Vallas a donde quiera que vayas
El nuevo presidente de los EEUU, Trump, no llama la atención precisamente por la sensatez de sus ideas o de sus propuestas, tampoco por la mesura de sus palabras. Comenzó su campaña electoral amenazando con la construcción de un muro fronterizo entre México y Estados Unidos con el objetivo de frenar la inmigración ilegal hacia el país norteamericano, cuya edificación además pagaría México; una de sus primeras medidas, ya como presidente, ha sido firmar una orden ejecutiva autorizando dicha construcción. Recordemos que la frontera entre Estados Unidos y México tiene unos 3.000 kilómetros de extensión, a lo largo de la cual ya hay más de mil kilómetros de muros y vallas que separan a ambos países.
A la espera de que se nos ocurran otras fórmulas más humanitarias de combatir la desigualdad, la pobreza o acabar con las guerras, no será el último muro que se levante, de hecho 70 muros dividen ya el mundo, muros que han sido construidos todos ellos para reforzar las fronteras, para parar la inmigración o por motivos de seguridad nacional, la mayoría levantados después del 89, fecha de la caída del muro de Berlín, cuando el mundo entero celebró la caída del llamado “muro de la vergüenza”, 28 años después de su construcción. Desde entonces la construcción de vallas y muros no ha cesado, y ninguno de ellos ha caído.
Sin dejar Europa, Hungría levantó un muro en la frontera con Serbia y Croacia en 2015, Grecia en su frontera con Turquía en 2013, con motivo de la crisis de los refugiados sirios, para cortar la ruta de los Balcanes y hacer ineludible la travesía marítima. El Mediterráneo se ha convertido así en la fosa común de muchos de los refugiados, que pierden la vida en el intento de llegar a Europa. También el gobierno de Turquía construye un muro en la frontera con Siria.
Recordemos también que España construyó en 1998 dos vallas en Ceuta y Melilla para evitar la entrada masiva de inmigrantes africanos. En algunos de los tramos de estas vallas se colocaron cuchillas que producen heridas profundas a quienes intentan saltarlas.
Quedan en pie muros como el del Norte de Irlanda, en Belfast, levantado hace 40 años para separar los barrios católicos y protestantes, pese a que se abren todos los días bajo la estricta vigilancia de la policía. Queda en pie la valla que divide la isla de Chipre desde 1974.
Está en pie desde 1953 el muro que separa las dos Coreas.
En 2002 Israel empezó a construir el muro de Cisjordania alegando la seguridad de sus ciudadanos, pese a ser para los palestinos el muro del aislamiento y llevar consigo la apropiación ilegal por parte de Israel de más tierras, pese a que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU adoptó una resolución en la que pidió a Israel que destruyera el muro o el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya lo declarara ilegal.
Arabia Saudí en el año 2003 inició la construcción de un muro en la frontera con Yemen.
Y así podíamos seguir hasta enumerar los 70 muros que dividen territorios, países y hasta familias. Es el miedo al otro lo que explica la existencia de tanto muro, miedo a que los otros, pobres, sucios, criminales, vengan y nos quiten lo que es nuestro. Es el miedo el que hace que la ciudadanía apoye la construcción de muros. Pero los movimientos migratorios existen desde los albores de la humanidad, cuando los humanos decidieron abandonar África y expandirse por Europa y Asia, hace más de cien mil años.
No debe ser entonces la construcción de un nuevo muro o el reforzamiento del ya existente entre México y Estados Unidos lo que nos preocupa, sino más bien la bravuconería y las amenazas de Trump, hijo él mismo de una inmigrante, sus mentiras, ahora llamadas postverdades, su xenofobia, su falta de talante democrático o su más que evidente falta de capacidad para gobernar.
La eficacia de las vallas o de los muros para detener a los inmigrantes o asegurar las fronteras ha sido más que discutible a lo largo de la historia. Ni siquiera el muro que mandara construir el emperador Adriano, uno de los emperadores romanos más cultos y sabios, en Britania en el S. II pudo detener a las bárbaras tribus de pictos, que atravesaron el muro e invadieron el Imperio hasta en tres ocasiones. Eso sí, fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad en 1987. ¡Ojalá el muro de Trump no corra la misma suerte!