Vox: Apocalyse Now
En una de las escenas más célebres de Apocalypse Now, el coronel Bill Kilgore arenga –más bien vacila–, a un grupo de reclutas con una perorata que contiene una frase tan mítica como la propia cinta de Coppola: “Me encanta el olor del napalm por la mañana (…) huele a victoria”. El comentario de Kilgore, interpretado por un soberbio Robert Duvall, se produce en una supuesta playa de Vietnam que en ese momento representa la mismísima línea del frente. Y en esa playa, en ese instante, con el humo impregnado de napalm precipitándose sobre sus finas arenas, el oficial se empeña en que algunos reclutas surfeen las olas. Poco importan la constante caída de bombas, el trágico desconcierto de un campo de batalla, o las ráfagas de las ametralladoras enemigas: lo importante es que esas olas sean cabalgadas por los soldados americanos y llevar a las retinas de los hombres que luchan un “retablo” vivo del sacralizado estilo de vida americano insuflando ánimo y esperanza en sus espíritus. Luego, como saben, la guerra acabó con una bochornosa derrota para los EEUU.
Nadie conoce la magnitud de la misma, pero sin duda la intuyen, porque muchos ven en ella una oportunidad y sueñan con surfearla. Entre sus huestes, mucha gente cabreada e indignada; unos de extrema derecha; otros, derecha rebotada víctimas de los aparatos del PP de varias décadas; otros desengañados con Ciudadanos y su líder y otros, en fin, oportunistas que quieren sus cinco minutos de gloria y pescar en rio revuelto
Nadie conoce la magnitud de la misma, pero sin duda la intuyen, porque muchos ven en ella una oportunidad y sueñan con surfearla. Entre sus huestes, mucha gente cabreada e indignada; unos de extrema derecha; otros, derecha rebotada víctimas de los aparatos del PP de varias décadas; otros desengañados con Ciudadanos y su líder y otros, en fin, oportunistas que quieren sus cinco minutos de gloria y pescar en rio revuelto. Hay de todo, como en botica, incluida gente brillante, como mi amigo Onofre Miralles, que se postula a la alcaldía de Granada, al que le deseo toda la suerte del mundo en lo personal. Deseo que, sin embargo, no puedo –ni quiero– hacer extensivo a su nuevo partido. El caso es que la ola viene tan rápida que algunos candidatos no han podido ni colocarse las bermudas y se lanzan prestos a sus tablas con lo primero que han pillado. El objetivo es, como no puede ser de otra forma, llegar a la playa… y no morir en la orilla. Y picar, cual colono inmigrante americano en la época de Lincoln, un banderín en la porción de poder conquistado. En política, como ocurre con el dinero en el capitalismo, la primera fase siempre es la acumulación brutal de poder. Y en ese trance está Vox en estas elecciones, interna y externamente. En este sentido, alguno de sus líderes ya ha dejado la cosa clara y ha declarado que la democracia interna puede esperar, ignorando, cosa extraña para un “constitucionalista”, que la democracia interna en las organizaciones políticas es una exigencia constitucional contemplada en el artículo 6.
No estoy seguro de casi nada, pero me inclino por pensar que, al margen de guerras intestinas, comunes a todos los partidos, la llegada de Vox a ayuntamientos, Congreso y Senado, solo dificultará la gobernabilidad de esas instituciones, retrasando la normalización de la situación política y arrastrando a menudo a sus socios naturales, PP y Cs, a posiciones de ultraderecha, incompatibles no solo con acuerdos amplios sino con la propia democracia y con la idea misma de Europa
No estoy seguro de casi nada, pero me inclino por pensar que, al margen de guerras intestinas, comunes a todos los partidos, la llegada de Vox a ayuntamientos, Congreso y Senado, solo dificultará la gobernabilidad de esas instituciones, retrasando la normalización de la situación política y arrastrando a menudo a sus socios naturales, PP y Cs, a posiciones de ultraderecha, incompatibles no solo con acuerdos amplios sino con la propia democracia y con la idea misma de Europa. Vox, que no es otra cosa que la rancia esencia destilada en el alambique del centralismo que han forjado en estos años las dos principales fuerzas políticas y, al tiempo, restos de aquella que nunca se diluyó tras la transición política de 1978, traerá más tensión, más radicalidad y más palos para las ruedas de la estabilidad política y, por ende, del desarrollo económico y social. Quizás por eso, la ciudadanía, que, como ya sabemos, es sabia o necia en función de a quien vote, parece estar apostando por dar más poder al candidato menos estridente, más conciliador y más moderado, esto es, por Pedro Sánchez, corrigiendo así los excesos de unos y otros y marcando la senda de la estabilidad política y, quién sabe si abriendo la posibilidad de nuevos pactos, hasta ahora declarados imposibles y proscritos.
Pase lo que pase, a estas alturas, Casado y Rivera ya saben a ciencia cierta que su estrategia suicida de emplear napalm en su pugna por la conquista del espacio de la derecha ha provocado que sea Abascal el que disfrute con su olor por las mañanas y que sea Vox el partido que surfee la nueva ola que llega a la arena política. O el tsunami, que eso aún está por ver.