'Sexoplanismo'
Si yo escribiera en la sección de ciencia de cualquier medio de comunicación un reportaje completo, a doble página, afirmando que la tierra es, realmente, plana, ustedes se reirían a mandíbula batiente, me tacharían de indocumentada y no le darían la más mínima credibilidad a todo lo que escribiera desde ese momento. Sin embargo, yo podría sustentar mis argumentos explicándoles que el pasado mes de agosto un grupo de seguidores de esta teoría se reunió en un congreso en Menorca en el que se reafirmaron en su teoría, pidieron respeto a sus creencias y aseguraron que no padecen locura. Incluso, uno de ellos no dudaba en afirmar que “cuando te das cuenta de que la Tierra es plana, te cambian todos los esquemas. Me pasó a mí y cada vez a más gente”.
La evidencia científica, las fotografías tomadas por satélites desde el espacio, los estudios que investigadoras e investigadores realizan desde hace siglos sobre la forma esférica de la Tierra no tienen ningún sentido para estos terraplanistas que también han negado la pandemia del COVID 19 e incluso la llegada de la Humanidad a la Luna. Y, aunque ustedes no lo crean, el congreso es cierto, realmente se reunieron, debatieron entre las y los presentes -supongo que sin ninguna voz crítica- y llegaron a la conclusión que les había movido, desde el inicio, a viajar hasta Menorca para reafirmarse en sus creencias. Sin ninguna duda, la Tierra es plana.
Y, ahora, vamos a otro caso real. La semana pasada, en un conocido supermercado malagueño de una cadena de alimentación alemana, una persona con testículos, pene, próstata, barba, nuez, falda y una pulsera con los colores del arcoíris, denunció a una empleada porque ella, atendiendo a lo que sus ojos estaban viendo, le llamó, educadamente, caballero. En el texto de la denuncia, asegura con contundencia que es “obvio” que es una mujer -la falda y la pulsera así lo acreditan- sin embargo, en la firma recogida en el formulario donde ratificó su denuncia dice que se llama Cristina (Manuel). Obvio, también.
Hay que señalar que la azorada empleada se disculpó pero la persona denunciante, que podría haberse conformado con este gesto de buena voluntad, insiste en el formulario presentado que sea castigada con la multa porque, según ha manifestado en el tour que ha realizado por las televisiones, “no lo hizo de corazón”
La consecuencia de todo esto es que la empresa ha tenido que conceder a la empleada algunos días de permiso para que supere la ansiedad provocada por Cristina (Manuel) que, gracias a la Ley Trans, puede suponer una multa para la trabajadora de entre 200 y 2.000 euros. Hay que señalar que la azorada empleada se disculpó pero la persona denunciante, que podría haberse conformado con este gesto de buena voluntad, insiste en el formulario presentado que sea castigada con la multa porque, según ha manifestado en el tour que ha realizado por las televisiones, “no lo hizo de corazón”. También ha declarado que no se afeita por comodidad. Obvio, también. Lo único que se le puede achacar a la trabajadora es que fue obligada a mentir, a negar lo que sus ojos estaban viendo y a validar los sentimientos desconocidos de una persona a la que, seguramente, no había visto en su vida y que los había concentrado, como el tarro de las esencias, entre las costuras de su falda y en broche de su pulsera multicolor. Sólo las feministas han salido en defensa de la trabajadora.
La única diferencia entre el primer ejemplo -la comunidad terraplanista- y este del supermercado es el miedo
La única diferencia entre el primer ejemplo -la comunidad terraplanista- y este del supermercado es el miedo. Los primeros no obligan a nadie a comulgar con sus creencias, no denuncian a quienes se mantienen del lado de la ciencia ni amenazan con multas por esbozar una sonrisa cuando cuentan, con una profunda convicción, que navegando en línea recta a los confines de los mares, tu nave caerá al abismo al llegar al borde del disco plano que es la Tierra. Los segundos, han conseguido -pese a ser una exigua minoría calculada en un 0,3% de la población mundial- imponer a fuego sus creencias, afianzadas en el personal mundo de los sentimientos. Al grito del delito de moda -el odio-, la palabra fetiche -transfobia- y el término Derechos que ha perdido ya su valor de Justicia, han logrado leyes bajo cuyo yugo han situado al resto de los mortales a los que puede sancionarse con cuantiosas multas si no acepta sus delirios. A esto le podríamos llamar sexoplanismo.
Y, en algún momento, habrá que poner pie en pared y atender a la realidad material que nuestro raciocinio es capaz de concluir a tenor de la visión captada por nuestros ojos. Que la ciencia está por encima de las creencias, que no se puede amedrentar a más del 99% de la población para validar los autos de fe de personas que elevan sus sentimientos íntimos a la categoría de verdad absoluta escudándose en unos derechos especiales de nuevo cuño que no existen. Hombres y mujeres tenemos los mismos Derechos Humanos porque pertenecemos a la Humanidad.
Cada persona puede vestir como más le guste, adornarse con cuantos abalorios quiera para obtener la imagen que desea, sentirse como considere, utilizar los afeites que guste, yacer con quien le apetezca según su preferencias siempre que la otra persona sea mayor de edad y también lo desee e, incluso, en su círculo más cercano llamarse con el nombre de su elección. Pero, la realidad es la que es. Es obvio que si se nace varón, varón se muere. Se llama biología y ciencia Cristina (Manuel).