'El sentido del humor'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 13 de Febrero de 2022
'Good times', de Connie Freid.
www.conniefreid.com
'Good times', de Connie Freid.
'La imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser. El humor los consuela de lo que son'. Winston Churchill

'Todo acto de inteligencia es un acto de humor'. Bertrand Russell

Estamos perdiendo el sentido del humor, y pocos síntomas son más beligerantes a la hora de diagnosticar a una sociedad enferma que la pérdida de su capacidad para reírse de sí misma, de sus taras, de sus carencias, de sus errores, de sus prejuicios. Tomarse la vida demasiado en serio termina por convertir la nuestra en una broma de mal gusto. El mal humor toma el lugar de la sana sonrisa que permite que nos riamos en primer lugar de nosotros mismos, y en segundo, de todo aquello que de no tomárnoslo a chiste terminaría por causar un agujero negro en nuestro corazón, y de propina perder el rumbo de cualquier atisbo de sentido o propósito que quisiéramos aplicar a la vida. Sin humor no podríamos llegar a ser sanamente serios. Sin aprender a reírnos con elegancia de nuestros pequeños, o en ocasiones grandes tropiezos o meteduras de pata, la vida no pasaría de ser un mal chiste contado a destiempo. Y pocas cosas perjudican más al buen humor que no aprender su tiempo y su lugar adecuados.

Tomarse la política, como la vida, el amor, el sexo y demás aderezos de nuestra sociabilidad, demasiado en serio, es lo que convierte a materias tan imprescindibles en un mal chiste que no hace gracia a nadie

Si, por ejemplo, la política nos parece un chiste, no es solo por culpa de los políticos, que al fin y al cabo no dejan de ser un reflejo de la sociedad que los elige, sino de nuestra incapacidad colectiva para aprender a diferenciar la seriedad con la que hemos de tomarnos los asuntos colectivos, que atañen al bienestar común, con la necesidad de un sano humor que nos haga comprender que a pesar de nuestras diferencias estamos en un mismo barco, que si se hunde terminará por ahogarnos a todos. Tomarse la política, como la vida, el amor, el sexo y demás aderezos de nuestra sociabilidad, demasiado en serio, es lo que convierte a materias tan imprescindibles en un mal chiste que no hace gracia a nadie. El político británico Winston Churchill, que demostró no carecer de un irónico y sano sentido del humor, incluso en los tiempos más sombríos, proclamaba sardónicamente: propugno el derecho del hombre corriente a decir lo que piensa del gobierno, por poderoso que éste sea, y a derribarlo si cree que con ello va a mejorar su humor. Tomarse a broma el propio poder o relevancia que uno pudiera tener, es el mejor antídoto contra la soberbia. Si se popularizara el humor contra los excesos de soberbia, cambiaría el mal ambiente social y político que solemos respirar, por algo no solo más edificante y sano, sino que haría la vida algo más sabrosa, que no es poco. Especialmente dada la facilidad con la que la amargamos.

Si en lugar del insulto grosero, el trazo grueso, la descalificación personal, el odio al otro, y demás degradaciones del debate político, la oratoria parlamentaria estuviera impregnada de humor e ironía, punzante, pero carente de mal gusto, y de deseo de herir al adversario, a todos nos iría mejor

Si en lugar del insulto grosero, el trazo grueso, la descalificación personal, el odio al otro, y demás degradaciones del debate político, la oratoria parlamentaria estuviera impregnada de humor e ironía, punzante, pero carente de mal gusto, y de deseo de herir al adversario, a todos nos iría mejor. Si en lugar de ser tan maleducados trataran elocuentemente de destacar las carencias o contradicciones de los discursos adversos, y proponer alternativas propias, quizá, y tan solo quizá, la convivencia sería más soportable.

 Añadir ligereza humorística a cualquier conversación, por muy trascendental e importante que sea, no disminuye su valor, tan solo pone de relieve que por muy diferente que seamos, por muy contradictorias que sean nuestras posiciones, siempre hay tiempo para reírnos un poquito de ellas,  comenzando por nosotros mismos. Reírse de los demás sin la autocrítica humorística de las carencias o errores propios es indigno.

Donde se celebra la vida y las anécdotas felices, y las amargas lágrimas quedan enjuagadas por la dulzura de las sonrisas compartidas con el ser querido que hemos perdido, pero cuyas alegrías compartidas nunca se irán

Una sonrisa a tiempo posee un poder sanador tal, que bien empleada, en los momentos adecuados, con las personas apropiadas, es capaz de borrar de un plumazo los nubarrones con los que cada mañana acostumbramos a levantarnos en la sociedad de las prisas y la amargura en lo que estamos instalados, contagiándonos unos a otros de un virus que si no nos mata a través del aire que respiramos, terminará por matarnos a base de la mala leche que se convierte en nuestra segunda naturaleza. Un poco de humor puede alumbrar, aunque sea con un breve rayo de luz, los nubarrones de la tormenta más oscura. Benditas aquellas sociedades donde los funerales son lugar donde lo sombrío deja lugar a la calidez de las anécdotas y risas compartidas. Donde se celebra la vida y las anécdotas felices, y las amargas lágrimas quedan enjuagadas por la dulzura de las sonrisas compartidas con el ser querido que hemos perdido, pero cuyas alegrías compartidas nunca se irán.

 Cuando la memoria comienza a dejar caer los recuerdos en sus huecos del olvido, por vejez, enfermedad o agotamiento existencial, lo último que perderemos, que conservaremos hasta el postrero aliento son las risas desbocadas en los momentos más tiernos compartidos, las sonrisas inesperadas de la gente que hemos amado. Hughes Langston, escritor y poeta estadounidense, equipara al humor a ese maravilloso olor a aire limpio que despeja los ambientes cargados de nuestra existencia: como grata lluvia de verano, el humor puede limpiar y refrescar de pronto la tierra, el aire y a ti.

Quien no necesita debilitar al otro para justificar su autoridad, su personalidad, su jerarquía, es realmente aquel que merece el lugar que ocupa. Todo aquél que ofende o denigra para justificar su lugar en este mundo ni lo merece ni lo conservará la final

El humor también, como casi cualquier cosa buena de nuestra vida, puede ser empleado incorrectamente. Lo hacen aquellos que se ríen de las desgracias ajenas porque no se soportan a sí mismos. Lo hacen aquellos cuyos prejuicios ciegan cualquier buen juicio que debieran tener, y no encuentran más motivo de regocijo que reírse de los que consideran más débiles, diferentes, o que simplemente no comprenden. Mediocridad elevada al cubo: reírse de aquellos que no pueden defenderse, de los más débiles, muestra más las taras propias que las debilidades ajenas. Los que suelen emplearlo para enmascarar sus mediocridades y máculas, su odio a lo diferente, suelen ser los mismos que se ofenden a la primera cuando alguien les señala algún defecto propio. Son incapaces de reírse de sí mismos. No aceptan sus propias debilidades y contradicciones y por eso se pasan la vida señalando las ajenas. Triste destino el suyo a los que no deberíamos reírles la gracia que no tienen. Decía el querido humorista hispano Máximo que el humor es la única arma que les queda a los débiles frente al poder opresor. El poder no usa el humor, porque el poder no admite bromas. El poderoso que trata de justificar sus acciones ofendiendo al que es más débil muestra las grietas de un armazón que se descompone. Quien no necesita debilitar al otro para justificar su autoridad, su personalidad, su jerarquía, es realmente aquel que merece el lugar que ocupa. Todo aquél que ofende o denigra para justificar su lugar en este mundo ni lo merece ni lo conservará la final.

Nadie más que nosotros mismos merecemos ser la primera víctima del humor, siempre que tratemos de reírnos de nosotros mismos para aligerar nuestros pesos, no para hundirnos aún más

El sentido de nuestro humor debería ser elegido con el mismo cuidado con el que elegimos con qué nos vestimos para cada ocasión. Elegante cuando la ocasión lo merece, en aquellas puestas en sociedad donde la conversación fluya con la naturalidad que debería. Sarcástico cuando pretendan hacernos quedar mal para otros sentirse bien. Irónico cuando la seriedad de un debate merezca un aderezo punzante. A veces más ligero, a veces más cargado moralmente, pero nunca hiriente sin necesidad, y nunca con el más débil como diana. Si has de emplearlo para desbrozar el odio ajeno, asegúrate de utilizarlo con quien se emplea con crueldad y a destiempo, y nunca con quien no lo merezca. Y nunca, nunca debemos olvidarnos de emplearlo en primera persona. Nadie más que nosotros mismos merecemos ser la primera víctima del humor, siempre que tratemos de reírnos de nosotros mismos para aligerar nuestros pesos, no para hundirnos aún más. Cuando nos hayamos dejado llevar por el mal humor que envenena cualquier acción, no solo pongámonos en lugar ajeno, pensemos en cómo nos sentaría esa broma sobre cualquiera de nuestros ropajes existenciales, con los que ocultamos lo que no deseamos que sea chanza de nadie. Nunca hagas a los demás lo que no deseas que te hagan a ti, Kant dixit, más o menos.

El sentido del humor nunca debemos perderlo, nunca debemos emplearlo mal, y siempre hemos de reírnos primero de nosotros mismos, esa la clave para desvelar y sobrevivir al (sin) sentido de la vida. Ni más ni menos. Estos son mis principios para disfrutar de buen humor, y si no le gustan tengo otros, dijo el filósofo Marx de nombre Groucho.

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”