'El juicio de Sócrates'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 18 de Septiembre de 2022
‘La muerte de Sócrates’, de Jacques-Louis David (1787).
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‘La muerte de Sócrates’, de Jacques-Louis David (1787).
'Vosotros salís de aquí a vivir, yo, a morir; solo los dioses saben cuál de las dos es mejor'. Sócrates a sus discípulos en su lecho de muerte.

Si hoy día viéramos a un tipo como Sócrates en las calles probablemente sería motivo de escarnio público, a la vez que le obligaríamos a ser ingresado en alguna institución mental. Todo lo contrario del prototipo helénico de belleza; narigudo, de ojos saltones, esmirriado pero con una panza prominente, siempre vestido con una zarrapastrosa túnica, en verano e invierno, azote de cualquiera que se vanagloriara de lo que en verdad no poseía, sabiduría. Y por si fuera poco, un tábano como él mismo se llamaba, un auténtico incordio sin temor alguno a decir lo que pensaba a las autoridades, filósofos o cualquier engreído que pasara por allí, guiado solo por su propia conciencia y principios. No podría sobrevivir a nuestros tiempos,  barreríamos todo lo que significa al rincón más pestilente de nuestras cloacas, para que no denunciara nuestras miserias políticas y sociales. En una Atenas cuya gloria comenzaba a agrietarse demostró ser un faro moral, cuyo ejemplo pervive en el imaginario colectivo hoy día, aunque hayamos olvidado sus enseñanzas.

Una de las primeras muestras de su fortaleza moral, que acabaría en el impúdico juicio que le condenaría a muerte, fue su oposición en otro juicio sumarísimo que se hizo a los comandantes navales tras una batalla con Esparta

Una de las primeras muestras de su fortaleza moral, que acabaría en el impúdico juicio que le condenaría a muerte, fue su oposición en otro juicio sumarísimo que se hizo a los comandantes navales tras una batalla con Esparta. En uno de sus múltiples conflictos, la flota ateniense quedó atrapada, y las autoridades atenienses se vieron obligadas a reunir una flota de ciento diez naves con ciudadanos de todo tipo y esclavos por igual (a los que se prometió la libertad) para tratar de liberar a la flota antes de que fuera destruida. Lo consiguieron, pero tras ello un temporal provocó una debacle y más de dos mil ateniense fallecieron ahogados. A los comandantes, salvo 2 que viendo el percal huyeron, les acusaron de no auxiliarles, lo que conllevaba la pena de muerte. Un juicio sumarísimo, en el que se llegó a pedir también pena de muerte para los que les apoyaran o pidieran un juicio justo e individual, según el comportamiento de cada uno. Y donde no se guardó el secreto del voto, al diferenciar claramente una urna con el sí y la otra con el no. Solo una voz se enfrentó a la histeria colectiva causada por el gobierno de los Treinta Tiranos contra ese simulacro de juicio. La de Sócrates, que se salvó de ser acusado por el temor de las autoridades, dada la influencia que tenía en la sociedad ateniense.

¿Cómo fue esto posible cuando el propio filósofo se había opuesto con entereza a las maldades del gobierno oligárquico?

Atenas vivió tiempos tenebrosos y oscuros, debido a la degeneración de una sociedad temerosa de perder el poder del imperio que tanta gloria les había proporcionado. Al final la oligarquía, la tiranía que había liderado la locura y degeneración social y moral ateniense, fue destituida por un nuevo gobierno que volvió a instaurar la democracia. Y sin embargo, fue ese gobierno que volvería a instaurar libertades cívicas, el que trató de acallar la voz de Sócrates y terminaría ante su entereza moral por condenarle a muerte ¿cómo fue esto posible cuando el propio filósofo se había opuesto con entereza a las maldades del gobierno oligárquico?

Se le acusó de corrupción de la juventud y de impiedad. No trató, como era común, de conmover al jurado presentando a su mujer e hijos desolados en lágrimas, les pidió que no cometieran un error, condenarle injustamente, que le haría más daño a la propia sociedad ateniense que a él mismo, que ya era viejo

Se le acusó de corrupción de la juventud y de impiedad. No trató, como era común, de conmover al jurado presentando a su mujer e hijos desolados en lágrimas, les pidió que no cometieran un error, condenarle injustamente, que le haría más daño a la propia sociedad ateniense que a él mismo, que ya era viejo. Por poco margen el veredicto fue de culpabilidad. Cuando le preguntaron cuál debía ser su condena, esperando que solicitara el exilio, les respondió con irónica entereza que pagarle una pensión vitalicia por su servicios a la sociedad ateniense en su búsqueda de la virtud y de la verdad. Estaba claro que el jurado no tenía aparte de entereza moral y sentido de la justicia, una pizca de humor, y le condenaron a muerte. Es cierto, que tanto el nuevo gobierno como el jurado que le había enjuiciado con esos dos absurdos pretextos, no quería su muerte, no por compasión, sino por ser conscientes que sería mayor el daño al prestigio político que les causaría matar a alguien cuya vida y ejemplo eran admirados por muchos, y que no suponía un peligro real, dado que la política le interesaba bien poco.

Se le ofreció escapar de la cárcel, los guardias harían la vista gorda, e ir a Beocia. Se negó, pues parte de sus principios morales inamovibles era aceptar la legalidad, aunque fuera injusta

Se le ofreció escapar de la cárcel, los guardias harían la vista gorda, e ir a Beocia. Se negó, pues parte de sus principios morales inamovibles era aceptar la legalidad, aunque fuera injusta. Preguntó al verdugo cuál sería la mejor manera de morir al beber la cicuta. Pasear hasta que se te enfríen los pies y luego acostarte, hasta que el frio llegue al corazón y todo terminará, le respondió. Así lo hizo y falleció entre las lágrimas de sus discípulos desolados que no habían podido salvarle. ¿Qué pasó realmente para que un gobierno democrático que además apostaba por la reconciliación instigara el dramático juicio a Sócrates?

Sabemos que entre los discípulos del filósofo griego había aristócratas, algunos vinculados al gobierno de los tíranos, pero también sabemos que Sócrates no entró en ninguna trama ni conspiración política

Los tres nombres que han perdurado como sus acusadores, Anito, Meleto, Licón, son en general desconocidos, salvo el primero, que se sabe tenía vínculos con el nuevo gobierno democrático a través de su relación con su dirigente Trasíbulo. Su hijo había sido discípulo de Sócrates, y las enseñanzas que le trasmitió no debieron ser muy del gusto del padre, quizá porque le aconsejara dedicarse a tareas más elevadas que la del oficio paterno, curtidor de pieles ¿quién sabe? Sabemos que entre los discípulos del filósofo griego había aristócratas, algunos vinculados al gobierno de los tíranos, pero también sabemos que Sócrates no entró en ninguna trama ni conspiración política. Simplemente no era su estilo ni su interés. Tras la instauración del gobierno de Trasíbulo se decretó una amnistía general, pero la tensión seguía latente, y aparte del incordio que en general, para unos y otros, era nuestro patizambo personaje, sus vínculos a través de algunos de sus discípulos con uno de los bandos le hacía un objetivo deseable para hacer pagar el rencor por los años de tiranía, dado que la amnistía impedía tomar acciones más directas.

Dos mil quinientos años después, seguimos igual de pardillos creyendo en glorias anteriores y tiempos mejores

La acusación de corromper a la juventud se debía al temor a que dada la acidez y claridad moral con la que formaba a los adolescentes y jóvenes, éstos se decidieran a no seguir la autoridad de sus mayores, y el nuevo gobierno pudiera desgastarse. Y este gobierno, aunque democrático en apariencia, era profundamente conservador, pues creía que era el ambiente de riqueza intelectual, y el florecimiento de la filosofía, en la época de Pericles, el causante de la decadencia del imperio ateniense. Necesitaban dar ejemplo para volver a lo que ellos creían era su época de oro, décadas atrás. Una nostalgia neoconservadora creyendo que podrían volver a tiempos de gloria que se habían esfumado. Dos mil quinientos años después, seguimos igual de pardillos creyendo en glorias anteriores y tiempos mejores.

Fuera por coherencia con todo lo que había defendido toda su vida, fuera para desacreditar la injusticia que le había condenado, o quizá porque al final también viera su muerte como una liberación de una larga enfermedad, su dignidad, su valor, su templanza, es un ejemplo que perdura

La acusación de impiedad era ridícula, como la de introducir nuevos dioses. Para empezar la religión griega no tenía ningún conjunto de dogmas establecidos que saltarse al estilo de las religiones absolutistas que dominarían después el continente, bañando de sangre el mismo a través de sus conflictos. Como hemos comentado, Sócrates renunció a una defensa experta en estas lides, Lisias, logógrafo de reconocido prestigio, elaboró un discurso que de haber leído nuestro peculiar filósofo probablemente le habría congraciado con gran parte del jurado, 500, o 501, según fuentes. Lo rechazó para defender su integridad a su propia manera. 220 votos a favor, y 280 o 281 en contra. Los tres acusadores tras el veredicto pidieron la pena máxima, muerte, pero Sócrates tenía derecho a solicitar otra menor; y ya sabemos lo que hizo,  pedir pasar toda su vida alimentado gratis por la ciudad en el Pritaneo, como un ganador de las olimpiadas. Y como sanción acepto pagar el máximo dinero que podía, 100 dracmas, aunque Platón hizo una colecta entre sus amigos más adinerados y se ofreció como fiador para pagar una multa de 3000 dracmas. No sirvió de nada. Fuera por coherencia con todo lo que había defendido toda su vida, fuera para desacreditar la injusticia que le había condenado, o quizá porque al final también viera su muerte como una liberación de una larga enfermedad, su dignidad, su valor, su templanza, es un ejemplo que perdura. La historia al final pondría las cosas en su sitio, condenando la injusticia y elevando a Sócrates al altar laico al que pertenece.

La democracia con todas sus imperfecciones, incluyendo a la incipiente griega,  siempre es infinitamente  mejor que la tiranía, pero es precisamente por eso, que no podemos bajar los brazos en la vigilancia de los derechos y libertades. No permitir que la demagogia ni la podredumbre moral alcance la política, ni a los otros poderes que la vigilan y equilibran, el judicial, la prensa, la sociedad civil. Si no permitimos que “Sócrates” actuales nos incordien con la excusa de la corrección política, o que aceptemos las críticas seamos del bando político que seamos, como algo natural y bueno para cohesionar una sociedad tan plural, estaremos repitiendo errores.  Y los humanos somos muy buenos en tropezar dos veces con la misma piedra, y tres y cuatro y…. pero en algún momento deberíamos dejar de hacerlo o nuestro último tropiezo podría ser el definitivo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”