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Memoria y olvido ¿justicia para las víctimas?

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 18 de Octubre de 2015
Monolito en el Barranco de Víznar.
M.R.
Monolito en el Barranco de Víznar.

“Para los oprimidos, su historia es un permanente estado de excepción”.

Walter Benjamin 

Hace unos días la Memoria Histórica volvió a ser protagonista en nuestra tierra, Andalucía, al anunciarse la aprobación por parte del gobierno andaluz de la Ley que por fin da contenido en diferentes ámbitos, como el derecho y la educación, al recuerdo y a la reparación de las víctimas, que defendiendo un gobierno legítimo durante la Segunda República fueron vilmente masacradas. Opresión y masacre que continuó durante largas décadas de dictadura. La Memoria Histórica ha sido desde que se restauró la democracia en 1978 continuamente reivindicada por parte de la sociedad española, al igual que vilipendiada por sectores conservadores, especialmente a partir de la reivindicación e intento de aplicación de una ley por el gobierno Zapatero, ignorada por el gobierno conservador que le relevó.

Obviando por motivos evidentes los argumentos, por llamarlos de alguna manera, de los restos de aquello que en la transición se llamó “la caverna”, nostálgicos del franquismo, nos centraremos en la derecha “civilizada”. Habitualmente los argumentos de la derecha española, la oficial y la disfrazada de centro, para entendernos, basaba sus críticas en que la “reconciliación” se produjo en la sociedad española con la Constitución del 78, y que lo único que despertaba recordar a las víctimas era odio. Mejor el olvido que empeñarse en encontrar e identificar a los masacrados, tirados en las cunetas y abonados al peor destierro, lejos de la memoria de sus familias. Mejor pasar página y convertir en cita a pie de página en los libros de texto el recuerdo de las ansias de libertad y justicia que inauguraron los ideales republicanos. Mejor borrar con tinta imperecedera las atrocidades de los insurgentes al legitimo gobierno y de sus aliados, sociales o eclesiásticos. Al fin y al cabo nuestra sociedad ya lo había superado y tan sólo unos nostálgicos “bolcheviques” se empeñaban en recordar lo que debería permanecer enterrado en el olvido, como los cuerpos de las víctimas de la represión franquista.

¿Es posible que una sociedad democrática encuentre su propio camino a través de la senda del olvido? Emilio Lledó, el maestro de incontables generaciones que han aprendido a amar la libertad y la justicia en nuestro país, narra magistralmente en “El surco del tiempo” la eterna dialéctica entre la memoria y el olvido, que se encuentra en el nacimiento de los mitos que sustentan nuestra civilización. La memoria, inmenso espacio de aprendizaje y de escarmiento, el olvido, su contrario no es más que otro nombre para la muerte, en sus palabras seguro que muchos verán reflejados sus sentimientos ante la ausencia de sus seres queridos, violados en uno de esos derechos que deberían ser imperecederos, un entierro digno: “Como si  en cada latido no quedase otra cosa que el hueco de su ausencia: infinitas sucesiones de un vacío, idéntico siempre a si mismo e idéntica e insustancialmente repetido.”

El olvido que se envuelve en el engañoso dulzor de la reconciliación que oculta el veneno en su interior, como nos narra Homero en las desventuras de Odiseo, “se encontraron con los lotófagos que no maquinaron ningún mal para nuestros compañeros, sino que les dieron a comer loto, y el que comía de este fruto, dulce como la miel, ya no quería traernos noticias de nada, ni regresar”.

Olvidar, como sabiamente nos recuerda Homero, no es más que un infierno disfrazado de paraíso. Tan sólo el recuerdo, la memoria, nos fortalece como sociedad y nos vacuna contra futuras atrocidades, con el antibiótico de la justicia a las víctimas. De la única manera en la que es posible hacerla, honrando su sacrificio, recordando por qué murieron y quienes fueron sus verdugos.

Walter Benjamin, que se suicidó para evitar caer en manos nazis, nos insta a no olvidar a los marginados por la historia, a ese “lumpen” olvidado por las ideologías oficiales, sólo a través de la memoria es posible recuperar a esos que quedan en la cuneta de la historia, o como sucedió en la represión y violencia franquista, los que hoy yacen olvidados en las cunetas de nuestras carreteras. No hay Razón con mayúscula que pueda enmascarar las atrocidades cometidas a las víctimas. La sabiduría del trapero que nos reconcilia con lo desechado. La política tiene un imperativo moral, debe recuperar el pasado ausente del presente. Son las víctimas, sus voces violadas por el olvido, las que deben recuperar la primacía en la reescritura de la historia. Su memoria ha de ser el hilo que enhebre la narración de nuestro presente, si queremos tener un futuro en justicia y libertad, al igual que su sangre fue la tinta con la que se escribió nuestra historia.

Primo Levy, judío, pensador y escritor que sufrió las atrocidades nazis en Auschswitz, narradas en Si esto es un hombre, y cuyas enseñanzas morales forman parte hace años de la didáctica del sistema educativo italiano. Precursor de la importancia de la memoria histórica. El sufrimiento de las víctimas, el infierno por el que pasaron nunca debe ser olvidado, ni el papel activo que sus verdugos tuvieron, ni el papel pasivo de aquellos que conociendo la barbarie miraron atrás. No por venganza, por justicia y por libertad, porque la memoria de la indignidad sufrida es la única reparación posible, y porque no podemos evitar la injusticia del futuro, sin negarnos a tomar la fruta envenenada del olvido en el presente.

Si esto es un hombre

Los que vivís seguros

En vuestras casas caldeadas

Los que os encontráis, al volver por la tarde,

La comida caliente y los rostros amigos:

Considerad si es un hombre

Quien trabaja en el fango

Quien no conoce la paz

Quien lucha por la mitad de un panecillo

Quien muere por un sí o por un no.

Considerad si es una mujer

Quien no tiene cabellos ni nombre

Ni fuerzas para recordarlo

Vacía la mirada y frío el regazo

Como una rana invernal.

Pensad que esto ha sucedido:

Os encomiendo estas palabras.

Grabadlas en vuestros corazones

Al estar en casa, al ir por la calle,

Al acostaros, al levantaros;

Repetídselas a vuestros hijos.

O que vuestra casa se derrumbe,

La enfermedad os imposibilite,

Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.


Primo Levy

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”