'Kokoroko y The Comet is Coming: el jazz londinense, entre las raíces y la vanguardia'
Desde 2015, con el lanzamiento del imperial disco de Kamasi Washington The Epic, hasta el presente se ha producido una revitalización del interés general por el jazz. Hacía décadas que el aficionado medio a la música popular no estaba tan pendiente del género, y sin duda esto ha sido un reflejo de la apertura de una nueva generación de músicos a otros estilos. Artistas como Makaya McCraven, Christian Scott, Angel Bat Dawid, Terrace Martin, Robert Glasper o el propio Washington han explorado las fronteras entre el jazz y muchos otros sonidos, con especial protagonismo del hip hop, correspondiendo así el interés de tantos raperos por el jazz a lo largo de las décadas anteriores. No es casual que en el ampliamente considerado como mejor disco de la década pasada, To Pimp a Butterfly, de Kendrick Lamar, con bases instrumentales de fuerte impronta jazzística, figuraran Martin, Glasper y Washington, entre otros jazzmen.
Los protagonistas de este artículo, que han lanzado los dos últimos grandes discos de la escena, encajan respectivamente en la categoría de los africanistas y los futuristas: los primeros son Kokoroko, los segundos The Comet is Coming.
Parece difícil de creer que Kokoroko no hubiesen grabado aún un LP, pero Could We Be More, publicado en agosto, es de hecho su debut. La razón de que resulte sorprendente es que este octeto había conseguido el mayor hit de entre todos estos nuevos grupos con “Abusey Junction”, su estupendo single recogido en el seminal recopilatorio We Out Here (2018), que ejerció de tarjeta de presentación de la escena ante el mundo. El grupo, liderado por la trompetista Sheila Maurice-Grey, bebe fuertemente del Afrobeat y el highlife nigerianos, con intrincados polirritmos a la base de sus composiciones y un gran protagonismo para la sección de vientos formada por Maurice-Grey, Cassie Kinoshi (saxo tenor) y Richie Seivwright (trombón), que cuando no están tocando sus instrumentos también cantan con resultados bastante buenos. Su música es por lo general encantadora y bonita, pero también son capaces de registros más movidos gracias a la robustez de la sección rítmica.
Los vientos adquieren un aire bélico que hace honor al título del corte, y la composición es de lo más dinámica, sus más de cinco minutos y medio no se hacen largos
Por desgracia, Could We Be More es un debut algo decepcionante. No porque no contenga buenas canciones: las hay en abundancia. “Tojo” es una obertura excelente que despliega inmediatamente todas las virtudes del grupo: pasajes con fraseos urgentes y otros tremendamente melódicos, polirritmos adictivos, un bajo y una guitarra muy funkys. “We Give Thanks” resulta hasta pop, con su fantástica guitarra highlife y la frescura y ligereza de todos sus elementos. “War Dance”, en contraste, es la canción más agresiva que ha grabado el grupo. Los vientos adquieren un aire bélico que hace honor al título del corte, y la composición es de lo más dinámica, sus más de cinco minutos y medio no se hacen largos. “Ewà Inú” y “Something's Going On” son también buenos temas, variados en su desarrollo, con buenos ganchos y muy equilibrados.
El otro problema es estructural: el disco tiene quince cortes, pero apenas nueve de ellos son realmente canciones
El álbum está lastrado, sin embargo, por dos factores. El primero es sonoro, y quizás sea enteramente subjetivo, pero el caso es que en buena parte de los cortes los teclados y sintetizadores me parecen horrendos. En canciones como “Age of Ascent”, “Those Good Times”, “Soul Searching” o “Dide O”, los tonos etéreos y delicados que adquieren estos instrumentos me parecen fuera de lugar, y consiguen estropear temas por lo demás bastante interesantes (son minoría las canciones mediocres en sí mismas). El otro problema es estructural: el disco tiene quince cortes, pero apenas nueve de ellos son realmente canciones; hay aquí un exceso de interludios, la mayoría desprovistos de razón de ser o interés, hasta el punto de que el disco termina con no uno, sino dos de estos cortes en sucesión. Con tantas interrupciones el disco no fluye, aparte de que queda la sensación de que el grupo no tenía muy claro qué hacer para armar el LP, y esto hace que lo que podría haber sido un trabajo más que notable deje un mal sabor de boca. A pesar de ello, el grupo claramente está entre los de más potencial comercial de entre sus coetáneos, así que podemos confiar en que en futuros trabajos den con la tecla.
En cuanto a The Comet is Coming, se trata de uno de los tres conjuntos de los que participa el saxofonista y clarinetista Shabaka Hutchings, líder espiritual y de relaciones públicas de la escena. Tras el anuncio de la separación de Sons of Kemet, las expectativas de los fans de Hutchings se centraban en el nuevo trabajo del trío que forma con Dan Leavers (Danalogue, teclista) y Max Hallett (Betamax, batería). Su jazz espacial y futurista ya había conquistado a público y crítica en sus anteriores LPs, Channel the Spirits (2016), candidato al Mercury Prize, y Trust in the Lifeforce of the Deep Mistery (2019). En especial el segundo fue todo un triunfo, uno de los álbumes más innovadores, estimulantes y alucinantes de los últimos años. El 23 de septiembre llegó al mercado su sucesor, Hyper-Dimensional Expansion Beam, y sin llegar a los niveles de excelencia de aquel, se trata de otro gran disco.
En general, la mayor virtud del grupo sigue siendo su capacidad de dar con elementos simples que encajan entre sí a la perfección y enganchan al oyente. La diferencia que salta a la vista es que las canciones de Hyper-Dimensional Expansion Beam son aún más físicas y contundentes que las de Trust in the Lifeforce...: el grupo ha decidido enfatizar los elementos electrónicos de su música, algo particularmente notorio en los patrones de la batería en varios momentos (que me aspen si el final de “PYRAMIDS” no es prácticamente house con ese bombo four-on-the-floor). El resultado es impactante: cortes como “THE HAMMER”, que suena efectivamente como un martillo pilón, o el single “CODE”, con sus ritmos marciales, parece que te vayan a aplastar de tanta fuerza que tienen. Pero esto no significa que se haya dejado de lado el aspecto cósmico de su música: el sonido de los sintes no podía ser más alienígena en “ANGEL OF DARKNESS”, el tema más largo y que mejor evoluciona del disco; y “ATOMIC WAVE DANCE” parece un mensaje llegado desde el espacio exterior.
Pese a estos hallazgos novedosos, el disco es claramente más imperfecto que el anterior
Pese a estos hallazgos novedosos, el disco es claramente más imperfecto que el anterior. “LUCID DREAMER”, por ejemplo, parte de un llamativo contraste entre una batería simple y sucia por un lado y unos sintes oníricos y un saxofón casi romántico por otro. Al principio este choque es intrigante, pero la batería, que está en primer plano de la mezcla todo el tiempo, no varía en ningún momento, con lo cual la canción no solo acaba por hacerse aburrida, sino incluso molesta. Aún peor es “AFTERMATH”, un ejemplo del jazz fusión más hortera y ramplón que resulta chocante viniendo de un grupo tan visionario. Estos momentos muestran a The Comet is Coming como músicos más falibles, pero por eso mismo prueban que no tienen miedo a arriesgar, aunque no siempre acierten. Y desde luego los aciertos merecen la pena con creces: ya quisieran muchos grupos firmar alguna vez algo tan potente como “TECHNICOLOUR”.
Así pues, con lanzamientos de este nivel apareciendo cada poco mes, parece que Londres seguirá siendo el referente del jazz global, al menos en el futuro inmediato. Cabe preguntarse, eso sí, si con el renovado interés en las músicas africanas que muestran sus propios protagonistas las miradas del público no acabarán por desplazarse a aquel continente, que tiene sus propias y fascinantes escenas. MABUTA han demostrado este año que, si quieres escuchar jazz que integre sonidos africanos, lo mejor es prestar atención a los propios músicos africanos. Ojalá en los próximos años broten tantos grupos, tan buenos y con tanta proyección en Johannesburgo como en Londres.