Jugar con la salud del trabajador
Se cumple un año ahora de que comenzara a recuperarme de un accidente laboral que a punto estuvo de costarme la vida. Y como ya ha pasado un periodo prudencial, permítanme utilizar hoy este blog como grito de desahogo atenuado por la perspectiva temporal, ante la forma en que me trató la mutua.
Ocurrió un 9 de diciembre: me desplazaba en mi coche a comer a casa desde el trabajo cuando la insistencia de una llamada telefónica me hizo claudicar para fijarme en la pantalla del móvil con el fin de ver el número. Ni siquiera tuve oportunidad de descubrirlo porque justo en ese instante, el vehículo se desvió al carril contrario hacia un camión que trató inútilmente de eludir el batacazo. De repente mi parabrisas se desgarró hasta el punto de impedirme ver lo que ocurría frente a mí y el volante se convirtió en un aparato inservible mientras el coche giraba sobre sí mismo hasta que se detuvo. No perdí la consciencia en ningún momento pero tampoco pude saber qué era lo que sucedía. Quedé atrapado en el auto y apenas podía mover la pierna izquierda, de forma que tuvieron que sacarme de allí. No daba crédito y sólo acertaba a decir que, como periodista, yo había hecho muchos reportajes de accidentes de coche, de cómo cualquier distracción puede ser mortal, de que nunca hay que usar el teléfono móvil en el vehículo. Y sin embargo, ahí estaba, el narrador convertido en víctima.
Una ambulancia me llevó al hospital y allí, tras las pertinentes pruebas, consideraron que no había rotura, aunque el dolor en cadera y pierna era insoportable. Al día siguiente se inició mi relación con la mutua. Pese a que apenas podía moverme, me exigieron que me desplazara al local. Una vez allí, vistas las pruebas que me habían hecho, sólo solicitaron una resonancia y me dieron un mes de baja y un par de muletas. Ni siquiera pidieron opinión a un traumatólogo. Parecía que pronto estaría todo curado. A las 3 semanas inicié la rehabilitación, me quitaron las muletas, pero seguía el dolor y la cojera extrema…así que pidieron más pruebas, sin que apareciera nada anormal. A los 2 meses, finalmente decidieron hacerme un primer TAC, algo que entiendo que fueron evitando con anterioridad por el elevado coste del mismo que debían asumir ellos mismos como Mutua. El hecho es que allí detectaron unas líneas de fractura en el acetábulo, es decir, en la cadera. El mismo técnico que me hizo el TAC, que no tenía nada que ver con la Mutua, me avisó: “Debes de estar en reposo absoluto, si te cayeras el daño sería irreversible, ten mucho cuidado”. Entonces me dieron la primera cita con el traumatólogo de la Mutua, que reconoció que el tratamiento para mi caso tendría que haber consistido en 2 meses de reposo absoluto, pero a mí me habían quitado las muletas a las 3 semanas y me habían pedido que me moviera todo lo que pudiera desde entonces, además de la fisioterapia semanal. Pregunté si eso podía afectar a mi recuperación y el médico respondió que sí, pero que no se podía saber.
El mes de baja se fue alargando hasta principios de mayo, 5 meses después del accidente, cuando yo seguía cojeando y en reposo relativo por indicación del traumatólogo que me pedía que hiciera sólo lo que pudiera. Para entonces, el doctor me propuso la incorporación y yo le dije que era pronto. Dos semanas después insistió y con muy poca sensibilidad y una gran arrogancia me anunció que debía empezar a trabajar porque ya no iba a mejorar más, que me quedaría cojo para el resto de la vida, que me olvidara de hacer footing como antes del accidente y que tenía una artrosis de cadera que, casualmente, me había surgido en estos meses, no por el accidente, sino porque, según me explicaba, a partir de los 35 años es habitual que surjan molestias de este tipo.
Salí de la consulta horrorizado porque nadie me había avisado hasta ese instante de que algo así podría llegar a ocurrir. ¿Cómo iba a seguir trabajando ante la cámara con mi cojera?
Mi tristeza duró un par de días; después, animado por mi pareja, empecé a rebelarme. Si podía hacer algo para evitar que me quedara cojo, lo haría. Llamé al mejor especialista privado de cadera de Granada y pedí una cita. Solicité a la mutua toda la documentación y las pruebas médicas y se las llevé. Nada más entrar en la consulta me llamó la atención que lo primero que hizo fue pedirme que me bajara los pantalones para ver cómo tenía la pierna y la cadera, me la movió de un lado a otro y pudo ver dónde me dolía exactamente. En 5 meses en la mutua ni en una sola ocasión, el traumatólogo me había tocado siquiera. Sus consultas se limitaban a preguntarme qué tal estaba y a mirar en su ordenador el resultado de las últimas pruebas. El doctor privado al que acudí, en base a todo lo que le conté fue clarísimo: “Primero: yo no veo ninguna artrosis de cadera, ni incipiente ni nada; segundo: una fractura como la tuya necesita de un año para su recuperación completa; no he visto a nadie que en 5 meses esté bien con algo así; tercero: tienes que hacer todo el ejercicio posible: nadar, andar, moverte lo máximo que puedas, porque tu masa muscular es 5 centímetros menor en una pierna que en otra, y si no la ejercitas por supuesto que te quedarás cojo. Si la mueves todo lo que puedas, en 3 meses yo pienso que podrás volver a correr”.
En mi siguiente visita a la mutua, la relación con el traumatólogo fue más tensa. Él estaba convencido de que tenía que volver al trabajo y yo le insistí que seguía sin estar recuperado; así que su contestación fue contundente: ”Tal vez no puedas trabajar más; habrá que solicitar un valoración jurídica”. Por supuesto respondí que sí, pero después recapacité y le hablé de mi visita al especialista de lo que me había aconsejado, de que necesitaba tiempo para hacer ejercicio, algo que él mismo había olvidado contarme, y que en un mes seguro que estaba mejor:
—Lo dudo—respondió— pero, bueno, vuelve aquí dentro de un mes. Y estoy seguro de que volverás como ahora.
—Espero que se equivoque.
—Sí, sí…yo también.
Así fue. Un mes y medio después, aún dolorido pero mucho mejor, empecé a trabajar y a los 3 meses comencé a hacer footing. Hasta ahora no me ha vuelto a molestar más la cadera. Estoy seguro de que el traumatólogo de la mutua buscó una explicación en una enfermedad común, como es la artrosis de cadera, para eludir responsabilidades futuras. Si hubiera seguido únicamente sus consejos, seguiría cojeando y lo achacaría el resto de mi vida a esa artrosis incipiente que él sí vio y su colega, que estaba harto de ver casos similares al mío, no. Supongo que es algo generalizado en las mutuas, cuya función no es curar al paciente, sino quitárselo de encima cuanto antes y reincorporarlo al trabajo lo más pronto posible. Me hicieron sentir como si estuviera tratando de escaquearme cuando me encanta mi profesión y, lo que es peor, jugaron con mi salud, como muchas mutuas hacen con sus pacientes, como si sospecharan que los trabajadores por naturaleza, les engañan, les mienten y alargan sus bajas. Aunque lo que este médico no sabe es que le estoy muy agradecido, porque como consecuencia de esa poca sensibilidad que tuvo conmigo y de esa crudeza en sus palabras yo decidí hacer todo lo que estuviera en mi mano para poder rebatir su arrogante sentencia y plantársela en la cara.