Inventen la letra

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Jueves, 17 de Septiembre de 2015
Little Richard.
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Little Richard.

Los músicos del mundo deben saberlo: una fórmula casi infalible para triunfar consiste en inventarse la letra de la canción. Como este blog aspira a servir de ayuda, aquí se adjuntan algunos casos para los que todavía no se han percatado de esa crucial circunstancia. No hace falta que me lo agradezcan, pero sí sería un detalle que, cuando alcancen el éxito masivo, mencionen en público que la recomendación que da título a este artículo partió de mi modesta persona.

En fin, allá vamos. Existen, en esencia (si creían que iba a escribir básicamente es que no me conocen) dos procedimientos en cuanto a lo de inventar letras. Uno consiste en elegir palabras, ponerlas una detrás de otra en un papel y esperar acontecimientos. Es una fórmula que en su día les vino de perlas a los Héroes del Silencio, pero prefiero no seguir por ahí porque luego salta el fan de turno que me reprocha que siempre me estoy metiendo con ellos, que les tengo manía y ese tipo de infundios.

Mencionaré, en cambio, a Rosana, una cantautora canaria que en su momento escribió esto: “Yo soy la tierra de tus raíces, el talismán de tu piel lo dice”. Y se quedó tan ancha. Y llegó a lo más alto. Incomprensible, dirán ustedes. Pero no se trata de una casualidad. Mucho más recientemente, una tal Edurne le exigió a alguien que le devolviera “el alma en pie”, sea eso lo que sea. Lo hizo a viva voz y con toda Europa de testigo. No contenta con eso, la chica, que por momentos recuerda a la Jane de Tarzán por su manera de gritar, se ha pasado las tres últimas semanas impidiendo, con esa melodía que Dios confunda, que los sufridos españoles durmamos nuestra merecida siesta mientras en la tele unos aguerridos ciclistas disputan la Vuelta a España.

El otro método es más descarado si cabe, porque consiste en parir un lenguaje de la nada, directamente sacar de donde no había. Es algo tan antiguo como el mismo rock and roll, cosa que se demuestra si nos retrotraemos a la década de los cincuenta y, más en concreto, al momento en que Little Richard causó furor con este grito de guerra: “Auanbabulula balambambú”. Nadie sabe a día de hoy qué diablos significa eso, pero todos lo hemos cantado alguna vez y nos ha encantado hacerlo.

En España tenemos ejemplos formidables. Uno es el de Dolores Vargas La Terremoto, una mujer a la que es imposible imaginar cantando baladas porque interpreta siempre las cosas como cabreada, a punto de perder los nervios. Suyo fue el hit que tenía como estribillo: “Achilipú, apú, apú, achilipú, apú, apú, aaachili, achili achili chili, achili achili chili, achiliiiiii”.

Rompió esquemas y sacó a las pistas de baile a todo cristo. Las multitudes se aprendieron esa canción, cosa que también se podría decir de esta otra de Manolo Escobar: “Porompompóóó, porompomporompompero, pero, porompomporompompero, pero, porompomporompompóóó”, tan enigmática o más que la anterior y que me trae a la cabeza este glorioso recitado de Les Luthiers: “Antes pararon por queso y ahora pararán para pan, pararán para pan”.

Aunque para muestra la de las alegrías, género flamenco nacido en Cádiz y cuyos intérpretes, en no pocas ocasiones, arrancan a cantarlas de la siguiente manera: “Tirititra trantrantrán, tirititra trantrantrán, tirititratrantero ayyyy, tiritirán tran tran tran”.

Hay centenares de casos. Hasta los artistas más respetados han incurrido en la invención, porque no otra cosa es lo que hicieron The Beatles con su “Obladi oblada”, que por cierto está dedicada a Desmond Dekker, estrella del reggae a finales de los sesenta. McCartney era y es un gran aficionado al género jamaicano, cosa que también le ocurre a Mick Jagger y Keith Richards, que produjeron un disco a Peter Tosh con el seudónimo de The Glimmer Twins, pero ésa es otra historia, no quiero distraerme.

Estoy seguro de que Los Diablos no habrían tenido ni la mitad de fama si no hubieran empezado Un rayo de sol con el célebre “Shananananá, uo o o”, y lo mismo digo sobre Las Ketchup y su Aserejé, cuyo estribillo, que no reproduciré por miedo a equivocarme, es, letra por letra (aunque con distinto acento) el del Rapper’s delight que hicieron Sugarhill & The Gang en los setenta. Eso, por no entrar en el maravilloso mundo de las canciones infantiles, con  miles de perlas como el “cocouaua cocouaua coco coco ua” de Enrique y Ana.

Es curioso pero lo inventado, a veces, llega a eclipsar a la canción en sí. Demis Roussos tuvo un éxito planetario con un tema llamado Velvet mornings, pero así a bote pronto fijo que casi nadie sabe cuál es. Si decimos que es el del “triki triki triki triki mon amour”, la cosa cambia.

¿Cómo evitar eso último, lo del eclipse? Fácil, titulando la canción como la parte de la letra que no dice nada, que no tiene significado. El más claro exponente es del La la la que llevó a Massiel a lo más alto del panorama europeo. Composición que por cierto, y con este toque erudito lo dejo, aunque el asunto dé para más, Dave Davies, el guitarrista de The Kinks, asegura que se parece demasiado a su Death of a clown.

 

 

Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).