La nueva normalidad y la vieja necedad

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 17 de Mayo de 2020
Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid.
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Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid.
'Todos los días hay atropellos y por eso no prohíbes los coches'. Isabel Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid

'Si tratamos de convertir esto en una carrera, vamos a llegar donde nadie quiere llegar y acabará habiendo ese temido rebrote por tomar las decisiones de forma equivocada'. Fernando Simón, Director del Centro de Emergencias y Alertas Sanitarias

Decimos una necedad, y a fuerza de repetirla terminamos creyéndola, señalaba el filósofo ilustrado Voltaire. No sabemos hasta qué punto Díaz Ayuso se cree las cosas que dice, o dice lo primero que se le ocurre, y si cuela, cuela, al mejor estilo de Trump; el virus se extinguirá solo, como los dinosaurios, le faltó decir, o Bolsonaro al compararlo con una simple gripe que ya pasará. Es una obviedad, pero no por ello menos necesario recalcarla; estos tiempos, donde hemos perdido totalmente la brújula de la dignidad de la vida pública, son terreno abonado al cúmulo de sandeces que algunos y algunas, dicen. Entre tanto caos, tanta confusión, tanta violencia verbal, qué más da que el sentido común salte por los aires, y la necedad sea la regla y no la excepción. Preocupante en la vida social, dramático en política.

Si a eso le añadimos permitir que la ambición política personal, o partidista, desborde el interés por la salud pública, y que la responsabilidad y capacidad de pensar antes de hablar, presupuesta a un gobernante, quede arrinconada por su verborrea, no es de extrañar que la necedad sea el ingrediente esencial del ambiente social que vivimos

La sentencia de Voltaire, que pretende hacernos reflexionar ante el virus de la necedad, que parece tener poca cura, dado el nulo progreso desde los tiempos de la ilustración, es una frase pronunciada con el acento de una filosofía preocupada por las estupideces que la ignorancia puede causar en la salud del ser humano, y en su convivencia. Un pensamiento que pretende alertarnos de la necedad, que con la misma virulencia que una pandemia, y con igual agresividad, nos contagia. Si a eso le añadimos permitir que la ambición política personal, o partidista, desborde el interés por la salud pública, y que la responsabilidad y capacidad de pensar antes de hablar, presupuesta a un gobernante, quede arrinconada por su verborrea, no es de extrañar que la necedad sea el ingrediente esencial del ambiente social que vivimos. Pongamos un ejemplo, no es el único, valdrían de varios partidos, de todos los colores, pero si el más llamativo: Isabel Díaz Ayuso, responsable de gobernar la Comunidad Autónoma de nuestro país más afectada por la pandemia, cuyo compendio de frases, ocurrencias, sentencias estrambóticas, o como se nos ocurra llamarlas, ajenas a cualquier pizca de sentido común, encajarían en una comedia del absurdo, si no fuera por la inconsciencia de pronunciarlas en la situación en la que estamos. Más preocupada por el teatro de la exageración, por hacerse fotos como si fuera a asistir al casting de Bernarda Alba, o  de sesión para una especie de Instagram pop sobre la tragedia del Covid-19, que por gobernar.

En un escenario político normalizado, según el pie del cual cada uno cojea, podríamos ver esta sobreactuación con cierta comprensión, con ironía, o simplemente mirando a otro lado por la vergüenza ajena. En una situación dramática donde el barco se hunde, donde nos hundimos todos, ponerse a gritar exabruptos al que está dirigiendo el salvamento, en lugar de ayudar a preparar los botes salvavidas, es sencillamente una necedad mayúscula, siendo indulgentes.

Pongamos las cartas sobre la mesa, sin tapujo alguno: si alguno de ustedes viviera en una realidad paralela de esas que ayudan a crear algunos medios de comunicación, algún político, y alguna otra gente con la misma capacidad de raciocinio que el ingenuo periquito que de  vez en cuando asoma a su balcón: seguimos viviendo tiempos dramáticos. Y nos quedan muchos meses de dolor e incertidumbre inmersos en eso que se ha venido a llamar nueva normalidad. El virus que asola el mundo, y nuestro país, sigue presente, sigue habiendo numerosos contagios diarios, siguen falleciendo un insoportable número de personas al día, y siguen sufriendo en hospitales y en las UCI personas, que podrían ser ustedes o yo mismo, asoladas por una enfermedad que no discrimina, y aunque poco a poco, con  gran esfuerzo y sacrificio, vayamos avanzando en la lucha por dominarla, siguen existiendo numerosas incógnitas sobre su letalidad, su contagio, y las graves enfermedades derivadas de su paso por el organismo humano. Por no hablar del certero temor de sucesivas oleadas de las que no conocemos su impacto en nuestra salud, nuestra economía o nuestra convivencia. Una de las pocas certezas que poseemos, es que millones de personas están y estarán infectadas, y que cientos de miles, como poco, han fallecido o lo harán por su causa en el mundo.

El enconamiento en nuestro país en una situación tan dramática, tan extraordinaria, entre partidarios de un partido y de otro, entre dirigentes de un partido y otro, y los de en medio, e incluso entre los del mismo partido, ha alcanzado cotas tan altas de irresponsabilidad, que sería motivo para un sketch del Club de la Comedia si no fuera por la gravedad de la situación

El enconamiento en nuestro país en una situación tan dramática, tan extraordinaria, entre partidarios de un partido y de otro, entre dirigentes de un partido y otro, y los de en medio, e incluso entre los del mismo partido, ha alcanzado cotas tan altas de irresponsabilidad, que sería motivo para un sketch del Club de la Comedia si no fuera por la gravedad de la situación. Sin olvidar un principio que alguno de estos responsables políticos parecen haber enviado al baúl de esto no vale porque no me da redito político: la tensión social y la política son vasos comunicantes, la una afecta a la otra. Ahora mismo la convivencia en nuestra sociedad pende de un hilo, y no es de extrañar que partidos extremistas, o de cualquier tipo de exceso nacionalista, pretendan echarle gasolina al fuego, les da igual las ruinas o miserias que queden tras el incendio, mientras ellos puedan prevalecer. Lo inquietante, por no emplear un término más adecuado, trágico, es que esa necedad contagie a representantes públicos, a políticos, que más allá de su ideología, se les presupone anteponer el interés y el bienestar público al propio, o  al de su partido.

A la ciencia no podemos, ni debemos, acelerarla más de lo que ya lo están haciendo los investigadores, dejándose la piel y la salud por lograr una vacuna o remedios eficaces contra el COVID-19. Debemos dejarles trabajar y tener paciencia. Ahora bien, con aquellos políticos que por afán partidista, o ambición personal, echan por la borda cualquier atisbo de precaución, y anteponen la cizaña política, con tal de sacar algún redito de la natural indignación, hartazgo, miedo, preocupación, de la gente, a esos, poca paciencia deberíamos tener.

La ultima necedad, o penúltima seguramente, cuando el artículo se publique, es esa especie de chovinismo localista, de carrera por entrar a la fase 1 de la desescalada, o en las siguientes, los agravios comparativos que se explotan por los que no hayan entrado aún, el poner continuamente en entredicho lo que dictaminan aquellos que más saben, que no quiere decir que no se equivoquen,  como bien se han hartado de decirnos ante las pocas certezas conocidas. Es una situación inédita, somos de los primeros países en intentar una desescalada de una pandemia tan grave, estando el virus muy presente aún en amplias zonas de nuestro país, con pocas seguridades de lo que va a funcionar, y ninguna certeza de no tener que dar marcha atrás. De esta situación, o salimos juntos o no salimos, se ha hartado de decir Fernando Simón, no es ninguna carrera, ni ninguna liga de futbol, no se trata de llegar primero, sino de que todos juntos lleguemos a la meta. Si el brote se mantiene extendido en una zona, más tarde o más temprano terminará por traspasar otras. Si nos parasemos a pensar un poco, es de sentido común no caer en la necedad de creer que porque, de momento, una zona se encuentre poco afectada, dada la virulencia del contagio, eso no vaya a cambiar si no se extrema la precaución en esa desescalada sobre la que tantas incógnitas tenemos.

El ridículo de alegar que una provincia, pongamos el ejemplo de Granada, recibiría un golpe reputacional, por no haber pasado aún de fase, o que determinadas zonas deberían hacerlo dado el panorama que aún tenemos en la capital o el área metropolitana, sería aún mayor, cuando de producirse nuevos brotes, esos mismos políticos, que ahora se quejan dirían que el gobierno ha actuado criminalmente

Nadie duda que la situación de muchos trabajadores es dramática, que poco a poco se han de ir retomando actividades, con las precauciones necesarias. Ahora bien, contraponer esa necesidad a la de la salud es hipócrita y falso. Esencialmente, porque si por no ser lo suficientemente precavidos, por tener demasiada prisa, tenemos que volver a recluirnos de manera aún más estricta, el golpe económico, más allá del nuevo colapso en hospitales, será mucho más duro. El ridículo de alegar que una provincia, pongamos el ejemplo de Granada, recibiría un golpe reputacional, por no haber pasado aún de fase, o que determinadas zonas deberían hacerlo dado el panorama que aún tenemos en la capital o el área metropolitana, sería aún mayor, cuando de producirse nuevos brotes, mucho más agresivos en las zonas de Granada menos asoladas, ante la  necesidad de una esencial preparación hospitalaria, o ante no estar suficientemente preparados para un eventual rebrote, esas mismas personas, esos mismos políticos, que ahora se quejan, a ver qué rédito político sacan, dirían que el gobierno ha actuado criminalmente, que esos expertos no saben nada de nada (al contrario que ellos, que sí que saben cómo, cuándo, y de qué manera hacerlo). Ese es el panorama de la necedad. Es curioso ver a dirigentes políticos hechos y derechos, de cualquier partido político, comportándose como el alumno que se queja de que el profesor le tiene manía, y que por eso no ha obtenido la calificación adecuada.

La esquizofrenia parece haberse convertido en parte esencial de la necedad durante la pandemia; por un lado, criticamos que las Comunidades Autónomas puedan establecer cambios en los criterios de desescalada o cambiar las normas aprobadas por su cuenta, por otro lado, pedimos ruidosamente que se acabe el Estado de Alarma, que es el requisito legal que permite unificar las normas y evitar que cada uno vaya por su lado, y lo más importante, obligar a rectificar si en alguna zona sucede algún rebrote, que terminaría por poner a todo el mundo en peligro. Por un lado, criticamos al  gobierno porque no estableciera antes el estado de alarma, por otro, con datos más graves y preocupantes que cuando se estableció, se pide que éste se acabe ya, y que se vuelva a reactivar sectores económicos que pueden ser bombas biológicas. Por un lado, nos escandalizamos de ver el poco caso que se hace a los horarios y normas de la desescalada, el alto nivel de contagios que sigue habiendo, y nos ponemos roncos al gritar en las redes sociales y en los balcones, o nos dejamos la piel golpeando cacerolas, y al mismo tiempo, pedimos pasar ya de fase, porque queremos ir a terrazas y juntarnos en grupos de diez, lo cual parece poco compatible con la queja anterior. Nadie dijo que la esquizofrenia causada por la necedad tuviera lógica alguna. Queremos lo bueno, y nada de lo malo, como cualquier niño enfermo que se ha hartado de chuches y quiere más. Una muestra  de la peligrosa infantilización de nuestra sociedad.

Si abriéramos un poco los ojos, y los despejáramos del velo que nos nubla, más allá de cualquier ideología o simpatía política, más allá de cualquier prejuicio que tengamos sobre aquél que nos cae mal, por pensar diferente, si dejáramos de juzgar a la gente porque no nos gusta su manera de pensar, de vestir, de vivir, y nos centráramos en una sola cosa; el dolor y sufrimiento que nos rodea, que nos va a acompañar durante mucho tiempo, quizá nos daríamos cuenta del vaso comunicante entre nuestra necedad y la de aquellos de nuestros representantes públicos más pendientes de hacerse una foto, y de ver cómo sacar provecho de los errores del otro. Todos han cometido errores, todos hemos cometido errores. Todos infravaloraron el virus, todos lo hemos infravalorado, hasta que nos golpeó con toda la crudeza y virulencia del mundo. La nueva normalidad se acerca, y hemos de elegir entre una nueva política, racional, coherente, ética, o una necia política. ¿Qué vamos a elegir?

Puedes leer un compedio de sus artículos en La soportable levedad, de venta en la Librería Picasso.

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”