La imaginación y el poder de la lectura

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 4 de Febrero de 2018
Pinterest

'La lectura hace a un hombre completo, el discurso lo hace dispuesto, y la escritura lo hace exacto'. Francis Bacon

'La imaginación imagina de noche aquello que no halla de día'. Ramón Llull

Durante la última década una palabra ha ido abriéndose paso en el subconsciente lingüístico de nuestra tecnológica sociedad; empoderar. Ya sabemos que con el uso de las palabras sucede como con las golosinas, si una nos gusta mucho es difícil dejar de tomarlas una y otra vez, debamos o no. Cierto que el abuso de su uso resulta un poco hortera, pero centrémonos en lo importante; normalmente se utiliza para recalcar la necesidad de visibilizar y dotar de relevancia a una situación,  o a un problema, que se entiende no tiene la atención que merece. Así, se habla de empoderar a las mujeres, víctimas de una minusvaloración constante de su papel en la historia compartida, en la dificultad de igualdad de derechos, o en los abusos de una sociedad con demasiados dejes machistas en sus estructuras. Se habla de empoderar el patrimonio cultural e histórico, demasiadas veces dejado a su suerte, cuando se entiende que sin cuidar nuestra herencia cultural difícilmente encontraremos un adecuado camino a nuestro futuro. Cada vez el término se usa con mayor frecuencia para muchas otras situaciones. Pues bien, es hora de utilizarlo para algo que parece hemos dejado de lado, el poder transformador de la lectura, y su papel en el ejercicio de una de las facultades más importantes del ser humano, la imaginación.

Desgraciadamente en una sociedad donde se tiende a la comodidad, y en cierta medida a la indolencia, donde la máxima es buscar aquello que nos facilite la vida, y nos lo haga todo más sencillo y nos cueste el menor esfuerzo posible, la imaginación tiene cada vez menos cabida. Imaginar requiere pensar, y pensar requiere esfuerzo

Desgraciadamente en una sociedad donde se tiende a la comodidad, y en cierta medida a la indolencia, donde la máxima es buscar aquello que nos facilite la vida, y nos lo haga todo más sencillo y nos cueste el menor esfuerzo posible, la imaginación tiene cada vez menos cabida. Imaginar requiere pensar, y pensar requiere esfuerzo. Pongamos como ejemplo algo aparentemente inofensivo que se encuentra tan de moda como el uso del dichoso empoderamiento; esos algoritmos informáticos que transformados en galletitas permiten que a través del uso del Big Data de nuestra navegación en Internet nos ofrezcan, adecuadamente filtrados por los intereses comerciales, vamos, quién paga más, todo aquello que en teoría nos gusta, personalizado, ya sea ropa, comida, música, electrodomésticos o quién sabe qué. Ya sabemos que el futuro de la publicidad es personalizarla lo máximo posible, para llegar más directamente al público interesado. El hecho es que buscar aquello que nos interesaba en cada momento requería su tiempo, su esfuerzo, en el contraste de precios y calidades, e incluso en el activo papel de la inquieta imaginación que nos incitaba a probar cosas nuevas, a buscarlas. Ahora ya, para qué ese esfuerzo imaginativo, si unos impersonales algoritmos, que te tratan como rebaño, por mucho que buceen en tus datos personales, y no como persona, que ha de tener un porcentaje de impredecibilidad, inherente a la libertad que nos define, nos ahorran ese esfuerzo.

Los anuncios de las grandes empresas que controlan esos algoritmos, llámense Facebook, Google, Amazon, o YouTube, por poner unos pocos ejemplos, nos esconden otras muchas cosas que podrían ser objeto de nuestro interés, si fuéramos capaces de imaginarlas, pero hemos dejado la más importante de nuestras facultades , la imaginación, en sus manos, en aras al nuevo dios del mínimo esfuerzo posible, lo consideramos un precio menor a pagar, para qué esforzarse en buscar alternativas interesantes, si ya lo hacen y deciden por nosotros.

Hemos abandonado el mejor instrumento de una cultura, de una sociedad, que permite hacernos hombres y mujeres libres, con discernimiento crítico, con imaginación; la lectura. La imprenta supuso el principal avance que permitió una era ilustrada y moderna que devolvió la dignidad al ser humano, tras largos siglos de oscuridad. Permitió democratizar la cultura y el saber, antes copado por unos pocos. Hoy día, deudores de esa época, hemos abandonado el cultivo del placer de la lectura en la escuela, en la universidad, en la vida cotidiana. Si viéramos los datos reales de la cantidad de gente que lee; literatura, ensayo, o cualquier otro género, son para desmoronarse. Ni siquiera hablamos ya de leer a los grandes clásicos de la literatura, o a buenos escritores de la actualidad, porqué íbamos a hacerlo cuando nos ofrecen sucedáneos que copan las listas de ventas como falsas autobiografías de mediocres personajes televisivos que ni siquiera han escrito ellos, o estúpidos libros que se venden como autoayuda.

Hemos abandonado el mejor instrumento de una cultura, de una sociedad, que permite hacernos hombres y mujeres libres, con discernimiento crítico, con imaginación; la lectura. La imprenta supuso el principal avance que permitió una era ilustrada y moderna que devolvió la dignidad al ser humano, tras largos siglos de oscuridad

Decía Julio Verne que todo lo que una persona puede imaginar, otros podrán hacerlo realidad. Y no hay mayor poder que el de un libro para despertar la imaginación. En la cultura popular del siglo XX y del XXI tenemos el cine, en constante periodo de reinvención, que de una manera u otra, logra mantenerse a flote. Y nadie duda de su valor para la calidad cultural de una sociedad, aun así, lo visual acota el poder de la imaginación considerablemente, aunque siga siendo esencial para despertarla. Tenemos ese nuevo instrumento de ocio que son los videojuegos, que no criticare porque no tengo razones para hacerlo, aparte de que pedagogos hablen del valor que tienen para, más allá de entretener, ayudar con otras facultades que hemos de entrenar. Pero ¿dónde queda el papel de la lectura en el ocio? Ese momento en el que dejamos el mundo cotidiano aparte, y decidimos adentrarnos en otro mundo diferente, con sus propias reglas, mundos que nos enseñan, ficciones que nos hieren y nos hacen pensar sobre nuestras propias y dudosas ficciones en la vida real. Los libros, maravillosa invención del ser humano donde todo depende de la imaginación, del autor y del lector. Por muy realista que sea un libro, da igual, las palabras por su propia naturaleza, se dirigen al núcleo de nuestra imaginación, que se siente libre para identificarse con unos personajes, o con una situación, para recrearlos adaptados a nuestras propias inquietudes, deseos, para dudar de unos y otros. Los horizontes del autor y del lector se fusionan, sus imaginaciones dialogan y crean algo nuevo, diferente para cada uno, para gozar con aventuras, o desventuras, porque como decía Montesquieu; amar la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas.

Pero ¿dónde queda el papel de la lectura en el ocio? Ese momento en el que dejamos el mundo cotidiano aparte, y decidimos adentrarnos en otro mundo diferente, con sus propias reglas, mundos que nos enseñan, ficciones que nos hieren y nos hacen pensar sobre nuestras propias y dudosas ficciones en la vida real. Los libros, maravillosa invención del ser humano donde todo depende de la imaginación, del autor y del lector

Ya no hay tiempo para leer, requiere demasiado esfuerzo, optamos por lo fácil, sentarnos delante de la televisión u ojear algún periódico, o jugar algún juego en el móvil, que no está mal, pero no nos engañemos, no es lo mismo. Cada vez se lee menos, y cada vez se lee peor. Culpables son los responsables de no enseñar a que los niños amen la lectura, culpables somos todos como sociedad por no entender que sin el poder que despierta en nuestra imaginación la lectura somos cada vez más pobres, cada vez menos libres, cada vez menos críticos, cada vez menos individuos y cada vez más rebaño.

Se ha pretendido facilitarnos la vida con la tecnología, con los ebooks, que tienen también sus cosas útiles, aunque como hemos defendido en anteriores textos, cada ventaja tecnológica siempre va acompañada de una desventaja, menos evidente, pero que no deja de estar ahí. No creo que la lectura electrónica sea un problema, bienvenido sea cualquier dispositivo que facilite o fomente la lectura. Personalmente, probablemente por un capricho fetichista, prefiero el formato físico, el olor maravilloso de un libro nuevo recién abierto, la portada, las ilustraciones, el tratar al libro en su conjunto, como una obra de arte, un poco como los vinilos, donde ese componente físico diferente al digital ayuda a respetar un trabajo artístico. Tampoco se trata de debatir, si es preferible una cosa u otra, lo que importa es que la gente escuche música, y que la gente lea. Ambas manifestaciones culturares y artísticas van directamente dirigidas al corazón de nuestra imaginación, y la imaginación humana es lo que nos hace libres, es lo que nos diferencia del resto de animales, en el poder de la palabra se encierra la creación, el poder del lenguaje, el poder de la lectura, es despertar la chispa de la libertad que nos permite transformar, cambiar, inventar, y sin esas cualidades, qué somos.

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”