Siete motivos para leer a Bertrand Russell en el 2021

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 3 de Enero de 2021
Bertrand Russell.
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Bertrand Russell.
'La filosofía no puede determinar por sí los fines de la vida, pero puede libertarnos de la tiranía del prejuicio de las aberraciones derivadas de estrechas miras. El amor, la belleza, el conocimiento y el goce de la vida: he aquí las cosas que conservan inmarchitable lustre, por lejanos que sean nuestros horizontes. Y si la filosofía puede ayudarnos a sentir el valor de estas cosas, habrá representado el papel que le corresponde en la obra colectiva de la humanidad cuyo objeto es llevar la luz a un mundo de tinieblas'. Bertrand Russell, Fundamentos de filosofía

Sí, la filosofía no está precisamente de moda, y sí, Bertrand Russell no es un famoso youtuber, ni un influencer, ni un escritor que ganase el premio Planeta, aún más, murió hace ya unas cuantas décadas, en ese siglo XX al que parecemos mirar con nostalgia, a pesar de dos guerras mundiales, una guerra civil y otras calamidades. Sin olvidar que también vivió en sus primeros veinte años una pandemia que mataría a muchísimos millones de personas. Qué motivos podríamos tener para recomendar que alguien perdiera el tiempo leyendo a este personaje, en lugar de hacer un maratón de series o ver Sálvame Deluxe.

Ahora que la ética y la filosofía, vuelven a estar discutidas, por su escaso valor académico ante los retos depredadores de una sociedad donde el valor de un ser humano se convierte en mercancía que se compra y vende, volver la mirada a la filosofía, casi suena a rebeldía extrema, pero nos rebelamos luego somos, en palabras de Albert Camus

Preludio. En tiempos donde lo obvio como la valía del conocimiento científico se discute, y la razón se esconde acosada por la irrupción de fanatismos de las más diversas procedencias, pretender una vida donde la tolerancia reine, la libertad se base en el respeto mutuo y no sea un arma para atizarnos unos a otros, la racionalidad controle nuestros impulsos, la ciencia nos abra las puertas del conocimiento, y la felicidad y bienestar propio no dependa de la explotación de los demás, es una muestra de rebeldía y una pequeña victoria ante tanta desolación; porque cualquiera que contemple el mundo iluminado por un ideal, ya busque inteligencia, arte, amor o sencilla felicidad- o todo junto-, debe sentir una gran tristeza al ver las maldades que inútilmente los hombres permiten hacer, y también debe sentir un apremiante deseo de conducirnos hacia la realización de lo bueno a lo que nos inspiran nuestras visiones creadoras. De tal manera tan sencilla, tan contundente, Bertrand Russell definía en Los caminos de la libertad aquellos ideales de vida que deberían inspirarnos en lo personal, y ser un objetivo para nuestras sociedades y para nuestra política.

Ahora que la ética y la filosofía, vuelven a estar discutidas, por su escaso valor académico ante los retos depredadores de una sociedad donde el valor de un ser humano se convierte en mercancía que se compra y vende, volver la mirada a la filosofía, casi suena a rebeldía extrema, pero nos rebelamos luego somos, en palabras de Albert Camus. Veamos algunas consideraciones por las que, a pesar de su escaso valor mercantil, merece la pena dejar que Bertrand Russell entre en nuestras vidas, y confiar en que su amabilidad, su espíritu, su lógica, su pasión por el conocimiento científico, su tolerancia, su activismo por las causas de la justicia y la libertad, nos inspiren, o nos avergüencen al ver qué estamos haciendo exactamente lo contrario.

El feminismo y la libertad sexual, junto a la importancia de educar a nuestros niños y niñas en valores de libertad y tolerancia, fueron otros de los impulsos que consideró imprescindibles para avanzar en el progreso de nuestra sociedad

Primer motivo. El activismo social y político como rebeldía ante la injusticia; Russell tuvo una larga vida, 97 años, y toda ella estuvo comprometido, sin importar el precio a pagar, para tratar de conseguir una sociedad más justa. No solo escribiendo sobre ello, sino participando e impulsando todos aquellos movimientos sociales capaces de transformarnos en una sociedad mejor, más justa, más libre; en 1916 sacrificó su cómoda posición académica y pasó 6 meses en prisión por manifestarse y apoyar el pacifismo en la Primera Guerra Mundial. Su alergia a todo tipo de violencia sin sentido no le causó ceguera ante la barbarie, y posteriormente aceptó el mal menor ante el avance del nazismo, y su carácter reflexivo y antidogmático no le impidió, a pesar de su pacifismo, apoyar la lucha de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, ayudó a fundar la CDN (Campaña para el Desarme Nuclear)  y no tuvo reparos en los sesenta, con más de ochenta años, en encabezar protestas contra la Guerra de Vietnam, como máximo ejemplo del absurdo de no haber aprendido nada del siglo más sangriento en la historia de la humanidad. El feminismo y la libertad sexual, junto a la importancia de educar a nuestros niños y niñas en valores de libertad y tolerancia, fueron otros de los impulsos que consideró imprescindibles para avanzar en el progreso de nuestra sociedad.

 Más allá del componente inevitablemente emocional de creer en una entidad omnisciente que nos salve de las injusticias de esta vida (poco compatible con las evidencias científicas, pero respetable como elección personal) se encuentra la irrefutable prueba histórica y empírica acerca del daño que las iglesias e instituciones religiosas nos han causado, y siguen causando

Segundo motivo.  Su crítica al papel de la religión institucionalizada  en nuestras vidas: Pagamos un precio muy alto por nuestro miedo a la muerte, pues ese y no otro es el principal motivo porque el que tanto nos apegamos a las religiones, y tanto permitimos que controlen nuestras vidas. El legado de las religiones institucionalizadas está plagado de fanatismos y violencias sin sentido contra todo aquél que no las acepta como verdaderas. Debemos preguntarnos si  el pensamiento mágico de creer en un Dios que castigue a los que cometen asesinatos o causan mal, por mucho que eso nos consuele ante injusticias sufridas, nos compensa, especialmente cuando vemos que esbozar la bandera de la religión es a su vez causa de muchas de estas injusticias y atrocidades, hechas en su nombre. Cuando el amor a una religión se convierte en odio al otro, es hora de ser suficientemente valientes como para renunciar a creencias tan dañinas. El filósofo británico nos anima a repasar la trágica y sangrienta historia de nuestras religiones, como mejor antídoto a seguir cualquiera de sus credos. Más allá del componente inevitablemente emocional de creer en una entidad omnisciente que nos salve de las injusticias de esta vida (poco compatible con las evidencias científicas, pero respetable como elección personal) se encuentra la irrefutable prueba histórica y empírica acerca del daño que las iglesias e instituciones religiosas nos han causado, y siguen causando.

Sus aportaciones, superadas o no, discutidas o no en estos campos, fueron decisivas para el devenir de la filosofía de la ciencia, de la epistemología. Sin sus aportaciones la filosofía del lenguaje o de la mente, disciplinas fructíferas y de gran desarrollo en el último siglo, no hubieran sido posibles

Tercer motivo. Sus aportaciones a la matemática y a la lógica; Sus Principia Mathematica, tres volúmenes escritos entre 1910 y 1913, elaborados con su amigo Alfred Whitehead. Ambos autores  defienden que la lógica y las matemáticas son lo mismo, y que los principios de las matemáticas se deducen de los de la lógica. Las descripciones definidas y la teoría de tipos fueron dos de sus más destacados avances técnicos en ese campo. Más adelante, un alumno suyo, Ludwig Wittgenstein desafiaría muchas de las conclusiones de Russell y Whitehead en su Tractatus Logico-Philosophicus, la controversia entre profesor y alumno daría lugar a uno de los periodos de avances del conocimiento en matemáticas, lógica y lingüística, más fructíferos. Sus aportaciones, superadas o no, discutidas o no en estos campos, fueron decisivas para el devenir de la filosofía de la ciencia, de la epistemología. Sin sus aportaciones la filosofía del lenguaje o de la mente, disciplinas fructíferas y de gran desarrollo en el último siglo, no hubieran sido posibles.

Qué educación queremos para nuestros niños y niñas, es la pregunta que habremos de hacernos, aquella en la que cree Russell, o la que les llena de prejuicios, o los vuelve cínicos destructores de creatividades e ideas ajenas porque no coinciden con los dogmas en los que les han educado

Cuarto motivo. Educar en libertad: Educación en libertad y para la libertad. Esos son los fines de una educación útil y ética en una sociedad democrática para Bertrand Russell. Evitar una educación dogmática donde lo que prime sea el adoctrinamiento y se lamine de raíz el pensamiento crítico, como sucede en la educación más tradicional. Russell, junto a su esposa Dora abrió una escuela de 1927 a 1935, para dar ejemplo de su compromiso. Entre las conclusiones basadas en su experiencia, destaca la necesidad de educar las emociones a edades tan tempranas, el hincapié en evitar adoctrinamientos a través de la enseñanzas del conocimiento científico, y la necesidad de una crítica racional que evite todo dogmatismo; La educación debería estimular el deseo de la verdad, no la convicción de que algún credo es la verdad (…) se doblega la naturaleza del niño y se constriñe su perspectiva libre cultivando inhibiciones como una carga que producirá la omnipotencia del prejuicio, mientras que los pocos cuyo pensamiento no puede ser asesinado se convierten en cínicos, intelectualmente desesperados, destructivamente críticos, capaces de hacer que todo lo vivo parezca idiota, incapaces de suplir los impulsos creativos que destruyen en otros. Qué educación queremos para nuestros niños y niñas, es la pregunta que habremos de hacernos, aquella en la que cree Russell, o la que les llena de prejuicios, o los vuelve cínicos destructores de creatividades e ideas ajenas porque no coinciden con los dogmas en los que les han educado.

El pensamiento de Russell adelantaría  en décadas a las cuestiones que pondría en primer plano la fracasada revolución de Mayo del 68, y a  filósofos como Marcuse que profundizarían en estos temas

Quinto motivo. Contra el puritanismo: Si algo encontramos a menudo en nuestra sociedad es la hipocresía moral, especialmente en lo que se trata de restringir las libertades sexuales, y que únicamente produce infelicidad y tiranía. En un polémico libro, para la época, y quién sabe si dada la regresión actual también hoy día, Matrimonio y moral (1929) incide en la necesidad de no convertir los matrimonios en prisiones; el único calculo en el que un matrimonio debe basarse es sí una pareja es más feliz junta que por separado. Hemos de educar sexualmente a la juventud de manera no represiva, alentar la igualdad, o de no hacerlo, pagar un alto precio en comportamientos destructivos e hipócritas, entre ellos, tratar a las mujeres como una especie de propiedad masculina. Opiniones que enfadaron a un grupo de madres católicas y que supuso su segunda expulsión de la universidad, en este caso de la de Nueva York. Agotamos nuestras vidas desperdiciando gran parte de nuestro potencial creativo, el arte, la belleza, el amor. El mero goce de las cosas que merecen la pena queda en un segundo plano ante la opresiva realidad de trabajos alienantes. Hemos de mentalizarnos de la importancia de llenar nuestra vida de placeres que nos colmen, y no ser meros engranajes en una maquinaria a la que no importamos. En la lucha por emanciparnos es esencial apostar por una educación no opresiva en materia sexual, y que a su vez nos enseñe a apreciar una cultura creativa y artística. El pensamiento de Russell adelantaría  en décadas a las cuestiones que pondría en primer plano la fracasada revolución de Mayo del 68, y a  filósofos como Marcuse que profundizarían en estos temas.

Para aprender a ser buenos hemos de comprender que nuestras acciones morales están guiadas por nuestros deseos, que guían nuestra voluntad. Y para vencer a las pasiones más negativas, hemos de cultivar las contrarias, pasiones más poderosas que nos inciten a hacer el bien

Sexto  motivoAprender a ser buenos (una ética del deseo):  Para aprender a ser buenos hemos de comprender que nuestras acciones morales están guiadas por nuestros deseos, que guían nuestra voluntad. Y para vencer a las pasiones más negativas, hemos de cultivar las contrarias, pasiones más poderosas que nos inciten a hacer el bien. Durante años en polémicas y fructíferas discusiones con otros filósofos, trato de dilucidar si era posible definir el bien. Las guerras mundiales y la sangrienta historia del siglo XX le disuadieron de muchas de sus creencias, y llegó a la escéptica conclusión que la moralidad nace del hecho de  la existencia de deseos contradictorios donde  unos chocan contra otros, lo que explica la necesidad de regularlos a través de la moral. En su obra Lo que yo creo explica con natural sencillez cómo podemos regular nuestros deseos y dejar que la bondad nos guie: La vida buena es la inspirada por el amor y guiada por el conocimiento. Deseos y conocimientos son lo que conforman la condición humana, no debemos confundirlos, ni mezclarlos, ambos campos, el místico y el lógico, son diferentes, y así hemos de tratarlos.

Hoy día puede resultarnos curioso, cuando no raro, que un personaje público admita que se ha equivocado, o que ha cambiado de opinión, pues estamos acostumbrados o bien a choques brutales de dogmatismos, o bien, a que hipócritamente uno de los bandos exija autocritica y reflexión al otro, mientras se niega a aplicarla a su propio pensamiento

Séptimo motivo. Para qué vivimos: Russell fue durante su longeva vida consciente de las dificultades que suponía una vida de activismo y de compromiso. Las inevitables contradicciones y desafecciones a las que vivir tan intensamente nos lleva. Su carácter antidogmático, aplicado en piel propia, como se debe hacer si uno es honesto, era innegociable. Hoy día puede resultarnos curioso, cuando no raro, que un personaje público admita que se ha equivocado, o que ha cambiado de opinión, pues estamos acostumbrados o bien a choques brutales de dogmatismos, o bien, a que hipócritamente uno de los bandos exija autocritica y reflexión al otro, mientras se niega a aplicarla a su propio pensamiento. En su autobiografía Por qué he vivido, nos da las claves para una vida que merezca la pena; Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por la ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. El filósofo, al recapacitar sobre su vida, hace un llamamiento a lo más importante; buscar el éxtasis del amor, por esos preciados momentos que nos regala, y porque es la única manera de evitar la soledad. Y pocas cosas son más terribles para el corazón humano. El conocimiento, comprender cómo funciona el mundo, es otro de los motores que nos lleva a una vida llena de sentido, una pasión por comprender a la que hemos de abrirnos, dejar que con su plenitud nos llene, aprender y no temer miedo a equivocarnos, y reconocerlo cuando fallamos. La última pasión es la empatía que todo ser humano que se considere como tal, ha de sentir ante un mundo de soledad, pobreza y dolor que convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Porque aquel que no siente la necesidad de aliviar ese mal, ese dolor, esa angustia que nos rodea, carece de una de las pasiones esenciales para que la vida sea digna de ser vivida, la compasión. Si hacemos todo lo posible por vivir acordes con esas tres pasiones; amor, conocimiento, empatía, la vida será digna y habrá merecido la pena vivirla. Qué mejor epitafio podríamos legar como rescoldo final de nuestra existencia.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”