Justos por pecadores

Cartas al director - Silvia Pozuelo Jaut - Martes, 13 de Octubre de 2020
Silvia Pozuelo Jaut, estudiante de Historia en la Universidad de Granada, ofrece en esta carta remitida a la redacción de El Independiente de Granada su punto de vista como universitaria sobre la decisión de la Junta de suspender las clases presenciales, a pesar de la importancia y necesidad de la presencialidad.

Dos jóvenes caminan por la Plaza de la Universidad, junto a la Facultad de Derecho. p.v.m.

Los necios hacen la fiesta, y los listos la celebran. Hoy, martes 13 de octubre de 2020, sin verse cumplido el mes desde el inicio de las clases, la Universidad de Granada ha sido clausurada durante las próximas 2 semanas. ¿El motivo? El aumento de contagios de coronavirus y las vergonzosas imágenes de las que hemos sido testigos este fin de semana, en las que se veía como importantes discotecas de la ciudad, pubs y locales de ocio nocturno se encontraban atiborradas de jóvenes que ni de lejos respetaban las medidas de seguridad. Botellones en las calles, exceso de aforo en los pisos… sin duda actitudes deplorables de las que la mayoría de los estudiantes no nos sentimos orgullosos, y que van a suponer una llamada de atención para todos, también para los que realmente nos preocupamos por el bienestar común, entre los que me incluyo. 

No digo que la gestión de la UGR sea perfecta, pero no se puede negar que existen medidas, y que están funcionando

Ante esta situación, la Junta de Andalucía ha llegado a la conclusión de que la presencialidad en la universidad ha de ser restringida, hasta el punto de suspenderse durante dos semanas. No salgo de mi asombro, pues por una vez la Universidad estaba haciendo las cosas bien, habiendo tomado las medidas necesarias para que dentro de su recinto no hubiera contagios. Como estudiante de 2º de Historia, que se imparte en Filosofía y Letras, puedo asegurar que dentro de la facultad se producen contagios mínimos. Dos de las cinco asignaturas que tenemos han optado por realizar las explicaciones de manera virtual, el aforo de las aulas se ha reducido al 50%, nos sentamos de manera individual y respetando la distancia de seguridad, y ni que decir tiene que el uso de la mascarilla es obligatorio. Por todos los rincones encontramos dispensadores de gel hidroalcohólico y personas encargadas de que se respeten todas las medidas citadas anteriormente. No digo que la gestión de la UGR sea perfecta, pero no se puede negar que existen medidas, y que estén funcionando. Esto es lo que parecen no entender aquellos que han abogado por el cierre de la facultad. Los contagios entre estudiantes no se producen en las facultades, sino en su tiempo libre. 

Me apena profundamente pasar por la calle Pedro Antonio de Alarcón y verla plagado de jóvenes (y no tan jóvenes) sin mascarilla, con gran parte de los locales de ocio nocturno abiertos. Es aquí donde deben estar las sanciones y las restricciones, y no en la comunidad universitaria

El verdadero problema de Granada, y que probablemente pronto sea el de muchas otras ciudades universitarias, es que las restricciones van dirigidas a la educación. Me apena profundamente pasar por la calle Pedro Antonio de Alarcón y verla plagada de jóvenes (y no tan jóvenes) sin mascarilla, con gran parte de los locales de ocio nocturno abiertos. Muchos de ellos, sin ni siquiera tomar algún tipo de precaución frente al virus, como si el confinamiento que duró más de dos meses nunca hubiera existido. Es aquí donde deben de estar las sanciones y las restricciones, y no en la comunidad universitaria. El objetivo del cierre de facultades es que los jóvenes permanezcan en sus casas y evitar los desplazamientos, según ha afirmado el propio presidente de la Junta, pero suprimiendo la presencialidad lo único que se conseguirá es que aquellos estudiantes que destacan por su irresponsabilidad, que ya puedo adelantar que no son todos, salgan hacia esos bares y pubs que no han recibido ninguna restricción adicional. O, en el mejor de los casos, que hagan botellones en sus pisos y al día siguiente puedan (o no) asistir a las clases desde la cama y “con resaca”. Y respecto a la parte de evitar desplazamientos… al hablar con mis compañeros he comprobado que se ha producido justo el efecto contrario, ya que algunos de ellos han decidido volver a sus residencias de origen, algo que puede provocar una expansión del virus descontrolada por toda Andalucía e incluso toda España, pues bien es sabido por todos que Granada es una ciudad que acoge a jóvenes de todo el país.

Dicho todo esto, que como estudiante me apena profundamente, creo que también es importante remarcar algo. La irresponsabilidad entre los jóvenes existe, y las imágenes hablan por sí solas. Pero la criminalización sobre el colectivo en general no es positiva, ya que, los que aún intentamos tomarnos en serio la situación que está viviendo España nos sentimos abatidos al ver que en todos los medios de comunicación se habla de la insensatez de universitarios como si de los únicos insensatos se tratara. Y claro que existen jóvenes y universitarios imprudentes. Pero también los hay que pasan en sus casas encerrados la mayor parte del día por miedo a contagiar a sus familiares, o simplemente por conciencia social para con los trabajadores que luchan por frenar esta pandemia. Para ellos, los pocos días al mes que van a la facultad suponen un alivio, y una de las pocas formas de ver a sus compañeros en un entorno seguro. Así que desde aquí aprovecho también para hacer un llamamiento a todos aquellos que se han despendolado en este inicio de curso, porque aunque para todos sería genial poder ir de discotecas, hacer reuniones multitudinarias y fiestas hasta el amanecer, hemos de comprender que no es el momento, y que es mejor tener poco que nada. La suspensión de la presencialidad supone encajar un duro golpe para todos los que priorizamos la educación ante todo. 

Lo que no puede ser es que el hecho de ver lugares dedicados al ocio a reventar haga que cierren las universidades. Porque el nexo causal está lejos de ser lógico en este planteamiento

Es innegable la necesidad de presencialidad en las universidades. Alumnos de todas las especialidades requieren de un profesor que les explique cara a cara los conocimientos que deben interiorizar, ya no solo para su mejor comprensión, sino también para lograr una educación igualitaria. Existen personas que no tienen una red wifi adecuada, un ordenador idóneo o un cuarto propio. Y estas personas no tienen que  ser menos o quedarse atrás en un grado que ha de ser igual para todos. Con el fin de no engendrar carencias claras en los futuros médicos, ingenieros, historiadores, economistas y abogados, para que tengamos una generación de excelentes traductores, filósofos, filólogos y políticos. Por todos ellos es fundamental la presencialidad y la oferta de las mejores condiciones posibles en sus estudios. Y para que todo esto se cumpla solo hacen falta dos cosas: responsabilidad cívica y una gestión correcta por parte de los políticos que nos gobiernan. Antes he realizado un llamamiento a los jóvenes estudiantes, y ahora lo hago a todos aquellos que tienen alguna responsabilidad sobre el gobierno de un municipio, ciudad, comunidad autónoma o incluso país: La situación económica no se arreglará a menos que lo haga la situación sanitaria. Y desde el punto de vista de una humilde joven de 19 años, ahora hemos de primar la sanidad y la educación. Los locales de ocio y los servicios que no sean indispensables han de ser restringidos, y desde luego es ahí donde debe estar el ojo de policías y vigilantes para que se cumplan todas y cada una de las medidas. Pero lo que no puede ser, es que el hecho de ver lugares dedicados al ocio a reventar haga que cierren las universidades. Porque el nexo causal está lejos de ser lógico en este planteamiento. 

Para terminar, remarcar que más vale tener poco a no tener nada. Que aunque no podamos vivir el octubre que se vivió en 2019, al menos aún podemos ver a nuestros familiares, y sería una pena que por la irresponsabilidad de unos y la ineptitud de otros volviéramos a vernos confinados como ya lo hicimos en marzo de este mismo año. Es una cuestión de prioridades, y confío en que errores de tal magnitud no se volverán a repetir. La salud ahora mismo es lo primero, pero, parafraseando a Platón, la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano, y sin ella, no vamos a ningún lado. Si los contagios siguen aumentando, no debe ser la educación quien reciba la mayor parte de limitaciones. No si queremos construir generaciones futuras de gente competente. De todos nosotros depende la mejora o el empeoramiento, de estudiantes y de ancianos, de trabajadores y  políticos. De nada valdrán lamentaciones. 

Silvia Pozuelo Jaut es estudiante de Historia en la Universidad de Granada.