  • El origen de su población y el aislamiento han propiciado que en esta comarca haya prevalecido tradicionalmente el matriarcado

  • Entre los siglos X y XVI, las mujeres de sangre bereber y morisca se instituyeron en el eje central de la familia

  • El estudio antropológico del Dr. Olóriz (1894) describió mayor liberalidad sexual y situación de igualdad entre mujeres y hombres

Tengo en mi mesa un folleto sobre las mujeres de la Alpujarra (sin distinción de Granada o Almería). Dice que es la comarca española donde hay mayor número de asociaciones de mujeres per cápita, y las de más dinamismo y actividad femenina. Llego a la conclusión de que eso no es nada nuevo: documentos históricos ya pusieron de manifiesto que esta comarca ha sido desde siglos atrás el paraíso del matriarcado, de la sexualidad liberal, el lugar donde las mujeres han ejercido un empoderamiento natural. La mujer alpujarreña se ha movido siempre en un plano de igualdad (incluso superior) al de los varones en el terreno laboral, social y sexual. Ha sido tanto o más protagonista que el varón. Y eso por qué: ¿Por el origen de su población; por su aislamiento? ¿De verdad ha sido la Alpujarra el Reino de las Amazonas?

La invasión árabe-bereber llegó tardíamente a esta escondida comarca al sur de Sierra Nevada. Ocurrió en el siglo X. Hasta entonces estuvo ocupada por población hispano-romana y goda del condado de Teodomiro, refugiado en torno a Orihuela tras su pacto del 713 con Musa. En el año 913, los alpujarreños lucharon contra los intentos de asimilación del califa cordobés Abderramán III. En esta zona tan montañosa se establecieron tribus amazigh (bereberes) y algunos tuaregs; eso queda palpable en la similitud de la arquitectura de ambos lados del Mediterráneo, a base de cubos superpuestos de barro y piedra, con tejados terrizos.

Y la sociedad bereber era eminentemente matriarcal; nunca estuvo totalmente islamizada. No digamos ya la tuareg, las llamadas Amazonas del desierto: sus mujeres disponen de amplias libertades sexuales, son las propietarias de los bienes familiares y la descendencia es matrilineal. Los hombres tienen la exclusiva de la política y dan por bueno lo que deciden las mujeres.



Grabado de mujeres y niña morisca. La de la izquierda presenta en su cara marcados rasgos bereberes. Por Christoph Weiditz (1529).

Esa manera de pensar y vivir matriarcalizada debió ser la que pusieron en práctica las sectas bereberes asentadas en la Alpujarra entre los siglos X y XV. Hasta que llegó el año 1500 y la recóndita comarca se llenó de curas, beneficiados y religiosos cristianos; los mudéjares granadinos habían osado levantarse ante el incumplimiento de las Capitulaciones de 1491. Los abusos de curas en las poblaciones perdidas llegaron a límites intolerables

Esa manera de pensar y vivir matriarcalizada debió ser la que pusieron en práctica las sectas bereberes asentadas en la Alpujarra entre los siglos X y XV. Hasta que llegó el año 1500 y la recóndita comarca se llenó de curas, beneficiados y religiosos cristianos; los mudéjares granadinos habían osado levantarse ante el incumplimiento de las Capitulaciones de 1491. Los abusos de curas en las poblaciones perdidas llegaron a límites intolerables. La Reina católica les fundió 50 copones con su plata y más de cien campanas para que convirtiesen –por la fuerza- las mezquitas en iglesias y ermitas. O se bautizaban en la fe cristiana o se marchaban a África. Tenían que elegir. La mayoría de alpujarreños se bautizaron de manera fingida. Pero seguían practicando el islam y sus ancestrales ritos en el más absoluto secreto. Para 1526, un memorial remitido al emperador Carlos V por fray Antonio de Guevara y el Dr. Juan de Quintana decía que “en 27 años desde que se les obligó bautizarse no había en toda la Alpujarra ni 27 cristianos”.



Croquis de los ríos de la Alpujarra de la cuenca del Guadalfeo o Río Grande, con las poblaciones señaladas. Es de 1781, perteneciente al Diccionario Geográfico de Tomás López (Biblioteca Nacional).

Los abusos de religiosos cristianos continuaron sobre la aislada población alpujarreña. Hasta que el odio contenido por los moriscos estalló en la Navidad de 1568. La consecuencia directa fue el asesinato/martirio de unos 1.300 cristianos viejos por parte de los moriscos. Los dos años siguientes de guerra mermaron enormemente la población masculina alpujarreña.

El papel de la mujer morisca de la comarca fue muy importante en el desarrollo de la contienda; las mujeres sabotearon a las tropas cristianas todo lo que pudieron; asesinaron cuantos cristianos se pusieron a su alcance. Escribió el cronista Luis de Mármol (Rebelión y castigo de los moriscos), en reiteradas ocasiones, que las mujeres alpujarreñas eran de ánimo y apasionamiento hasta el punto de rivalizar y sobrepasar la crueldad de sus maridos en la batalla; rajaban las barrigas a los caballos con almaradas. Pero también sufrieron después la esclavitud y la expulsión hacia tierras de Castilla y baja Andalucía. Se calcula que a partir de 1570 salieron de la Alpujarra (que entonces incluía el Valle de Lecrín y la comarca del Campo de Berja) 64.200 moriscos, la mayoría viudas y niños. Sólo quedaron en la Alpujarra en torno a un 10% de mujeres de la antigua población bereber, bautizadas como cristianas nuevas.



Martirio del  beneficiado Juan Martínez Xáuregui, en Mairena. Las mujeres moriscas contemplan su muerte. Grabado de la Historia Eclesiástica de Granada, por Francisco Heylan.

Una idea del terrible despoblamiento que se dio en la zona nos lo ofrece la enorme  disminución de impuestos que se dejaron de cobrar en las comarcas de donde fueron expulsados los moriscos: la Alpujarra redujo sus rentas en 7.273.534 maravedíes; 2.690.201 el partido judicial de Granada; 2.200.000 el partido de Baza; 973.900 el de Guadix… Conclusión: la inmensa mayoría de moriscos expulsados procedían de la Alpujarra.

El pequeño reducto de mujeres viudas y niñas de origen bereber se mezcló en los años siguientes con la población cristiana con que fue repoblada la Alpujarra. Entre 1572 y 1595 fueron llegando gentes de Andalucía, Castilla, Galicia, Extremadura (por este orden en cuanto a cantidad) para asentarse en las casas y tierras dejadas por los moriscos. La comarca continuó siendo un lugar incomunicado, donde se fue conformando una sociedad cerrada muy peculiar. Decía Manuel Gómez-Moreno que “la Alpujarra aislada es como uno de los enigmas más atractivos de la historia andaluza”.

Asombro de los primeros viajeros románticos

Precisamente aquella aura de misterio fue lo que comenzó a atraer a los primeros viajeros extranjeros del siglo XIX. Durante dos siglos (XVII y XVIII) se había ido conformando una sociedad muy misteriosa y desconocida fuera de la comarca, en la que se decía que seguían viviendo descendientes de pueblos primitivos y bucólicos, regidos por un sistema de matriarcado. Se sabía que las mujeres dirigían la producción agrícola, la exportación de uvas en toneles y vino, algo de seda (el entramado de moreras había mermado mucho durante la guerra de 1568-70), frutas pasas, frutos secos y, sobre todo, jamones. Porque las inmensa mayoría de alpujarreños no probaban el jamón; los mejores perniles del cerdo eran para venderlos en las ciudades.

A la Alpujarra acudió Lady Luisa Tenison (1853), que observó lo laboriosas y gregarias que eran las alpujarreñas. Más avanzadas que las mujeres inglesas en muchos aspectos. Creyó ver un sello oriental en su semblante, en vez de pensar que eran una mezcla de sangre norteafricana y goda.

Buena parte de culpa del misterio sobre la cerrada sociedad alpujarreña lo había originado Voltaire con sus escritos (Diccionario Filosófico, de 1765): el francés escribió que en España, en tiempos de Felipe II, fue descubierto un pequeño poblado desconocido hasta entonces, en la comarca de las Alpujarras… eran valles fértiles en los que vivían descendientes antiguos de los moros. A ese extraño poblado se accedía a través de cuevas; su población fue exterminada. Seguramente Voltaire tendría un cacao mental impresionante y mezcló las inmolaciones de moriscos en cuevas durante la guerra de las Alpujarras.





Dos dibujos de Gustave Doré, hechos en su viaje a la Alpujarra en 1862. Arriba, una vista de Lanjarón. Debajo, barranco del Poqueira, cuando todavía no existía el puente de Pampaneira.

Después llegarían Jean Charles Davillier y Gustave Doré para escribir e ilustrar su Viaje por España (publicado entre 1862 y 1873), donde ofrecieron una imagen romántica y exagerada de la comarca.

Para mayor abundamiento, la Duquesa de Santoña había convertido las aguas de Lanjarón en uno de los mayores atractivos veraniegos (1873). En su balneario se daba cita lo mejor de la sociedad andaluza y parte de los jerifes del norte de África. Su excursión favorita era adentrarse en las tahás a ver a aquellos hombres y mujeres en sus quehaceres.

Además, el periodista y político Pedro Antonio de Alarcón había publicado su Alpujarra (1867) y no cesaba de mitificar la comarca con sus artículos en El Defensor de Granada, a partir de 1880. Esa fue la causa de que el director de este diario, Luis Seco de Lucena, decidiese satisfacer su curiosidad de conocer aquella enigmática comarca en la que las mujeres gozaban de derechos y obligaciones en plano de igualdad con los hombres. Algo que no era normal en el resto de la sociedad española de finales del XIX. En septiembre de 1891 se montó y la diligencia y llegó hasta la estación término, que no era otra que Lanjarón; porque a partir de ahí sólo había caminos de herradura. El burro, la mula, el caballo o los pies eran los únicos medios de transporte.



Diligencia que cubría el recorrido Granada-Lanjarón, parada delante del Balneario. Correspondía a la empresa de José Samos Lozano; en el compartimento de arriba (llamado clase cupé, más barato que en la cabina) viajaron el Dr. Olóriz y su hijo en 1894.

El papel de las alpujarreñas en la crisis de la filoxera (1891)

Seco de Lucena se trajo dos conclusiones tras su viaje a la Alpujarra: el aislamiento, abandono e injusticia que se estaba cometiendo con esta comarca; y la lucha y valentía de sus mujeres. Se encontró con que el nombre de Alpujarra hacía gala de su origen bereber, que significa indómita y pendenciera. La filoxera estaba haciendo estragos con los viñedos de la Contraviesa y Alpujarra. Y nadie en Granada parecía haberse enterado. Hacía ya ocho años (1883) que las viñas de Gualchos enfermaron y comenzaron a morir; en sólo siete años siguientes la epidemia se había extendido a más del 90% de cepas de la comarca. L a producción de vino desapareció casi por completo.



Luis Seco de Lucena (sobre el burro de la izquierda), durante uno de sus viajes a la Alpujarra (En el de 1891 o en el de 1912).

A pesar de la ruina vinícola, Seco de Lucena tuvo ocasión de contemplar a decenas de guardias  y soldados controlando caminos y aldeas. Se los había llevado el delegado de Hacienda para cobrar los impuestos a un vino que no existía. Oyó infinidad de injusticias: el personal de Hacienda requisaba mulas, jamones, alhajas, aceite, ropas… lo que los pobres alpujarreños tenían para vivir. Una usura y un robo en toda regla. Los funcionarios fiscales no entendían que no se podían cobrar impuestos atrasados por un vino que había dejado de existir. El director de El Defensor vio a las mujeres alpujarreñas levantadas en uñas, dispuestas a rajar la cara a quien entrase a saquear sus domicilios. Contaron su drama al periodista. Entonces Seco de Lucena tomó la decisión de regresar a Granada y emprender una campaña en su periódico.

Seco de Lucena se trajo dos conclusiones tras su viaje a la Alpujarra: el aislamiento, abandono e injusticia que se estaba cometiendo con esta comarca; y la lucha y valentía de sus mujeres. Se encontró con que el nombre de Alpujarra hacía gala de su origen bereber, que significa indómita y pendenciera

Ninguna autoridad en la capital parecía enterada de lo que estaba ocurriendo en la Alpujarra por culpa de la filoxera. El primer resultado fue que el capitán general de la provincia reaccionó retirando los soldados a los cuarteles; el presidente de la Audiencia detuvo a los agentes ejecutivos de Hacienda y los procesó; el ministro de Hacienda, Fernando Cos-Gayón, cesó a su delegado en Granada; se cambió el sistema contributivo de los vinos de la Alpujarra para adaptarlos a la nueva realidad.

Todo ello fue conseguido gracias a las presiones y movilizaciones de las mujeres alpujarreñas. Seco de Lucena se dio cuenta de este aspecto; dibujó a los hombres alpujarreños un tanto perezosos a la hora de pedir auxilio y defender sus derechos.

El estudio del doctor Federico Olóriz

El primer viajero científico que acudió a la Alpujarra a hacer un estudio antropológico social fue el catedrático Federico Olóriz Aguilera. Acompañado por su hijo de quince años, contó con la colaboración de la mayoría de médicos, alcaldes, caciques y curas de la comarca durante el verano de 1894. También hizo una colección fotográfica sobre los alpujarreños y alpujarreñas finiseculares.

Su intención era elaborar un detallado estudio sobre los aspectos físicos y la salud de la población. No obstante, sus fichas eran tan completas que también se incluyeron datos de todo tipo. Midió a más de 500 vecinos de los pueblos de la Alpujarra alta, para acabar en Almería y tomar un vapor que le aceró a Cartagena con destino a su casa de Madrid.



Grupo de mujeres estudiadas por el Dr. Olóriz en Órgiva.

Pero Federico Olóriz nunca concluyó su estudio. Dejó un detallado Diario, además de las fichas de las analíticas (Están en Instituto Anatómico de Granada). En su diario de la expedición (publicado hace un cuarto de siglo por la Caja de Ahorros de Granada) incluyó infinidad de datos relativos a la sociología alpujarreña, especialmente las relaciones hombre-mujer, su sexualidad, su religiosidad, los hijos, el trabajo, etc.

Es probable que si el Dr. Olóriz hubiese llegado a interpretar y publicar las conclusiones de su estudio hubiera destacado el carácter igualitario, matriarcal y casi Reino de Amazonas en que vivía el colectivo femenino de la Alpujarra. A pesar de no haberlo concluido, son muchas las ocasiones en que destaca el empoderamiento que aquella sociedad tan cerrada –y aparentemente arcaica- concedía al género femenino

Es probable que si el Dr. Olóriz hubiese llegado a interpretar y publicar las conclusiones de su estudio hubiera destacado el carácter igualitario, matriarcal y casi Reino de Amazonas en que vivía el colectivo femenino de la Alpujarra. A pesar de no haberlo concluido, son muchas las ocasiones en que destaca el empoderamiento que aquella sociedad tan cerrada –y aparentemente arcaica- concedía al género femenino.

¿A qué se debía aquella moralidad tan abierta y adelantada de la Alpujarra de fines del XIX? ¿Cómo era posible que el papel de la mujer estuviese en plano de igualdad o superior al del hombre? ¿Cómo los jóvenes de ambos sexos jugaban y convivían sin segregación? Aquel comportamiento que encontró en la Alpujarra chocaba grandemente con lo que ocurría en la puritana y rancia sociedad española del momento. Incluso en el terreno sexual, alpujarreños y alpujarreñas eran mucho más abiertos, de manera que existían las relaciones prematrimoniales consentidas y alentadas por las madres e, incluso, un alto porcentaje de mozas se casaban después de haber sido embarazadas. Y casi no pasaba nada.

Una de las explicaciones podría ser el poso histórico dejado por la primigenia sociedad bereber que hay en el sustrato sanguíneo. Otra, el propio aislamiento de la comarca que hacía de la Alpujarra una especie de Valle del Libre Albedrío. Y, en tercer lugar, la poca presión religiosa  que ejercía la Iglesia en un lugar tan desconectado de la mitra obispal; hay un dato curioso sobre el colectivo clerical alpujarreño que lo ofrece Gerald Brenan un cuarto de siglo después: dos terceras partes de los curas convivían con primas o amas de llaves. Incluso llegaban a traer sobrinos/as a sus casas. Y la gente de la Alpujarra lo veía como lo más normal del mundo. Escribió el Dr. Olóriz que “la moralidad en general es bastante inferior a la religiosidad aparente (…) sus ocios privados, y aún en público, no se ajustan a tan sanas prácticas. Son frecuentes los nacimientos de hijos ilegítimos, más aún el que los casamientos se realicen cuando ya está fecundada la esposa; no parece que sean muy sólidos los lazos de familia y abundan las perturbaciones por hondas disensiones”. En suma, las alpujarreñas se habían adelantado en el terreno de las relaciones amorosas muchas décadas al resto de las españolas.



El Dr. Olóriz (sentado, con bastón en la mano), fotografiado en Cáñar en compañía del alcalde y el médico, junto a los vecinos a quienes estudió. En segundo plano, las mujeres permanecen pendientes del fotógrafo.
El Dr. Olóriz ya observó, nada más entrar a la Alpujarra y tras visitar Lanjarón y Cáñar, que “las mujeres están en pie de igualdad con los hombres”. Los hombres llevaban su jornal a casa, que entregaban a sus mujeres para que administrasen el hogar; pero también las mujeres trabajaban fuera y aportaban el suyo. Toda la familia pivotaba en torno a la esposa, a la que el marido llamaba “ama”, mientras ella lo llamaba “mío” o “mi marido”. Por lo general, la última palabra en las decisiones solía decirla la mujer: “Hasta se da el caso de que una mujer deshace tratos hechos por su marido”, apostillaba un Olóriz extrañado.

“Hay bastantes libertades eróticas en el trato”

Volviendo a retomar el terreno de las relaciones amorosas, mozos y mozas alpujarreños del siglo XIX no se andaban con rodeos para galantearse: “No se prodigan las palabras amorosas, sino las eróticas; hablan a las novias en la puerta de la calle o en la casa delante de la madre, pero ésta suele dormirse, y en todo caso parece que las parejas intiman demasiado y hay bastantes libertades eróticas en el trato…” Aquella actitud bien la podría resumir la coplilla recogida en Cáñar: “Tengo gana de que llegue/el tiempo de los maíces/para hacerte una barriga/que te llegue a las narices”.

El resultado de tanta liberalidad solía ser el embarazo prematuro. Entonces entraban en acción las madres de los seductores que campaban por los maizales, para obligar a sus hijos a que pagaran a las seducidas; el precio era el matrimonio. El Dr. Olóriz observó que existía un trato entre sexos sin idealismos, pues “hasta las madres de las novias consideran como poco amor hacia sus hijas el que no se acompaña de apetitos carnales, solicitaciones al placer y aún pequeñas libertades de manos”.  De las relaciones de pareja en Pitres opinó lo siguiente: “La vida íntima y social parece menos pura en Pitres que en los pueblos bajos de la Tahá (…) las mujeres son o parecen tímidas a primera vista, pero en el trato íntimo y cuando no las cohíbe la presencia de extraños, me han parecido bastante desenvueltas”. No sé qué quiso trasmitir con esta frase escrita en clave, poco explícita debido a su secreto profesional de médico especialista, que llegó a ejercer en algunos momentos de su periplo.

Esa gran libertad sexual en el Valle del Libre Albedrío debió hacerle pensar al Dr. Olóriz que no existiría prostitución en los pueblos de la Alpujarra. Y así lo escribió por dos veces. Pero se equivocaba, cada pueblecito contaba con dos o tres prostitutas declaradas, además de media docena que ejercían de amantes de ricos o amancebadas.  Más adelante nos lo demostrará Gerald Brenan.

En la Tahá del Poqueira, el catedrático-antropólogo detectó que “en la familia, en general, domina la mujer y para indicar la sumisión de los maridos se dice que son clementes. Ellas gobiernan, hacen los tratos, administran y van achacándolo a desidia de sus maridos, de quienes dicen que ‘se mueven primero de un lado y luego del otro antes de pedir lo que necesitan’”. (Esto ya lo había detectado Seco de Lucena tres años antes).



En Bérchules se vistieron con sus mejores ropas para posar ante la cámara del Dr. Olóriz.

Todas las alpujarreñas eran muy limpias y cuidadosas con el aseo, a pesar de no haberse bañado en su vida. De la limpieza escribió lo siguiente: “Hay manos y pies de hombres, y aun de mujeres, que parecen no haber sido jamás lavados. Hasta mozas aliñadas al exterior deben de tener muy sucio el cuerpo, a juzgar por los pies. No sé que se bañe nadie, aunque no les sería muy difícil pues abunda el agua”.

La mujer alpujarreña del XIX era la encargada de capitanear la organización de los festejos populares, la elaboración de los dulces, las bebidas, las rifas y los bailes. Aunque solían nombrar mayordomos a sus maridos para hacerles creer que en realidad eran ellos los protagonistas

La mujer alpujarreña del XIX era la encargada de capitanear la organización de los festejos populares, la elaboración de los dulces, las bebidas, las rifas y los bailes. Aunque solían nombrar mayordomos a sus maridos para hacerles creer que en realidad eran ellos los protagonistas. Unos verdaderos figurones y peleles en sus manos; su papel parecía el del león: dormir la siesta, hacer hijos por las noches y proteger al clan. Eso sí, la política, sus acaloradas discusiones y su representación siempre estaba reservada al género masculino.

En el terreno laboral, casi todas las mujeres de clases bajas (que eran inmensa mayoría) trabajaban las tierras, cuidaban a los animales e incluso se convertían en jornaleras cuando había ocasión. En este caso, el salario estaba equiparado con el del hombre (2 pesetas por entonces), y si se trataba de elaborar manufacturas, las mujeres incluso cobraban dos reales más debido a su mayor destreza con las manos y mayor productividad.



Grupo de mujeres, hombres y niños analizados tras la salida de misa dominical en Trevélez. Ellos se afeitaban una vez a la semana, el bigote no era habitual; ellas se peinaban con raya al centro, con el pelo recogido en uno o dos moños o castañas atrás. Casi todos los niños iban descalzos. Los hombres calzaban babuchas o agovías.
El estudio antropológico del Dr. Olóriz destaca algunas otras pinceladas: la estatura media era dos centímetros mayor en los pueblos situados más altos (1,64 de media); los hombres más altos debían descender de las poblaciones más antiguas (las de origen bereber); la fuerza media de los tensores de las manos también era mayor en las zonas altas (Poqueira y Ferreira); los ojos y cabellos claros (descendientes de godos, desaparecidos en su mayoría por la cruzada de Alfonso el Batallador, en 1126) abundaban más hacia la zona de Poniente; no era frecuente la calvicie; la gente joven era hermosa, a pesar de la alimentación deficiente; la vejez prematura la relacionaban con el exceso de trabajo y los escasos alimentos; las mujeres eran muy resistentes, de manera que solían irse a trabajar al campo a los tres días de haber parido; tenían una relativa facilidad para el parto porque durante el embarazo habían estado desarrollando trabajos duros; el jamón sólo lo consumían los ricos (6-8 familias por pueblo), ya que los demás los vendían; bebían aguardiente artesano de hierbas y frutas, ya que por entonces la filoxera había acabado con las viñas; las comidas habituales eran potaje de verduras, cazuela, cocido, migas, sopas, gachas, castañas y, de vez en cuando, algún pescado y salazón de la Costa; sentían cierta repugnancia hacia la leche y el queso, a los que sólo recurrían por consejo médico; abundaba el bocio entre las mujeres (que les avergonzaba y cubrían los cuellos abultados con pañuelos).

En 1894, la población de las cinco Tahás altas (35 pueblos y aldeas) visitadas por el Dr. Olóriz sumaba poco más de 37.000 personas (entonces toda la Alpujarra tenía 74.000 vecinos); la media de habitantes por kilómetro era de 44 almas (9 puntos por encima de la media nacional, estaba relativamente poblada). Pero el hundimiento de la vid abrió la puerta a la emigración de alpujarreños, hasta la gran espantada de los años 60 y 70 del siglo XX. (En 1988 quedaban 39.000 habitantes en el mismo territorio).

La Alpujarra “erótica” de Gerald Brenan

Gerald Brenan vivió entre alpujarreños, de manera esporádica, desde 1919 a 1934. Encontró en la Alpujarra el lugar ideal donde leer, observar, escribir y dar rienda suelta a sus ardores de juventud. En Yegen podía permitirse el lujo de vivir a cuerpo de guiri con la pequeña pensión de soldado británico de la I Guerra Mundial. Brenan supo retratar excelentemente aquella Alpujarra matriarcal del primer tercio del siglo XX, muy parecida a la de siglos anteriores. Él también llegó  andando, porque la Alpujarra seguía aislada para entonces. Faltaba poco tiempo para que el omnipresente Natalio Rivas anunciara la construcción de los 134 primeros kilómetros de carreteras de la Alpujarra.

Su retrato de la comarca, Al Sur de Granada (1957 en inglés, 1974 la edición castellana), deja un trasfondo de matriarcado dominante. Pero también liberalidad de las mujeres y sexualidad más abierta que en el resto de España. No parecía haber cambiado nada desde que el Dr. Olóriz recorrió estos pueblos

Su retrato de la comarca, Al Sur de Granada (1957 en inglés, 1974 la edición castellana), deja un trasfondo de matriarcado dominante. Pero también liberalidad de las mujeres y sexualidad más abierta que en el resto de España. No parecía haber cambiado nada desde que el Dr. Olóriz recorrió estos pueblos. Los escritos de Brenan son muy reiterativos sobre el tema del sexo de las alpujarreñas; presentó como vividos por él y ocurridos en su tiempo hechos e historias que, en realidad, ya formaban parte del pasado. Por eso advirtió que cambiaba los nombres en su libro. Se regodeó con la historia de Don Fadrique, un caciquillo que se aprovechaba de la lozanía de las sirvientas pobres, a cambio de dejarlas sisar aceite de sus cántaras.



Grupo de mujeres y niños descalzos en Juviles, también retratados por el Dr. Olóriz en su viaje de 1894.

Quizás sus relatos sobre las mujeres de la Alpujarra rebasen el terreno del matriarcado social y se adentren en los vericuetos de la mente calenturienta de Brenan. No dejó bien paradas a la mujeres de Yátor: “Es una aldea minera cuyos hombres pasan once meses en las minas de plomo de Linares, mientras ellas se quedan a cultivar y sacar adelante la familia (…) Estas mujeres son famosas por su belleza y su libertad, y un chiste de los alrededores decía que el cura más feliz de la Alpujarra era el párroco de Yátor, que tantas mujeres hermosas tenía a su disposición”.

También reitera el tema de los curas amancebados y con amantes. Era el caso del cura de Yegen, Horacio, enamorado de la cuñada del médico del pueblo. Con ella planeó una fuga en coche, pero la gruesa doncella se echó atrás en el último momento y el cura no tuvo más remedio que autoexiliarse en Granada a lamerse las heridas de su fracaso.

El cura que le sucedió en Yegen, Don Indalecio, llegó con una amante apodada Pan Blanco. La historia de aquella mujer amancebada con el cura era la siguiente: el sacerdote estaba enamorado de la chica, que ya tenía fecha para casarse con su novio, jornalero sin futuro; aprovechó el confesionario para proponer a la madre de la muchacha que se la entregara como manceba. La madre se dirigió a la joven casadera y le preguntó: “¿María, qué prefieres comer toda tu vida: pan blanco o pan negro?”. La muchacha respondió lo lógico, pan de trigo en vez de centeno. Entonces la madre la entregó como ama de llaves al cura. El novio no se conformó e intentó matar al cura. Pero el trabuco sólo le destrozó un dedo al vicario amancebado con Pan Blanco.



Brenan, el Pichabrava de Yegen. Joven, guapo y con dinero; muchachas lozanas y hambrientas. Los espartos estaban puestos. A Gerald Brenan se le atribuye la paternidad de varios hijos con otras tantas mujeres de la Alpujarra. Pero solamente reconoció como suya a Elena (Brenan Martín, debería haberse apellidado). En 1931 se casó con la inglesa Gamel Woolsey, en Roma. Pero en  Yegen se había dejado embarazada a su criada/amante Juliana Martín Peregrina, todavía menor de edad. A su regreso a España consiguió arrebatarle la niña, bautizada como Elena, de sólo tres años. Brenan desapareció de la Alpujarra para instalarse en Churriana (Málaga), en 1934; cambió el nombre a la niña robada por el de Miranda Helen. La muchacha jamás vio a su madre fisiológica, pasó por inglesa el resto de sus días (Una sobrina-nieta de Juliana, Lecitia Castellsaguer, cree que madre e hija se vieron en una zapatería de Granada, ya de mayor). Juliana tuvo que abandonar Yegen para pasar mil miserias en Granada; se casó y tuvo varios hijos. Por esta causa, muchos vecinos de Yegen no quieren oír hablar de Brenan; en la Alpujarra le aprecian porque gracias a sus escritos se promocionó la comarca.

En esta foto, tomada en un chiringuito de Adra en 1929, aparecen Brenan y la joven Juliana con su amigo Ralph y un cubano.

En suma, la conclusión de Brenan es que el celibato no lo respetaba entonces ningún cura en edad viril. Lo justifica en la creencia de que las costumbres del Islam estaban todavía muy presentes en la Alpujarra, ya que el sexo no constituye impureza alguna para los descendientes de moriscos. Las investigaciones de Brenan en los archivos de la comarca le llevaron a la conclusión de que los curas tuvieron concubinas o barraganas de manera abierta hasta el Concilio de Trento (1563); después, muchos continuaron con la misma práctica de modo subrepticio. Por eso abusaban del cepillo parroquial para mantener amas, barraganas y una prole de hijos.

El hispanista británico señala un par de casos en los que le constaba que los hombres de la Alpujarra se encontraban más tranquilos cuando el cura mantenía a una ama de llaves que cuando no la tenía. De este modo sus hijas acudirían más tranquilas al confesionario.

A partir de 1927, Gerald Brenan fue notario de la llegada de las faldas más cortas y la eliminación de las medias de lana. Las mujeres empezaron a ver un hecho normal el que fregaran los suelos arrodillándose y dejaran visibles parte de sus blancos muslos. Ya nadie criticaba ni se escandalizaba. En este caso no sé si el inglés confundía sus deseos con la realidad. Al final, él también se amancebó con una muchacha de Yegen, la dejó embarazada y se portó miserablemente con ella. Brenan debía conocerse bien a las prostitutas de los pueblos alpujarreños; si el Dr. Olóriz pensó que no eran necesarias en aquella sociedad tan liberal y matriarcal, Brenan asegura que había 2 ó 3 prostitutas en cada pueblo. Da nombres y apellidos con todo detalle.

Nuevamente antepuso el detalle erótico a la hora de describir las condiciones de igualdad laboral que se daban en el campo entre hombre y mujeres. Las féminas solían formar cuadrillas a la hora de recoger la aceituna mediante el sistema de ordeño; las más jóvenes se encaramaban en las ramas altas. “La recolección de la aceituna era tarea de mujeres mayormente –escribe en Al Sur de Granada-. Las chicas trepaban a los árboles, y si algún hombre se aproximaba demasiado, se las avisaba a gritos y apremiaban a que bajasen, pues ninguna llevaba bragas”. ¿Se lo contarían o las vería personalmente?