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'Un juez zafio'

Blog - Punto de fuga - Cristina Prieto - Jueves, 23 de Enero de 2025
Interrogatorio de la denunciante el denunciado.
La 1.
Interrogatorio de la denunciante el denunciado.

Ha dolido ver el interrogatorio al que ha sometido el juez a la actriz Elisa Mouliaá tras la denuncia por tres agresiones sexuales interpuesta contra el ex político Íñigo Errejón. Ha dolido tanto como supongo que le habrá hecho pupa a los incondicionales del ex portavoz de Sumar escuchar cómo explicaba al juez que una cosa es lo que uno está obligado a decir cuando se sitúa al frente de un partido político y otra, muy distinta, cómo uno se comporta al margen de las grandilocuentes peroratas lanzadas desde los púlpitos de la representación pública. Ha dolido tanto que, quienes aún creían que, como siempre, las mujeres se inventan todo lo que exponen en un juzgado, decididamente se han puesto del lado de la víctima.

Ha sido realmente bochornoso escuchar al juez Adolfo Carretero. Más que un profesional del Derecho parecía un inquisidor con ganas de prender la hoguera. No ha podido ser más zafio

Ha sido realmente bochornoso escuchar al juez Adolfo Carretero. Más que un profesional del Derecho parecía un inquisidor con ganas de prender la hoguera. No ha podido ser más zafio. Independientemente de lo que se opine sobre el caso, al margen de considerar el relato de Elisa Mouliaá creíble o no, lo cierto es que las mujeres escuchamos estas declaraciones y, casi instantáneamente, podemos retrotraernos a situaciones particulares vividas en mayor o menor grado. La paralización de la que habla la actriz ante una situación no prevista, la dificultad para expresar con palabras lo que se siente o la incongruencia de algunas reacciones no son más que la respuesta a una situación en la que las mujeres nos sentimos sobrepasadas. Y si bien, hay que vivirlo para entenderlo, tampoco es imposible ponerse en el lugar de las víctimas para llegar a sentir algo de lo que están relatando. Especialmente cuando estamos hablando de una toma de declaración en la que deben valorarse las pruebas y no hacer juicios de valor sobre la conducta de la víctima.

No hacía falta, señor juez, someter a la denunciante a tal escarnio. “¿Para qué se sacó el miembro viril?” le ha preguntado mientras ella relataba la agresividad del encuentro. “¿Cuánto tiempo estuvo chupándole las tetas o tocándole el culo?” ha continuado su señoría ante la manifiesta incomodidad de la víctima. ¿Qué respuestas esperaba el togado?

No hacía falta, señor juez, someter a la denunciante a tal escarnio. “¿Para qué se sacó el miembro viril?” le ha preguntado mientras ella relataba la agresividad del encuentro. “¿Cuánto tiempo estuvo chupándole las tetas o tocándole el culo?” ha continuado su señoría ante la manifiesta incomodidad de la víctima. ¿Qué respuestas esperaba el togado? No se estaba frente a un retrete preparado para miccionar ni la agredida cronometraba los segundos en los que el denunciado se entretenía en libar las mamas de su presa.  El juez está obligado a valorar las pruebas para discernir si el caso que le ocupa es una agresión sexual o no.

Nos han bombardeado con eso de que el consentimiento debe estar en el centro. Y después de tan machacona expresión nos encontramos con las mismas formas de revictimización de las mujeres que denuncian agresiones sexuales o violencia machista. La actuación de Adolfo Carretero nos ha recordado la de aquella jueza que preguntó a la víctima de una violación si, realmente, había cerrado bien las piernas. Ocurrió en 2016 -hace ya nueve años- y la comisión disciplinaria del Consejo General del Poder Judicial decidió cerrar el expediente abierto a la jueza María del Carmen Molina sin ninguna sanción. Recordemos también que en 2018 el juez Ricardo Gómez vio “regocijo y jolgorio” en la agresión múltiple que sufrió la víctima de la Manada de Pamplona. Y así seguimos. Parece que no hemos avanzado nada.

No es de recibo que las salas de los juzgados se conviertan en terrenos peligrosos para las mujeres cuando acuden a ellas como denunciantes de delitos sexuales

No es de recibo que las salas de los juzgados se conviertan en terrenos peligrosos para las mujeres cuando acuden a ellas como denunciantes de delitos sexuales. No van allí para ser cuestionadas sino para buscar justicia cuando han sido violentadas. No puede consentirse que el sistema judicial sea reparador para toda la ciudadanía excepto para las mujeres que nunca saben si van a ser escuchadas o se verán en la necesidad de defenderse siendo las víctimas de los delitos. O cambiamos el funcionamiento de los juzgados y sus titulares y protegemos a las mujeres o las condenaremos a lamerse las heridas solas en sus casas, como siempre.

En esta ocasión se han filtrado los vídeos de los interrogatorios, tanto a la actriz Elisa Mouliaá como a Íñigo Errejón por lo que hemos podido escuchar cómo se las gastó el juez. Es sólo una muestra de lo que ocurre todos los días, según apuntan algunas letradas especializadas en defender a mujeres víctimas de delitos contra la integridad sexual o violencia machista. ¿Debemos seguir soportándolo? ¿Ha servido de algo la turra a la que nos sometió la ex ministra de Igualdad con la Ley del Si es Si que iba a acabar con todo esto? Además de favorecer la puesta en libertad de varios cientos de agresores ¿ha ayudado a cambiar algo en los juzgados?

Ante lo que hemos visto sólo nos queda desear que el juicio sea mejor que la instrucción, que la agresividad de este juez no sea emulada por sus colegas, que la asistencia letrada de Elisa Mouliaá sepa reconducir el caso y la de Errejón no pertenezca a la Inquisición y que se escuche a la denunciante y no se la cuestione. Si esto ocurre, hablaremos de justicia. Si no, estaremos hablando de un castigo por haber sido mala. Lo de siempre.

 

 

 

 

 

 

Imagen de Cristina Prieto

Madrileña afincada en Andalucía desde 1987, primero en Almería y posteriormente en Granada donde he desarrollado mi carrera profesional como periodista. Me licencié en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, cursé mi suficiencia investigadora en la Universidad de Granada dentro del programa Estudios de la Mujer y leí mi tesis doctoral en la Universidad de Málaga.