Lecciones cínicas

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 24 de Julio de 2016
Doctor House, ¿ejemplo de cinismo?
Doctor House, ¿ejemplo de cinismo?

"Las personas de bien son parientes. Es mejor combatir con unos pocos buenos contra todos los malos que con muchos malos contra unos pocos buenos." 

Antístenes (Narrado por Diógenes Laercio en “vida y opiniones de filósofos ilustres”)

Contaba Ángel Gabilondo, filósofo y político socialista, un chiste en A vivir que son dos días, como preludio a un intento de incentivar la participación electoral el pasado 26 de junio; dos ciudadanos atenienses pasean por el ágora de la ciudad rumiando sus pensamientos sobre los recientes acontecimientos políticos, y la falta de implicación de sus conciudadanos en la solución de sus problemas, cuando uno le pregunta al otro: - Oye, ¿qué crees que es peor, la ignorancia o la indiferencia?, a lo que el otro ciudadano, compañero de fatigas, le responde con una medio sonrisa cínica en la boca: -¡ni lo sé, ni me importa!. Después del chiste, perfecto reflejo de una actitud cínica ante el contexto vivido de desencanto político, se imponía la reflexión por parte del profesor Gabilondo acerca de lo importante que es la participación en las decisiones que van a definir nuestro futuro. Decisiones que deben acompañarse por una meditada reflexión, más que por la llamada de las entrañas, que acompañe cada voto, aceptando que el partido o la persona que apoyamos, nunca encarnará a la perfección nuestros propios ideales personales, pero seguro que somos capaces de encontrar a quienes se acerquen a ellos.

En la Grecia clásica, cuna de la democracia, donde ya se ensayaron y se previeron muchas de las aporías de un mal ejercicio de la misma, el desencanto vivido por su mal uso, provocó la aparición de diferentes escuelas filosóficas que pretendían enseñarnos a vivir en época tan convulsa y desesperanzada. Pocas tuvieron tan mala fama como la escuela cínica. Despreciada por su forma de encarar la crisis social y existencial que agobiaba a la sociedad griega de la época, y a la que los ciudadanos de bien avergonzaban por los hábitos de sus discípulos. Sin embargo, una lectura más profunda de su legado nos deja algunas interesantes lecciones cínicas. Alejadas de la apuesta por la política quizá, tal y como nos recomienda, con toda razón, el profesor Gabilondo que hagamos si queremos cambiar las cosas, pero una propuesta vital que es capaz de desenmascarar el oculto desencanto con la falsedad social en la que las sociedades alienadas viven. Un pensamiento aderezado con la mejor herencia de la ironía socrática, y con una apuesta ética, que nos enseña a ser mejores personas. Su implacable dialéctica es la mejor denuncia de la hipocresía social y política que adormecía a la sociedad de su época, y ¿de la nuestra?

A la muerte de Sócrates, tres movimientos disputaron a Platón, con poco éxito, el patrimonio de la herencia dejada por el filósofo ateniense, los cínicos, la escuela megárica y los cirenaicos.  A los cínicos desde un primer momento se les trató con desprecio, pues su apelativo está emparentado con el termino griego kyon (perro), aunque su nombre procede del lugar donde tendían a reunirse, al lado del Gimnasio Cinosargos (perro ágil). Como se debe hacer cuando los hipócritas te adjudican un apodo que pretende ser un insulto, lo aceptaron con orgullo, dándole la vuelta, y destacando la sinceridad y la nobleza de los animales con los que se pretendía insultarles. Al igual que los canes, se despojaban de hipocresías sociales y apostaban por una vida lo más natural posible, autosuficiente y autárquica, sin lazos que les atasen y sin depender de lujos innecesarios. Pretendían confrontar a sus conciudadanos desnudando los mitos y las creencias absurdas que condicionaban su vida, basada en estereotipos que los encadenaban e impedían ser felices. Una especie de hippies de nuestra época, o de lo que algunos despectivamente llaman hoy día perroflautas, pero cuya vitalidad ética, tanto antaño, como hoy día, sigue teniendo la misma vigencia para denunciar la hipocresía y la falsedad que acompaña gran parte de nuestras esclavitudes convencionales.

Sin duda eran exhibicionistas y excéntricos, pero constreñidos por la persecución de un poder corrupto, no encontraron otra forma de denunciar las quimeras y engaños de una sociedad de consumo (ya por aquel entonces) que dejaba de lado la inocencia más natural de los seres humanos, y pervertía su bondad con las hipócritas convenciones sociales del poder, de las leyes y de la religión. La verdadera libertad se encuentra en el interior, en la sabiduría practica que nos enseña que aquello que es considerado como los mayores bienes; propiedades, atractivo físico y posición social, son irrelevantes, y que incluso pueden llegar a enmascarar una profunda infelicidad, al ser prisioneros de estereotipos imposibles de cumplir. Olvídate de falsas barreras culturales y encuentra lo común a toda naturaleza humana, era uno de sus principios. De ésta manera, pretendían responder positivamente al cosmopolitismo cada vez mayor que las fuerzas conservadoras veían como una amenaza a su forma de vida. No es difícil extraer conclusiones a nuestra situación actual, donde frente a la convivencia compartida, sin fronteras que nos separen por cultura, etnia o costumbres, se opone la reacción de aquellos que ven siempre las diferencias, nunca lo común que hay en todos nosotros.

Dos pensadores destacaron por encima de los demás en la escuela cínica, Antístenes y Diógenes de Sínope. Renunciaron a que sus enseñanzas fueran pasto de eruditos tratados y optaron por escribir un lienzo ejemplar a través de sus propias vidas, aderezadas con un sarcasmo que llevaba al absurdo las convenciones sociales. Y como optaron por sus vidas como método pedagógico, la única manera de ilustrarnos sobre su pensamiento es educarnos a través de algunas de las anécdotas que han sobrevivido a los estragos del tiempo, muchas de ellas recogidas magistralmente en Filosofía para bufones de Pedro González Calero a partir del libro VI de Vida y opiniones de filósofos ilustres de Diógenes Laercio.

Para denunciar la corrupción y el absurdo de aquellos que controlaban la asamblea donde se tomaban las decisiones que afectaban el gobierno de la ciudad, Antístenes pidió que se estableciera un decreto que designara a los asnos como caballos. Cuando los representantes elegidos le reprocharon lo absurdo de sus propuestas, les respondió: - ¿acaso no nombráis vosotros a los más inútiles como generales?

No queda sino desconfiar de todos aquellos que te rodean y que cuanto más éxito pareces tener, más te alaban. Antístenes decía que eran peor que los cuervos, pues éstos devoran cadáveres, pero los otros devoran seres vivos. Cuando un viandante se acercó y le dijo que había oído muchas alabanzas a sus enseñanzas, se volvió irritado y le espetó- ¿Y qué mal he hecho yo para que tantos me alaben?

Una de las anécdotas más significativa, y más divertida, que refleja lo poco que en verdad valoramos lo más importante que tenemos, y como continuamente nos quejamos de los males que nos aquejan, se sitúa en los momentos finales de Antístenes; éste se quejaba amargamente ante su discípulo Diógenes y exclamaba: -Ay, ¿quién me librará de mis males? - Diógenes esgrimió un puñal y le dijo: -si lo deseas con este instrumento te librare, maestro-; a lo que éste le respondió: - De los males, estúpido, no de la vida-.

La desorientación que nos produce muchas veces ser prisionero de las convenciones que nos encadenan, de los deseos y de las opiniones de los demás que tanto nos condicionan, era hace dos mil quinientos años, tan agobiante, como puede llegar a serlo hoy día. Diógenes tenía la costumbre de intentar entrar al teatro cuando el resto de los espectadores salían al haber terminado la obra, y cuando le preguntaban por qué hacía eso, les respondía: - Para que entendáis lo que he intentado hacer toda mi vida.

La hipocresía social no dejó nunca de ser un dardo en sus actitudes vitales y en diatribas, un día le preguntaron cuál era la mejor hora para comer, a lo que respondió: -Si eres rico, cuando quieras, si eres pobre cuando puedas. - . En otro momento le preguntaron extrañados porque dejaba dinero al lado de una estatua, les respondió: - Para acostumbrarme a los que se quedan como estatuas cuando les pido limosna.

Escarmentado porque sus conciudadanos apenas le daban limosna a él, pero si a muchos otros pobres que deambulaban por la ciudad, les dijo a los que le preguntaron a qué achacaba esa falta de generosidad con él: -  Muchos hombres creen que la fortuna se les puede volver en contra y llegar a empobrecerse, pero nunca se imaginan llegar a convertirse en filósofos.

No parece que la situación haya cambiado mucho en estos tiempos en los que se desprecia, margina, o sencillamente se manda al olvido a la filosofía o a aquellos que la practican. Pero, a pesar de todo, seguiremos encontrando lecciones cínicas, en cada pobre esquina de nuestra ciudad, donde una sonrisa, acompañada de una flauta, y de un perro, nos haga ver que otra vida, menos amarga, pero más feliz, aunque no poseamos el coche más espectacular, la consola más pija, o el móvil de última generación, es posible.

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”