Qué harías si…(Experimentos morales)

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Viernes, 13 de Mayo de 2016
'Experimentacion VI', de Juan Manuel Bolaños Pérez.
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'Experimentacion VI', de Juan Manuel Bolaños Pérez.

Los científicos tienen sus laboratorios, con todas sus complejas y eficaces máquinas e instrumentos, para realizar experimentos y desvelar cómo la naturaleza responde a las preguntas que nos permiten desvelar sus secretos, y con un poco de suerte aprender a predecir su comportamiento. Un método aparentemente aséptico y seguro. Al fin y al cabo, si algo no funciona, no hay daño alguno, todo queda confinado a las cuatro grises paredes del recinto. Otro asunto es el uso que les demos a esos descubrimientos. Predecir comportamientos parece ser el santo grial de la ciencia, del método científico, imitado por esas otras aspirantes a ciencias que reciben el calificativo de humanas o sociales. Aquí tendríamos, por ejemplo, a la economía que, en base a modelos matemáticos y estadísticos, establece hipótesis del comportamiento de los mercados, dejando a un lado, que al igual que los hombres con bata del laboratorio, los hombres con corbata que dictan sentencia con sus modelos predictivos, tienen sus ideologías y sus prejuicios, que quieran o no determinan la elección de los instrumentos y de las hipótesis de partida, y por tanto de los resultados. La diferencia es que los economistas suelen salir de las cuatro paredes de su oficina, y deciden probar con la connivencia de esa otra ciencia humana, la política, sus hipótesis con toda la sociedad humana como conejillos de indias. Y si los resultados no son los apetecibles, más pronto que tarde la culpa la tendrán los erráticos comportamientos de esos delirantes humanos, que tan sólo quieren encontrar una salida digna, del laberinto en el que esos oficinistas de los mercados nos tienen atrapados como su laboratorio de pruebas.

Pero, qué ocurre que con las previsiones de los comportamientos humanos ante los dilemas morales. Parecería poco ético utilizar a seres humanos para experimentar en situaciones reales. Se supone que los filósofos, tenemos un poquito más de ética, sea cual sea nuestro modelo. Así que, a la hora de calcular por dónde andan nuestros barómetros morales, de hecho, y no de boquilla, tendremos que atenernos a lo que vemos,  y a lo que pasó en la historia o en nuestra vida. Seamos más aristotélicos que kantianos, más nietzscheanos que kantianos, o sigamos los sabios consejos de nuestra abuela, que también valen,  hemos de esperar que en nuestros comportamientos morales seamos capaces de inclinar la balanza del querer de nuestra voluntad un poco más allá de lo que es, hacía lo que debe ser. En cualquier caso, hay situaciones límites, en las que la única manera de testar ese barómetro es a través de experimentos mentales que nos sitúen en la tesitura de testar nuestro comportamiento moral. Veamos algunos de ellos, e invitémonos mientras los repasamos, a decidir qué haríamos nosotros. Es un juego, sí, pero que podría indicarnos algo sobre nosotros mismos, si tenemos el valor de no hacer trampas y ser sinceros en las respuestas.

Philippa Foot es una filósofa británica, fallecida no hace muchos años, que diseñó uno de esos experimentos mentales de carácter moral, más jodidos, si se me perdona la expresión. Imaginemos un tren desbocado que se dirige a una bifurcación, si sigue su camino atropellará a cinco personas, si cambiamos la dirección y va por el otro camino (nosotros estamos al lado de la palanca que lo hace) atropellaría a una persona únicamente. ¿Qué haríamos?, en principio pensaríamos que hemos actuado moralmente al mover la palanca. O al menos eso parece decirnos nuestras intuiciones éticas más arraigadas a las entrañas. Aunque también es posible decidir no hacer nada y mantenernos al margen, que es lo que en nuestra vida cotidiana, con dilemas morales que afectan a la vida de otros, solemos hacer. Y, sin embargo, se pregunta la pensadora, por qué no consideramos ético matar a una persona sana, si quieres añadir complejidad al dilema, que es un asesino, para salvar a través de la donación de sus órganos a cinco enfermos en peligro de muerte, que no han hecho daño a nadie en su vida.

Otra filósofa, en este caso norteamericana, Judith Jarvis Thomson retuerce aún más el problema original. Volvamos al escenario del tren, en este caso no hay palanca, pero empujar a una persona que está a nuestro lado y que el tren la atropellara evitaría la muerte de las otras cinco. En principio, nos horrorizaría algo así, sin embargo, como en los casos anteriores las consecuencias son las mismas, salvar cinco personas a costa de una. Es uno de los problemas que tienen las éticas que miden las acciones por las consecuencias, y las valoran cuantitativamente, en lugar de establecer fronteras previas a cualquier acción.

La diferencia entre éticas deontológicas y consecuencialistas se encuentra en la base del dilema. Unas marcan unos márgenes de comportamientos previos a cualquier acción, que nos indican la acción correcta o adecuada, por ejemplo las éticas inspiradas en Kant. Las segundas deciden la bondad o maldad de una acción moral a través del cálculo de las consecuencias de la acción, según pensadores, pueden ser cálculos más cuantitativos o más cualitativos.

Nigel Warburton, en Una pequeña historia de la filosofía pone dos ejemplos reales relacionados con el dilema antes planteado. En la Segunda Guerra Mundial los británicos tuvieron la oportunidad a través de un agente doble de engañar a los nazis haciéndoles creer que sus bombas estaban cayendo muy al norte y así, que éstos cambiaran sus objetivos y sus bombas causaran daños en zonas menos pobladas. Decidieron no hacer nada. En 1987, en Zeebruggue, un ferry naufragó en aguas heladas, un joven quedó paralizado más de diez minutos subiendo una escalera de cuerdas, taponando el acceso a la salvación de decenas de personas. Ante la posibilidad, bastante cierta, de morir congeladas, decidieron arrojar al joven de la escalera, ellas se salvaron, el joven murió.

Pero no todos los experimentos mentales de carácter moral que se inventan los filósofos son tan sanguinarios, algunos pretenden desde la racionalidad, más que desde las entrañas y las emociones, hacernos reflexionar sobre los comportamientos egoístas en nuestras sociedades. John Rawls concibió un experimento para todos nosotros, y lo llamó Posición Original. Es bien simple; imagina que tienes que diseñar tu sociedad ideal, pero con un velo de ignorancia no sabes cuál será tu estatus en esa sociedad; si serás rico o pobre, hombre o mujer, homosexual o bisexual, si tendrás alguna discapacidad o no, si serás atractivo o normalillo. Si la gente fuera honesta al realizar este experimento mental y suspendiera su situación actual real, toda persona razonable establecería su sociedad ideal en torno a dos principios, Libertad e Igualdad. Lo que permitiría a todos los miembros de esa sociedad un mínimo de dignidad, independientemente de sus condicionamientos personales, económicos o sociales.

Peter Singer, filósofo australiano, pretende hacernos reflexionar a través de otro pertinente experimento mental de consecuencias morales; Oímos gritos de un niño que ha caído a un estanque profundo y embarrado, a pesar de que lanzarnos al agua y salvar al niño nos haría llegar tarde a una cita importante y que estropearíamos esas estupendas deportivas que tanto dinero nos han costado, la gran mayoría lo haría sin dudarlo un instante. Sin embargo, cuántos de nosotros colaboramos, con mucho menos dinero de lo que nos costaron esas zapatillas, con organizaciones que con ese dinero podrían salvar a un niño de morir de hambre. Para Singer, la única diferencia es que en un caso el niño lo vemos y en las otras circunstancias, preferimos cerrar los ojos y hacer como si no existieran, pero el dilema moral es el mismo. O como dice el conocido refrán, ojos que no ven, corazón que no siente.

En realidad, estos experimentos mentales de carácter moral, los hacemos más frecuentemente de lo que creemos, pero con la comodidad de no aplicarlos en primera persona y hacerlo a través de los personajes de ficción. Una de las claves por las que dos de las series más exitosas actuales, Juego de Tronos y The Walking Dead, tienen públicos tan amplios y diversos, a pesar de ser series de género, fantasía y terror, y por tanto más proclives a atraer un público más determinado, son las torturas morales  a las que se ven sometidos los personajes. Más allá de ser buenos o malos, las circunstancias, o esos crueles guionistas que parecen haberse empapado de las peores pesadillas de los filósofos morales, les obligan a tomar constantemente decisiones que traicionan o retuercen todo lo que en su momento creían correcto. Es más cómodo verse en esta situación a través de los ojos de personajes de ficción, que en los propios. Pero no deberíamos dejar de practicar, de vez en cuando, algunos de estos experimentos mentales y compararlos con nuestra propia tabla de valores. Con un poco de honestidad, y la ayuda tan sólo de nuestra consciencia, deberíamos ser capaces de evaluar hasta qué punto, somos personas con valores morales (sean los que sean) o no.  La filosofía, y la ética como una de las ramas más importantes de la misma, se basan en una premisa irrenunciable; nunca dejar de preguntar, al mundo, a los otros, a nosotros mismos, con una única condición en mente, la honestidad, y con un único baremo corrector, la duda. Hagámoslo con un poco más de frecuencia y aprendamos de nosotros mismos, en qué debemos mejorar.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”