Guía para practicar la inteligencia

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 21 de Junio de 2020
Albert Einstein.
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Albert Einstein.
'Quizá no nos falte razón cuando atribuimos a simpleza e ignorancia la facilidad de creer y de dejarse persuadir; pues me parece haber aprendido en cierta ocasión que una creencia es como una impresión que se hace en nuestra alma, y que cuanto más blanda y menos resistente es esta, más fácil resulta imprimir algo en ella'. Michel de Montaigne, Ensayos.

Ser inteligente está al alcance de todo el mundo. Sí, es una tesis de partida enormemente atrevida, más en tiempos dónde parece premiarse más la estupidez que la misma inteligencia, pero ser inteligente, o actuar como tal, no necesita que tengamos el coeficiente intelectual de Albert Einstein, ni nada parecido. La inteligencia se puede medir de varias formas, atendiendo a diversos factores, y cualquiera de ellos podría ser válido mientras no se convierta en un dogma o en una absurda competición, como si estuviéramos midiendo nuestra altura. Se puede ser inteligente de maneras tan diversas como maneras de vivir existen. Puedes tener una gran memoria, y aprender con la práctica a aplicar correctamente tus conocimientos memorísticos, puedes disponer de una admirable perspicacia a la hora de resolver problemas, e incluso gracias a una adecuada educación gestionar con eficacia tus emociones. Es posible también, aunque algo más difícil, demostrar lo inteligente que eres aplicando el sentido común a tus decisiones, y no dejándote llevar por la primera barbaridad que exalte tu ego. Al alcance de todo el mundo está pertenecer al selecto grupo de personas inteligentes, caracterizadas por vestirse con sentido común y no de disfrazarse con banderas, sean cuales sean, si tan solo estás dispuesto a guardar la soberbia en el baúl de cosas inservibles.

Una vez que hemos aclarado que pueden coexistir diferentes maneras de ser una persona inteligente, y que es asequible a todo el mundo, algunos consejos pueden no venir mal para ayudarnos a practicar esa diversa inteligencia, auxiliarnos en nuestro deambular por el mundo, y de paso, poner un grano de arena para que nuestra sociedad no colapse por el exceso de peso de la ignorancia y estupidez

Una vez que hemos aclarado que pueden coexistir diferentes maneras de ser una persona inteligente, y que es asequible a todo el mundo, algunos consejos pueden no venir mal para ayudarnos a practicar esa diversa inteligencia, auxiliarnos en nuestro deambular por el mundo, y de paso, poner un grano de arena para que nuestra sociedad no colapse por el exceso de peso de la ignorancia y estupidez.

Montaigne en la cita que abre el texto nos da una de las primeras claves en esta aproximación a una guía práctica; la inteligencia necesita un buen recipiente donde pueda amoldarse, y ese no es otro que nuestro carácter. Al igual que si deseamos mantener nuestro cuerpo físico en buena forma es imprescindible un mínimo de hábitos saludables, la inteligencia necesita de una gimnasia mental, de una fortaleza de nuestro carácter, que impida que cualquier falsedad se nos agarre al intelecto como el chicle a la suela de los zapatos, o expresado en el estoico estilo del pensador francés; cuanto más vacía y  sin contrapeso se halla el alma, tanto más fácilmente se inclina bajo la carga de la primera persuasión. Procura disponer de un amplio bagaje de experiencias, argumentos, conocimientos y perspectivas que te permitan ponderar adecuadamente el origen, la fundamentación, las pruebas, y ante todo la racionalidad de cualquier afirmación que pretenda pasar por verdadera. Otra de las cuestiones que nos plantea Montaigne es la necesidad de disponer de una mente abierta, manteniendo un equilibrio entre nuestra credulidad y nuestro escepticismo; sin caer el pasmo de creer todo aquello que nos digan, pero evitando que nuestro escepticismo nos impida abrirnos a nuevos conocimientos. El ensayista nos recuerda una máxima atribuida, en diferentes variantes, a Sócrates, Aristóteles o Plutarco, que algo de inteligencia acumulaban entre todos; nada en demasía. Un consejo que viene bien, aplicado a casi cualquier cosa que nos suceda en la vida, en la práctica de la inteligencia, imprescindible.

Un último consejo del pensador francés que destacar nos lo resume en esta frase: ¿Acaso no recordamos cuánta contradicción sentimos en nuestro propio juicio, cuántas cosas que ayer nos servían de artículos de fe son hoy fábulas para nosotros? Bastaría con dejarnos guiar por nuestra propia experiencia, y volviendo la vista atrás, recordar las veces que hemos creído algo a pie juntillas, que finalmente era falso, o ser conscientes de las dudas que tenemos sobre aquello que consideramos certero. La práctica de la prudencia a la hora de aplicar conclusiones es otro axioma que nos ayudará doblemente; a ser inteligentes y a ser tolerantes. Nunca una medicina del alma resultó más útil que la   prudencia a la hora de juzgar. Si le añadimos a nuestro juicio una razonable dosis de duda, algo de prudencia, y una buena parte de tolerancia, el cóctel de la inteligencia estará servido. El filósofo y político inglés Francis Bacon destacaba que una de las principales virtudes de la inteligencia era su capacidad de examinarse a sí misma, ponderar sus límites, en plena consonancia con las palabras de Montaigne, que nos llama a equilibrar la inteligencia con la prudencia.

Ampliar nuestro catálogo de sabores de la vida no solo no hace daño alguno, sino que nos ayudará a saber qué sabores merecen la pena y cuáles no. Qué mejor objetivo podemos pedirle a nuestra inteligencia

No solo los filósofos o los grandes intelectuales pueden darnos buenos consejos a la hora de emplear y practicar adecuadamente la inteligencia, también poetas como Gustavo Adolfo Bécquer que nos anima a cambiar de horizontes, cambiar de método de vida y de atmosfera, pues es provechoso para a la salud y a la inteligencia. Mantenerse anquilosado sin abrirse a nuevas experiencias puede ser tan perjudicial para lo físico como para lo mental. Ampliar nuestro catálogo de sabores de la vida no solo no hace daño alguno, sino que nos ayudará a saber qué sabores merecen la pena y cuáles no. Qué mejor objetivo podemos pedirle a nuestra inteligencia.

La antigua sabiduría, como la de Bías de Pirene, uno de los llamados siete sabios de Grecia, advierte de la prepotencia en su uso: el deseo de lo imposible es una enfermedad de la inteligencia. Algo similar encontramos en la también útil sabiduría del refranero popular: quien mucho abarca poco aprieta. El exceso de ambición a la hora de ponderar el alcance de los objetivos, es una enfermedad propia de creer que ser inteligentes nos permite alcanzar cualquier objetivo, pero la cruda realidad, es que esto no es así. Como ser buenos no te garantiza que los demás lo sean, ni ser generosos que los demás abandonen su egoísmo. Todas estas virtudes, inteligencia, generosidad, bondad y alguna que otra más, necesitan disponer de un freno que sepa medir su alcance y extensión, por tu propio bien, y el ajeno.

Lo inteligente es ayudar a que otros nos acompañen en el  arduo camino a la sabiduría, no reírnos por ir ocasionalmente primeros. No es una carrera, por mucho que los nuevos gurús neoliberales estén obsesionados por convertir todo en una competición

La presunción es otro pecado contra la inteligencia que debemos mesurar adecuadamente, y es uno de los vicios que acompañan a la inteligencia más difícil de evitar. Es un defecto que nunca está de más vigilar, no solo porque podríamos estar equivocados y tener que rectificar, como nos advirtió Montaigne, sino incluso si estamos en lo cierto. Mostrar un orgullo mal entendido por ser más inteligente que otra persona en alguna ocasión,  o por haber tenido ocasionalmente razón,  y ponernos medallas en las olimpiadas de la soberbia, es ridículo, pues más temprano que tarde encontraremos otra persona más inteligente, y con el mismo orgullo inflado que nos pondrá en nuestro sitio. Además es fútil, poco nos va a aportar a nuestra felicidad o la ajena, que sigue siendo el objetivo último de cualquier sabiduría, meta natural de la inteligencia. Lo inteligente es ayudar a que otros nos acompañen en el  arduo camino a la sabiduría, no reírnos por ir ocasionalmente primeros. No es una carrera, por mucho que los nuevos gurús neoliberales estén obsesionados por convertir todo en una competición.

El novelista español Manuel Viçent nos lega un consejo para imprimir como cabecera de nuestra guía para practicar la inteligencia: los símbolos no añaden a la inteligencia sino a las vísceras. Cuando tratan de movernos hacía cualquier cosa abusando de los símbolos, lo que tratan es de ponernos una venda a la inteligencia. Si hay argumentos racionales, con evidencias, motivos lógicos para convencernos, ¿qué necesidad hay de dirigirse a nuestras emociones más burdas? Si permitimos que la bilis dicte nuestro camino vamos directos al desastre. No ha habido una sola ocasión en la historia de la humanidad en la que cegar a la inteligencia con la venda de una simbología eviscerada no haya causado calamidades.

Tener sentido común es tan simple como aceptar que hemos de coexistir con aquellos que piensan, viven o aman de manera diferente. Iguales en lo esencial, diferentes en lo anecdótico

Otro filósofo, Edgar Morin, posterior en unos cuantos siglos a Montaigne, pero igualmente certero en sus advertencias, define la inteligencia como la capacidad para pensar, tratar y resolver problemas en situaciones de complejidad.  Una de las claves para aprender una correcta practica de nuestra inteligencia es siempre estar atentos al contexto donde se desarrolla el problema que debemos resolver, y actuar en correspondencia a cada momento, a cada situación, alejados de cualquier dogma. Ser inteligente, no es saber un mucho de poco, o un poco de cada cosa; ni hemos de convertirnos en eruditos para ser inteligentes, ni actuar como sabelotodos que no saben en profundidad nada de nada. Se trata de aplicar aquello que conocemos a cada situación, con sus peculiaridades. Así actúa el sentido común al aconsejarnos amoldarnos y dejarnos guiar por lo que pide cada situación. Tener sentido común es tan simple como aceptar que hemos de coexistir con aquellos que piensan, viven o aman de manera diferente. Iguales en lo esencial, diferentes en lo anecdótico.

Un último consejo servirá para culminar esta modesta guía para aprender a practicar la inteligencia; actúa de tal manera como si lo correcto fuera, porque lo es, ponderar nuestras ambiciones, controlar nuestro ego, moderar nuestra aversión a lo diferente, pensar antes de hablar, dudar antes de afirmar, conciliar antes de agredir, tolerar antes que odiar. En definitiva, si tuviéramos que resumir en estos tiempos de memes simples, videos de segundos de Tik Tok, y similares, que no exigen mucho tiempo, ni atención, para ser inteligentes nos bastaría con no actuar como imbéciles.

Puedes leer un compedio de sus artículos en La soportable levedad, de venta en la Librería Picasso.
Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”