'La picaresca y la necesidad de una vacuna moral'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 31 de Enero de 2021
Llegadas de las primeras vacunas a Granada, en diciembre pasado.
ALEX CAMARA / EUROPA PRESS
Llegadas de las primeras vacunas a Granada, en diciembre pasado.
'En todo caso, la priorización en la distribución de las vacunas debe llevarse a cabo con especial atención no solo a criterios científicos, clínicos y económicos, sino también éticos y legales. Y a estos efectos, los principios de igualdad, equidad, necesidad, beneficio social y reciprocidad tienen un significado específico en el contexto del acceso a la atención de la salud'. Declaración del Comité de Bioética de España sobre la estrategia de vacunación frente a la COVID-19 y, en especial, sobre la priorización de la vacunación.

Políticos, militares, eclesiásticos, funcionarios, y hasta algún despistado que pasaba por allí, se han vacunado saltándose el protocolo con una picaresca muy propia de la tradición española. Cada día nos despertamos con nuevos casos de estos pícaros, de los que conocemos solo la punta del iceberg. No todos los casos son iguales, y no todos merecerían el mismo tipo de reproche desde un punto de vista moral, político o social, pero casi todos ellos demuestran el egoísmo, la inmadurez y la atrofia moral de una sociedad que cuando se ahoga, en lugar de buscar colaborar y priorizar a los más vulnerables, para salvar al máximo posible, prefiere ahogarse, buscando salvarse cada uno por su cuenta, o gritando reproches a los que están dejándose la piel tratando de encontrar salvavidas. La brocha gorda, desgraciadamente, es común en política, o en las redes sociales, pero no casa bien con la ética, dada su complejidad. De ahí que para evitar el ruido que tanto daño hace a la convivencia, tratemos de discernir qué está fallando y juzgar adecuadamente la validez moral de nuestras acciones y de las ajenas. Quizá eso nos ayude a encontrar una vacuna moral que nos inmunice ante esta epidemia del sálvese quien pueda, y del yo me vacuno me toque o no, afecte o no a otros que lo necesitan más, y que lluevan chuzos de punta después.

¿Qué ha fallado? ¿Los protocolos, la práctica de los mismos o que la atrofia moral de una parte de nuestra sociedad termina por corromper cualquier bienintencionada y solidaria iniciativa? Un poco de todo, aunque cualquier que lea con atención el protocolo elaborado por el Comité de Bioética admitirá que desde un punto de vista moral es impoluto, uno de los más equitativos y justos, priorizando al más vulnerable, de los que se han aprobado en los países en los que ha comenzado la vacunación

¿Qué ha fallado? ¿Los protocolos, la práctica de los mismos o que la atrofia moral de una parte de nuestra sociedad termina por corromper cualquier bienintencionada y solidaria iniciativa? Un poco de todo, aunque cualquier que lea con atención el protocolo elaborado por el Comité de Bioética admitirá que desde un punto de vista moral es impoluto, uno de los más equitativos y justos, priorizando al más vulnerable, de los que se han aprobado en los países en los que ha comenzado la vacunación. La teoría es buena. La práctica, por la picaresca y la torpeza o incompetencia de algunos responsables políticos, no tanto. El protocolo base, que está abierto a la evolución de las circunstancias, podría haber afinado más de inicio, ser más explícito, y probablemente en las próximas semanas se adaptará. Sea a nivel estatal o en las Comunidades Autónomas, que no olvidemos son las responsables de llevar a la práctica estos protocolos. Se irán afinando las grietas y las lagunas legales que permiten los abusos, debido más que nada a la indignación social, no a que los pícaros hayan dado un paso adelante y reconocido su error o malicia moral. Algunas Comunidades Autónomas ya han comenzado a afinar, aunque siguiendo diferentes criterios, y lo lógico es que para evitar agravios, deban unificarse, y eso es responsabilidad del Estado. Toda la ciudadanía merece tener, independientemente del territorio donde viva, en algo tan crucial, cuestión literalmente de vida o muerte, garantías de equidad y justicia en el trato y prioridad ante las vacunas. Los expertos que elaboraron el informe pensaron que la principal dificultad a la que se enfrentarían era el temor a las vacunas, su rechazo, debido a la campaña de desinformación que cuando se elaboró, diciembre del 2020,  saturaba las redes sociales. Nunca creyeron que se produciría esta oleada de comportamientos inmorales. Quizá por creer que somos buenos por naturaleza, que la pandemia nos habría enseñado valores como la solidaridad, o por anteponer al más vulnerable por encima de nuestros caprichos o deseos, quizá porque sean optimistas por naturaleza, quién sabe.

Se decidió, aunque legalmente hubiera cobertura para lo contrario, que la vacunación no fuera obligatoria, que no es lo mismo que decir que sea totalmente voluntaria. Vacunarse masivamente es imprescindible, no solo para salvar vidas, sino para salvar de la quiebra a nuestro país. Aquellos que se niegan por motivos espurios o conspiranoicos a ponerse la vacuna no dejan de ser tan egoístas o inmorales como los que se vacunan adelantándose en la fila. Personas que le roban esa vacuna, ahora tan escasa, a quien más la necesita. En ambos casos la impudicia moral y el egoísmo ganan la partida. No son el tipo de personas que uno quisiera tener de responsables de nada, público o privado, ya que ante todo miran por sus propios intereses, los de los demás ya vendrán o no.

Si los acuerdos tuvieran la trasparencia ética y legal que debieran estas sospechas no se producirían, o al menos tendríamos claro el villano. Al menos sabemos que los ciudadanos europeos, más temprano que tarde, recibiremos suficientes dosis para inmunizar a la mayoría de la población

La vacuna es la única solución que un año después de comenzar la pandemia está en nuestras manos para salir de esta hecatombe. Y a la picaresca de los que se saltan la cola, poniendo en peligro a los más vulnerables, se ha añadido que las dosis prometidas no llegan en los plazos. Desgraciadamente el capitalismo financiero, no podría ser menos, está interviniendo, y hay sospechas de que los laboratorios y las farmacéuticas, que no olvidemos cotizan en bolsa y por tanto priorizan los beneficios de sus accionistas, no juegan totalmente limpio. Evidente es que algo raro ocurre, dado que la Unión Europea está con la mosca detrás de la oreja porque se retrasan los plazos prometidos de suministro de vacunas, debido a la sospecha que algunos viales van a países que les pagan más bajo cuerda, o bien que las farmacéuticas quieren aprovecharse de la extrema necesidad para renegociar y sacar más dinero del previamente pactado, o ambas cosas. Si los acuerdos tuvieran la trasparencia ética y legal que debieran estas sospechas no se producirían, o al menos tendríamos claro el villano. Al menos sabemos que los ciudadanos europeos, más temprano que tarde, recibiremos suficientes dosis para inmunizar a la mayoría de la población. A pesar de que es difícil, rodeados como estamos de tragedias propias, tan cercanas, deberíamos dedicar algún minuto de nuestro tiempo, más allá de la indignación porque la vacunación no vaya todo lo rápido que debe, a pensar en todos aquellos países sin recursos suficientes para comprar vacunas, salvo para las elites que como siempre se buscarán la vida. Y de paso recordar que en una pandemia nadie está a salvo del todo si la vacuna no inmuniza a la población mundial. No somos ya, ni nunca más lo seremos, aldeas alejadas y aisladas unas de otras.

Si han abusado de su cargo político, o jerárquico, en la iglesia o el ejército, o donde sea, deben dimitir, o ser cesados. Ahora bien, dos errores no se convierten en un acierto, y menos moralmente hablando. No darles la segunda dosis de la vacuna es otro error. Primero, porque no se puede responder al mal con el mal. Segundo, porque lo único que se consigue es desperdiciar la primera dosis, que sin una segunda pierde efectividad

Se ha debatido mucho, con declaraciones exacerbadas por la lógica indignación, qué hacer con aquellos vacunados que se saltaron el protocolo. La indignación, justificada o no, nunca es buena guía de actuación, ni en el ámbito del derecho, ni en el ético. Cada caso es diferente, cada responsabilidad por tanto también. Hay gente inocente a las que han llamado por no desaprovechar viales de vacunas. Falta de previsión de las administraciones, que no contaban con sustitutos de la misma necesidad y prioridad, que aquellos que, por lo que sea, han fallado. O bien, porque no habían planificado con la antelación debida un listado apropiado, ni han tenido un registro previo suficientemente acreditado y revisado ante diferentes eventualidades. También sabemos que algunas Comunidades Autónomas, como la andaluza, a pesar de estar avisadas de la necesidad de un tipo determinado de jeringuillas para aprovechar las dosis, admiten haber tirado un culillo. Culillo que podría haber salvado quién sabe cuántas vidas. Volviendo al dilema moral de los vacunados indebidamente, está claro que en estos casos la responsabilidad moral es menor, al haber sido llamados por esa falta de previsión, o incompetencia de los responsables. En otros casos la responsabilidad moral o política o legal, dependiendo del caso, es mucho mayor, ya que no pocos de los vacunados indebidamente se han saltado los protocolos, sencillamente porque podían hacerlo, dieran la excusa que dieran, porque tenían poder para ello o capacidad de intimidación ante los que decidían las listas. Lo grave es que aún no se han oído disculpas sinceras, admitiendo ese egoísmo y su embarazoso error, a los que han pillado. Todos creen haber tenido derecho a vacunarse, torticeramente retorciendo los protocolos, y si se han visto obligados a dimitir es por el ruido político o social,  no porque demuestren tener cargo de conciencia al haber actuado de manera corrupta, que es lo que han hecho. Es corrupción, dicho sin ambages. Si han abusado de su cargo político, o jerárquico, en la iglesia o el ejército, o donde sea, deben dimitir, o ser cesados. Ahora bien, dos errores no se convierten en un acierto, y menos moralmente hablando. No darles la segunda dosis de la vacuna es otro error. Primero, porque no se puede responder al mal con el mal. Segundo, porque lo único que se consigue es desperdiciar la primera dosis, que sin una segunda pierde efectividad. Y por tanto, para proteger a los demás debe proporcionárselas, y también, porque el daño de permitir que, a pesar de su egoísmo, queden expuestos a la COVID-19, es un castigo demasiado alto.

También lo es actuar con responsabilidad moral, seguir las normas que nos protegen tanto a nosotros, como a los demás, aguantar nuestras ganas de fiestas o reuniones sociales o familiares, y priorizar la salud, la vida, a estos deseos

La vida de muchísima gente está en nuestras manos, y administrar con sabiduría y solidaridad las vacunas, priorizando donde se debe, siguiendo escrupulosos criterios de equidad y justicia con los que más la necesitan, es un imperativo moral. También lo es actuar con responsabilidad moral, seguir las normas que nos protegen tanto a nosotros, como a los demás, aguantar nuestras ganas de fiestas o reuniones sociales o familiares, y priorizar la salud, la vida, a estos deseos. Y no lo estamos haciendo. Y caen en estos comportamiento algunos de los que critican duramente a los  impresentables que se vacunan indebidamente. Primero hay que mirar el comportamiento propio, luego juzgar a los demás. Hace mucho tiempo que está claro que algo falla en la educación de una sociedad que se insensibiliza ante depredadores que anteponen lo suyo a las necesidades de los demás, especialmente los que más lo necesitan, dejando expuestos a los vulnerables. Una educación moral que nos vacune ante estos comportamientos, desde niños, es una tarea que cualquier gobierno debería priorizar. No parece que esté en la agenda, ni se la espera, por desgracia. Luego no nos extrañemos que sigamos siendo el país de la picaresca y la inmundicia moral.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”