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'Música instrumental: del aburrimiento a la magia'

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 1 de Febrero de 2023
El canadiense Mac DeMarco.
El canadiense Mac DeMarco.

La variedad musical del momento actual es abrumadora. Hay tantas y tantas opciones disponibles, ya sea de músicos en activo o de viejas glorias, que a veces pasa como con Netflix y el fenómeno Peak TV: te pones a pensar en qué escuchar, buceas en Spotify (u otras alternativas más éticas) dándole vueltas y al final te pasas más tiempo decidiendo que escuchando música. Pero obviamente no todo recibe la misma atención; ya se encargan las plataformas a través de sus algoritmos y playlists de redirigirnos una y otra vez hacia los mismos artistas, ese escasísimo grupo de estrellas que sacan algún beneficio del modelo del streaming. Dada esta amplitud del universo de la música popular, es obvio que será más difícil que tu música tenga éxito si te alejas de ciertos estándares. ¿Haces canciones muy largas? Tienes un problema. Mejor que hagas discos largos con muchas canciones cortas.

Como cada vez más escuchamos música como fondo para otras actividades, la música instrumental está viviendo su propio boom: el ambient o el fenómeno lo-fi hip hop están en expansión, aunque atraviesen también sus propias dificultades, como la presencia de artistas falsos en las playlists o los conflictos por el copyright

Una de las normas no escritas, por supuesto, es que la música popular debe tener letra. Gran parte de la gracia de la mayoría de canciones que nos marcan es que hay una voz que nos cuenta una historia o nos transmite unas emociones de forma directa, personal, ayudándonos a conectar. Cabría pensar, por tanto, que la música instrumental estaría teniendo problemas con el streaming, pero esto no es exactamente así. Como cada vez más escuchamos música como fondo para otras actividades, la música instrumental está viviendo su propio boom: el ambient o el fenómeno lo-fi hip hop están en expansión, aunque atraviesen también sus propias dificultades, como la presencia de artistas falsos en las playlists o los conflictos por el copyright. Música tranquila y casi anónima, agradable pero genérica, que no distraiga pero que rellene el vacío: eso parece que andamos buscando muchos de nosotros.

Aun así, pasar de un tipo de público al otro no es fácil: los algoritmos segmentan la música de forma tan efectiva que es complicado, como usuario, cambiar de género o registro. Quien se ha hecho conocido en el ámbito del pop lo tendrá difícil para llegar a los oyentes de música instrumental, y su público habitual preguntará que dónde están las letras. Supongo que, desde este punto de vista, se podría considerar que el último disco de Mac DeMarco es valiente, pero creo que eso es lo único positivo que puedo aducir en su favor. Five Easy Hot Dogs, lanzado el 20 de enero, contiene catorce pistas que suman un total de 35 minutos de música puramente instrumental, de parte del que fuera el rey del pop-rock indie en la década pasada. Esta noticia (y ese título tan estúpido) invitaban a temer lo peor, más después del muy decepcionante Here Comes the Cowboy (2019), donde el canadiense ya daba serias muestras del agotamiento de su propuesta.

La realidad es aún peor. La sucesión constante de los mismos sonidos, los mismos tonos de guitarra y sinte, las mismas líneas de bajo ridículas, los mismos ritmos soporíferos, resulta tan poco inspirada que ni siquiera se puede considerar que sea esa agradable e inofensiva música de fondo que pretende

La realidad es aún peor. La sucesión constante de los mismos sonidos, los mismos tonos de guitarra y sinte, las mismas líneas de bajo ridículas, los mismos ritmos soporíferos, resulta tan poco inspirada que ni siquiera se puede considerar que sea esa agradable e inofensiva música de fondo que pretende. En su lugar, el disco es irritante. Que un músico profesional considere que estas composiciones de poco más de dos minutos sin una sola característica diferencial, que siempre encadenan dos “estrofas” con dos “puentes” igual de intrascendentes, merecen ver la luz del sol es una clara muestra del estado en que se encuentra la carrera de DeMarco. Su música siempre fue muy simple, y lo que le daba su encanto era el espíritu travieso del personaje combinado con el profundo romanticismo de las letras. Pero de fondo ese modelo era insostenible: ya su anterior disco fue el momento de parar después de los excesos con el alcohol de los primeros años, en los que bebía para aguantar las giras, pero parece que al eliminar ese punto de exceso de su música y de su vida, se quedó sin nada que decir. Ahora esto ha pasado de ser figurado a ser literal: ya no hay voz en sus canciones, y lo que queda es ridículo.

El catalán Refree.

Por lo que se ha dicho en prensa, parece claro que se ha tenido que obligar a componer el disco, supongo que para no desaparecer por completo de la conciencia del público tras casi cuatro años de silencio. De hecho, hasta los títulos de las canciones son anónimos: se llaman como los lugares donde las compuso durante un viaje por carretera en solitario. Esto es el peor modelo posible de lo que puede ser un disco instrumental: la falta de voz se convierte en un vacío palpable, y todo el proyecto está empapado por la renuncia del autor, por la inexistencia de propósito o intencionalidad. El polo opuesto lo ocuparía un disco lanzado el mismo día: el espacio entre, del catalán Raül Fernández Miró, alias Refree. La paradoja es que, como el propio título indica, el álbum quiere hablar precisamente de la indefinición, de aquello que no termina de ser; pero lo hace con una personalidad arrolladora, ese toque inconfundible que unifica todos los proyectos del músico y productor, por dispares que sean entre sí.

Aquí nos encontramos con un collage de sonidos que incluye deconstrucciones de música clásica, sonidos folk y hasta cierta querencia casi industrial para construir un viaje emocional muy impactante, que tiene la textura del recuerdo

Aquí nos encontramos con un collage de sonidos que incluye deconstrucciones de música clásica, sonidos folk y hasta cierta querencia casi industrial para construir un viaje emocional muy impactante, que tiene la textura del recuerdo. Especialmente en cortes como “Casc i pluja”, donde se construyen viñetas totalmente reconocibles y profundamente emotivas con muy pocos elementos. No sorprende saber que el álbum es producto de la unión de pedazos de las bandas sonoras de un par de películas en las que ha trabajado el autor: la música evoca imágenes que se sienten como presencias fantasmales. Los coros clásicos tratados con efectos en “Lamentos de un rescate”, “La plage” y “Lamentos de un día cualquiera” contribuyen a esta sensación: las voces resultan incorpóreas y crean algunos de los mejores momentos del disco. También destacan el diálogo entre el ruido blanco de una radio, una guitarra y un laúd en “La radio en la cocina”, que personalmente me traslada a una escena doméstica en una película sobre la posguerra española; y el exquisito piano y las cuerdas de “Las migraciones nocturnas”, que progresan hacia un final oscuro y poderoso.

Otros momentos no son tan brillantes: los tonos metálicos y disonantes de las dos pistas tituladas “Las montañas vacías” están algo fuera de lugar en este disco tan cálido, mientras “Todo el mundo quiere irse ya” tiene una primera mitad demasiado plana y una segunda mitad demasiado hiperactiva. Pero la conclusión del álbum es apabullante: “Una nueva religión” empieza con un sonido que parece la sirena de un barco, pero resulta ser un órgano que suena anciano, asmático. Pronto este gana vigor y nos arrulla con una melodía preciosa hasta que un atronador sample de batería reproducido al revés invade la mezcla. La fuerza emocional de este momento es innegable: el final del disco nos sugiere el final de una vida, una serena mirada hacia atrás, la turbación ante lo que vendrá después. el espacio entre no es una obra maestra, pero sí es una demostración de lo que la música instrumental puede aportarnos cuando se hace con mimo: imágenes tan claras como las que puede despertar cualquier letra, si no más.

 

 

 

 

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com