¿Andalucía es un nuevo Dios?
Sr. director de El Independiente de Granada, Juan I. Pérez:
Le escribo ciertamente indignado, en estos días próximos al aniversario de la autonomía, porque ciertas cuestiones concernientes a la misma están confirmando algo que ya pensaba hace años.
Percibo que la cultura política autonómica (o autonomista) en nuestra actual región, o posiblemente la carencia de la misma, coge y recoge tintes progresivamente más totalitarios con el paso del tiempo. Bien es cierto que esto lleva pasando desde la reciente génesis autonómica de esta joven región. Ya en la Transición estaban muy mal vistas las críticas a los rumbos de la autonomía, y se percibían los juicios de UCD al centralismo sevillano como ataques a la autonomía, y lo que es peor, a los andaluces.
A ello tampoco ha ayudado el sustrato ideológico recogido en Blas Infante, que, empleando un lenguaje cargado de palabras bonicas, consignas nacionalistas a modo de artefactos de trascendencia pseudo-religiosa, sofismas, confusiones y falta de realidad, ha obtenido una relativa percepción positiva en ciertos sectores intelectuales de la sociedad regional. Así como tampoco han favorecido los clichés, tópicos y bromas sobre los andaluces, que son estereotipos agradables y simpáticos en los que se siente a gusto e identificada una gran parte de la población. Probablemente el mismo gentío que ahora se indigna si estas cosas las dice un no-andaluz, porque ahora no interesa, no mola, y así se lo han hecho saber al ciudadano común nuestros irresponsables y adoctrinadores políticos; porque lo que sirvió hace décadas para cohesionar, parece que no sale rentable sacarlo a relucir ahora.
No se puede cuestionar nunca Andalucía, ni se puede entender Andalucía de un modo más plurarl. No se puede criticar nada que afecte a la esencia del modelo autonómico actual. Y no digamos ya proponer la división de la autonomía
Adonde quiero llegar, es que es tal el adoctrinamiento, el victimismo, y el orgullo (posiblemente por la propia vulnerabilidad argumental evidente del ente andaluz), que Andalucía pareciera que ha cogido con el tiempo connotaciones religiosas, como si de una sustancia divina, sagrada e incorruptible se tratase. No se puede cuestionar nunca Andalucía, ni se puede entender Andalucía de un modo más plural. No se puede criticar nada que afecte a la esencia del modelo autonómico actual. Y no digamos ya proponer la división de la autonomía.
Todo ello se percibe como una blasfemia, una ofensa gravísima, merecedora de unos juicios sumarísimos (a la par que absurdísimos muchos de ellos) que la misma gente de a pie hace sin pudor ni recato alguno, pues los tiene incorporados en su propia mentalidad. Nunca han faltado a determinadas posturas regionalistas la alarma desgarrada de advertencia sacrílega de “tratan de romper Andalucía”, como si alguna vez hubiera estado vertebrada, como si de una joya frágil y otorgadora de mágicos poderes sobrehumanos estuviéramos hablando. Quizá frágil y mágica sea, en cuanto a razonamiento históricos, culturales y geográficos se refiera.
No hace falta rebuscar en consignas empleadas por políticos andaluces para dar muestra de esto. Ni siquiera en muchos comentarios en redes sociales de gente que atacaba excesivamente a una mujer granadina que pensaba que el video institucional del Día de Andalucía de este año no le representaba porque no percibía acento granadino en él. Sólo con ver un extracto de una sevillana de Amigos de Ginés que medio Facebook atribuye a Federico García Lorca, se empiezan a percibir evidentes notas totalitarias:
“Quien reniega de su tierra… [en clara referencia a Andalucía, el tema principal de la canción]
…debería ser castigado”.
¿Quién es un autor musical de medio pelo para determinar por qué tienen que castigar a un andaluz? ¿Qué poderes se atribuye para castigar a alguien por renegar de Andalucía?
Andalucía es un producto humano, no es ningún Dios, y es tan cuestionable como cualquier otro concepto creado por el Hombre. Se trata de algo muy sencillo de entender, pero este punto de partida tan importante es tremendamente olvidadizo en nuestra sociedad sureña. Tanto que desenterrarlo requiere sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. No parece de recibo que Granada, que ha sido uno de los territorios más marginados por la autonomía, tenga que pedir perdón y dar gracias por la situación actual generada. Ni tampoco lo parece el hecho de quieran imponernos Andalucía como en lo que en otras épocas respondía al nombre de unidad de destino en lo universal.
A modo de conclusión, solamente decir que este tipo de pensamiento tendente a juzgar y enjuiciar está muy (auto)incorporado en un amplio porcentaje de andaluces de a pie. Y no debería ser así. En democracia no debería haber espacio para esquemas totalitarios e intolerantes, que por otra parte sólo esconden una evidencia: una falta de argumentos reales, y un exceso de fantasmagorías, mitos, miedos e intereses de nuestros políticos. Aunque por otro lado no cabe duda de que el desconocimiento y la ignorancia abonan ampliamente los suelos de cultivo de los pensamientos autoritarios. Más grave aún si la deidad en cuestión en un concepto territorial, joven, cuestionable y difuso, desde una perspectiva racional.