Mis once discos de la década en España
Terminamos una década que, en nuestro país, empezó con la explosión de los festivales y la emergencia del indie hasta hacerse mainstream, y después contempló la refrescante irrupción de la música urbana y su rápida caducidad. Una década en la que el flamenco y el pop han vuelto a ser mutuamente permeables, situándose los cruces entre ambos en la vanguardia artística española, como ocurriera en los setenta. Y quizás lo más definitorio de estos diez años haya sido comprobar cómo todas estas tendencias han convivido con una falta de complejos y una naturalidad sin precedentes: El Último Vecino versionó a La Zowi, Los Planetas reescribieron a Yung Beef y después se aliaron con Niño de Elche para tocar las narices a todo el mundo, Rocío Márquez versionó a Christina Rosenvinge e hizo duetos con The New Raemon y Derby Motoreta's Burrito Kachimba, Novedades Carminha consiguieron uno de sus mayores éxitos grabando con el granadino Dellafuente y un rapero underground anteriormente conocido como Crema, al que Mondosonoro hizo ojitos por un disco experimental, electrónico y pretencioso en 2012, se alió después con una cantaora catalana para tomar por asalto el trono comercial del pop español.
En esta tupida red de relaciones entre artistas, algunos nodos dan mucha información pese a no ser de los más visibles o conocidos; especialmente si tomamos en cuenta al mismo tiempo su rol como músicos y como productores.
En esta tupida red de relaciones entre artistas, algunos nodos dan mucha información pese a no ser de los más visibles o conocidos; especialmente si tomamos en cuenta al mismo tiempo su rol como músicos y como productores. Alizzz y El Guincho han estado en un relativo segundo plano, pero han acompañado a C. Tangana y a Rosalía en su ascenso, marcando el sonido de los últimos dos o tres años de la década. Al principio de la misma, por contra, veíamos a Ricky Falkner produciendo a grupos tan dispares como Berri Txarrak y Love of Lesbian, mientras participaba como músico en Egon Soda, Mi Capitán, Los Detectives (la banda de Quique González) y por supuesto en Standstill. Destacan su papel en Adelante Bonaparte, de estos últimos, y en la austera pero expansiva oscuridad de Libre Asociación, de The New Raemon. Eso sí: nadie ha sido tan ubicuo como Refree. Su trabajo con Fernando Alfaro, Sílvia Pérez Cruz, Rosalía, Rocío Márquez o Niño de Elche ha marcado hitos extraordinarios y dispares en estos diez años de música española, con diferentes niveles de protagonismo pero resultados sistemáticamente excelentes. Incluso consiguió que la colaboración de dos enfants terribles con poco en común en lo musical fuera un temazo.
Pero más allá de las escenas y los individuos, ha habido otro gran protagonista esta década: el pasado. El uso chistoso que se hacía de la palabra vintage hace una década parecía inofensivo, pero daba una indicación de la verdadera obsesión por el pasado que ha acabado siendo transversal a los distintos géneros musicales en los 2010. Si en EE.UU. el funk, el soul y el disco han sido revisitados incontables veces, aquí hemos alternado entre interesantes revisiones del krautrock y el post punk, miradas (¿post?)irónicamente nostálgicas a los noventa, blues sucio made in Jaén pero que suena al Delta y mucho, mucho, mucho amor por el pop ochentero y su estética. Por fortuna, muchas de estas miradas atrás se han hecho de formas innovadoras: Cupido dieron brevemente con una veta inexplorada de pura magia sonora al unir el bedroom pop inspirado en los ochenta con el uso expresivo del auto-tune popularizado en estos años, mientras que Pony Bravo dedicaron la primera parte de la década a sonar al mismo tiempo como los Doors, como Triana y como nadie más en el mundo, atreviéndose incluso a versionar a todo un Manolo Caracol.
Este ejercicio ha estado íntimamente ligado a reflexiones artísticas y políticas en torno a la memoria, el olvido y la identidad, con sus respectivas trampas. De ello son ejemplo varios de los discos que pueblan esta breve lista, pero también otros como el monumental trabajo de archivo de Niño de Elche, Refree y Pedro G. Romero en Antología del Cante Flamenco Heterodoxo. Pablo Und Destruktion ha participado asimismo de esta forma de trabajar con el pasado al versionar la canción popular asturiana "A la mar fui por naranjas" y colocarla en medio de su místico y radical disco Predación.
Por otro lado, si dejamos de lado la cuestión del sonido, es decir, cómo la nostalgia ha invadido nuestros oídos para bien y para mal, este último ejemplo deja intuir el hecho de que ha habido otro sentido en el que se ha mirado al pasado que ha sido mucho más interesante. Desde esta perspectiva, se han tomado canciones de otras épocas y se las ha traído al presente, no solo a través de un cambio de sonido, sino también al darles un nuevo contexto. Este ejercicio ha estado íntimamente ligado a reflexiones artísticas y políticas en torno a la memoria, el olvido y la identidad, con sus respectivas trampas. De ello son ejemplo varios de los discos que pueblan esta breve lista, pero también otros como el monumental trabajo de archivo de Niño de Elche, Refree y Pedro G. Romero en Antología del Cante Flamenco Heterodoxo. Pablo Und Destruktion ha participado asimismo de esta forma de trabajar con el pasado al versionar la canción popular asturiana "A la mar fui por naranjas" y colocarla en medio de su místico y radical disco Predación.
Creo que en un momento en que el futuro nos es tan incierto, la apertura definitiva y aparentemente infinita del acceso al pasado gracias a internet nos ha cautivado y enredado a partes iguales. Sin duda, los usos más lúcidos de ese pasado para dar forma al presente han sabido reconocer al mismo tiempo las posibilidades que tiene aquel de darnos pistas de cara a construir el futuro y el hecho de que todo pasado es, inevitablemente, una invención. No se trata de “saber quiénes somos en el fondo”; más bien se trata de no olvidar de dónde venimos y aprender de nuestros errores, en un intento por dar sentido al caos de nuestro día a día y de intentar encontrar salidas a los retos políticos y culturales de nuestro tiempo.
Concluiré aclarando que mi resumen en forma de lista de esta década apasionante es fuertemente subjetivo. ¿Por qué once discos en lugar de diez o veinte? Porque me ha dado la gana, si os digo la verdad. Me da pena dejar fuera álbumes de la talla de Balanceo (Cala Vento), 21 (Dani de Morón), Violética (Nacho Vegas) o 10.000 milles per veure una bona armadura (Manel), además de otros que son obra de artistas ya mencionados (esto... sí, he dejado fuera El Mal Querer), pero sentía que una lista más larga que esta se me iría de las manos. Además, no negaré que he hecho un cierto esfuerzo por recoger una variedad de estilos, por lo que habrá discos que he incluido y que dejan fuera a otros tan meritorios o más. Asumo esos riesgos, porque en el fondo, esta lista es lo que anunciaba al principio de este párrafo: una síntesis de esta década para mí. De modo que si queréis acompañarme en este (nada nostálgico) paseo por los últimos diez años de música en España, sabed que será una versión de la década bastante personal.
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11. Maria Arnal i Marcel Bagés – 45 cerebros y 1 corazón
Aparentemente, salieron de ninguna parte. Maria Arnal y Marcel Bagés no estaban en casi ningún radar (aún a día de hoy su EP Verbena, de 2016, apenas cuenta con veintiocho mil reproducciones en YouTube) cuando la fuerza incontenible de “Tú que vienes a rondarme” los plantó de golpe en mitad de los focos. Sirviéndose de una de las mejores canciones de la década, captaron los oídos de toda la escena musical española, pero con el disco que la acompañaba se asentaron como referentes de la nueva canción popular. Se trata de un tapiz en el que se entretejen lo nuevo y lo viejo: composiciones originales, canciones tradicionales, versiones, poemas musicados… todo ello construido en torno a elementos mínimos (poco más que la guitara de Marcel y algunos efectos estratégicamente utilizados) explotados al máximo gracias a la expresividad de la voz de Maria. Su capacidad para conmover está ligada a su exploración magistral de lo universal en lo particular. Esta jugada es especialmente evidente en el single mencionado, pero también se aprecia en la sencillez de los deseos de “Tu saps”, en la pasión enloquecedora de “No he desitjat mai cap cos com el teu”, en el desasosiego esperanzado de la versión de “A la vida” de Montllor, o en la llamada a las barricadas de “La gent”. Y por supuesto, también ocurre así en las canciones dedicadas al sujeto predilecto de Maria y Marcel: la memoria colectiva de un país y su pérdida. La canción que da nombre al disco y “Desmemoria” nos enfrentaron a la amnesia forzosa que, más tarde, la película El Silencio de Otros supo poner en boca de todos. Mientras, con “Canción total” consiguieron que el adocenamiento social que atravesamos sonara a un tiempo patético y amenazador. En conclusión: una obra maestra, un clásico instantáneo que ocupa ya un lugar privilegiado en la historia de la música hispana.
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10. Agorazein – Kind of Red
El hip hop siempre ha cuidado la atmósfera en los principios de los discos. Es casi un tópico que un álbum empiece de forma absorbente y narrativa, como cinematográfica: desde la “Intro” de Ready to Die a “Sherane” en good kid, m.A.A.d city. Pero en esta ilustre historia, el principio de Kind of Red ocupa un lugar privilegiado. Los 15 segundos de la entrevista de “Now” nos preparan para los restantes catorce temas de puro amor por el sonido (“I love music, it’s in my head, I can’t get it out”). Después suenan una sencilla nota de teclado, unos hi-hats insistentes y, sobre todo, una línea de bajo robusta e hipnótica; y entonces entra C. Tangana: “mamones hijos puta quieren su pasta”. ¿Cómo no vamos a estar pendientes de los siguientes 45 minutos de bases densas pero sencillas y rimas seductoras pero personales? A estas alturas, Antón ya era una de las mayores leyendas del underground madrileño con su anterior alias, Crema, quizás solo por detrás del enigmático Charlie. Pero había habido un silencio de más de dos años desde su anterior trabajo discográfico; y entonces esto: un salto cualitativo de proporciones descomunales. Una producción con la que sus iguales no habían podido ni soñar, elegante y física, simple pero cuidadísima; un estilo refinado, idiosincrático y proteico en las rimas; y un compañero en el micro que tal vez incluso lo superaba técnicamente: Manto (actualmente conocido como Sticky M.A.). El impacto fue tremendo, aunque haya tardado un poco en sentirse. Sin duda lo que mejor habla de Tangana y sus compañeros como artistas es el hecho de que ellos fueran los primeros en ver que el underground no podía más que transformarse después de este disco. Menos de un año después llegó C. Tangana, mucho más fresco, suelto y veraniego, y un año más tarde LO▼E'S supuso el salto definitivo, la emancipación absoluta respecto a la escena en la que se habían criado. Y aún más tarde, 10/15, “Antes de morirme”, Siempre, “Mala mujer” y el estrellato. Pero en el origen estuvo esta condensación de lo mejor del hip hop alternativo patrio, esta refundación fuera de la estela de Violadores del Verso, este monumento sonoro que sigue erguido muy por encima de sus contemporáneos.
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9. John Talabot – ƒIN
Una cosa que me encanta de la música electrónica es la capacidad que tiene para ir al centro de la dicotomía que da forma a la experiencia estética que es crear o escuchar música pop: la tensión entre la continuidad y la innovación, entre lo conocido y lo inexplorado, entre el gusto por la inmediatez y la repetición y la necesidad de sorprender. Por supuesto, todo esto puede suscitar complejas y abstractas elucubraciones si nos ponemos a teorizar, pero justo a eso me refiero: la electrónica te permite experimentar en tu propio cuerpo esa tensión, y vivir la euforia que te recorre en ese momento en que el equilibrio entre ambas facetas hace que tus caderas se muevan pero tu cabeza detecte algo atípico y no puedas evitar que se te escape una sonrisa. Esto, al menos, es lo que experimento yo cuando oigo un disco como ƒIN. Las estructuras más reconocibles del house están todas aquí, incluso con elementos que recuerdan a los inicios del género (las reminiscencias disco de varias canciones, ese bajo sintético inquieto que entra a mitad de “Oro y Sangre” y parece salido de la escena neoyorquina en el año 83 u 84), y sin embargo no hay un solo momento que resulte anodino o falto de imaginación. Antes al contrario, hay que aplaudir la capacidad de inventiva dentro de los cánones que muestra el barcelonés John Talabot. Señalaría dos elementos principales que posibilitaron este éxito. Por un lado, añadir al llamado sonido balear, tan característico, toques sorprendentes que acercaron el disco al público indie (fue “Best New Music” para la Pitchfork). Por otro, el imaginativo tratamiento de los samples vocales: la distorsión de los “aaah” del motivo principal de “Last Land”, por ejemplo, transforma lo que parecía que iba a ser un número de baile dulce y serpenteante en algo mucho más siniestro. Los “baby, baby” de “Missing You”, a su vez, parecen cubiertos de niebla, lo que compensa la agresividad de los sintes percusivos que forman el esqueleto de la canción. Y por supuesto, qué manera de abrir, con “Depak Ine” y su atmósfera selvática, amenazante, pero atrapante; y de cerrar, con “So Will Be Now…”, de la mano de Pional, que da ganas de seguir bailando hasta el infinito. Un disco redondo.
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8. Standstill – Adelante Bonaparte
La transformación de Standstill de grupo hardcore de culto a referentes del indie patrio ya había alcanzado su punto culminante en Vivalaguerra (2006), quizás el mejor disco de lo que va de siglo. Pero el mismo espíritu inquieto que había llevado al grupo liderado por Enric Montefusco a aquella joya les impidió quedarse quietos (y de hecho acabó llevando a su separación en 2015). Llegaron así a Adelante Bonaparte, que a nivel sonoro se alejó definitivamente del ruidismo de sus inicios y abrazó el pop en su vertiente más barroca y expansiva. A nivel conceptual, se trata de un viaje en tres partes desde la infancia de su protagonista, B., pasando por su encierro en sí mismo a partir de las decepciones de la vida y hasta llegar a su iluminación a través del amor; un ciclo marcado por la paternidad, que se inicia con “Todos de pie” y el funeral del padre de B. y culmina con su gemela, “Canción sin fin”, sobre el nacimiento de su hijo. Sin ser la premisa más original, Standstill consiguen darle la vitalidad que convierte el disco en un rotundo éxito a través de composiciones diversas y deslumbrantes, que van de la íntima sencillez de “Vida normal” a la delicada riqueza de “Hay que parar”. No tienen miedo de combinar oscuridad con ternura, como muestran “La familia inventada”, “El resplandor” o “Elefante”. Tampoco a sonar cursis (“Cuando ella toca el piano”) o a experimentar y usar samples (“Hombre araña”). Pero el corazón del disco late en las dos versiones yuxtapuestas del tema titular. La explosiva e ilusionada “Adelante Bonaparte I” contrasta inmediatamente con la tensión y los malos presagios de “Adelante Bonaparte II”, y las mismas frases, entonadas de maneras ligeramente diferentes y musicadas de maneras tan opuestas, condensan en esa disparidad el mensaje del disco: la esperanza y el miedo son sentimientos cíclicos, y todos necesitamos un poco de cariño, atención y respeto con los que ir navegándolos.
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7. Rocío Márquez – Visto en el Jueves
Pocos músicos pueden presumir de haber encadenado una década como la de Rocío Márquez. Claridad (2012) anunciaba grandes cosas, pero la confirmación de que estábamos ante una artista de los pies a la cabeza nos la trajo su homenaje a Pepe Marchena, El Niño (2014). Este se cerraba con un lema pronunciado por el maestro: “ponerle más perfección” a esos legados perfectos del cante y el arte flamenco. Ese principio rector nos trajo después Firmamento (2017), donde, junto al Trío Lorca, tomó cantes y los reinterpretó con instrumentación atípica. Y entonces, cuando no sabíamos qué podía suceder a aquel soberbio ejercicio de inventiva, llegó Visto en el Jueves (2019). ¿Una vuelta a los orígenes, acompañada solo de guitarra y percusión? No, no era eso, porque la guitarra la toca Juan Antonio Suárez “Canito”, con su peculiar forma de hacer que parezca que no es el virtuoso que realmente es, de ir como a pie cambiado pero siempre a tono. Y la percusión es del gran Agustín Diassera, que tan hábilmente usa instrumentos atípicos, ecos y silencios para atrapar al oyente y acunar la voz, más que para marcar el compás. Con estos dos compañeros de viaje, Rocío se vale de un concepto sugerente para armar el disco: todas sus canciones las encontró, en una u otra forma, en el mercadillo del Jueves de la calle Feria de Sevilla. La selección se nutre tanto de cantes antiguos, poco transitados hoy día (la mariana de “Entorna la puerta”, la rondeña de “Empezaron los cuarenta”, la serrana de “Una vida de imagen”) como de canciones, con más (“Luz de Luna”, interpretada tantas veces por El Cabrero; “Quiero”, arrumbada por Bambino) o menos (los tangos argentinos que dan pie a “Trago amargo” y “El último organito”) conexión histórica con el flamenco. Todas ellas se unifican por los singulares estilos de sus intérpretes, que tan bien se compaginan, pero también gracias al otro elemento que da forma a Visto en el Jueves: la conciencia política construida desde el Sur. “Empezaron los cuarenta”, del disco Andalucía (1978) de Menese, “Andalucía”, del Turronero y Cepero, y el “Andaluces de Jaén” de Miguel Hernández junto a Kiko Veneno que cierra el disco hablan todas del campesinado andaluz y de su lucha histórica por acabar con la explotación. Es desde ahí que Rocío Márquez realiza una reinvención más, demostrando que es el tipo de artista que se niega a conformarse con la perfección.
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6. Toundra – III
Hay discos más fáciles de analizar y otros que lo son menos. De entre estos últimos, los hay que resultan tan aburridos que explicar lo que no te gusta resulta tedioso; los hay que te confunden tanto que no hay manera de meterles mano; y luego están los discos ante los que lo más elocuente que te sale es: “menudo pepino”. III es de estos últimos. Pocas veces, antes de escuchar esta auténtica burrada de álbum, había conseguido engancharme de verdad a un grupo puramente instrumental. Pero estos cuatro musicazos hacen imposible dejar de prestar atención: sus progresiones enganchan y cautivan, las partes más melódicas emocionan y dejan huella y las más extremas te obligan a agitar todo tu cuerpo. Las seis composiciones son sublimes; sumémosle a esto una secuenciación inmejorable y tenemos una de las experiencias más completas que nos ha dado la música española este siglo. 40 minutos con cero relleno. De hecho, es bastante difícil elegir canción favorita. Posiblemente “Cielo Negro” sea la más completa, con esos sonidos de tormenta en la introducción, las primeras notas ominosas, la gran subida inicial, luego esa fase más cinemática, paciente pero vibrante, otro pasaje a todo trapo que evoluciona hasta una suerte de meseta, y entonces ese riff ligero y las notas de xilófono que entran tras la repentina pausa de la percusión, y de nuevo la irrupción de todos los instrumentos a un volumen aplastante, para culminar con ese juego de las guitarras que transporta y deja clavado en el sitio a la vez. La vida en una canción. Pero entonces, ¿no elegimos “Requiem”, una de las canciones instrumentales más bonitas que conozco, con ese uso tan elegante de las cuerdas? ¿Ni “Ara Caeli”, la introducción perfecta, primero seductora y luego demoledora? ¿Ni “Lilim”, que construye la tensión que le da vida a través de un motivo que va poniendo la piel de gallina? ¿Ni “Marte”, que contiene hacia la mitad de su minutaje uno de los mejores riffs del disco, e inmediatamente después la mejor intervención de la batería? ¿Ni el aire siniestro que recorre “Espírita” hasta llegar a ese grito colectivo y ese final inolvidable? No, mejor quedarnos con III al completo y que nos siga dejando con la boca abierta. Menudo pepino.
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5. Rosalía – Los Ángeles
Antes de ser una superestrella mundial a la que escucha hasta Barack Obama, Rosalía era una cuasi desconocida que había lanzado un par de singles con C. Tangana. El ascenso fue meteórico y sin duda el momento decisivo fue el lanzamiento de “Malamente” y, después, la espectacular campaña de promoción de El Mal Querer. Pero en el camino hubo otro paso que en su momento pasó casi desapercibido para quienes no leyesen la prensa especializada: Los Ángeles. Un disco de debut de una chica de 23 años que consistía en versiones de canciones y cantes compuestos décadas antes de su nacimiento, unidos entre sí por una temática: la muerte. Una obra maestra instantánea que auguraba un futuro brillante para una cantante con una de esas voces que surgen una vez en una generación, con suerte. Con el acompañamiento, personal y musical, de Refree, quien además de producir tocó la guitarra con su particular estilo minimalista y expresionista, Rosalía armó uno de esos discos que te obligan a abandonar lo que estés haciendo y dedicarle toda tu atención. Lo cual resulta doloroso de hacer por esa temática antes mencionada: Rosalía canta con una vulnerabilidad tan devastadora sobre la muerte propia o de seres queridos que en ocasiones parece que uno se va ahogar de la pena. “Nos quedamos solitos” narra el momento en que, en mitad de la noche, dos hermanos descubren que han perdido a su madre; a la inversa, “La hija de Juan Simón” nos cuenta cómo el protagonista, enterrador, tiene que dar sepultura a su propia criatura. “Catalina” nos lleva al lecho de muerte de alguien que pide redactar su testamento. “Día 14 de abril” empieza con la muerte de un hermano y después ahonda en lo cercanos que pueden estar el amor y la muerte. Un asalto constante en el que no tenemos nada que nos distraiga o haga el trago más fácil: salvo por la guitarra, estamos solos con Rosalía y sus verdades demoledoras, desnudas. Todo el ruido y la fama podrán desaparecer, pero esto no.
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4. El Guincho – Pop Negro
Se acercaba el final del primer verano de la década cuando nos llegó, posiblemente, el mejor álbum veraniego de la historia de la música pop en España. Pablo Díaz-Reixa, alias El Guincho, había obtenido un amplio reconocimiento entre la crítica hispana y la anglosajona con Alegranza (2007). Su fusión de música canaria con electrónica de regusto algo psicodélico podría considerarse algo así como un puente entre los Animal Collective más folk de mediados de la década pasada y ese conjunto heterogéneo de reinvenciones electrónicas de tradiciones musicales locales, surgido poco después, al que llamaron global bass. Pop Negro no es nada de eso. Es un acercamiento desvergonzado al electropop ochentero más tropical, pero desde el punto de vista obsesivo e idiosincrático de El Guincho. Ninguna canción captura ese sonido (y su estilo lírico, impresionista e íntimo pero en ocasiones altivo) como “Bombay”. Los sintetizadores, la percusión, los samples, todo está milimétricamente situado para atraparnos en esa primera estrofa evocadora (“no te vayas a China, que allí no tienen cortinas/ como las que nos escondieron de todos los demás”). Entran los coros que acompañan la segunda estrofa y elevan esa crisis creativa que colisiona con la crisis de la relación (“hace doscientos días que no me sale una línea/ y además no parece que vaya a cambiar aunque ahora me escuches”). Y entonces el breakdown y la acusación demoledora, una sentencia: “en cambio tú me pides que me quede en/ donde puedas vigilarme hasta que te canses de buscar”. Pop de 24 quilates, pero el disco apenas empieza. “Novias” puede ser la canción más divertida, tan saltarina y con no uno, sino dos hooks infecciosos. “Soca del Eclipse” evoca el disco y el house con su progresión, los vientos sintéticos que preludian el estribillo y ese “¿eres tú la voz en mi habitación?” repetido obsesivamente. “Muerte Midi” reduce la percusión al mínimo para crear un paseo romántico y nostálgico (“es bestial recordar viejos tiempos”, “quiero estar en todos tus gritos/ repetidos”) que se acerca al smooth jazz pero nunca pierde el nervio gracias a la insistencia rítmica de sus acordes. Y así hasta nueve temazos; todo acaba en tan solo 34 minutos, pero el replay value el infinito. Una joya con nueve facetas perfectamente pulidas y que brillan cada una a su manera.
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3. Exquirla – Para quienes aún viven
La colaboración musical de la década. Toundra ya parecían haber dado su obra maestra con III, mientras que Niño de Elche apenas empezaba a enseñar la patita y no sabíamos gran cosa de él después de la grata sorpresa que había sido Voces del Extremo (2015). Una colaboración entre ambos sonaba… intrigante. Pero sobrepasaron cualquier posible expectativa con este mastodonte sonoro. En parte, el impacto tiene que ver con el tercer actor que da forma a Exquirla: el poeta valenciano Enrique Falcón y su poema épico La Marcha de 150.000.000, una reinterpretación materialista de la escatología cristiana a principios del siglo XXI desde la perspectiva de los desposeídos del Sur global. Son sus textos los que recita Niño de Elche, y la potencia lírica que poseen (“porque nada sé de ti/ que no sea el paso de los bueyes por el rostro”; “un hombre está muriendo y no hace ruido”; “oíd: tú eres la muerte que mece mi boca”) resulta ideal para la capacidad expresiva de esa prodigiosa y versátil herramienta que es la voz del exflamenco. Al mismo tiempo, resulta un acierto absoluto que el disco empiece con la voz del propio Falcón, en “Canción de E”, poniéndonos los pelos de punta con su solemnidad (“E comió por fin tierra/ Ya es el tiempo. Ya no hay miedo/ Que la marcha arranque”). Por su parte, Toundra componen canciones largas, de construcción lenta pero explosiva, más oscuras que nunca. Los contrapuntos de las guitarras buscan más generar tensión e incomodidad que crear armonías; la sección rítmica suena robusta, poderosa. La repetición salmódica de algunos versos se replica también instrumentalmente: ciertos pasajes suenan en bucle hasta que consiguen inducir un estado cercano al trance. Todo ello para hablar de algo tan duro como la vergonzosa y criminal política exterior y migratoria de la Unión Europea: por un lado sometemos economías extranjeras a nuestros deseos, por otro financiamos y formamos los aparatos represores de esos Estados, y por último dejamos ahogarse a quien intenta escapar del infierno de nuestra creación. “No sobran ni dos balas más de tiempo/ en vomitar tu nombre, Europa”, concluye el disco, y los cuerpos se quedan conmovidos por la sacudida, y deseosos de hacer algo para cambiar esa realidad.
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2. Triángulo de Amor Bizarro – Salve Discordia
Los gallegos Triángulo de Amor Bizarro tienen un historial inmaculado. Desde su debut homónimo, allá por 2007, cada álbum que han lanzado ha sido más que notable. Pero la progresión de su sonido, que ha ido expandiendo sus ambiciones y sus influencias constantemente, alcanzó aquí su cénit. Dicho de forma sencilla: Salve Discordia es un disco perfecto. Contrastando de forma aún más aguda que en trabajos anteriores los temas construidos en torno a trallazos de ruido y agresividad (“Gallo negro se levanta”, “Euromaquia”, “Luz del alba”) con los basados en melodías infecciosas y dulces (“Baila Sumeria”, “Barca Quemada”) y añadiendo canciones de elaboración lenta y con transiciones fascinantes (“Desmadre estigio”, “Seguidores”, “O Salve Eris”), el disco fluye como la seda y tiene un empaque demoledor. También lo esotérico domina todavía más que en Año Santo (2010) o Victoria Mística (2013): se suceden las imágenes de carneros que hablan, extraños rituales con sangre en barcos de oro, motoristas fantasma que blanden cadenas, lobos que vigilan a niñas, reinos extraños y tierras sin montañas ni precipicios… por no hablar de ESA PORTADA. Todo conspira para transportarnos a un espacio semimágico donde la violencia y la animalidad dominan, pero nos llegan a través de melodías impolutas. Pero como con cualquier disco de pop, la clave es que hay un sinnúmero de frases coreables hasta la extenuación: “la ciencia es mentira sin ti”, “cuando te follen las fuerzas y no puedas volver, encontrarás lo que buscas”, “habría votado a la derecha por ti: trampearía las papeletas”, “me gustabas más cuando no hablabas, cuando no me pedías nada”, “Europa es una zorra y está matando a su juventud”… Todos estos momentos son como hitos que nos permiten orientarnos en el continente sonoro y espiritual que es este álbum de 40 minutos redondos; y es que se trata del raro disco de secuenciación perfecta en el que, sin embargo, te pierdes: cualquier momento vale como punto de entrada y es fácil no saber si vas por la tercera o la décima canción. Porque lo más importante es que Salve Discordia nos atraviesa en cada escucha en igual medida que nosotros lo atravesamos y nos deja siempre con ganas de volver a darle al play.
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1. Sílvia Pérez Cruz y Raül Fernández Miró – Granada
Que un disco de versiones sea el álbum de la década es una muestra evidente de la obsesión por el pasado que mencioné en la introducción. Pero es que la forma de trabajar las canciones de Sílvia y Raül en este monumento artístico trasciende la idea de autoría. El proceso de grabar el disco fue tortuoso y largo, llegando a regrabarlo en varias ocasiones. Y es que, pese a la obvia complicidad entre ambos, que los directos ya habían mostrado, no resultaba sencillo capturar en una grabación algo tan delicado y a la vez feroz: esa deconstrucción y reinvención de canciones dispares para hacerlas sonar todas inconfundiblemente como propias. La magia, claro, está en que el resultado final parece “natural”, evidente, no forzado: arte al que no le ves el artificio, aunque, como todo ejercicio artístico, lo tenga. Así, consiguen que convivan cómodamente una canción de Sinatra y una de Os Novos Baianos, que Albert Pla suene dulce y Schumann terrenal, urgente. Para ello, claro, se valen de un talento que se les cae de las manos. Sílvia emociona hasta a las piedras cantando en ¡seis idiomas! (de hecho, cada una de las primeras cinco canciones está en un idioma distinto), mientras Raül muestra todos sus registros: el etéreo y atmosférico en “Mercè”, el eléctrico y disonante en “Carabelas Nada”, el suave y melódico en “El cant dels ocells”. Y luego está “Pequeño Vals Vienés”, donde los dos consiguen desarrollar todas sus facetas: se trata, sin lugar a dudas, de esa versión que supera al original y se convierte en el nuevo clásico. Algo a lo que Cohen y Morente, sin duda, no objetarían. El espíritu del cantaor granadino planea por todo el álbum, y no solo porque contenga tres versiones suyas (los tangos de “Que me van aniquilando” y la personal versión de la “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández que es “Compañero” acompañan al “Vals”). Ante todo es porque, como ellos mismos han reconocido, fue al escuchar Despegando (1977, con Pepe Habichuela a la guitarra), quizás la declaración estética más redonda de su carrera, cuando dieron con la clave para terminar al fin el álbum. “¿En qué consiste hacer canciones entre dos personas?”, se preguntan ambos discos. La respuesta está a medio camino entre el pasado del que vienen las canciones y el futuro al que miramos: en un presente capturado de forma inmortal.