'Albañiles contra la Dictadura: el triple crimen de la Huelga de 1970 en Granada'
Con estas palabras comenzaba el boletín de CCOO de la Seat en Barcelona. A Cristóbal, Manuel y Antonio los asesinaron delante de sus compañeros. Empujados por la búsqueda de la dignidad de los trabajadores, les tocó a ellos, como les podía haber tocado a otros. Trabajadores ignorados, pero no ignorantes. La huelga de julio de 1970 en Granada volvió a desnudar al régimen, cuyo único argumento era el uso de la fuerza. Sangre obrera vestida con monos azules de peones, marmolistas y albañiles que pagaban con la muerte las necesidades de una sociedad que permanecía anestesiada por el Franquismo. Las grandes historias siempre son colectivas.
La huelga de julio de 1970 en Granada volvió a desnudar al régimen, cuyo único argumento era el uso de la fuerza. Sangre obrera vestida con monos azules de peones, marmolistas y albañiles que pagaban con la muerte las necesidades de una sociedad que permanecía anestesiada por el Franquismo
Desde el inicio de la década de los sesenta, la huelga y otras formas de acción obrera colectiva, como los paros parciales de la actividad, la celebración de asambleas, las concentraciones y manifestaciones, tanto en el interior de las empresas como en la calle y la disminución del rendimiento laboral, entre otras; fueron extendiéndose hasta convertirse en fenómenos habituales a pesar de la represión patronal y política que desencadenaban. En 1970, los derechos de reunión y de asociación que no tuvieran la bendición del Sindicato Vertical eran objeto de largas penas y de años de privación de libertad. Los paros colectivos y las manifestaciones o reuniones públicas ilegales se consideraban punibles con la Ley de Orden Público de 1959. Estos plantes y huelgas se consideraban como “rebelión, sabotaje y terrorismo”, por lo que otorgaban una amplia capacidad punitiva a los empresarios y a las fuerzas del orden.
Los trabajadores eran tratados a modo de esclavos, con un jornal que apenas llegaba a 15 pesetas por hora, con la normalización del “trabajo a destajo” y sin protección social alguna
Mientras se ignoraba a los trabajadores, el régimen creaba el espejismo de un país próspero y sin paro, ignorando al millón de emigrantes que había en los países democráticos que se encontraban en plena expansión y acumulación. En sectores como el de la construcción, la realidad era muy distinta. La ciudad de Granada había crecido al socaire del auge del sector del “ladrillo” en la etapa desarrollista debido a una emigración interior provincial que la convirtió en una ciudad de albañiles, y su cinturón metropolitano la cantera perfecta de esa mano de obra fundamental que cambió el paisaje sociolaboral de finales de los sesenta. Pero las condiciones laborales en las que trabajaban los albañiles y todos aquellos que dependían del sector, permanecían ancladas en el pasado. Los trabajadores eran tratados a modo de esclavos, con un jornal que apenas llegaba a 15 pesetas por hora, con la normalización del “trabajo a destajo” y sin protección social alguna. No existía derecho al disfrute de unas vacaciones. No estaba estipulado el descanso a media mañana para el “bocadillo”.
Excesiva mano de obra y velocidad para terminar las construcciones. Caldo de cultivo perfecto para fomentar la precariedad y la explotación
El máximo objetivo de los empresarios era acelerar el ritmo de trabajo. En el verano de 1970 el sector obrero se enfrentaba a unas condiciones laborales que para los trabajadores de la construcción muy precarias. Excesiva mano de obra y velocidad para terminar las construcciones. Caldo de cultivo perfecto para fomentar la precariedad y la explotación. Campesinos de tradicionales zonas agrícolas de la provincia acudieron en masa a la capital durante estas décadas esperanzados en el efecto llamada que suponía cambiar de vida para mejorar la de su familia. Aspiraciones lógicas de la clase obrera. Buscaban su oportunidad. Muchos albañiles, muchas obras, pero mucho descontento.
En 1970, la identificación de los trabajadores con sus propias reivindicaciones había llegado a tal punto que los obreros participaron directamente en la tabla reivindicativa
En Granada, buena parte de la sociedad vivía de espaldas a esa realidad. Incluso la Iglesia Católica se percató del maquillaje con el que se cubría la dictadura, y con su secular y sabia cultura de giros y desgiros, en esta ocasión se puso de parte de los obreros, y no por casualidad. Los llamados curas obreros llevaban tiempo del lado de los más débiles, tal y como dicen las sagradas escrituras. El éxito de la huelga se debe en gran medida al esfuerzo que CCOO, articulada por el PCE y con la ayuda de la HOAC, llevaba realizando en la provincia mediante el trabajo de concienciación social y política desde comienzos de los sesenta. Ambas plataformas sociopolíticas incorporaron estrategias que combinaban la acción legal e ilegal, lo cual permitió crear un semillero para la gestación de nuevos militantes obreros que tenían sensibilidades que superaban las de su reducido ámbito laboral. En 1970, la identificación de los trabajadores con sus propias reivindicaciones había llegado a tal punto que los obreros participaron directamente en la tabla reivindicativa. Unos seiscientos trabajadores, negociaron el convenio colectivo compartiendo mesa con los empresarios.
La huelga de la construcción granadina se originó por las reivindicaciones del sector para negociar el anteproyecto del convenio colectivo. Los trabajadores pedían un sueldo base de 240 pesetas diarias, jornadas laborales semanales de 45 horas, ocho horas de lunes a viernes y cinco horas los sábados; eliminación del “trabajo a destajo” y de las horas extras; un disfrute real de las vacaciones o la concesión de distintos pluses de enfermedad y de accidentes
La huelga de la construcción granadina se originó por las reivindicaciones del sector para negociar el anteproyecto del convenio colectivo. Los trabajadores pedían un sueldo base de 240 pesetas diarias, jornadas laborales semanales de 45 horas, ocho horas de lunes a viernes y cinco horas los sábados; eliminación del “trabajo a destajo” y de las horas extras; un disfrute real de las vacaciones o la concesión de distintos pluses de enfermedad y de accidentes. El 20 de julio se rompieron las negociaciones con la patronal y al día siguiente cerca de cinco mil obreros deciden no acudir a sus trabajos y se plantan frente a la sede del Sindicato Vertical. La dirección de la huelga corre a cargo del PCE y de CC OO, a los que se le suman algunos militantes de la HOAC. Durante los días previos al 21 de julio, los comunistas hicieron un llamamiento “puerta a puerta”, un trabajo descomunal que nunca será suficientemente reconocido. El PCE de Granada demostró, durante esos días de julio, una capacidad de movilización de las masas trabajadoras que ponía de manifiesto tanto la implantación como el trabajo previo que se venía desarrollando en la clandestinidad desde la década de los cincuenta.
El triple crimen quedó impune, nunca ha sido investigado en profundidad. Aquella mañana llovieron piedras, pero sobre todo llovieron balas que matan
Obreros contra las fuerzas del orden. Piedras y bovedillas contra balas, pelotas de goma y, pistolas y fusiles. Todavía, en la actualidad, algunos de los allí presentes se preguntan de donde provenían los tiros que mataron a Manuel, Cristóbal y Antonio. Una investigación en marcha recoge testimonios de protagonistas directos de aquel día que afirman que las balas que mataron a los tres albañiles provenían de la planta del edificio donde estaba el sindicato. Se torna plausible que agentes infiltrados de la Brigada Político Social, enfoscados en las alturas del edificio, fuesen los autores de las deflagraciones. Hay motivos para sostener esta hipótesis. El triple crimen quedó impune, nunca ha sido investigado en profundidad. Aquella mañana llovieron piedras, pero sobre todo llovieron balas que matan. Sea como fuese, era la primera vez desde la Guerra Civil que los granadinos se lanzan a la calle a protestar de manera tan masiva.
Antonio Huertas Remigio, de Maracena, Cristóbal Ibáñez Encinas, de Granada, y Manuel Sánchez Mesa, de Armilla. Trabajadores de la construcción que fueron sangre obrera derramada por todos los pecados que había cometido la clase trabajadora, sean estos manifestarse, reivindicar derechos y ausentarse del trabajo en señal de protesta
Tres muertos sobre el asfalto. Eran unos tiempos en los que la calle era del régimen; “la calle es mía”, diría el ministro Fraga pocos años después. ¿Quién disparó?, posiblemente nunca lo sabremos. La prosa judicial de la dictadura convertía actos criminales en meros trámites administrativos, desnudando las mezquindades de la justicia militar franquista. Antonio Huertas Remigio, de Maracena, Cristóbal Ibáñez Encinas, de Granada, y Manuel Sánchez Mesa, de Armilla. Trabajadores de la construcción que fueron sangre obrera derramada por todos los pecados que había cometido la clase trabajadora, sean estos manifestarse, reivindicar derechos y ausentarse del trabajo en señal de protesta. Así se las gastaba el régimen con todo aquel o aquella que osaba contradecir sus dictámenes. Tenemos numerosos ejemplos por todo el país. Los tiros siempre se escapaban para el mismo lado. Como respuesta a tan desmesurada y violenta reacción, los trabajadores deciden encerrarse en la catedral. No sería la última vez que el Arzobispo de Granada tendría de inquilinos a trabajadores granadinos, que cercados por las fuerzas del orden, buscaban cobijo en el santo edificio. Los tres albañiles muertos se convirtieron, a su pesar, en héroes silenciosos de una causa. Monseñor Benavent escribió hasta una pastoral en defensa de los trabajadores.
El suceso recibió un tratamiento vergonzoso en la prensa: “Choque entre manifestantes y la Fuerza Pública”, “La calma fue total durante el resto del día en la ciudad” (Ideal, 22 de julio de 1970
El suceso recibió un tratamiento vergonzoso en la prensa: “Choque entre manifestantes y la Fuerza Pública”, “La calma fue total durante el resto del día en la ciudad” (Ideal, 22 de julio de 1970). Los periódicos publican la versión oficial del Gobierno Civil, anteponiendo siempre la justificación de los policías para restarle importancia a las muertes. Los hechos no pueden ocultarse, pero sí manipularse. Pueblo, órgano oficial del sindicato del Movimiento, se obstinó en responsabilizar y satanizar a la Iglesia progresista de cuanto había ocurrido en Granada, dirigiendo su acusación hacia los curas y no a los policías que les dispararon. Represión, violencia, silencio, miedo. Mirar hacia otro lado, era la costumbre. Los padres de Antonio Huertas Remigio ni siquiera pudieron enterrar a su hijo y no fueron informados de su asesinato hasta un día después. Las autoridades le dieron sepultura a Antonio en Granada para evitar más movilizaciones en su pueblo natal de Maracena. Las autoridades ya le tenían un respeto a la “Rusia chica”, como se conocía en los contornos a Maracena. Su madre, Rosa Remigio sigue vistiendo de luto riguroso 51 años después; “no nos dejaron ni verlo ni enterrarlo”. Antonio estaba en Granada aquellos días de julio por “paro forzoso”, ya que la obra en la trabajaba fuera de la provincia se había quedado sin azulejos. Fatídicas casualidades. Las vidas de estas tres familias quedaron deshechas para siempre, hace justo 51 años.
Granada se coloca como un referente de rebeldía tras el episodio, unido al miedo de despertar el fantasma de García Lorca, lo cual determina una línea de represión en la ciudad. Se convierte en la ciudad más prohibida, la ciudad blindada ante cualquier injerencia interior y exterior, la Granada que siempre estará a punto de estallar
Granada se coloca como un referente de rebeldía tras el episodio, unido al miedo de despertar el fantasma de García Lorca, lo cual determina una línea de represión en la ciudad. Se convierte en la ciudad más prohibida, la ciudad blindada ante cualquier injerencia interior y exterior, la Granada que siempre estará a punto de estallar. Los despidos en la construcción serán norma común ese año y los siguientes. Algunas empresas de la construcción se desprenderán de los obreros que participaron en la huelga como represalia. Los empresarios seguirán campando a sus anchas, aún a sabiendas que tienen en el Movimiento Obrero granadino organizado a su mayor enemigo. El PCE y CCOO mayoritariamente, continuarán con su labor de azote a la dictadura y defensa de los trabajadores a pesar de la represión. La huelga de julio de 1970 es un episodio básico para entender el clima de violencia de las ciudades obreras durante la dictadura, en las que se instauró un control represivo que creó escuela en toda la geografía nacional, sucediéndose los episodios de violencia como hilo conductor hasta bien entrada la democracia. La “Transición sangrienta”, muy alejada de aquellos que afirmaron el proceso de cambio político como “Transición pacífica”. Fueron los trabajadores los que pagaron el peaje. No tenían derecho a mejorar sus condiciones de trabajo, protestar era un desafío que podía costarles la vida. Gran parte de la sociedad granadina se calló, y callar es a veces lo mismo que mentir. Solo unos pocos recordarán durante años a Antonio, Manuel y Cristóbal. Los núcleos familiares más cercanos de los tres albañiles jamás volverían a ser los mismos.
La huelga de Granada tuvo un coste muy alto, pero tuvo unos efectos que despertaron a buena parte de la Sociedad Civil a nivel nacional. El precio fue la vida sesgada de tres albañiles y de sus familias, que sólo querían mejorar sus condiciones de vida y las de sus compañeros. El convenio colectivo se firmó facilitando la mejora de las condiciones laborales en el sector de la construcción
La conciencia social y política que llevó a muchos españoles a situarse contra el franquismo durante el proceso de Transición a la democracia tuvo en la acción obrera a uno de sus actores principales, que además experimentó formas de organización y de actuación que después serían emuladas por otros movimientos, concediendo la posibilidad de ejercer el libre ejercicio de reivindicar derechos socio-laborales largamente ansiados a partir de la defensa y mejora de los puestos de trabajo para confrontarse con una patronal que sólo tardíamente, e incluso en algunos sectores a regañadientes, se mostró dispuesta a aceptar el nuevo régimen democrático y la determinación de las políticas públicas en función de las mayorías expresadas en procesos electorales libres. El tradicional conflicto entre la búsqueda del beneficio privado y la satisfacción de las necesidades humanas se dirimía en julio del 70 en Granada. La defensa de los intereses de cada uno para favorecer los intereses de todos. La huelga de Granada tuvo un coste muy alto, pero tuvo unos efectos que despertaron a buena parte de la Sociedad Civil a nivel nacional. El precio fue la vida sesgada de tres albañiles y de sus familias, que sólo querían mejorar sus condiciones de vida y las de sus compañeros. El convenio colectivo se firmó facilitando la mejora de las condiciones laborales en el sector de la construcción, logrando ser uno de los más avanzados de la época. Los obreros granadinos entendieron que organizarse militando en CCOO y en el PCE proporcionaban tanto la unión, como las herramientas que necesitaba la clase trabajadora para defenderse y mejorar sus condiciones a pesar de la represión.
Y aunque la represión contra la clase trabajadora continuó, los albañiles granadinos mejoraron sustancialmente sus condiciones de trabajo
El triple crimen quedó impune, como tantos otros. Los trabajadores ganaron perdiendo previamente, con el alto coste de tres vidas truncadas y la desarticulación del futuro de sus tres familias. Y aunque la represión contra la clase trabajadora continuó, los albañiles granadinos mejoraron sustancialmente sus condiciones de trabajo. Especialmente demostraron a las autoridades y a la patronal, que estaban organizados y que iba a ser difícil callarlos. Solo la Memoria puede de algún modo restañar y reconocer el esfuerzo de aquellos trabajadores, especialmente de aquellos que se dejaron la vida en la lucha por mejorar las condiciones de vida de los demás. Manuel, Cristóbal y Antonio. Trabajadores a los que la dictadura tuvo de matar porque no tenía otras “armas” con las que acallar la demanda de sus derechos como trabajadores. Hoy, 51 después, con la recién aprobada Ley de Memoria Democrática, es un buen día para recordar y hacerlo recordar.