Las miserias de una vida virtual

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 25 de Octubre de 2020
Dos jóvenes, pendientes de sus móviles, en una imagen retocada.
P.V.M.
Dos jóvenes, pendientes de sus móviles, en una imagen retocada.
'Las relaciones virtuales están provistas de las teclas “suprimir” y “spam”, que protegen de las pesadas consecuencias de la interacción en profundidad'. Zygmunt Bauman.

La vida virtual, que se ha convertido en nuestra segunda naturaleza, nos está convirtiendo en seres fantasmagóricos, nos diluimos en nuestras relaciones a través de la pantalla hasta convertirnos en seres evanescentes, sin aceptar pagar el precio de tener que tratar directamente con otra persona. Rehuimos la intimidad real, como si  evitar exponernos a ella nos protegiera de una vida donde el otro importa, donde importa lo que compartimos y hacemos, donde las acciones tienen consecuencias, donde las palabras significan algo más que una descarga de tus frustraciones. Una vida real de la que huimos, para auto protegernos, nos decimos hipócritamente. En lugar de potenciar todo aquello que nos mejora, tendemos a explorar todo lo que nos empeora. Lo virtual es apariencia de intimidad, pero se queda en eso, mera apariencia. Las pantallas que hemos convertidos en espejos deformados de nuestra personalidad nos están transformando, y como decíamos antes, no precisamente a mejor. Hemos de pararnos y reflexionar a dónde vamos, en qué nos estamos convirtiendo, qué consecuencias morales y sociales tienen nuestros comportamientos, y qué aspectos merece la pena mantener y cuáles guardar bajo llave en el cajón de la vergüenza personal y colectiva.

Quién no ha asistido atónito a la transformación de una persona a la que considerábamos ejemplo de mesura y tranquilidad, al encontrarse atrapada en el caos del tráfico infernal que son nuestras ciudades; una persona racional y en control de sus emociones habitualmente, pasa en segundos de ser Jekyll a Hyde, insultos e improperios que nunca creíamos podrían salir de su boca, brotan desencadenados con la furia de una tormenta

Quién no ha asistido atónito a la transformación de una persona a la que considerábamos ejemplo de mesura y tranquilidad, al encontrarse atrapada en el caos del tráfico infernal que son nuestras ciudades; una persona racional y en control de sus emociones habitualmente, pasa en segundos de ser Jekyll a Hyde, insultos e improperios que nunca creíamos podrían salir de su boca, brotan desencadenados con la furia de una tormenta. Apenas reconocemos a la persona que se encuentra a nuestro lado. Esa misma transformación, pero todo el día, es la que parece sufrir un elevadísimo número de personas cuando se pone a interactuar tras la distancia de una pantalla. Cierto es, que hay miserables, moralmente hablando, que se comportan como energúmenos en su vida diaria, y que no necesitan someterse al estrés de la conducción, o a la hipocresía de las pantallas, para seguir comportándose como un energúmeno en cualquier situación. Al igual que bellas personas que trascienden el uso de un volante o de la vida virtual, para seguir mostrándonos su bondad de carácter. Lo preocupante son esas personas que nunca imaginábamos insultando, mintiendo, expulsando bilis y odio, y de repente su lado Hyde se apodera de ellos en las redes sociales y en el uso de internet. El problema, es que ya no son los minutos u horas anecdóticos que pasas conduciendo, sino todo el día, pues nos hemos convertidos en esclavos, en dependientes de ese mundo virtual donde todo parece estar a nuestro alcance, menos la realidad, claro está.

Creamos personalidades falsas potenciando todo lo que pretendemos ser, pero no somos, mostramos solo los lados de nuestra personalidad que nos interesa, bajo tantos filtros perceptuales, que dejamos los filtros de 'belleza' en mera anécdota

Lo virtual, metafísicamente hablando, antes de que internet y la híperconectividad se apoderara de nuestras vidas, viene a ser todo aquello que se encuentra en potencia, y que aún no se ha concretado en acto. Una semilla es virtualmente un árbol, pero no lo es en la realidad, esa potencialidad puede cumplirse o no según mil circunstancias que sucedan. La vida virtual, aquella que vivimos al margen de la realidad del contacto físico, de la proximidad, comparte significativos matices de esta definición clásica de lo virtual. Creamos realidades paralelas a las nuestras que potencian sin complejo todo aquello que nos gustaría tener o hacer, pero que las limitaciones de la realidad hacen improbable. Creamos personalidades falsas potenciando todo lo que pretendemos ser, pero no somos, mostramos solo los lados de nuestra personalidad que nos interesa, bajo tantos filtros perceptuales, que dejamos los filtros de belleza en mera anécdota. No todo es malo, si empleáramos bien los recursos que la tecnología dispone, pero los seres humanos hemos demostrado que hacer buen uso de los inventos realizados con las mejores intenciones para mejorar nuestra vida, no es lo habitual.

El pensador polaco Zygmunt Bauman relaciona la superficialidad de las relaciones construidas en el mundo virtual con la necesidad de no pararse, de estar siempre en movimiento del mundo actual, que ha definido como líquido; el contacto ocular y, por lo tanto, el reconocimiento de la proximidad física de otro ser humano auguran un despilfarro: presagian la necesidad de gastar una parte de un tiempo precioso, lamentablemente escaso, en una honda inmersión. ¿Por qué perder el tiempo?, viene a decir, en conocer a otra persona en la realidad, cuando podemos ir surfeando por lo virtual, evitando la ola de emociones y el desgaste que supone que nos golpee esa ola del trato humano. Cuando vas a toda velocidad lo usual es perder el control, como máximo puedes balancearte un poco de lado a lado, pero no eliges la dirección  a dónde vas. Y hoy día la vida virtual nos lleva acelerados, bajando por una pendiente peligrosa, y sin frenos.

Los seres humanos somos complejos, llenos de grises, más que de blancos y negros, y detrás nuestra tenemos historias buenas y malas que nos conforman, cuando te conviertes en un fantasma en la vida virtual, tratas a toda costa de evitar las consecuencias que supone ese 'peso' de tu pasado

Los seres humanos somos complejos, llenos de grises, más que de blancos y negros, y detrás nuestra tenemos historias buenas y malas que nos conforman, cuando te conviertes en un fantasma en la vida virtual, tratas a toda costa de evitar las consecuencias que supone ese peso de tu pasado. Tratas de viajar ligero de equipaje, y puede que eso funcione a corto plazo, pero a medio o largo está destinado irremediablemente al fracaso.

Durante mucho tiempo la filosofía moral ha incidido en la importancia de la construcción de una identidad propia, algo que cuesta no poco esfuerzo, especialmente si pretendes que sea crítica, libre, construida sobre hábitos que nos provean de cimientos sólidos. La virtualización de nuestra vida social evita el enojoso asunto de construir esa identidad, puesto que puedes cambiar de ella como de chaqueta. Todo ello acuciado por la necesidad de caer bien, de gustar, de sentirse querido por personas que no conocemos, y a las que en realidad no les importamos, pero que entran en ese juego perverso; En el entorno de Internet, la cantidad de conexiones, más que la calidad, determina las oportunidades de éxito o fracaso, comenta Bauman, añade: en conjunto, Internet facilita, impulsa y requiere una incesante labor de reinvención hasta un extremo inalcanzable en la vida offline. Hablando con claridad, si en la vida real mostráramos tantas caras y tan diversas, y tan hipócritas, como hacemos en nuestras transacciones y relaciones en la vida virtual, nadie nos tomaría en serio, pero las reglas físicas, y con ellas las morales, parecen cambiar del mundo real al virtual.

Los seres virtuales reescribimos constantemente todo aquello que no nos gusta de nosotros, al igual que pretendemos borrar las cosas que no nos gustan de las personas con las que nos relacionamos a través de las pantallas

Los seres virtuales reescribimos constantemente todo aquello que no nos gusta de nosotros, al igual que pretendemos borrar las cosas que no nos gustan de las personas con las que nos relacionamos a través de las pantallas. Esa mochila que cada ser humano lleva, con sus pros y sus contras, no la aceptamos en lo virtual, como si los seres humanos con los que interactuamos, al no tener rostro real, fueran personajes construidos en un juego, a los que podemos añadir lo que nos gusta, o quitar lo que no, como pretendemos hacer con nosotros mismos y los disfraces que nos ponemos online.

Bauman advierte de los peligros que la virtualización de nuestra vida comparte con una característica propia del capitalismo financiero: en la economía dirigida por los bancos las ganancias tienden a privatizarse, mientras que las pérdidas se nacionalizan. Cuando las grandes empresas pierden, hay que rescatarlas con el dinero público, por responsabilidad, pero cuando éstas ganan, el beneficio es al completo suyo, no se les puede subir los impuestos, por responsabilidad, nos dicen. En resumidas cuentas, los más ricos  ganan siempre, hasta cuando pierden.

Algo similar sucede con los gigantes tecnológicos que controlan nuestra vida virtual, ellos nunca pierden, nosotros sí, dado que les vamos vendiendo trozos de nuestra alma pedazo a pedazo, hasta que un día nos demos cuenta que ya no nos pertenece, y más nos hubiera valido venderla al diablo, que a estos nuevos dioses a los que rendimos pleitesía

Algo similar sucede con los gigantes tecnológicos que controlan nuestra vida virtual, ellos nunca pierden, nosotros sí, dado que les vamos vendiendo trozos de nuestra alma pedazo a pedazo, hasta que un día nos demos cuenta que ya no nos pertenece, y más nos hubiera valido venderla al diablo, que a estos nuevos dioses a los que rendimos pleitesía. El ensayista polaco denuncia que hemos pasado del “Pienso, luego existo” cartesiano, al “Me ven, luego existo”. Hemos convertido el modelo de los famosos; la cantidad de gente que nos ve, nuestras publicaciones, fotos, y todo lo que se nos ocurra, en un producto. No nos damos cuenta que una parte importante de ese producto que vendemos pertenece a lo más íntimo de esa alma que estamos troceando para que multimillonarios ganen aún más dinero, mientras que nosotros perdemos la poca dignidad que nos va quedando, en esa loca carrera por gustar. Nos venden que el hecho de que cualquiera pueda ahora ser famoso es un logro democrático. Qué barbaridad, si ya nos engañaban con el hecho de hacer famosa a gente que no le merecía, ahora tratan de vendernos lo mismo, pues no importa nuestra valía real, ni lo que aportamos a la sociedad, sino entrar en un juego donde mientras más llames la atención de la manera más grosera posible mejor. Mientras, la sociedad de consumo llega a su delirio final, pues todo se compra y se vende comenzando por nuestra propia vida.

La visibilidad virtual se vende como una solución a la invisibilidad social; puede que todo sea una ilusión, pero para muchos de nuestros contemporáneos es una ilusión agradable

La visibilidad virtual se vende como una solución a la invisibilidad social; puede que todo sea una ilusión, pero para muchos de nuestros contemporáneos es una ilusión agradable. Les resulta agradable a aquellas personas formadas e instruidas para creer que la “relevancia” del individuo proviene de su visibilidad, critica Bauman. Los desfavorecidos hemos hecho la revolución, y un video de YouTube, un tweet, una publicación de Facebook, un baile en Tik Tok, una foto en Instagram, es la guillotina de la aristocracia, o eso creemos, ya que nos permite estar a la altura de esos famosos de pacotilla de los que tanto envidiamos su visibilidad. Lo cierto es, que tan marionetas de los reyes que nos gobiernan somos unos y otros, esos multimillonarios que nos están convirtiendo en fantasmas en nuestras virtuales vidas.  Pero,  a quién le importa que nos vayamos diluyendo poco a poco, mientras tengamos nuestra diaria ración de virtuales muestras de aprobación, me gusta, corazoncitos y demás dulces tan virtuales como nuestra fantasmal vida en constante disolución. 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”