La navaja de Occam y las noticias falsas

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 10 de Diciembre de 2017
Guillermo de Occam (1290-1349).
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Guillermo de Occam (1290-1349).

'En ausencia de evidencia, es mejor pronunciarse por la teoría más simple'. Guillermo de Occam (1290-1349)

Imaginemos la escena: una de estas copiosas y bien regadas comidas o cenas familiares con la excusa navideña. Llegan los postres y todo el mundo se convierte, como si una varita mágica les hubiera concedido el don, en tertulianos exprés, cada cual dando una opinión diversa y llena de motivos de por qué Cataluña y España están como están, de por qué el Madrid está como está o de por qué el pavo no está como debería estar. Seguro que ante tanta opinión, cada cual más compleja, llena de causas y explicaciones peregrinas, alguien, en algún momento, ha saltado diciendo;-eh, vamos a dejarnos de tonterías, que tiene que haber alguna explicación más sencilla, no compliquemos las cosas innecesariamente. Quizá tenga razón, quizá no, pero lo que es seguro es que tenemos una tendencia innata a dar explicaciones de más, la mayoría innecesarias, sobre asuntos que no son tan complejos, o si lo son, les añadimos capas y capas de complejidad absurda, y sobre todo de temas de los que nuestro conocimiento es más bien superficial. Qué le vamos a hacer, nos gusta mucho fardar como si fuéramos expertos.

Hace muchos siglos, un monje franciscano, harto de que sus colegas filósofos y teólogos hicieran lo mismo sobre esos temas tan esotéricos que solemos tratar unos y otros, dio un golpe en la metafórica mesa, y dijo; eh, vamos a dejarnos de tonterías, y vamos a simplificar un poco las cosas, que me vais a volver majara con tanta tontería metafísica que no aporta nada

Hace muchos siglos, un monje franciscano, harto de que sus colegas filósofos y teólogos hicieran lo mismo sobre esos temas tan esotéricos que solemos tratar unos y otros, dio un golpe en la metafórica mesa, y dijo; eh, vamos a dejarnos de tonterías, y vamos a simplificar un poco las cosas, que me vais a volver majara con tanta tontería metafísica que no aporta nada. La figura de Guillermo de Occam, filósofo y teólogo franciscano es una de las más interesantes de la filosofía medieval, no ya por su extensa obra tratando temas de lógica, metafísica, política o física, o por el carácter polémico de algunas de sus tesis, que le valieron que se le juzgara por herejía por los tribunales eclesiásticos, sino por la valentía que esgrimió en su vida a la hora de defenderlas, en tiempos donde uno ponía en riesgo algo más que su reputación. Vivió una época de conflicto; político, militar y religioso, que definiría el futuro religioso de Europa a  medio plazo, y sembraría las semillas de las profundas transformaciones que la religión católica sufriría pocos siglos después con la crisis provocada por la Reforma Protestante. Defendió con vigor la preponderancia del poder laico frente a la jerarquía religiosa en los asuntos terrenales. Alineado con el general de su orden, Miguel de Cesena, que pretendiendo seguir las ideas de su fundador Francisco de Asís, abogaba por la pobreza de Jesús y sus apóstoles, como artículo de fe, lo que a su vez llevo a ambos al exilio, enfrentados al Papa Juan XXII. Traicionado al final por su propia orden, que tras la muerte de su general y del emperador Luis de Baviera, que les había proporcionado apoyo político, decidió volver al calor del abrazo militar y político del papado. Muchas de las raíces y derivados de este conflicto se encuentran magistralmente narrados como trasfondo y contexto a la trama detectivesca de El nombre de la rosa de Umberto Eco, motivo más que suficiente, para leerla por primera vez, quien haya cometido el pecado de no leerla aun, o para releerla, quien se haya salvado del anatema de no haberlo hecho hasta la fecha, y conocer un poco mejor esos recovecos políticos y teológicos del conflicto, que aun, tantos siglos después, siguen coleando.  

Probablemente muchos de los planteamientos metafísicos, o teológicos, del filósofo inglés, hayan quedado desfasados o tengan poco interés, salvo para los amantes de la erudición filosófica o teológica medieval, pero el principal principio metodológico (entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, o sea, no debemos multiplicar los entes más allá de la estricta necesidad) que esgrimió  para podar en profundidad los excesos de los bosques retóricos de la metafísica medieval, sigue teniendo plena vigencia en nuestra época, donde no la metafísica, pero el mundo del conocimiento, y de su comunicación,  sí que se ven saturados por una verborrea donde la verdad o la certeza de lo que se comunica carece de ningún rigor, y los entes, por llamar de alguna manera a la cantidad de teorías disparatadas con la que se justifican los acontecimientos, se multiplican sin cesar. Lo que verdaderamente importa es el impacto emocional que se busca producir en una acrítica masa receptora, tan cómodamente instalada en la democrática red de redes (sociales), disfrutando del privilegio de sentirse parte del proceso, o deseando convertirse en influencer, como tan cursimente llaman a esas figuras que aprovechándose de las redes sociales opinan sin ton ni son de todo, multiplicando y replicando entes falsos sobre temas muy serios, de los que desconocen casi todo. 

No se trata de minusvalorar la importancia de la contaminación que las noticias falsas, o que los bulos que corren por Internet de forma desmedida, tengan a la hora de intoxicar nuestros conocimientos, o que haya países que ahora prefieran utilizar hackers que multipliquen el impacto de esas noticias falsas con tal de provocar reacciones determinadas o simplemente caos, en esa aborregada masa acrítica de nuestras avanzadas sociedades

Otro de los principales derivados de esta multiplicación innecesaria de entes, a los que se da crédito, son las llamadas noticias falsas. Noticias falsas que  se han colado en nuestras vidas y no parece que a corto plazo vayan a desaparecer. A ellas se las ha culpado de todos los desastres que hemos tenido últimamente en nuestro país y en el mundo; veamos: el brexit, la elección de Trump, la crisis en Cataluña, y muy recientemente una falsa noticia de la que se hicieron eco los principales medios de comunicación de nuestro país: La Unión Europea iba prohibir los Kebabs. Noticia que sin duda, con ese titular, provocó casi un ataque al corazón a todos esos desventurados que tras salir de jarana y beber cierta cantidad de alcohol, no precisamente moderada, buscan desesperadamente esas llamativas y chillonas luces que les sirven de guía al paraíso prometido de las grasas. Pero no, en realidad se trataba de un debate en las instituciones europeas sobre la salubridad de un producto que en algunos sitios acompañan esas carnes, pero que por si fuera poco, en España ya lleva tiempo que no se utiliza.

No se trata de minusvalorar la importancia de la contaminación que las noticias falsas, o que los bulos que corren por Internet de forma desmedida, tengan a la hora de intoxicar nuestros conocimientos, o que haya países que ahora prefieran utilizar hackers que multipliquen el impacto de esas noticias falsas con tal de provocar reacciones determinadas o simplemente caos, en esa aborregada masa acrítica de nuestras avanzadas sociedades. Sin duda ese efecto está ahí, y el propio Umberto Eco en alguno de sus últimos ensayos clama contra lo que debería ser una fuente inagotable de educación y sabiduría, y sin embargo se ha convertido en las aguas estancas que contaminan aquello que como sociedad más valor debería tener, el conocimiento crítico.

Lo que deberíamos plantearnos, siguiendo ese principio de la navaja de Occam, es que lo mismo somos nosotros, más allá de las noticias falsas y su divulgación, los principales responsables por complicar las causas de esas noticias, de las que desviamos la atención, debido a que ponemos el foco en todo lo que las contamina

Lo que deberíamos plantearnos, siguiendo ese principio de la navaja de Occam, es que lo mismo somos nosotros, más allá de las noticias falsas y su divulgación, los principales responsables por complicar las causas de esas noticias, de las que desviamos la atención, debido a que ponemos el foco en todo lo que las contamina; por ejemplo: Hackers rusos pueden haberse dedicado a crear miles de perfiles falsos para exagerar el impacto de la violencia el 1 de octubre en Cataluña, pero lo mismo, lo importante fue la nula planificación del gobierno ante unos hechos más que anunciados, y ante un problema que llevaba años incubándose y sobre el que no había hecho nada, alineado con el populismo nacionalista de los independentistas catalanes. Igualmente, los rusos, los chinos o los gobernantes de Narnia, fueron culpables de extender los bulos sobre el impacto económico o los problemas de la inmigración que al Reino Unido le suponía permanecer en la Unión Europea, pero el Brexit y la desafección ciudadana tiene causas más profundas que el populismo que se apropia de ellas, y las extiende mintiendo todo lo que haga falta y más. Si nos centramos en la espuma del café y no en su sabor, lo mismo no podemos apreciar si está realmente rico o es un sucedáneo. Es evidente que internet se ha convertido en un campo de minas para la verdad, y que las noticias falsas ya inundan hasta las portadas de los medios de comunicación más reconocidos, pero ni Internet, ni los hackers que crean o multiplican las noticias falsas, son los causantes del malestar y de los problemas que las causan. Si queremos solucionar esos problemas más nos vale no multiplicar entes sin necesidad y atender a las causas naturales de esos problemas. Si alguien nos dice, por ejemplo, que hubo una guerra de independencia de Cataluña contra España en el XVIII, cuando cualquier historiador medio serio te podría informar que fue una guerra de secesión entre dos estirpes monárquicas y que nunca se trató de la independencia de ningún territorio, la culpa más allá de quien traslada la noticia falsa, no será más bien no perder unos minutos en contrastar críticamente esa información. Aparte de que ese tipo de bulo esconde un malestar de un encaje autonómico que hace aguas, no solo en Cataluña, y que nuestros representantes políticos deberían haberse sentado para debatirlo, y proponer soluciones, más allá de ir de farol, unos y otros.

Combatir a las noticias falsas, a los bulos de las redes sociales es fácil, apliquemos la navaja de Occam y tras diseccionar muchas de ellas veremos lo absurda que resulta su credibilidad, al igual que sucede en nuestras vidas con muchos de los bulos que nos creemos, porque en el fondo deseamos creerlos, cuando siendo un poco críticos y con la dichosa navaja podríamos descartar con mucha facilidad explicaciones estúpidas, por innecesarias y poco verosímiles, y podríamos vivir con algo más de fidelidad a la veracidad, que tampoco nos haría daño.

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”