'El loco más cuerdo'
Mentiría si dijera que le conocí, pero sí coincidí con él de pasada, alguna vez, en algún acto de Canal Sur y he de decir que su presencia imponía a pesar de que no fuera de estrella; concitaba las miradas y uno sentía el impulso de acercarse a intercambiar alguna palabra con él, pero antes de animarse a hacerlo veías un grupo excesivamente grande rodeándole que te desalentaba. Obtuvo todos los premios de comunicación habidos y por haber, creó una forma especial de hacer televisión y, sobre todo, de hacer entrevistas, que acabará perdiéndose con el tiempo porque muchos le han imitado y lo seguirán haciendo pero era único e insustituible. Jesús Quintero, El Loco de la Colina, El Vagamundo, El Perro Verde, ese que sabía más que los Ratones Coloraos y que ofreció su micrófono a los más desfavorecidos e incluso organizó una Cuerda de Presos, nos ha dejado esta semana con un sabor agridulce, porque uno siente que en sus últimos años de vida no estuvimos a la altura de su genio y lo abandonamos a su suerte.
Después, me convertí en periodista y entendí la grandeza de este profesional capaz de dibujar con palabras el alma de la persona que tenía delante
Era un crío cuando me embelesaba aquel hombre que aguardaba en silencio unos segundos que parecían horas antes de hacer una pregunta a su entrevistado y llenaba esos espacios con la densidad del humo de un cigarro que nublaba el plató alimentado por los focos. Después, me convertí en periodista y entendí la grandeza de este profesional capaz de dibujar con palabras el alma de la persona que tenía delante. Al contrario de muchos otros que después trataron de aprovecharse de los personajes que él había transformado en populares, Quintero jamás lo hizo, ni del Risitas, ni del Cuñao, ni del Peíto, ni del Pollito de California, ni del Beni de Cádiz, ni de tantos otros. Se le veía cómodo junto a ellos, como si fueran parte de su grupo de amigos. Nunca se rió de ellos, siempre lo hizo con ellos. He escuchado algunos críticos que infravaloraban su trabajo porque las grabaciones se extendían durante horas para luego extraer lo más granado y no le encuentro sentido a esta crítica porque para extraer perlas como las que El Loco conseguía había que ser un genio y saber ganarte al personaje.
Las entrevistas que se hacen hoy en día están previamente preparadas, necesitan ser pactadas entre el personaje y el programa para que nadie se lleve la sorpresa de que una historia se alargue más de la cuenta, han de lanzarse mensajes breves, medidos y siempre acompañados de anécdotas divertidas...
Ya no existe ese tipo de televisión. No hay tiempo para que un entrevistado alcance la comodidad suficiente en un plató como para sincerarse con el presentador. El lenguaje televisivo ha cambiado y la audiencia no está dispuesta a escuchar una charla en profundidad con un personaje de actualidad o con cualquier persona de la calle. Ese era otro de los valores de Quintero, saber que cada uno de los que se colocaban frente a él guardaba una historia interesante digna de ser reflejada y crear el ambiente idóneo para darla a conocer. Las entrevistas que se hacen hoy en día están previamente preparadas, necesitan ser pactadas entre el personaje y el programa para que nadie se lleve la sorpresa de que una historia se alargue más de la cuenta, han de lanzarse mensajes breves, medidos y siempre acompañados de anécdotas divertidas y, lo más importante, deben ser interrumpidas continuamente por cómicos, gags o números distintos que rompan la unidad de la charla, que cambien el tono, porque los espectadores no están dispuestos a mantener su atención mucho tiempo en un mismo tema.
Con El Loco se ha ido esa forma de hacer televisión que ya no existe, que le llevó a triunfar en España e Hispanoamérica y a convertirse en el locutor más original, un artista de las palabras, que no tenía ya cabida en este mundo televisivo de superficialidad, cuerpos imponentes, charlas insulsas, polémicas absurdas y estrellas idolatradas no por su calidad profesional sino por motivos ajenos a ella. Por eso, hacía años que ningún canal lo tenía en su programación.
Con 'El Loco' se ha ido esa forma de hacer televisión que ya no existe, que le llevó a triunfar en España e Hispanoamérica y a convertirse en el locutor más original, un artista de las palabras, que no tenía ya cabida en este mundo televisivo de superficialidad
Quintero aprobó unas oposiciones de RNE al fundarse el Centro Emisor del Sur en los años 60 y a partir de ahí destacó por méritos propios. Nadie le regaló nada. Otra cosa era lo que hacía con su dinero, las veces que lo perdió todo y se fue a la bancarrota y cómo tuvo que hacer frente a una demanda judicial por varios impagos, entre los que destacaba una orden de desahucio del Teatro sevillano que lleva su nombre: Quintero. Era muy celoso de su intimidad y, a veces, huraño con los desconocidos, pero leal a los suyos como siempre han destacado sus amigos.
El 'Loco' se fue y antes de irse, hace unos años, dejó su mejor epitafio en forma de discurso al final de uno de sus programas mientras estaba en Canal Sur
El Loco se fue y antes de irse, hace unos años, dejó su mejor epitafio en forma de discurso al final de uno de sus programas mientras estaba en Canal Sur, como muy oportunamente ha recordado estos días la televisión andaluza: «Estoy y quiero vivir como si no tuviera nada que perder, como si cada día fuera el último, como si siempre estuviera a partir la nave que nunca ha de tornar. Quiero besar como si cada beso fuera el último, quiero gozar como si cada gozo fuera el último, quiero hacer la televisión como si cada programa fuera el último. La última copa de vino, la última noche de amor, el último paseo por las calles de Sevilla, la última canción, las últimas palabras… cuando a uno le da igual perderlo todo desaparecen los miedos, las cadenas, las ataduras, los compromisos, la timidez, el miedo. Cuando uno está dispuesto a perderlo todo, empieza a estar en condiciones de ganarlo todo, ¿qué es todo? El valor, la sinceridad, la autenticidad, la claridad, la libertad, el camino, la verdad y la vida que decía mi tocayo. Quiero vivir de acuerdo conmigo mismo, de eso es de lo que se trata, hermano…».
Se fue Quintero, pero nos quedan sus palabras, su filosofía, su maestría del periodismo, su sabiduría y el amor a una profesión a la que se entregó en cuerpo y alma, ese recuerdo que debería hacerse más presente en la televisión para honrar a este profesional y a tantos otros de aquella vieja escuela de la que cada vez quedan menos alumnos, desde Jesús Hermida hasta Joaquín Prat, pasando por nuestro granadino universal Tico Medina que nos mostraron el camino para amar un oficio que, por desgracia, cada vez está más limitado.