Sierra Nevada, Ahora y siempre.

'De qué estamos hablando cuando hablamos de libertad'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 8 de Agosto de 2021
 'La libertad no consiste tanto en hacer lo que dicta la propia voluntad cuanto en no estar sometido a la de otro; así como en no someter la voluntad de otro a la nuestra. Ningún amo puede ser libre'. Rousseau, Cartas desde la montaña.

Enarbolar la bandera de la libertad ante las restricciones provocadas por la pandemia, le sirvió a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, para arrasar en las elecciones a su Comunidad. Una única idea, un único lema, el de la libertad para los madrileños, con la imaginería de poder tomarse una caña de cerveza ante las restricciones a la hostelería, le sirvió para entusiasmar a propios y extraños. Que la libertad consista en poder tomarse una cerveza en medio de la peor crisis sanitaria del último siglo, con millones de muertos en el mundo, por encima de los ochenta mil en España, sería el argumento perfecto para un irónico capítulo de los Simpson, que entre amargas sonrisas nos obligara a reflexionar hasta qué punto el egoísmo nos arrastra a la miseria moral. Hasta qué punto el egoísmo de hacer lo que nos dé la gana, cuándo nos dé la gana, porque no tenemos que responder ante nadie, y menos ante el opresivo poder del Estado, se convierte en un arma de destrucción masiva de la decencia moral, y de la libertad de los demás, incluido el derecho a la libertad de no terminar en un hospital, en la UCI, o en la funeraria por culpa de la irresponsabilidad ajena.

No comprender la excepcionalidad que supone una pandemia en el ejercicio de estos derechos, es no comprender el principio de la libertad entendida no como un derecho individual, sino colectivo

De individuos anclados al egocentrismo, tan habitual en el ser humano, se puede esperar algo así, pero cuando nuestros representantes políticos utilizan lo peor que hay en nosotros, esa miseria moral disfrazada de libertad, que demuestra la indiferencia ante el padecimiento ajeno, para maximizar sus opciones de victoria, nos acercamos a tiempos peligrosos para la democracia y para la libertad. No la banal convertida en meme cervecero por el populismo de Ayuso, sino aquella que comprende que nadie puede ser libre mientras siga existiendo una persona que no lo sea. Toda limitación a la libertad individual sin duda es peligrosa, de ahí la necesidad de un Estado democrático con un poder judicial independiente, que garantice que no se extralimiten los poderes públicos a la hora de ejercer la coerción en libertades individuales. Pero, no comprender la excepcionalidad que supone una pandemia en el ejercicio de estos derechos, es no comprender el principio de la libertad entendida no como un derecho individual, sino colectivo. En la medida que formas parte de una comunidad, y que tus acciones afectan gravemente la vida de aquellos con los que convives, o se establece un respeto mutuo entre libertades individuales, y excepciones, cuando hay situaciones dramáticas, o la responsabilidad, inherente al ejercicio de la libertad, queda en el limbo, jurídico y moral.

Por no hablar de las mentiras enarboladas por la extrema derecha que llevan al odio a menores, por el mero hecho de ser extranjeros y huir de la miseria y la guerra, y se disculpan judicialmente porque entran en el 'debate político'

Otra cuestión a debatir, y a tomar en cuenta, es la curiosa persecución que ha existido a la libertad de expresión cuando se trata de proteger a los católicos, por poner un ejemplo entre otros, que se ofendían ante determinadas expresiones artísticas, o a aquellos que han  criticado duramente determinadas instituciones, como la monarquía. Podemos, sin duda, decir que el mal gusto puede estar presente en algunas críticas artísticas o en algunos tweets presuntamente amparados por la libertad de expresión, pero el mal gusto no tiene nada que ver con el derecho a la libertad, ni da derecho a nadie a sentirse ofendido, por mucho que a veces nos dejen perplejos determinadas resoluciones judiciales. Por no hablar de las mentiras enarboladas por la extrema derecha que llevan al odio a menores, por el mero hecho de ser extranjeros y huir de la miseria y la guerra, y se disculpan judicialmente porque entran en el debate político. Sin embargo, parece que cuando excepcionalmente se nos impide tomar una caña en determinadas circunstancias, eso pone en peligro la democracia liberal de nuestro Estado. No se trata de proteger tu vida, con la que puedes hacer libremente lo que quieras, y ponerla en peligro siempre que lo desees, efectivamente, pero lo que no deberías poder, es poner en jaque vidas inocentes.

Para comprender adecuadamente de qué estamos hablando cuando hablamos de libertad, más allá de poder tomarnos una caña, irnos de fiesta, y contagiar a propios y extraños, merece la pena recuperar la noción de libertad tal y como la entiende un movimiento, el republicanismo cívico, del filósofo canadiense Philip Pettit

Para comprender adecuadamente de qué estamos hablando cuando hablamos de libertad, más allá de poder tomarnos una caña, irnos de fiesta, y contagiar a propios y extraños, merece la pena recuperar la noción de libertad tal y como la entiende un movimiento, el republicanismo cívico, del filósofo canadiense Philip Pettit, que tuvo un momento de gloria a principios del nuevo siglo en el que pareciera que era posible alcanzar una nueva ilustración en derechos y libertades compatibles con políticas de bienestar social. Esperanzas que pronto se verían arrasadas por la crisis provocada por la voracidad del capitalismo financiero en 2008. Confiemos en que las lecciones aprendidas de esa crisis le sirvan a Europa para poner el foco donde hay que ponerlo. Lección que es fácil resumir: más nos vale salvar a las personas que a las multinacionales y a los grandes conglomerados empresariales. Ninguno de ellos, por cierto, ha sufrido la más mínima merma en sus beneficios durante la pandemia. Si acaso han incrementado sus beneficios. El capitalismo ha disfrutado de libertad sin límites, la clase media y los trabajadores, sin embargo, se han visto serenamente castigados y su libertad mermada en lo más importante, tener lo mínimo para poder vivir con dignidad. ¿No es la verdadera libertad proteger a los que tienen poco o nada de la avaricia de los que poseen mucho y ambicionan aún más?

En el liberalismo más clásico se prioriza la noción de libertad de una manera negativa; el individuo no debe ser sometido a ningún tipo de restricción que suponga una merma de su libertad por parte de poderes coercitivos gubernamentales. En el republicanismo cívico el problema de la libertad va más allá de esta limitada perspectiva liberal; lo importante es disponer de recursos que te permitan no depender, a la hora de elegir cómo vivir,  de otros que te dominan e interfieren en tu libertad, que deciden por ti. Deciden por un hecho muy simple, ellos tienen poder, tú no. Cuando apenas tienes nada la dignidad sale por la ventana. Si quieres sobrevivir en el capitalismo financiero has de aceptar que estás sometido, no al poder del Estado, sino al de aquellos que controlan el sistema social en el que vives. Los antiguos republicanos romanos distinguían entre dominium e imperium al hablar del poder que interfiere con tu libertad. El imperium era el poder público, del que había que evitar el abuso, a través de instituciones intermedias, y estableciendo equilibrios y garantías. El dominium era cuando tu vida estaba a merced de otros individuos, o grupos de individuos, que tenían capacidad de interferir en tu destino, te convertían en esclavo, real o virtual, en siervo, al poseer control sobre aquello que te impide tener un mínimo que te permita tener una  vida digna. Se nos olvida en tantas ocasiones que la libertad en el mundo moderno, y e inclusos en los países más desarrollados, es un lujo que no tantos se pueden permitir, al no disponer de capacidad real para poder elegir su destino.

Esa es una cuestión moral, de responsabilidad, porque tus acciones pueden repercutir gravemente en otros, no porque se ofendan, que al fin y al cabo es una cuestión de lo fina que tengas la piel y lo que te moleste que otros no piensen igual que tú

Para el republicanismo cívico la libertad es la exigencia de poder mirar directamente a los ojos de los poderosos, que tienen instrumentos para controlar tus decisiones vitales. Y solo nos basta mirar a nuestro alrededor para constatar que constriñen nuestra libertad, nuestro derecho a una vida digna mucho más que los poderes del Estado, especialmente cuando éste no establece medidas activas para luchar contra el dominium que existe en nuestras sociedades. El derecho a ser libre es también el derecho a no sentirte dominado por esta interferencia de otros individuos en tu vida y en tu salud. Philip Pettit lo define con claridad: Una persona o grupo dominan a otra persona en la medida en que posean el poder de interferir arbitrariamente y sin control en la vida de dicha otra persona. Solo por el mero hecho de poseer dicho poder sobre ella serán capaces de asegurarse de que se comporte de acuerdo a sus preferencias y ejercerán un control externo de su vida.

Este es el verdadero problema de la libertad, no el no poder tomarse una caña en plena pandemia. Esa es una cuestión moral, de responsabilidad, porque tus acciones pueden repercutir gravemente en otros, no porque se ofendan, que al fin y al cabo es una cuestión de lo fina que tengas la piel y lo que te moleste que otros no piensen igual que tú. Tus libres acciones repercuten en otros porque pones en peligro vidas ajenas, así de simple, así de sencillo. Se puede ser irresponsable por falta de educación, por dejar que tus deseos te dominen ante cualquier consecuencia, por ignorancia, por fanatismo, que te lleva a poner tus creencias por encima de otros, a cualquier precio, y por tantos otros motivos. Pero, la libertad es responsabilidad social, es poder mirar a cualquiera  a los ojos sin miedo a que el poder que tiene decida por ti. La irresponsabilidad no es libertad, es  mera irresponsabilidad, no creer que la libertad es poder hacer lo que te dé la gana con una pandemia azotando el mundo. Estaría bien este verano reflexionar un poco, entre tanto ruido político y mediático, para saber de qué hablamos cuando hablamos de libertad.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”