Manual de resistencia (contra la estupidez)

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 4 de Agosto de 2019
'Three Studies For Portrait of Lucian Freud' (1964), de Francis Bacon.
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'Three Studies For Portrait of Lucian Freud' (1964), de Francis Bacon.
'Puedo resistirlo todo, menos la tentación'. Oscar Wilde

El presidente del gobierno Pedro Sánchez escribió un Manual de resistencia política, para mostrarnos las habilidades que le permitieron emerger victorioso del aciago acoso que sufrió por propios y extraños en los no tan lejanos tiempos del primer bloqueo de gobierno, que ahora parece estamos destinados a repetir. Hoy día vivimos una mezcla explosiva de ceguera, vanidad y estupidez que define comportamientos políticos, sociales y personales. Comportamientos que podríamos evitar si ya desde pequeños nos enseñaran el arte de resistir a las memeces que la vida nos pone por delante, y por el contrario, rendirnos a los pequeños, o grandes placeres, que nos ofrece sin necesidad de hacerle la puñeta al prójimo. Otro gallo nos cantaría si eso sucediera. Pero se ve que, o  no nos enseñaron esa lección, o se perdió en la obsesiva manía por enseñarnos a competir más y mejor, preferiblemente pisoteando al que tenemos al lado, no sea que nos dé un arrebato de incomprensible locura y optemos por cooperar en su lugar.  Y si alguien tuvo la generosidad y la paciencia para mostrarnos lo necesario que es en la vida disfrutar de lo disfrutable, evitar fastidiar al prójimo, y evadir las tonterías que nos lastran, como vivir artificialmente nuestra vida en las redes sociales, se ve que esa enseñanza se ha perdido en el camino lleno de olvidos sobre los que cimentamos nuestro banal presente.

La única certidumbre que deberíamos tener en esta época de incertidumbres es la de armarnos con un buen manual de resistencia contra la estupidez; la estupidez de creer que nuestro estatus, nuestro papel en la sociedad, viene determinado por la popularidad que despertemos en las redes sociales, cuando el único estatus que debería concernirnos es aquél con el que nos valoremos a nosotros mismos y nos valore la gente que nos quiere

Un presente adormecido por el opio de las insípidas costumbres y likes de los tiempos líquidos en los que hemos tenido la buena o mala fortuna, según a quien le preguntes, de existir. La única certidumbre que deberíamos tener en esta época de incertidumbres es la de armarnos con un buen manual de resistencia contra la estupidez; la estupidez de creer que nuestro estatus, nuestro papel en la sociedad, viene determinado por la popularidad que despertemos en las redes sociales, cuando el único estatus que debería concernirnos es aquél con el que nos valoremos a nosotros mismos y nos valore la gente que nos quiere. A quién le importa cómo te juzguen los demás por no encajar en mezquinos estereotipos controlados por la mentalidad consumista de gente a la que lo único que  importa no son los valores, sino los beneficios que puedan obtener.

Necesitamos un manual de resistencia contra la estupidez de meternos donde no nos llaman y decirle a la gente cómo tiene que vivir su sexualidad, cómo tiene que amar, y disfrutar de su vida. Un manual que nos enseñe a resistirnos a esos bárbaros recién llegados a la política, pero con retrógrados aromas de tiempos pasados, mitad xenófobos, mitad misóginos,  que contaminan la cultura de la igualdad y tolerancia que tanto nos está costando construir. Un manual de resistencia ante tantos esencialismos patrios, nacionales, regionales o locales, que nos empequeñecen en un mundo cada vez más grande y abierto. Un manual de resistencia contra la indiferencia que congela nuestros corazones, que nos impide rebelarnos ante la pasividad con la que asistimos a las tragedias de aquellos refugiados que se ahogan en nuestras costas huyendo de horrores indescriptibles. En las acertadas palabras de Gramsci: la indiferencia es apatía, parasitismo, es cobardía, no es vida.  Resistamos a tantas estupideces que enturbian la convivencia, que fomentan el egoísmo y desprecian la generosidad, y dejemos de resistirnos ante aquellas tentaciones que nos enseñan a disfrutar de la vida, del amor, de la felicidad, de ese vive y deja vivir, que tanto nos resistimos a aceptar.

Qué decir de la política en tiempos de incertidumbre, con los políticos más pendientes de lograr una foto con la que mercadear me gusta en Instagram, escribir un tweet hiriente que les ponga en el centro de la atención mediática,  insultar o despreciar a quien no piensa como ellos, que en trabajar para que nuestra vida mejore un poquito, aunque solo eso fuera

Tiempos líquidos es la acertada descripción con la que el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman bautizó estos tiempos donde nada permanece, todo cambia, todo es frágil, todo es incertidumbre, y donde la basura televisiva que mercadea con las miserias  de pobres aspirantes a ser ricos, y presuntos ricos que aspiran a exprimir aún más sus miserias para ser un poco más ricos, son el tipo de programas que nos desvelan de la siesta, junto a las llamadas de los comerciales, claro está. Qué decir de la política en tiempos de incertidumbre, con los políticos más pendientes de lograr una foto con la que mercadear me gusta en Instagram, escribir un tweet hiriente que les ponga en el centro de la atención mediática,  insultar o despreciar a quien no piensa como ellos, que en trabajar para que nuestra vida mejore un poquito, aunque solo eso fuera. Quién diría que la flexibilidad, una de las características que Bauman destaca como antídoto necesario para adaptarse a la incertidumbre característica de los nuevos tiempos, brillaría por su ausencia en la nueva estirpe de políticos del siglo XXI.

Parece que en lugar de tener a brillantes pensadores de maestros, como Jürgen Habermas, Hannah Arendt y demás locos que creían que la política era el único arte humano donde lo imposible era convertido en posible a través del dialogo, su máxima de cabecera son las palabras de Herzog, escritor francés que decía que en la conversación, como en la guerra, basta resistir un cuarto de hora más que el adversario

Parece que en lugar de tener a brillantes pensadores de maestros, como Jürgen Habermas, Hannah Arendt y demás locos que creían que la política era el único arte humano donde lo imposible era convertido en posible a través del dialogo, su máxima de cabecera son las palabras de Herzog, escritor francés que decía que en la conversación, como en la guerra, basta resistir un cuarto de hora más que el adversario. La tenacidad vence a la razón, reduce al adversario al silencio por medio del aburrimiento. Entre dialogar y gritar, por qué elegir lo primero cuando lo segundo te pone en el foco mediático, acostumbrados a los gritos de esos programas de cotilleos que nos desvelan de la siesta, mientras lo segundo, dialogar, nos aburre más que los documentales de la 2. Si al menos algunos políticos, con perdón, algo bocazas, siguieran las sabias palabras del escritor estadounidense James Lowell; bienaventurados los que no tienen nada que decir, y que resisten la tentación de decirlo, algo disminuiría ese ruido que tanto contamina la convivencia.

En el marxismo escolástico y ortodoxo- que pena, y perdón por la digresión, que aún se sigan leyendo textos de filósofos como si fueran de la biblia, y no reflexiones y análisis tan llenos de inciertas certezas como de seguras dudas- la infraestructura, los medios de producción, la economía que mueve el mundo, determinaba la superestructura; lo político, lo jurídico, lo cultural, es decir, nuestra manera de pensar, de relacionarnos socialmente, nuestros valores. En esa peculiar jerga filosófica de Karl Marx: El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario el ser social es lo que determina su conciencia. Si algo falla en nuestra cultura social y política, y nuestros valores no son los que deberían ser, por ejemplo, que nos sigamos esclavizando unos a otros, explotando unos a otros, si el machismo sigue presente en cómo educamos a nuestros niños y niñas, y toda esa retahíla de razonables quejas que cualquier persona con una pizca de conciencia moral tenga sobre cómo funciona el mundo, eso se debe al funcionamiento económico del capitalismo. Si Marx hubiera vivido hoy día creería que la paranoia en la que estamos instalados en los mundos virtuales que construimos, donde el grito, la injuria, y el disimulo de lo que realmente somos es la norma, nuestra locura no sería sino una manifestación de unos modos de producción, de un sistema económico que ha perdido cualquier rasgo moral de humanidad, y de cordura, que tuviera.

Más que iniciar la revolución pendiente- la resistencia ante la estupidez de un mundo que no funciona-obsesionándonos con la economía, comencemos primero por cambiar la mentalidad política y social que permite que sea el egoísmo el eje central de cualquier transacción económica, y quizá eso ayude a crear una economía más solidaria

Ahora bien, el marxismo heterodoxo, que también lo hay, con Gramsci y su ejemplar odio a la indiferencia como patrón, le da un poco la vuelta, y reivindica ese mundo cultural, social y político en su autonomía, le concede cierta prevalencia, sobre esos modos de producción. Por tanto, más que iniciar la revolución pendiente- la resistencia ante la estupidez de un mundo que no funciona-obsesionándonos con la economía, comencemos primero por cambiar la mentalidad política y social que permite que sea el egoísmo el eje central de cualquier transacción económica, y quizá eso ayude a crear una economía más solidaria. Y los unicornios existen, diría un incrédulo pragmático ante esta posibilidad, pero, como nada tenemos que perder por explorar esta posibilidad, démosle una oportunidad. Para Gramsci la clave es la hegemonía ideológica de la clase dominante, de unos pocos frente a unos muchos. Cuando el orden del mundo vigente, por así llamarlo, se hace pasar como el orden legítimo que corresponde a todos; las cosas son como deben ser y así han de quedarse. Creernos este mensaje es lo que evita que nos resistamos a todas esas estupideces que se hacen pasar por legítimas. Si lográramos que la hegemonía cultural fueran temas como la ecología, como la igualdad, como la solidaridad, como la justicia social, como la equidad, como la tolerancia, como el respeto a lo diferente, quizá y tan solo quizá,  pudiéramos hacer entender a la mayoría de la sociedad que ese es el único camino posible que no nos lleva al abismo. Y con nuestra hegemonía superestructural incluso sería posible darles en las narices a esos pragmáticos, que nos dicen continuamente que no es posible cambiar nada, y a los bárbaros que han declarado la guerra cultural a estos valores.

Esta es la batalla que estamos perdiendo: dar la hegemonía a aquellos que culpan a los inmigrantes de todos los males habidos y por haber, a las mujeres, en fin, por ser mujeres, y a cualquiera que no siga su religión, que sea pobre, homosexual o lesbiana, o en definitiva, a cualquiera que aspire a tomar decisiones racionales, meditadas, solidarias y justas

Esta es la batalla que estamos perdiendo: dar la hegemonía a aquellos que culpan a los inmigrantes de todos los males habidos y por haber, a las mujeres, en fin, por ser mujeres, y a cualquiera que no siga su religión, que sea pobre, homosexual o lesbiana, o en definitiva, a cualquiera que aspire a tomar decisiones racionales, meditadas, solidarias y justas. Es el relato, estúpido, parafraseando la famosa frase que se hizo famosa hace unas décadas en la política estadounidense. Los políticos y sus asesores están obsesionados con ganar el relato, el problema es que lo que esconden es más ganar un relato de poder político, o partidista, que de beneficio colectivo. Y es ahí donde entra nuestro manual de resistencia (contra la estupidez), ese es nuestro relato, nuestra defensa contra estúpidos, ciegos y vanidosos, que nos quieren imponer su brutal visión del mundo, como si fuera la única posible, como si fuera la que nos interesa a todos. Resistamos, demostrando que es posible vivir, amar, disfrutar del sexo, y de innumerables y maravillosas tentaciones que no hacen daño a nadie, respetar, compartir, ser tolerantes, resumiendo: disfrutar la vida de otra manera, y darle en las narices a todos esos cretinos y a todas esas estupideces que nos impiden, por qué no, crear unicornios.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”