'¿La salud es lo primero?'

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 22 de Octubre de 2021
Personal sanitario en el aplauso diario durante el confinamiento.
EDUARDO BRIONES/E.P. ARCHIVO
Personal sanitario en el aplauso diario durante el confinamiento.

Hace un año y  medio los medios de comunicación nos informaron de que era necesario un encierro en casa casi total para evitar que una pandemia mermara buena parte de la humanidad y que colapsara la sanidad. Durante todo este tiempo, los profesionales de este sector se han desvivido por sacar a flote a los enfermos sin todas las herramientas o instrumental necesario. Han clamado para pedir más medios, han criticado que no daban abasto, se les ha admirado y considerado héroes y, ahora, antes siquiera de que todos hayamos podido pasar página, de la noche a la mañana, nos enteramos de que en Andalucía sólo van a renovar a 4000 de los 12000 contratos que finalizan el 31 de octubre, es decir que 8000 se irán a la calle. Y no solo eso. Los que se quedan, además de otros 4000 cuyos contratos expiran en seis meses, también serán despedidos al acabar ese plazo. Esa es la grata noticia con la que el Gobierno quiere premiar la excelsa labor de los profesionales sanitarios que han trabajado todo este tiempo en los hospitales públicos de esta comunidad para sacar adelante la mayor crisis de este tipo del último siglo. Dentro de seis meses contaremos con 20.000 profesionales menos para atendernos.

Estos profesionales se enfrentaron a decisiones surrealistas y terribles como tener que elegir a qué paciente facilitarle un respirador y aumentar así sus posibilidades de vida cuando el número de estos artilugios estaba excesivamente acotado. Salimos todos diariamente a aplaudirles, con los políticos a la cabeza...

Hace año y medio nos hartamos de escuchar las mermadas cifras de camas disponibles por habitantes porque el sistema sanitario español no se acercaba ni de lejos a los porcentajes de países del norte de Europa y nos lamentamos de no haberlo construido con una base más sólida, de carecer del entramado y el instrumental suficiente para atender a todo el mundo.

Estos profesionales se enfrentaron a decisiones surrealistas y terribles como tener que elegir a qué paciente facilitarle un respirador y aumentar así sus posibilidades de vida cuando el número de estos artilugios estaba excesivamente acotado. Salimos todos diariamente a aplaudirles, con los políticos a la cabeza y, pese al refuerzo de los especialistas, seguíamos sufriendo la terrible imagen de una ristra de cadáveres que fallecían solos en hospitales porque los médicos, enfermeros y auxiliares estaban desbordados y se veían incapaces de ofrecer parte de su tiempo a dicho menester.

Hemos visto el horror de personas que desarrollaban tumores y fallecían sin pruebas médicas porque no había espacio para ellos, de enfermedades que se cronificaban o alargaban en exceso, del temor a ir a un hospital por no contagiarnos, con el consiguiente sentimiento de culpabilidad e impotencia que eso ha generado en todo el sector de la salud.

Durante todos estos meses nos han llenado la cabeza con los riesgos, con la posibilidad de que llegue otra pandemia, con lo que hay que aprender, con la necesidad de prepararse mejor antes de que se repita algo semejante y nuestros representantes políticos, esos que se han puesto todas las medallas de los sanitarios, los que han hablado por su boca...

Durante todos estos meses nos han llenado la cabeza con los riesgos, con la posibilidad de que llegue otra pandemia, con lo que hay que aprender, con la necesidad de prepararse mejor antes de que se repita algo semejante y nuestros representantes políticos, esos que se han puesto todas las medallas de los sanitarios, los que han hablado por su boca, los que les han obligado a trabajar sin el instrumental más elemental, ahora tienen la desfachatez de quitarnos de un plumazo todo ese refuerzo para que los plazos de atención a los pacientes se vayan alargando, para que los profesionales sanitarios sigan emigrando a otras Comunidades Autónomas o a otros países donde los aprecien más, mientras el resto de la sociedad contemplamos atónitos un ejercicio de hipocresía y crueldad que nos conducirá a una sanidad pública de segunda. Si durante la pandemia hemos tenido la paciencia de ver que la asistencia primaria era muy deficiente, nos atendía precariamente y por teléfono, que equivocaba diagnósticos e incitaba a la automedicación, en los próximos meses presenciaremos un nuevo proceso: ver cómo se alargan unas listas de espera ya de por sí kilométricas para cualquier operación o cita hospitalaria, cargarnos aún de más paciencia cuando vayamos a Urgencias de un centro público, pelearnos con el que menos culpa tiene por no recibir la atención adecuada.

Todo el mundo cuando le preguntan qué tal está en lo primero que piensa es en la salud, si hablas con alguien de sus expectativas de futuro es el tema prioritario, incluso cuando pensamos en el genio de la lámpara para pedirle un deseo, ese asunto está por delante del resto. Entonces, ¿por qué no somos coherentes y exigimos una sanidad pública de primer nivel?

Entonces, ¿por qué no somos coherentes y exigimos una sanidad pública de primer nivel?

¿Acaso hay algo más importante? ¿Adónde irán a parar los recursos que nuestros representantes públicos han destinado hasta ahora a salud?

A veces pienso que en algún momento del día quizás se inyecta a cada persona sin que lo sepamos una dosis de indolencia para restarnos la capacidad de respuesta. Los sindicatos ya han anunciado movilizaciones, pero el resto de la población debería estar ahí, a la cabeza, si fuera consecuente con lo que nos jugamos. Por desgracia, parece que cada cual sigue demasiado ocupado con evitar que le roben las migajas que le están arrojando porque piensa que el enemigo es su vecino, su amigo o quien está a su lado porque cree que es quien le puede quitar lo poco que tiene; lo que no se le ocurre es levantar la cabeza para contemplar a quienes están lanzando esas migajas y deciden cómo, cuándo, a quienes y cuántas arrojan.

Un día quizás empecemos a ser conscientes de nuestro poder y nos demos cuenta de que nosotros somos la mayoría y, por tanto, tenemos la capacidad de imponernos. El único problema es que tal vez sea ya demasiado tarde.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).