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'Yo, Robot'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 29 de Mayo de 2022
Simulación de Robot humano.
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Simulación de Robot humano.
'Los seres humanos se han convertido en herramientas de sus herramientas'. Henry David Thoreau

El debate entre el uso de la tecnología y sus efectos en la naturaleza humana es tan antiguo como el descubrimiento de la agricultura, y la discusión acerca de cómo el sedentarismo y la creación de los primeros núcleos urbanos, con el paso de la tribu a sociedades más complejas y jerárquicas, afectaría para siempre nuestro devenir. Durante siglos, y según ha habido avances tecnológicos, ha habido resistencias más o menos significativas a los mismos, siempre con el resultado del fracaso. El uso de la tecnología invariablemente ha llevado aparejados cambios significativos en las dinámicas sociales, con sus aspectos positivos y sus aspectos negativos. No se puede detener el progreso, es el mantra que siempre hemos oído para justificar el precio a pagar por los cambios. Una inevitabilidad que probablemente sea cierta, más allá del romanticismo algo ingenuo que pretende detener ese progreso tecnológico.

La necesidad de reflexión moral sobre cómo estamos utilizando las herramientas que presumiblemente creamos para mejorar nuestra vida se vuelve cada vez más perentoria

Y no seré yo quien niegue las incontables ventajas que la humanidad ha obtenido de la domesticación de la naturaleza a partir de la ingeniería, o de los avances en sanidad, comunicaciones o muchos otros que nos han permitido tomar las riendas de nuestro destino y mejorar la calidad de nuestra vida. El problema es que en el último siglo el aceleramiento excesivo en los avances tecnológicos ya nos ha hecho desbarrar moralmente, véanse como ejemplo las guerras mundiales del siglo XX  y las múltiples guerras contemporáneas que siguen haciendo acopio de barbarie, la destrucción del Medio Ambiente y el consecuente cambio climático, o el entontecimiento colectivo debido al abuso de las redes sociales y la desinformación que conlleva su uso, por hablar de algo contemporáneo. Progreso tecnológico y progreso moral no van necesariamente de la mano, nunca han ido y hoy día menos que nunca. La necesidad de reflexión moral sobre cómo estamos utilizando las herramientas que presumiblemente creamos para mejorar nuestra vida se vuelve cada vez más perentoria.

Al contrario que en las novelas de Asimov, de momento no parece que estos robots o la tecnología vayan a tener sueños de apoderarse y controlar la humanidad, pero si están teniendo efectos muy perversos en las cadenas con las que nos estamos atando a unas tecnologías cuyos efectos sociales no controlamos adecuadamente

Las últimas décadas el aceleramiento de la dependencia tecnológica ha sido progresivo, y es evidente que ya no hay nadie que controle hacía donde vamos, no al menos poderes públicos, y sí unos pocos magnates con el ego más grande que el Titanic, véanse los monopolios de Google, Facebook o el intento de Elon Musk de controlar Twitter. El título del texto hace referencia a unos significativos relatos del maestro de la ciencia ficción y divulgador científico Isaac Asimov, donde se plantea el efecto que tiene en la sociedad la paulatina incorporación de los robots como sirvientes sin sueldo de nuestros caprichos, haciendo todo el trabajo pesado sin una sola queja de derechos laborales. En resumidas cuentas, el sueño de un empresario despojado de ética alguna. La robotización de muchas cadenas de montaje ya ha desposeído de muchos trabajos, y ayudado con su amenaza de hacerlo a la precarización y explotación de aquellos lugares en que no es posible del todo sustituir la mano de obra humana por la robótica. Al contrario que en las novelas de Asimov, de momento no parece que estos robots o la tecnología vayan a tener sueños de apoderarse y controlar la humanidad, pero si están teniendo efectos muy perversos en las cadenas con las que nos estamos atando a unas tecnologías cuyos efectos sociales no controlamos adecuadamente.

Trabajo, ocio, relaciones y tiempo familiar se unen en espacio y tiempo, y pocas cosas hay más peligrosas que esa confusión

Nos hemos malacostumbrado a una dependencia que nos produce malestar cuando no disponemos de sus ventajas. El tiempo es lo más precioso que tenemos los seres humanos, desgraciadamente al vincularlo de manera tan brutal a la tecnología, no apreciamos lo más importante de su existencia: Aprender a malgastarlo y desconectar de su control. En la medida en la que estamos permanentemente vinculados a utensilios que nos dicen qué hacer a cada instante, cuánto tiempo nos queda. Un control que pretende ahorrarnos “tiempo” uniendo trabajo, ocio, relaciones, compras y mil cosas más en un espacio virtual. Estamos dañando radicalmente esa maravillosa y preciosa oportunidad que nos da poder desvincularnos del tiempo, y desperdiciarlo cuando lo creamos oportuno, sin angustiarnos ni sentirnos culpables ni tener que dar explicaciones a terceros. Trabajo, ocio, relaciones y tiempo familiar se unen en espacio y tiempo, y pocas cosas hay más peligrosas que esa confusión.

Un ejemplo práctico, alguien nos manda un WhatsApp, y si no lo contestamos al instante ya nos entra el pánico y nos sentimos culpables y hemos de pedir perdón, por no hablar de las reacciones adversas de la persona que nos lo ha enviado ¿por qué?

Un ejemplo práctico, alguien nos manda un WhatsApp, y si no lo contestamos al instante ya nos entra el pánico y nos sentimos culpables y hemos de pedir perdón, por no hablar de las reacciones adversas de la persona que nos lo ha enviado ¿por qué? Si en la inmensa mayoría de los casos no existía ninguna urgencia por responder, de dónde nos viene ese malestar y ese sentimiento de culpabilidad. Estamos permanentemente cabreados porque estamos tan dependientes de las interconexiones tecnológicas que estamos perdiendo la oportunidad de darnos cuenta de la importancia de estar solos y a gusto con nosotros mismos, o con otras personas que merecen toda nuestra atención, y no ser compartidas con quién sabe qué dependencias virtuales. La experiencia de mezclar sin límite las diferentes dimensiones emocionales de nuestra vida no es positiva, es destructiva. La experiencia del tiempo ha de depender de nosotros mismos, cederla a cachivaches tecnológicos degrada la naturaleza humana. Nos hace dependientes sin necesidad de ello. Suele suceder como con el abuso de las drogas, el alcohol, o cualquier otra dependencia, siempre les decimos a los demás que lo tenemos controlado, pero lo usual es que cuando comienzas a decirte eso, es porque estás asustado al estar comenzando a perder el control.

Si no nos dijeran que este texto tiene más de dos mil quinientos años sin duda creeríamos que podría haberse escrito hoy día y referirse a la situación que estamos viviendo con tanto presunto experto que sabe de todo sin saber realmente de nada, que mal informa a propósito o no, y que provoca más ignorancia que certeza

La parábola de Thamus narrada en El Fedro de Platón es la que mejor ejemplifica nuestra paulatina conversión en robots deshumanizados. Poca duda hay de la importancia del descubrimiento de la escritura para el ser humano, pero ya hace miles de años que los filósofos de la época advirtieron sobre el lado oscuro de cada nuevo avance; El rey Thamus al valorar tal descubrimiento ante el dios Theuth advierte: “Lo que has descubierto es una medicina para el recuerdo no para la memoria. Y por lo que atañe a la sabiduría, tus alumnos tendrán reputación de poseerla, sin que sea verdadera: recibirán mucha información sin la instrucción apropiada y, en consecuencia, se pensará que son eruditos, cuando serán en gran medida ignorantes. Y como estarán llenos de la apariencia de la sabiduría, en lugar de sabiduría verdadera, se convertirán en una carga para la sociedad”. Si no nos dijeran que este texto tiene más de dos mil quinientos años sin duda creeríamos que podría haberse escrito hoy día y referirse a la situación que estamos viviendo con tanto presunto experto que sabe de todo sin saber realmente de nada, que mal informa a propósito o no, y que provoca más ignorancia que certeza.

Le lección es simple: todo avance tecnológico, por beneficioso que sea, la agricultura, la escritura, internet y sus derivados, poseen un lado oscuro. Un precio a pagar que altera parte de lo que nos hace humanos

Le lección es simple: todo avance tecnológico, por beneficioso que sea, la agricultura, la escritura, internet y sus derivados, poseen un lado oscuro. Un precio a pagar que altera parte de lo que nos hace humanos. Lo bueno no viene sin lo malo. No se trata de renunciar a todos estos avances y sus beneficios, sino estar en alerta. Los avances en tecnología muchas veces vienen con “troyanos” camuflados que nos roban parte de nuestras esencias sin darnos cuenta de ello ¿acaso la perdida de privacidad que se produce por nuestra dependencia de mundos virtuales no merece una reflexión moral? Aprender a ser escépticos con respecto a cada nuevo regalo que nos ofrece la tecnología no ha de ser una cuestión de moda, sino una necesidad de cautela imprescindible. La manera en que cada cultura adopta cambios tecnológicos debería ser una negociación sobre límites que no se pueden sobrepasar. Sin embargo, la mayoría de las veces es una imposición.

La tecnología puede mejorar nuestros medios, pero si estos medios alteran el fin del ser humano, de aquello que es, de su objetivo en la vida, y lo altera significativamente, ¿qué estamos haciendo? Si no nos importa, no solo lo que perdemos en nuestro propio sentido vital en aras a abandonarnos sin límite a cada avance tecnológico, sino que no nos preocupamos por todos aquellos trabajos que quedan atrás, con un coste social terrible. a qué tipo de sociedad nos dirigimos. Probablemente a una donde ya no importe la diferencia entre robot y ser humano, porque en el fondo habremos perdido todo aquello que nos diferencia. Yo, seré un robot más que tan solo cumple aquello para lo que ha sido creado, deambular por la vida al antojo de mecánicas y algoritmos sin corazón, sin libertad, sin felicidad a la que aspirar.

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”