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'Mujeres en venta'

Blog - Punto de fuga - Cristina Prieto - Jueves, 31 de Marzo de 2022
Niña en venta en Afganistán.
Niña en venta en Afganistán.

Se ha cumplido poco más de un mes desde que comenzó la guerra en Ucrania y, entre bomba y bomba, se deslizan noticias y advertencias sobre la peligrosidad que corren las mujeres que solas, o acompañadas de hijos e hijas y personas mayores, cruzan las fronteras hacia países limítrofes. Allí, no saltan por los aires edificios, ni mueren personas por la caída de misiles, sin embargo sus vidas corren un serio peligro. Algunas oenegés que trabajan sobre el terreno ya han lanzado alertas sobre la existencia de redes de proxenetas que se acercan hasta Polonia o Rumanía para captar mujeres y utilizar sus cuerpos en el execrable negocio de la prostitución. Ya sabemos que, mientras una gran mayoría sufre las consecuencias de los conflictos armados hay quienes miran con otros ojos y simplemente ven negocio. En esas mujeres devastadas por verse obligadas a dejar su país, sus trabajos, sus seres queridos y su vida, los tratantes de personas sólo ven carne fresca para sus burdeles, nuevos cuerpos que violar y consumir para el deleite de hombres que no sienten ninguna empatía hacia las nuevas esclavas a quienes pueden someter por unos euros.ç

Quienes defienden la regulación de la prostitución no alcanzan a entender que trata y explotación sexual suelen ir de la mano, que sólo combatiendo este inhumano negocio se puede evitar que miles de mujeres queden destrozadas para el resto de su vida y que, o se arranca la raíz o volverán a brotar las hojas

La vigilancia en las fronteras y las alertas de las organizaciones que están trabajando allí han puesto en guardia a los proxenetas que, rápidamente, han cambiado de táctica y ahora se dirigen a los destinos para intentar rematar la faena. El pasado 17 de marzo, en la estación de Renfe de Valencia, dos mujeres ucranianas contaron a una traductora cómo una mujer, haciéndose pasar por voluntaria de la Cruz Roja, intentó llevárselas nada más bajar del tren. Y no era la primera vez que se enfrentaban a una situación similar. En la frontera por la que salieron de Ucrania ya les había pasado algo similar.

Quienes defienden la regulación de la prostitución no alcanzan a entender que trata y explotación sexual suelen ir de la mano, que sólo combatiendo este inhumano negocio se puede evitar que miles de mujeres queden destrozadas para el resto de su vida y que, o se arranca la raíz o volverán a brotar las hojas. Ante las alertas lanzadas por las organizaciones que están trabajando, en estos momentos, en los límites fronterizos de Ucrania, las mujeres redoblan la vigilancia y evitan subirse a transportes que prometen llevarlas a Hamburgo o Berlín de manera altruista para ofrecerles refugio. Pero las redes de proxenetas están al acecho y, cuando la ayuda ofrecida por los países que se han prestado a acoger a los más de tres millones de refugiados que han huido de la guerra comience a desvanecerse, será el momento de los tratantes de personas para recoger su botín. La vulnerabilidad de estas mujeres será aún mayor porque de ellas dependen sus hijos y no hay madre que resista ver pasar hambre a sus vástagos.

En Afganistán, después de la guerra y la llegada al Gobierno de los talibanes que ha motivado la retirada de la ayuda internacional, las familias están vendiendo a sus hijas para poder mantener al resto de su prole

La realidad se empeña en enseñarnos a las mujeres que no existe el altruismo con nosotras cuando nuestros cuerpos pueden ofrecer a otros millonarios beneficios, placer y otro tipo de servicios. No hay nada mejor que observar cómo todas las mujeres se ponen a la venta cuando es necesario obtener recursos para sacar adelante al resto de la familia. En Afganistán, después de la guerra y la llegada al Gobierno de los talibanes que ha motivado la retirada de la ayuda internacional, las familias están vendiendo a sus hijas para poder mantener al resto de su prole. Cada vez más pequeñas, incluso bebés de dieciocho meses, encuentran dueño y son el producto de los acuerdos de venta a hombres que, en muchas ocasiones, ni siquiera residen en la zona o en el mismo país. Las pequeñas permanecen con sus familias hasta que los novios las reclaman y, mientas tanto, el pago se va realizando a plazos y así se asegura la supervivencia de la familia. En muchas ocasiones, las niñas no conocen su triste destino mientras permanecen con sus padres quienes silencian, hasta el último momento, que han sido vendidas a edades cada vez más tempranas. Las madres no ocultan un dolor que alcanza su zénit en el momento de la partida de sus hijas y se consuelan pensando que, al menos, podrán comer.

Y aún tenemos que escuchar a señores hablar de la suerte que tienen las mujeres ucranianas por no estar obligadas a ir al frente y, sin ruborizarse, gritan a pleno pulmón que la igualdad consiste en que toda la ciudadanía –sin distinción de sexo- se enfrente a las mismas condiciones. Se les olvida reclamar también igualdad para ser traficados, violados y vendidos.

No tenemos que irnos tan lejos para constatar que la explotación de mujeres es un negocio que no conoce fronteras. Sin salir de Granada, contemplamos con estupor cómo, quienes negocian con el cuerpo de las mujeres, ya no se esconden y colocan sus anuncios en los mismos soportes callejeros que utiliza la comunidad universitaria para ofertar habitaciones en pisos compartidos, intercambios de idiomas o venta de apuntes. En las calles de La Chana han aparecido anuncios en los que se solicitan jóvenes atractivas para tríos y webcam, la misma publicidad que ya fue detectada con anterioridad en las inmediaciones de la Facultad de Políticas y Sociología y que ya investiga la Policía. Es de suponer que estas pesquisas no les parecerán bien a quienes defienden que la prostitución es un trabajo y estarán felices de que sus hijas universitarias entren por esta puerta al mundo laboral. Eso sí, con un contrato legal como reza el anuncio.

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Imagen de Cristina Prieto

Madrileña afincada en Andalucía desde 1987, primero en Almería y posteriormente en Granada donde he desarrollado mi carrera profesional como periodista. Me licencié en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, cursé mi suficiencia investigadora en la Universidad de Granada dentro del programa Estudios de la Mujer y leí mi tesis doctoral en la Universidad de Málaga.